EL ESPÍRITU
DE LA NAVIDAD
El cazador de cuentos está
caminando por la selva en compañía de su
cachorro, que en realidad ya no es tan cachorro –ha
cumplido nueve años- y tampoco “en realidad”
están caminando por la selva sino por una calle
más bien estrecha y bastante fea y vulgar, no es
necesario el adorno. Acaban de dejar aparcado a su “coche-lobo”
junto a otros animales con ruedas de aspecto más
o menos similar; aunque si se usan las gafas de la realidad
el “coche-lobo” es estrictamente un Volvo
de hace más de veinte años, aún duro
y fuerte pero con las gomas y los manguitos doloridos,
y algún roce en la carrocería color verdeselva
(esta vez realidad y magia coinciden: el coche es verdeselva).
Mientras caminan, y por
eso las líneas anteriores han estado bailando sin
tregua entre lo que se llama imaginación y lo que
se denomina realidad, León Salgado
“el cazador de cuentos”, avanza sobre una
hipotética cuerda floja, y es fácil que
se acabe cayéndose de la misma, a uno u a otro
lado: al abismo de la imaginación o al precipicio
de la realidad. Porque su hijo, ya no tan pequeño
–ay- como el año pasado, el día anterior
terminó su carta de navidad con destino a los Reyes
Magos o a Papá Noel -pasen
y vean, si es usted un niño escriba cuantas cuartas
pueda a los seres mágicos capaces de traerle regalos-
y en el colegio se habla del tema con pasión. En
teoría los niños divididos en bandos, quienes
creen en los Reyes Magos y Papá Noel y quienes
lo están dudando. Aunque la lucha es absolutamente
falsa, un amago de batalla dialéctica ya que ni
unos ni otros quieren aceptar la no existencia de Papá
Noel o de los Reyes Magos; ni siquiera los niños
que se ven forzados a defender esa postura pues sus padres
o hermanos mayores o amigos bien informados, les han dicho
que nada de renos voladores ni camellos que se zampan
en casa galletitas y leche después de dejar el
salón lleno de regalos. ¿Quién querría
creer en no-camellos, en no-renos, en no-magia-de-regalos?
Ya el año anterior
Emili había planteado el tema a su padre, y su
padre , que jamás le había mentido, ni siquiera
cuando tenía meses y no sabía hablar, se
ofreció a explicárselo todo, y Emili –buenos
reflejos- respondió con presteza “espera
dos o tres años”. No han pasado los dos o
tres años, pero León está cansado;
el niño ya piensa casi como un adulto, utiliza
internet con libertad y soltura (podría encontrar
la información en cuanto quisiera hacerlo) y da
un paso que le sitúa al borde del desequilibrio
en la cuerda floja sobre la que está caminando.
“Lo que importa es el espíritu
de la navidad, no quien compre y mueva los regalos”.
A Emili se le arruga la sonrisa, y la cara y el pelo;
todo su cuerpo es pura arruga; un viejecito enano.
“Entonces ¿los
Reyes sois vosotros?”. Y León Salgado, el
cazador de cuentos, recupera el equilibrio, desprecia
su cansancio y –sin mentir a su hijo- niega. “No
somos nosotros, es el espíritu de la navidad, que
existe y existirá siempre. Cuando quieras te lo
explico y lo hablamos”. Pero Emili aún no
quiere: ni dejar de ser un niño ni renunciar a
creer en lo mágico.
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FELIZ NAVIDAD