JAVIER PUEBLA

     
   

LA QUEJA


Da igual a qué hora se levante una persona por la mañana, basta con que conecte su aparato de radio o el televisor o encienda el tablet. Da igual a qué hora se levante, porque en cuanto se levante comenzaré a soplar en sus oídos como un viento maldito o un malhadado rumor la música de la queja. E igual que sucede cuando una canción, o simplemente su estribillo, se le mete a alguien en la cabeza, resulta muy difícil –una verdadera proeza de la voluntad o la distracción- olvidarse de ella.
El señor García sale a la calle a las ocho y diez, la mirada baja, el café revolviéndole un poco el estómago, preocupado por si la empresa en la que trabaja –record de beneficios en su historia este año- se contagiará por el efecto dominó e instrumentará un ERE para conseguir de ese modo un record de beneficios aún mayor; y más mayor. Mira hacia el kiosko de periódicos, en donde el señor García Dos, rodeado de la queja voceada en palabras mayúsculas, titulares y a todo color, estaría preparado para explicarle al señor García lo mal que va todo, qué desastre es el país en el que viven (lo extranjero, sucede siempre, se ve desdibujado y por eso nos parece mejor). Pero no va a suceder, el señor García Dos no va a explicarle al señor García lo mal que va todo, porque el señor García ni se acerca al kiosko, es más: da un pequeño rodeo para sacarlo de su camino. A él le encanta leer el periódico, tocarlo, pasar las páginas, sentir que es un objeto a punto de desaparecer, en peligro de extinción, encontrarse las noticias y no tener que buscarlas, rastrearlas, como sucede cuando se entra en la versión de la prensa para la pantalla del ordenador. En el tren luego le entregarán un sucedáneo de periódico, el gratuito de turno, que mirará con cierto amor, pero también distancia porque han cogido a otro chorizo de traje tan impecable o más que el suyo con las manos en la masa de la pasta suiza..., la pasta suiza y la pizza de la corrupción. Se reiría con su propio chiste, pero no es adecuado. A su lado el señor García Tres está explicándole a su interlocutor, el señor García Cuatro, la situación en la que viven y utiliza una frase de originalidad superlativa: “Con la que está cayendo”. El señor García, a quien el viento enloquecedor de la queja está empezando a afectar hasta el punto de hacerle zozobrar la razón, le apetece decir en voz alta: “Pues a mí, que estoy mirando por la ventana, me parece que luce el sol”.
Por fin llega a la oficina, preparado para dibujar la primera sonrisa del día, porque en recepción, sentada siempre impecable –vestido, peinado, belleza de pibón- está la señorita García. “Buenos días, señorita García” “Buenos días, señor García, qué horror ¿verdad?”. El señor García abre los ojos aterrorizado, “¿Tú también, señorita García, hija mía”. Y sí, tambien ella levanta el puñal y lo clava sobre el cuerpo del césar, de César García, que llega a su mesa renqueante, mareado, deseando abrir su maletín. Saca bocata y botellín de agua; muerde. Humm, está riquísimo. Sonríe como un imbécil, de pie en su islita en el centro del mar de la desesperación.


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Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
   
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos