LOS
ITALIANOS SALVAJES
Bien
mirado Italia siempre ha sido, con sus valles de civilización
más o menos extensos, un país salvaje. Pero
su literatura, su literatura actual o moderna, no sé
muy bien por qué ¿desconocimiento? ¿juicios
preconcebidos? me parecía hasta la fecha más
bien tranquilona, mental, meditada y calma ¿o no
son así los libros de Tabucci
o Baricco? Pero hace un par de meses
me topé con Niccolò Ammaniti
y ¡empezó la fiesta de los hipopótamos
azules, del salvajismo literario e incontinente! Puede
ser una casualidad, pensé, me dije a mí
mismo, la excepción que odian todas las reglas
(porque aunque las confirman les privan de su sueño
de universalidad). Y cuando empezó el verano y
llegó discretamente a casa El mapa
y el territorio de Michel Houellebecq sonreí
con suficiencia, porque aquello sí que iba a ser
salvajismo. Y lo es, Houellebecq se marca con la novela
merecedora del Goncourt, una pirueta alucinante, porque
se utiliza a sí mismo como personaje y no tiene
piedad con su sombra literaria; en absoluto no tiene piedad,
pero no quiero decir nada más al respecto para
no privar a ningún lector de la sorpresa, del acto
de magia brutal que sólo un creador auténtico
podría haberse atrevido a hacer. Y aún así,
perdóname Michel, Houllebecq no es un escritor
salvaje, o más exactamente no es un escritor italiano
salvaje, como Ammaniti y sobre todo como el feliz descubrimiento
de la cucaracha impresa que tengo sobre los muslos desnudos
-estamos en verano- que ilustra la portada amarillo pergamino
de Todos tienen razón,
la magnífica primera novela de Paolo Sorrentino...
¡qué salvaje, qué bestia, qué
putero, qué divertido, qué serio, qué
cocainómano, qué profundo, qué cínico!
¡qué bueno el muy cabrón! En esta
novela está todo lo que me gusta como lector, están
las quintaesencias de los mejores autores de Herralde,
desde el Pedro Juan Gutierrez de Trilogía
Sucia de la Habana al Irvine Welsh
de Trainspotting, pasando por
quien se quiera, desde Piglia hasta Fadanelli
o el mismísimo Houellebecq, o
Pámies, o Navarro,
e incluso Pombo y por supuesto Monzó.
“Qué cansinos son los seres humanos cuando
no están a tu servicio”. Sí, uno lo
lee y admite que Sorrentino tiene razón, los otros
son cansinos, un coñazo, excepto cuando están
a nuestro servicio. Pero no se dice, nadie lo diría,
excepto un salvaje, un italiano salvaje. “Los hombres
se dividen en dos categorías: los que se ponen
cómodos. Y se pudren. Y los otros. Yo formo parte
de los otros”. Yo también, qué cojones,
no voy a dejar solo a Sorrentino aunque no me haya tocado
nacer en Italia. Si hasta el traductor Xavier
González Rovira, tan comedido y meticuloso
él (o eso creo recordar, pero me memoria está
llena de agujeros) se deja contagiar de la prosa a puñetazos
delicadísimos y continuos, y consigue la hazaña
de que parezca que estamos leyendo a un autor que ha escrito
directamente en español. Español, sí.
No voy a poner "castellano". No quiero. Ni Ammaniti
ni Sorrentino no son para espíritus pacatos, que
miran hacia otro lado cuando se habla de mierda o drogas
o violencia o sexo. Son escritores salvajes para lectores
salvajes. A Roberto Bolaño -cierro
los ojos e invoco su espíritu- le habrían
encantado.