ABRIENDO LAS AGUAS
DEL MAR ROJO
Desde que se comenzó a hablar de la crisis, utilizando
la palabra como un sinónimo de declive económico
generalizado, siempre he opinado –y sigo opinando-
lo mismo: que esa crisis no existe. Es cierto que crisis
también significa “cambio notable”,
y en ese sentido sí que existe una crisis, porque
lo que está sucediendo es la pretensión,
intento que parece podría terminar en éxito,
de volver a aumentar la brecha entre las clases sociales.
Lo que se llama crisis es la reacción del dinero,
del gran dinero, contra la excesiva igualdad de derechos;
si todos los individuos son más o menos iguales
los más poderosos ya no podrán comprar esclavos.
¿Algo así puede pensarse o articularse y
luego lograr que suceda? Por supuesto que puede hacerse
del mismo modo que se planifica un puente, un gran edificio
o una novela. En primer lugar hay que admitir que las
guerras, todas las guerras, las origina no la política
o los ideales, sino el dinero, y aunque alguien que no
lo haya pensado se pueda llevar las manos a la cabeza
al leer lo que estoy escribiendo es muy fácil de
demostrar, basta una palabra: Suiza. Suiza es sinónimo
de dinero, y no solo sinónimo sino “el sinónimo”.
¿Cómo consigue Suiza no ser invadida, atacada,
robada, si ni siquiera tiene ejército? Porque Suiza
guarda el dinero, Suiza es el dinero.
Desde las artes: pintura, novela o cine, y desde los medios
de comunicación se nos ha bombardeado durante más
de sesenta años con el mensaje de que en la II
Guerra Mundial el dinero fue maltratado y vencido por
la política. Si se reflexiona al respecto es evidente
que el mensaje, aunque haya dado muy bellas películas,
magníficos libros e impresionantes cuadros, es
falso. El gran dinero y sus hijos, los verdaderamente
ricos y millonarios, no fueron confinados en campos de
concentración ni exterminados: se trasladaron a
otros países, el más famoso de ellos –por
ser el más cantado- es los Estados Unidos. Pero
lo que se hizo en la segunda guerra mundial, comprando
a militares y políticos (que no eran conscientes
de estar siendo comprados) fue algo parecido a lo que
se está haciendo ahora mismo: extinguiendo a una
clase social, la llamada clase media, que ya se sentía
con excesivos derechos. Entiendo que el dinero no planificó
las masacres ni los exterminios, al menos así quiero
entenderlo, del mismo modo que el ingeniero o el arquitecto
o el novelista no pueden garantizar al cien por cien que
su puente o edificio o novela no se derrumbe por ningún
sitio, pero el resultado final fue “abrir las aguas
del mar Rojo”, los pobres por un lado, los ricos
por otro y en medio unos cuantos peces capaces de sobrevivir
sin apenas agua y casi solos.
Algo muy similar está sucediendo ahora mismo. El
dinero ha separado las aguas del mar Rojo, los políticos
sirven de pantalla para ser culpados e insultados, de
muralla para contener el agua que se agolpa y amontona
en el lado de la pobreza. Es mejor que una guerra: menos
muertos; porque habría muchos con las armas de
destrucción actuales. Pero no hay ninguna crisis
del sistema, sólo es el dinero, volviendo a separar
a los pobres y a los ricos, poniendo a cada uno en su
sitio.
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