JAVIER PUEBLA

                     


UNA PALABRA AJENA

“Qué mala cara tienes”, dice la vecina al entrar en mi casa para recoger a su hijo que está jugando a la Wii con el mío. Y enseguida añade: “¿Estás enfermo o algo así?”. Antes de abrirle la puerta estaba plácidamente repantigado en la terraza, terminando mi desayuno siempre muy tardío, con un periódico desplegado sobre la mesa mientras de fondo sonaba El Kolhn Concert de Keith Jarret. Me encontraba feliz, relajado, fresco como una rosa después de haber dormido diez horas, la cabeza a pleno rendimiento, barajando proyectos y planes para el día, pero ¡caray, si tengo mala cara, tan mala que hasta parezco un enfermo! ¿Cómo es posible! Y cuando la vecina se va a su casa busco mi rostro en el espejo y lo encuentro desencajado y pálido, sin afeitar, avejentado. Una palabra ajena, y mi estado de ánimo sufre un giro de ciento ochenta grados. Por fortuna conozco el juego, la mala fe, o simple y llana estupidez, de algunas personas, y le saco la lengua al “enfermo” del espejo, me río con estrépito y la salud regresa a mi rostro: tengo una pinta fantástica, creo que hoy ni siquiera voy a molestarme en cumplimentar la ceremonia del afeitado.
Lo que acaba de hacerme la vecina se lo están haciendo los poderes políticos y los medios de comunicación a los ciudadanos de España en particular y de Occidente en general hace ya tres años. Se levantan, los hombres y mujeres de Europa y América, tras una buena noche de sueño, sin que les falte ni techo ni comida y al encender la televisión, abrir el periódico o conectarse a internet alguien les dice, con aparente inocencia: “Qué mala cara tienes”, y luego añaden, “es normal, estamos al borde de una crisis”, “ya hemos entrado en la crisis”, “las cosas aún se pueden poner peor y seguro que se pondrán”. Y ya nadie se acuerda de que tiene arroz en la despensa, sus hijos están sanos y hasta tiene un coche con el que puede salir de paseo o desplazarse hasta el trabajo. La primera vez es fácil sacarle la lengua al espejo, reírse en voz alta, pero cuando la vecina machaca con su mensaje malhadado cada día, y a ella se unen el resto de los inquilinos que habitan el edificio donde vivimos, la cara empieza a adquirir un aspecto realmente preocupante, a tornarse amarilla (es normal si eres chino) y el siguiente paso es acabar yendo a la consulta de un médico, que nos dirá sí, por supuesto, una cara horrible, compre estas medicinas, deje de tomar café aunque le encante y vuelva dentro de una semana, que seguro estará usted moribundo). En 1995 España estaba peor que ahora, pero no teníamos unos políticos tan necios o malvados, aunque no había mucha diferencia en los medios de comunicación: las malas noticias siempre han vendido más periódicos que las buenas. De Aznar, a quien no aprecio especialmente, recuerdo con admiración aquella frase simple e inteligente: “España va bien”, o lo que es lo mismo, “Qué buena cara tiene usted hoy, vecino”. Dice la Biblia: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Pues eso, que alguien nos vaya diciendo una palabra saludable ¡coño!


 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos