SEMILLAS (¿O RELAMPOS?)
Se
denomina “semilla” en literatura a la creación
quintaesenciada, válida como lectura por sí
misma y susceptible de ser origen de nuevas y muy diversas
obras al ser plantada. A la semilla, también se
la ha denominado, por influencia del inglés o peso
de la tradición filológica, minificción,
minicuento, microrrelato, cuentocuántico y de otros
muchos modos, siendo mi favorito, después del utilizado
para titular este artículo, relampos, por la similitud
en latín de las voces relatus, y relámpago,
relampadare. En cualquier caso, y se denomine como se
denomine, siempre nos estamos refiriendo a narraciones
que hacen la misma función que los bombones en
la comida o los perfumes en el universo del olfato. Son
textos breves, intensos, quintaesenciados.
Escribo semillas desde antes de cumplir los dieciocho
años, aunque en aquella época prefería
no ponerles nombre, no titular los textos, y entiendo
que -amén de una manifestación artística-
corresponden a un tipo de personalidad y también
a un estado de ánimo. Un novelista nato, como Cervantes,
o forzado, como Joyce, puede estirar
una idea hasta ahorcarse con ella o convertirla en un
columpio o en un puente trenzado tendido sobre un abismo
antes jamás superado. Un relampista..., relampista
suena más bonito y sugerente que sembrero (excepto,
naturalmente, si el sembrero utiliza o lleva sombrero);
un relampista, como escribía antes de distraerme
jugando con las palabras y las letras, vuelvo a distraerme,
perdón, un relampista es capaz de dibujar a Don
Quijote en diez, o tres, líneas, a Molly Bloom
en un fogonazo, concentrar el horror de una guerra o de
un asesinato o de una historia de amor en una sola frase
larga y flexible como un látigo. Considero una
amputación el hecho de que un cazador de cuentos
o cualquier otro tipo de creador literario se limite únicamente
a escribir novelas o relampos, y aunque la amputación
fue muy útil a Borges para labrarse
una fama siempre he preferido -es un afecto personal-
la mayor desvergüenza de Cortázar,
autor de un precioso relampo que voy a reescribir a continuación,
sin demasiada fidelidad a la letra del original, pero
sí a su espíritu. Lo tituló el gnomo
alto Cronopio y flor, y en esta
versión suena así:
“Sucedió que
un cronopio se encontró con una flor en el campo,
tan bonita que deseó arrancarla. Pero no. ¿Matarla?
Mejor jugar con ella. Y así la sopló, le
acarició los pétalos, le contó una
canción y la cantó un cuento, bailó
para entretenerla, y al final, agotado, cayó dormido
a su lado. La flor observó al cronopio, preocupada,
dándole sombra con sus pétalos: era como
una flor y cualquiera podría pretender arrancarlo”.
Curiosamente este artículo
iba a tratar sobre un libro, el número 703 de la
colección Letras Hispánicas de Cátedra,
que se pretende, y es un buen intento, como una Antología
del “relampo” español entre 1906 y
2011 - El cuarto género literario,
realizada con inteligencia y esmero por Irene
Andrés-Suárez, pero me he dejado
llevar por el placer de escribir, por el juego y la ceguera
que produce el contacto con semillas ¿o relampos?
De los muchos e interesantes
relampos que encontré en la antalogía de
Irene Andrés-Suarez el que me pareció más
brillante y original, por su capacidad de glosar una vida
entera en cuatro palabras y dos cifras, fue el siguiente:
JOSÉ ANTONIO
MUÑOZ ROJAS
(Antequera, Málaga, 1909 - Mollina, Málaga,
2009)
Más tarde descubrí que no
se trataba, al menos no intencionadamente, de un relato,
sino de la portadilla para los cuentos escritos por Muñoz
Rojas. Pero aún después de advertir mi error
me siguió pareciendo un logro, ¿qué
importa que sea involuntario?, como relampo.