RICHARD FORD
Y JORGE HERRALDE
Han
pasado más de cien libros, si se me permite la
expresión, desde que Jorge Herralde
publicase en su colección panorama de narrativas
la tercera entrega firmada por Richard Ford
y protagonizada por Frank Bascombe.
Cien libros, en panorama de narrativas, son muchos libros,
muchos días, muchos meses, mucho tiempo... para
quienes seguimos a quien considero el mejor escritor norteamericano
vivo, amén de la voz más representativa
de su generación: la de los nacidos en la década
de los cuarenta en el último siglo del milenio
anterior. Ambas afirmaciones son puntualizaciones a los
comentarios de solapa del libro; pero no estoy de acuerdo
con la afirmación posesiva de mi colega Ernesto
Ayala-Dip, que en su día escribió
que Ford nos habla de un mundo que nos pertenece, o quizá
sí lo estoy y Ayala-Dip no se supo expresar y lo
que pretendía decir es que Ford nos habla de un
mundo del que formamos parte, de un mundo al que pertenecemos,
en ese caso no puedo sino abundar en su opinión.
Aunque entre medias se editó en Anagrama -sin que
pudiera ser calificada como novedad editorial- la obra
memorialística Mi madre, realmente han pasado más
de cien libros desde la última vez que me encontré
con mi querido amigo de ficción Frank Bascombe,
que padecía un cáncer de próstata
y cuyo entorno o circunstancia no había sido traducida
o vertida desde el inglés por el genial Mariano
Antolín Rato. Echaba de menos a Bascombe,
y también a su padre, a Richard Ford. Por eso,
y al entrar en mi librería favorita del momento
(cuyo nombre prefiero no desvelar) y vi a Ford, su foto
en la portada del libro, su nombre firmando Flores
entre las grietas. Autobiografía y literatura,
se me despertó el corazón (casi siempre
dormido en los últimos años). Confieso que
no llevaba dinero, pero no confesaré por qué
no me hacía falta el dinero en mi librería
favorita; en cualquier caso salí con el libro entre
las manos. Lo primero que averigüe y llamó
mi atención y despertó mi orgullo fue que
el libro existiese gracias a Jorge Herralde, que hubiera
sido él personalmente quien –comprendiendo
que los lectores como yo echábamos mucho de menos
a Ford- propusiera al autor de Jackson, Mississippi, armar
una obra con prólogos y artículos. Pero
un instante después tuve miedo, ¿y si era
un libro forzado, innecesario? Qué imbécil
soy, me dije al terminar de leerlo, Herralde jamás
habría animado a Ford a montar un libro forzado
o innecesario. En Flores entre las grietas hay magníficas
relatos de infancia, el argumento de una novela a lo Higsmith
(escondido en el capítulo que dedica Ford
a su legendaria amistad con Raymond Carver),
un canto a la imprescindible vagancia -quizá sea
preferible llamarla holganza- del artista entre obra y
obra, reflexiones sobre la escritura y la profesión
de escritor (no son lo mismo); y mucho más, por
supuesto. En suma, un libro que he disfrutado como el
editor principiante que empiezo a ser, como el escritor
profesional que llevo trece años siendo, y como
el lector que –incluso antes de aprender a leer-
siempre he sido.
“Incapaces de apreciar algo sin despreciar otra
cosa, hábito más típico de críticos
que de artistas” (pag. 10).
Hay otra frase -hay muchas
más- que subrayé y copié en las páginas
en blanco, de cortesía del libro, en la que Ford
cita a Philip Larkin:
"Una de las razones para escribir es que todos los
libros que existen son de alguna manera insatisfactorios".
La subrayé y copié porque me recuerda a
una mía, que con el tiempo mi "old fellow"
Pedro de Paz apadrinó y también
hizo -para mi satisfacción- suya: "Escribo
los libros que áun no existen y quiero leer".
Para él, para mi viejo y querido amigo Pedro de
Paz he copiado en esta coda a la columna, coda que no
se publicará en papel, la frase de Phlip Larkin
citada por Richard Ford.