NEGRA NOCHE DE 
                        LOS LIBROS
                      
                         Es 
                        habitual que los escritores no sepamos el día de 
                        la semana o del mes en que vivimos; a veces ni siquiera 
                        recordamos el mes o el año; he firmado libros y 
                        luego los he fechado en el 2010 o en el 2012 varias veces 
                        durante este año. Los creadores de mundos de ficción, 
                        si son auténticos, tienen problemas para ver la 
                        realidad porque ésta queda velada por sus sueños. 
                        Era casi imposible no enterarse que jugaban el Madrid 
                        y el Barcelona, pero facilísimo que se desdibujase 
                        el día que llaman noche, noche de los libros, aunque 
                        se conceda el Cervantes -Matute salió 
                        mucho menos en la tele que Guardiola o Mourinho- 
                        y así me sucedió que me negué a creer 
                        que la noche de los libros era un miércoles y me 
                        convencí a mí mismo que se celebraría 
                        el viernes: día mucho más lógico 
                        pues la mayoría de los mortales, y el treinta y 
                        tres por ciento de los inmortales, no madrugan en sábado. 
                        Pero en cualquier caso los políticos -responsables 
                        del negro invento que suma noche y libros- sí que 
                        saben en que día y minuto viven y mantuvieron el 
                        miércoles del partido y mandaron las redondas narices 
                        de payaso a sus elegidos, entre los que me temo estaba 
                        pero olvidé abrir la cajita, a los escribanos y 
                        escritores, a los plumíferos y los emplumados, 
                        a la tonta de Laura y al capullo de Nando, y les obligaron 
                        a jugar a las estatuas vivientes hasta que los dioses 
                        en calzoncillos terminaron de darle a la pelota y las 
                        ciento cuarenta millones de personas que estaban mirándoles 
                        las piernas -¡oh feministas, os lo ruego ¡conseguid 
                        que haya tantas mujeres futbolistas en primera división 
                        como ministros!- salieron de sus casas, o de los bares, 
                        sin ningún interés en pasarse por la librería 
                        Tipos Infames (guapo nombre para una librería) 
                        o el Hotel Kafka (aceptable nombre para un hotel y genial 
                        para una escuela de creación con cucarachas). Salí, 
                        lo admito, a dar un paseo, pero acabé bebiendo 
                        bourbon con Rita, mi amiga stripper y nigeriana, no vi 
                        ni un libro, Dios es grande, en toda la noche, en la noche 
                        negra y oscura de los libros, porque los libros no interesan 
                        a nadie -como a los creadores no nos interesa que día 
                        concreto es- cuando se celebran encuentros deportivos 
                        o bodas de bufones o hasta el concierto de un saltimbamqui 
                        con tirabuzones o una rubia teñida que no sabe 
                        cantar pero sí enseñar el culo.
Es 
                        habitual que los escritores no sepamos el día de 
                        la semana o del mes en que vivimos; a veces ni siquiera 
                        recordamos el mes o el año; he firmado libros y 
                        luego los he fechado en el 2010 o en el 2012 varias veces 
                        durante este año. Los creadores de mundos de ficción, 
                        si son auténticos, tienen problemas para ver la 
                        realidad porque ésta queda velada por sus sueños. 
                        Era casi imposible no enterarse que jugaban el Madrid 
                        y el Barcelona, pero facilísimo que se desdibujase 
                        el día que llaman noche, noche de los libros, aunque 
                        se conceda el Cervantes -Matute salió 
                        mucho menos en la tele que Guardiola o Mourinho- 
                        y así me sucedió que me negué a creer 
                        que la noche de los libros era un miércoles y me 
                        convencí a mí mismo que se celebraría 
                        el viernes: día mucho más lógico 
                        pues la mayoría de los mortales, y el treinta y 
                        tres por ciento de los inmortales, no madrugan en sábado. 
                        Pero en cualquier caso los políticos -responsables 
                        del negro invento que suma noche y libros- sí que 
                        saben en que día y minuto viven y mantuvieron el 
                        miércoles del partido y mandaron las redondas narices 
                        de payaso a sus elegidos, entre los que me temo estaba 
                        pero olvidé abrir la cajita, a los escribanos y 
                        escritores, a los plumíferos y los emplumados, 
                        a la tonta de Laura y al capullo de Nando, y les obligaron 
                        a jugar a las estatuas vivientes hasta que los dioses 
                        en calzoncillos terminaron de darle a la pelota y las 
                        ciento cuarenta millones de personas que estaban mirándoles 
                        las piernas -¡oh feministas, os lo ruego ¡conseguid 
                        que haya tantas mujeres futbolistas en primera división 
                        como ministros!- salieron de sus casas, o de los bares, 
                        sin ningún interés en pasarse por la librería 
                        Tipos Infames (guapo nombre para una librería) 
                        o el Hotel Kafka (aceptable nombre para un hotel y genial 
                        para una escuela de creación con cucarachas). Salí, 
                        lo admito, a dar un paseo, pero acabé bebiendo 
                        bourbon con Rita, mi amiga stripper y nigeriana, no vi 
                        ni un libro, Dios es grande, en toda la noche, en la noche 
                        negra y oscura de los libros, porque los libros no interesan 
                        a nadie -como a los creadores no nos interesa que día 
                        concreto es- cuando se celebran encuentros deportivos 
                        o bodas de bufones o hasta el concierto de un saltimbamqui 
                        con tirabuzones o una rubia teñida que no sabe 
                        cantar pero sí enseñar el culo.
                        
                        Salí, eso sí -¿o estoy mintiendo?- 
                        el viernes con el maletero de El Duro, el viejo Volvo, 
                        reventado de novelas y “relatos impresos en preservativos 
                        extragrandes y ultrapequeños”. Me paraba 
                        en los semáforos y con un megáfono ofrecía 
                        mi mercancía: ¡los últimos ejemplares 
                        del genial finalista del Nadal del 2004! ¡el último 
                        poemario que recibió el premio Vicente Presa! Como 
                        es natural nadie me hacía ni caso excepto las dos 
                        chicas chinas que vendían refrescos. Así 
                        que la próxima noche de los libros, sea del 2010 
                        o del 2012, saldré de mi casa con camiseta y calzoncillos, 
                        un balón de reglamento disimulado entre los huevos 
                        -los tengo enormes- y firmaré autógrafos, 
                        al spray, sobre las paredes de los estadios de fútbol. 
                        Viva el deporte espectáculo, muera la cultura, 
                        ¡amo a los necios!
                      