COMPAÑÍAS
GRANDES, ESTAFAS PEQUEÑAS
Para el ciudadano corriente y moliente, el piernas que
se las ve y se las desea para llegar a fin de mes, siempre
es una alegría abrir el buzón -buzón
físico, el que se abre con una llavecita y tiene
sobres dentro- y encontrarse con las cartas que con regularidad
diabólica le van remitiendo las grandes compañías
con las que tiene relación. ¡Las grandes
compañías! ¡Relación! Suena
bien; y ese sonido funciona con la misma
eficacia que la mantequilla en El último tango
en París (quien no haya visto la película
que se busque la vida).
El andoba del principio de esta columnita aprovecha el
trayecto en el ascensor para rasgar el sobre y encontrarse
que este mes le quita de la cuenta la compañía
de teléfono o electricidad o gas (¡es la
misma!) cincuenta euritos. Como el hombre o la mujer o
el hermafrodita va algo apurado -jodidísimo en
realidad- se permite la herejía de mirar con detalle
la factura, y su temperatura corporal sube varios grados.
Ha consumido -pongamos- veinte euros de lo que sea, gas,
teléfono o gaitas gallegas, pero lo que van a quitarle
del banco será más del doble. ¿Cómo
es posible eso? ¿A qué malabarismo mágico
se debe? ¿Quienes son esos genios
que -como Jesucristo- multiplican los panes y los peces
y los euros? Sin duda mentes privilegiadas, entes
superiores que se permiten tener en nómina -¡qué
vergüenza!- a ex-presidentes del gobierno
quienes -natural, oiga- no renuncian por ello a sus bonitas
pensiones vitalicias. ¿Y cómo hacer que
veinte euros se conviertan en cincuenta? Fácil,
palabrería y un poquito de morro: término
fijo, potencia contratada, impuesto sobre lo idiotas que
son los ciudadanos, y -¡como guinda, humm qué
rico!- ahí está el IVA. Bravo, yo tengo
que cambiar la camisa que me regalaron los Reyes Magos
por comida en el hipermercado, pero al menos me
queda la satisfacción de saber que a unos cuantos
inútiles les darán unas bonos -pasta repartida
al tuntún- que les permitirán comprarse
cinco camisas de seda por cada yogurt de marca blanca
que me zampe yo. ¡Ética!
Los bancos, grandes "compañías"
ellos mismos (¿no estaríamos mejor "solos"?,
de vez en cuando mandan un papelito en el que pone: mantenimiento
de cuenta: once euros. Claro que los bancos -tienen nuestra
pasta y no quieren perderla- si vas a la oficina a reclamar
devuelven los euros. Pero ¿quien se molesta? ¿quien
tiene redaños después de comerse la camisa
que le regalaron en reyes para admitir que es lo bastante
pobre y necesita sus once euros? Aparte del tiempo que
se pierde; podría aprovecharse arrodillado en una
esquina y pidiendo limosna.
A lo anterior -el piernas siempre encuentra un motivo
para subir el volumen de su felicidad- se unen “los
errores”. ¡Ay, me equivoqué! Anda,
si le hemos facturado dos veces los sms que mandó
por navidad. Vaya, hemos cobrado por un servicio que no
contrató. Pero si se reclama: lo devuelven. Pocos
lo hacen. Once euros por un millón de clientes.
Good business, oh my God. Y lo que no devuelven
nunca los astutos estafadores es la dignidad de quienes
-por cojones: nadie piensa siquiera en vivir sin luz ni
gas en estos tiempos- contratan sus servicios. ¡Viva
la ética!