JAVIER PUEBLA

                     

COMPAÑÍAS GRANDES, ESTAFAS PEQUEÑAS


Lorenzo Silva+tricornio-Guardia-Civil. Foto by Fénix, ilustración The Monjas. Copyright. Para el ciudadano corriente y moliente, el piernas que se las ve y se las desea para llegar a fin de mes, siempre es una alegría abrir el buzón -buzón físico, el que se abre con una llavecita y tiene sobres dentro- y encontrarse con las cartas que con regularidad diabólica le van remitiendo las grandes compañías con las que tiene relación. ¡Las grandes compañías! ¡Relación! Suena bien; y ese sonido funciona con la misma eficacia que la mantequilla en El último tango en París (quien no haya visto la película que se busque la vida).
El andoba del principio de esta columnita aprovecha el trayecto en el ascensor para rasgar el sobre y encontrarse que este mes le quita de la cuenta la compañía de teléfono o electricidad o gas (¡es la misma!) cincuenta euritos. Como el hombre o la mujer o el hermafrodita va algo apurado -jodidísimo en realidad- se permite la herejía de mirar con detalle la factura, y su temperatura corporal sube varios grados. Ha consumido -pongamos- veinte euros de lo que sea, gas, teléfono o gaitas gallegas, pero lo que van a quitarle del banco será más del doble. ¿Cómo es posible eso? ¿A qué malabarismo mágico se debe? ¿Quienes son esos genios que -como Jesucristo- multiplican los panes y los peces y los euros? Sin duda mentes privilegiadas, entes superiores que se permiten tener en nómina -¡qué vergüenza!- a ex-presidentes del gobierno quienes -natural, oiga- no renuncian por ello a sus bonitas pensiones vitalicias. ¿Y cómo hacer que veinte euros se conviertan en cincuenta? Fácil, palabrería y un poquito de morro: término fijo, potencia contratada, impuesto sobre lo idiotas que son los ciudadanos, y -¡como guinda, humm qué rico!- ahí está el IVA. Bravo, yo tengo que cambiar la camisa que me regalaron los Reyes Magos por comida en el hipermercado, pero al menos me queda la satisfacción de saber que a unos cuantos inútiles les darán unas bonos -pasta repartida al tuntún- que les permitirán comprarse cinco camisas de seda por cada yogurt de marca blanca que me zampe yo. ¡Ética!
Los bancos, grandes "compañías" ellos mismos (¿no estaríamos mejor "solos"?, de vez en cuando mandan un papelito en el que pone: mantenimiento de cuenta: once euros. Claro que los bancos -tienen nuestra pasta y no quieren perderla- si vas a la oficina a reclamar devuelven los euros. Pero ¿quien se molesta? ¿quien tiene redaños después de comerse la camisa que le regalaron en reyes para admitir que es lo bastante pobre y necesita sus once euros? Aparte del tiempo que se pierde; podría aprovecharse arrodillado en una esquina y pidiendo limosna.
A lo anterior -el piernas siempre encuentra un motivo para subir el volumen de su felicidad- se unen “los errores”. ¡Ay, me equivoqué! Anda, si le hemos facturado dos veces los sms que mandó por navidad. Vaya, hemos cobrado por un servicio que no contrató. Pero si se reclama: lo devuelven. Pocos lo hacen. Once euros por un millón de clientes. Good business, oh my God. Y lo que no devuelven nunca los astutos estafadores es la dignidad de quienes -por cojones: nadie piensa siquiera en vivir sin luz ni gas en estos tiempos- contratan sus servicios. ¡Viva la ética!

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos