JAVIER PUEBLA

                     


EL LIBRO ELECTRÓNICO NO EXISTE

Este verano, la primera semana de agosto, me he comprometido a coordinar un curso en el marco de Los veranos de El Escorial sobre literatura y nuevas tecnologías. El título, ideado y elegido por el director del curso, Lorenzo Silva, es precioso y sugestivo: Escrito en el tablet; y hace pensar en la inscripción “escrito sobre el agua” y también en la lápida sin nombre de un cementerio romano en la que puede leerse: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en agua”. La llamada, bien y correcta y suficientemente llamada, literatura electrónica, tiene mucho en común como explicaré más adelante, con el escribir con el agua o sobre el agua. Por supuesto que para el curso de verano contaremos con creadores y empresarios cuya fe intenta sustentar la existencia de lo que se ha dado en llamar, más pretenciosa que afortunadamente, libro electrónico. Libro y electrónico son dos palabras que no hacen buena pareja ni aún intentando utilizarlas como un oximoron.
Un libro es un objeto manso.Si se deja un libro en un cajón o tirado en el suelo o en una estantería y luego se olvida su existencia durante mucho tiempo, larguísimos años, hasta que un día alguien lo vuelve a encontrar, el libro se volverá a dejar abrir, leer, desentrañar o acariciar. Quizá tenga polvo y suciedad, pero ello no menoscaba en absoluto su condición de objeto, de objeto manso. Tan manso que tampoco se rebela si le muerde hasta devorarlo el fuego o lo deshace el agua. Consulto constantemente libros con más de cincuenta años de vida, releo con frecuencia los libros de la colección Contraseñas de Anagrama que están en mi casa hace más de cuarenta años, y no necesito actualizar ninguna habilidad ni aprender técnica alguna para abrirlos, cerrarlos, subrayarlos, descifrarlos.

Lo que se ha denominado en español, por trasposición literal del inglés (como tantas veces), “libro electrónico” no tiene nada de libro. Es cierto que en la pantalla de una máquina podemos leer novelas o cuentos u obras de teatro, ensayos, catálogos y hasta la guía de teléfonos; pero eso no implica que tengamos libros guardados dentro del ordenador o el móvil o el lector que sea alimentado por electricidad. Tendremos novelas y cuentos y catálogos y listas de empadronamiento, pero no libros. Porque esas palabras almacenadas en el cerebro robótico no son objetos -el objeto es la máquina; y nada tienen de pacientes o mansas. No sólo son las baterías, cuya vida es un suspiro, sino la quintaesencia del mercado de las nuevas tecnologías: los textos que se guardan en un dispositivo electrónico no son mansos, sino evanescentes, se evaporan... como agua, como escribir con agua o en el agua.

Ni siquiera los programas que utilizamos los escritores para componer nuestra obra son capaces de leer textos gestados en otros ordenadores hace un lustro. Las máquinas que venden en los hipermercados dicen tener seiscientos libros dentro, pero en muy poco tiempo no tendrán nada: ni palabras ni batería, siquiera seducción y magia como objetos; sólo serán cáscaras y recipientes huecos.

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos