VENGANZAS
PERSONALES
He escuchado en múltiples ocasiones, con un tono
de crítica velada o incluso abierta, el murmullo
refunfuñado de quienes piensan que los columnistas
utilizamos caprichosa e irresponsablemente nuestras tarimas
de opinión para efectuar vendettas o venganzas
personales. ¿No me has dado el premio Cerdo de
Oro, querido amigo? pues ahora te vas a enterar lo que
vale un puñetazo de frases y palabras. ¿Me
has cerrado la puerta en las narices, patizambo conductor
de autobuses con cara de oveja deslanada? muy bien, tú
sabrás lo que haces, averiguaré tu nombre,
y ¡a la calle! ¡Por mis muertos!
La verdad es que tiene cierta gracia que la gente nos
confiera tal poder. Una historia clásica en los
mentideros literarios habla de como Umbral
disparó desde su columna de Interviú contra
Amilibia, que en su momento sufrió
un arrebato de locura y apretó el gatillo a una
pistola de verdad, imposibilitándole la reinserción
en el universo del periodismo. ¡Qué estupidez!
Porque la columna fue escrita, claro, pero de ahí
a culparla del ostracismo al que se ha condenado a Amilibia
existe un bonito y oscuro salto. Puede ser más
cierto en política, pero un solo columnista no
puede derribar a un mal ministro; necesita la connivencia
o apoyo del medio en el que trabaja, de una batería
de disparos continuos y precisos.
¿Y por qué tenéis vosotros ese poder?,
me preguntaba una vez un conocido -y escocido- dramaturgo.
Por la misma razón que los médicos pueden
extender recetas, la guardia civil detener gente o hacienda
realizar inspecciones; porque es parte de nuestra función.
Y a veces, pocas, resulta efectiva. Hace un año
dediqué una columna a Tipsa, una
empresa de mensajería, en la que señalaba
errores evidentes en tono más jocoso que malvado;
y después de esa columna jamás he visto
el menor fallo en Tipsa, hasta el punto que recomendaría
a cualquiera sus servicios cuando necesiten enviar una
carta o un paquete. Pero en la mayoría
de los casos el criticado no sólo niega la opinión
del columnista, “el diagnóstico del médico
externo”, sino que utiliza su propia parcela de
poder para darle cuantas patadas pueda por “debajo
de la mesa”. No voy a volver a escribir los
nombres de jefes de prensa de ciertas editoriales, porque
está claro que no quieren “curarse”
y si quieren publicidad -de la mala que es la buena- que
se compren una ventanita en un periódico.
Lo que hacemos los columnistas es extrapolar una experiencia
personal para universalizarla. A todos los ciudadanos
les han dado con alguna puerta en las narices; que nosotros
existamos -y no llevemos un uniforme que nos delate- sirve
o debería de servir para que la gentuza que no
hacen su trabajo de modo correcto se lo pensase dos veces
antes de dejar a una anciana bajo la lluvia, a un niño
bajo el sol, a un hombre luchando solo contra los latidos
acelerados de su corazón. Vengadores quizá.
Pero de los agravios que sufre el conjunto de la sociedad.
Gatos que gruñen a las ratas, pero no las matan.
No las matamos. Porque el columnismo es uno de los máximos
y más bellos exponentes de la libertad y la civilización.
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