JAVIER PUEBLA

                     

EL PELO DE NAIARA

 

 

Es un día de principio de verano o final de primavera. Luz suave y temperatura muy agradable, aunque los relojes marcan ya las ocho de la tarde. León Salgado sale del vestuario y se dirige, sin más ropa que su bañador negro, a la piscina azul de cincuenta metros. Nadar para él es casi una religión: lleva más de quince años haciéndolo prácticamente cada día. Mil metros. Ochocientos si está desganado. Mil quinientos si necesita quemar algún exceso de tristeza o alegría.
Se siente de buen humor: la luz, la temperatura... Saluda con una sonrisa alegre a la chica que mira sin mirar a los nadadores, la chica que debería de saltar al agua y rescatar a quien estuviese en peligro de ahogarse. Hace ya muchos meses que tiene la costumbre de intercambiar algunas palabras con ella. Comenzó a hacerlo un día que vio la nostalgia, el velo de una derrota, en sus ojos inteligentes y rápidos. Le dolió su dolor, y por ello en lugar de entrar en la piscina se sentó junto a ella y la escuchó y habló hasta averiguar cual era el motivo que había adelgazado su mirada y opacado su rostro. Naiara ya había olvidado el dolor la tarde de principios de verano o final de primavera. Estaba de tan buen humor como León. Ambos se sonrieron, cómplices como viejos amigos, y León dijo algo sobre su pelo. Un pelo rubio, rizado, salvaje, con vida propia. Maravilloso. No recordaba haberla visto nunca con el pelo suelto. ¡Qué bonito pelo? ¿Podría tocarlo?
Claro.


Claro; y León se acercó para coger un mechón dorado, acariciarlo con las yemas de los dedos. Entonces sucedió. Lo imposible. El mundo desapareció. No había piscina ni personas ni temperatura ni cielo.... Viajó en el interior de sí mismo hasta la tarde en que acarició el pelo de una mujer por primera vez. Recordó el olor de perfume, la luz que los rodeaba, el viento, la misma sensación de que el mundo se paraba y detenía a su alrededor. Tal vez fueron sólo unos segundos, o quizá cometió León la imprudencia de demorarse un minuto entero, o más; con el pelo -el maravilloso pelo- de Naiara entre los dedos.
En la piscina fue incapaz, algo que jamás le sucedía, de contar los largos que iba haciendo. El tacto del pelo había colonizado sus otros sentidos; hasta el gusto: el agua clorada sabía como un largo, sorprendente e inocente beso. Se sentía sin edad. Sin experiencia. Sin ansiedades ni deseos.

Al terminar de nadar, volvió a acercarse y pedir permiso para tocar su pelo. La melena mágica que le había hecho viajar en el tiempo. Fue Entonces, para intentar compensar de algún modo el regalo portentoso, que le prometió un cuento a Naiara. Sobre su pelo. Pasaron los meses, pasaron dos años, y no lo escribió. Pero cuando coincidía con Naiara renovaba su palabra. El cuento. Y le pedía permiso para volver a tocarle el pelo. Hasta que una mañana de otoño, mientras sus dedos volvían a encontrarse con el cabello rubio y espeso, se le escapó -incontrolable- una frase de entre los labios: creo que estoy enamorado de tu pelo.
No podía demorarlo más, tenía que cumplir ya su promesa. Y escribir para ella: El pelo de Naiara. Este cuento.



 

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Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos