UNA PALABRA AJENA
“Qué mala cara
tienes”, dice la vecina al entrar en mi casa para
recoger a su hijo que está jugando a la Wii con
el mío. Y enseguida añade: “¿Estás
enfermo o algo así?”. Antes de abrirle la
puerta estaba plácidamente repantigado en la terraza,
terminando mi desayuno siempre muy tardío, con
un periódico desplegado sobre la mesa mientras
de fondo sonaba El Kolhn Concert de Keith Jarret.
Me encontraba feliz, relajado, fresco como una rosa después
de haber dormido diez horas, la cabeza a pleno rendimiento,
barajando proyectos y planes para el día, pero
¡caray, si tengo mala cara, tan mala que hasta parezco
un enfermo! ¿Cómo es posible! Y cuando la
vecina se va a su casa busco mi rostro en el espejo y
lo encuentro desencajado y pálido, sin afeitar,
avejentado. Una palabra ajena, y mi estado de ánimo
sufre un giro de ciento ochenta grados. Por fortuna conozco
el juego, la mala fe, o simple y llana estupidez, de algunas
personas, y le saco la lengua al “enfermo”
del espejo, me río con estrépito y la salud
regresa a mi rostro: tengo una pinta fantástica,
creo que hoy ni siquiera voy a molestarme en cumplimentar
la ceremonia del afeitado.
Lo que acaba de hacerme la vecina se lo están haciendo
los poderes políticos y los medios de comunicación
a los ciudadanos de España en particular y de Occidente
en general hace ya tres años. Se levantan, los
hombres y mujeres de Europa y América, tras una
buena noche de sueño, sin que les falte ni techo
ni comida y al encender la televisión, abrir el
periódico o conectarse a internet alguien les dice,
con aparente inocencia: “Qué mala cara tienes”,
y luego añaden, “es normal, estamos al borde
de una crisis”, “ya hemos entrado en la crisis”,
“las cosas aún se pueden poner peor y seguro
que se pondrán”. Y ya nadie se acuerda de
que tiene arroz en la despensa, sus hijos están
sanos y hasta tiene un coche con el que puede salir de
paseo o desplazarse hasta el trabajo. La primera vez es
fácil sacarle la lengua al espejo, reírse
en voz alta, pero cuando la vecina machaca con su mensaje
malhadado cada día, y a ella se unen el resto de
los inquilinos que habitan el edificio donde vivimos,
la cara empieza a adquirir un aspecto realmente preocupante,
a tornarse amarilla (es normal si eres chino) y el siguiente
paso es acabar yendo a la consulta de un médico,
que nos dirá sí, por supuesto, una cara
horrible, compre estas medicinas, deje de tomar café
aunque le encante y vuelva dentro de una semana, que seguro
estará usted moribundo). En 1995 España
estaba peor que ahora, pero no teníamos unos políticos
tan necios o malvados, aunque no había mucha diferencia
en los medios de comunicación: las malas noticias
siempre han vendido más periódicos que las
buenas. De Aznar, a quien no aprecio
especialmente, recuerdo con admiración aquella
frase simple e inteligente: “España va bien”,
o lo que es lo mismo, “Qué buena cara tiene
usted hoy, vecino”. Dice la Biblia: “Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra
tuya bastará para sanarme”. Pues eso, que
alguien nos vaya diciendo una palabra saludable ¡coño!