EL LIBRO ELECTRÓNICO NO EXISTE
Este verano, la primera
semana de agosto, me he comprometido a coordinar un curso
en el marco de Los veranos de El Escorial sobre literatura
y nuevas tecnologías. El título, ideado
y elegido por el director del curso, Lorenzo Silva,
es precioso y sugestivo: Escrito en el tablet;
y hace pensar en la inscripción “escrito
sobre el agua” y también en la lápida
sin nombre de un cementerio romano en la que puede leerse:
“Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito
en agua”. La llamada, bien y correcta y suficientemente
llamada, literatura electrónica, tiene mucho en
común como explicaré más adelante,
con el escribir con el agua o sobre el agua. Por supuesto
que para el curso de verano contaremos con creadores y
empresarios cuya fe intenta sustentar la existencia de
lo que se ha dado en llamar, más pretenciosa que
afortunadamente, libro electrónico. Libro y electrónico
son dos palabras que no hacen buena pareja ni aún
intentando utilizarlas como un oximoron.
Un libro es un objeto manso.Si
se deja un libro en un cajón o tirado en el suelo
o en una estantería y luego se olvida su existencia
durante mucho tiempo, larguísimos años,
hasta que un día alguien lo vuelve a encontrar,
el libro se volverá a dejar abrir, leer, desentrañar
o acariciar. Quizá tenga polvo y suciedad, pero
ello no menoscaba en absoluto su condición de objeto,
de objeto manso. Tan manso que tampoco se rebela si le
muerde hasta devorarlo el fuego o lo deshace el agua.
Consulto constantemente libros con más de cincuenta
años de vida, releo con frecuencia los libros de
la colección Contraseñas de Anagrama que
están en mi casa hace más de cuarenta años,
y no necesito actualizar ninguna habilidad ni aprender
técnica alguna para abrirlos, cerrarlos, subrayarlos,
descifrarlos.
Lo que se ha denominado en español, por trasposición
literal del inglés (como tantas veces), “libro
electrónico” no tiene nada de libro. Es cierto
que en la pantalla de una máquina podemos leer
novelas o cuentos u obras de teatro, ensayos, catálogos
y hasta la guía de teléfonos; pero eso no
implica que tengamos libros guardados dentro del ordenador
o el móvil o el lector que sea alimentado por electricidad.
Tendremos novelas y cuentos y catálogos y listas
de empadronamiento, pero no libros. Porque esas palabras
almacenadas en el cerebro robótico no son objetos
-el objeto es la máquina; y nada tienen de pacientes
o mansas. No sólo son las baterías, cuya
vida es un suspiro, sino la quintaesencia del mercado
de las nuevas tecnologías: los
textos que se guardan en un dispositivo electrónico
no son mansos, sino evanescentes, se evaporan...
como agua, como escribir con agua o en el agua.
Ni siquiera los programas que utilizamos los escritores
para componer nuestra obra son capaces de leer textos
gestados en otros ordenadores hace un lustro. Las máquinas
que venden en los hipermercados dicen tener seiscientos
libros dentro, pero en muy poco tiempo no tendrán
nada: ni palabras ni batería, siquiera seducción
y magia como objetos; sólo serán cáscaras
y recipientes huecos.