HA
SIDO UN BUEN VERANO
Ha sido un buen verano,
dice Dulce Salgado, la mujer de León, el cazador
de cuentos. Y León levanta la cabeza, sorprendido
ante la afirmación que en absoluto esperaba. Están
recogiendo, plegando podría decirse, la casita
en la que pasan el verano y los fines de semana, la cueva
a la que León se retira en cualquier momento a
lo largo del año cuando quiere o necesita ponerse
a escribir sin que le distraiga el trajín excesivo
del ruido que al girar produce el mundo. Emili, el hijo
que ya tiene ocho años, está en su cuarto
empacando sus obligaciones, el cuaderno de tareas escolares,
y sus pequeños tesoros: la caja llena de Gormitis,
la Nintendo, su manta mágica que le ayuda a conciliar
el sueño y a espantar los miedos. Por su parte
León ha estado ordenando libros, guardando los
ordenadores, siempre o casi siempre le acompañan
al menos dos, colocando en una bolsa negra las presas
que ha ido cazando en los últimos meses y que luego
convertirá en cuentos, en relatos por los que cada
vez cuesta más cambiar por ropa, comida o dinero.
Dulce tiene controlada la ropa de todos y también
la comida que mejor no dejar en la nevera porque quizá
vuelvan en quince días o quizá en dos meses;
nunca se sabe.
Ha sido un buen verano, dice Dulce Salgado; y León
la mira con adoración, con el amor que la profesa
constante e incondicionalmente desde que la conoce; hace
ya casi veinte años; cuanto tiempo. En los últimos
meses la ha encontrado más cansada y protestona
o malmodienta que de costumbre; pero aunque León
es el jefe, el capitán del barco mínimo
de tres tripulantes con él incluido, se lo ha permitido,
porque Dulce tenía sus razones para dejarse vencer
por un humor tempestuoso que la ayudaba a desahogarse.
Y ahora es una delicia, oasis inesperado lenitivo y reconfortante,
verla tranquila, maduramente feliz, en paz consigo misma.
Ha sido un verano duro, podría haber respondido
León, pero no lo hace, porque lo que sin duda será
duro, muy duro, será el próximo curso. Ya
en el pasado, cuando comenzó a soplar el viento
frío y despiadado, sus mejores amigos, sus escasos
familiares, le cerraron la puerta -la madera a dos centímetros
de sus narices- con buenos o malos modos, porque en tiempos
de escasez casi nadie es capaz de ser generoso, y menos
aún con quien realmente lo necesita y no está
en condiciones de devolver, al menos inmediatamente, el
favor que el desafortunado necesita.
Salgado está preparado para morir en cualquier
momento, como siempre lo está un cazador verdadero,
sea cazador de fortunas, tigres o cuentos. Y quien está
preparado para morir también lo está para
matar, aunque odie hacerlo, y quizá este año,
cuando se cierre la casita veraniega, se verá obligado
a coger por el cuello a personas a quienes quiere o aprecia,
a forzar a sus deudores a que le den lo que es, por derecho
y por decencia, suyo. “Abandona tu barco”,
le aconsejan, desde fuera, los amigos y familiares que
le han negado un punto de atraque en sus puertos. Pero
León no abandonará su barco; y no por orgullo
ni porque ame el barco, sino por el niño y por
Dulce.
Sí, ha sido un buen verano, responde León
Salgado a su mujer y se acerca hasta ella para besarla
en el cuello. Han estado los tres unidos, razonablemente
felices, juntos. No puede pedir más a un verano
alguien que ha decidido consagrar su vida a cazar, a cazar
cuentos.