ERNESTO PÉREZ
ZÚÑIGA,
EXCELENTE
“Hay
épocas, semanas enteras, en que vivo demasiado
lejos de mí, supongo que a todo el mundo le pasa:
uno está entregado al afuera. ¿Quién
puede aguantar mucho tiempo así sin sufrir desequilibrio”.
La frase anterior está escrita en la página
71 de la novela El juego del mono
de Ernesto Pérez Zúñiga
que alienta o inspira esta columna, y la he utilizado
como entrada porque la suscribo plenamente, lo que sucede
a Montenegro, el narrador y protagonista creado por Zúñiga
es lo que me sucede a mí, y no sólo durante
semanas enteras, sino durante meses, los que van desde
octubre hasta junio, desde que hace unos años decidí
montar un taller literario, 3Estaciones,
y poco después una editorial parásita o
paralela al taller. Vivo para afuera, leo por trabajo
y me voy alejando de mí mismo. Por eso, algunos
libros que me parecen previamente interesantes pero densos,
o cuya lectura me da pereza, los voy acumulando en la
biblioteca de mi casi siempre confortable cueva situada
a diez kilómetros del monasterio de El Escorial,
con la promesa íntima de leerlos o al menos bailar
con ellos cuando comience el verano. Pero este año,
entre otras cosas porque tuve que encargarme de un curso
de la universidad complutense precisamente en El Escorial
y a principios de agosto, el verano se me ha escurrido
entre los dedos. Para mayor abundamiento Jorge
Herralde mi hizo llegar al menos dos libros espléndidos,
más en realidad, Houellebecq y
Sorrentino, y fui incapaz de resistir
la tentación de no leerlos inmediatamente. Parecía
que los libros pospuestos durante el invierno se quedarían
sin abrir en la librería, pero... uno de ellos
tenía el lomo verde. Destacaba como una hoja de
lechuga en mitad del océano, que diría Mishima.
Y lo cogí y me reencontré con Ernesto Pérez
Zúñiga, de quien había leído
-con interés- El segundo círculo-
y dejé a Gracián, a quien
leo todo el tiempo, todos los días, sobre el suelo
y elevé hasta la altura de mis ojos El juego del
mono. Me lo bebí en menos de veinticuatro horas.
Pero lo mejor es el regusto agradable e intenso, verde
de algún modo, como la portada y el lomo del libro
editado con mimo absoluto por Alianza Literaria.
El escenario, la Línea junto al peñón
de Gibraltar, es perfecto para una novela de aventuras
y acción. Y hay acción y aventura, y también
hay literatura, porque Pérez Zúñiga
sabe mucho -demasiado pensé la primera vez que
lo leí- de literatura, pero sobre todo lo que hay
tras El juego del mono es un escritor. Hay tan pocos escritores
de verdad... en España no creo que lleguen ni a
los veinte. Un escritor de verdad es, sencillamente, alguien
que tiene algo propio y único que escribir o decir.
Zuñiga lo tiene. Lo he leído o escuchado
y he sentido un orgullo estúpido, apenas lo conozco,
porque otro escritor, español como yo, que utiliza
mi misma lengua, sea capaz de crear un juego que hipnotiza
y es verdad, El juego de mono. Su última novela,
con la piel verde y las tripas bien tensadas, es un lujo
y placer para cualquier lector “con luz”,
que diría él, un libro maduro y poderoso.
En suma: excelente.