DURO
PEYOTE, EN CONCIERTO
Sucedió
la noche en que los los iPhone se transformaron en pequeños
ataúdes de color blanco, en la noche en la que
todos los IMac parecían mausoleos de plástico
helado, sucedió la noche del día en el que
murió Steve Jobs: Duro
Peyote, tras más de tres años
de trabajo intenso y secreto, ofreció su primer
concierto en el corazón de Mad Madrid,
en un garito cercano a lo Sociedad de autores, ese lugar
que don Teddy Bautista convirtió
en su particular caja del dinero del tío
Gilito. El concierto estaba convocado a
una hora imposible, las nueve treinta de la noche, por
lo que era fácil deducir que no empezaría
hasta las diez ¿y cuarto? Y a las diez y cuarto
llegué, bien nadado, cenado y quizá hasta
recién levantado; pero seguía siendo temprano.
Hasta las diez treinta los músicos no se encaramaron
al mínimo pero suficiente escenario, y cuando Rubén,
El Niño y el Batería
Enmascarado, comenzaron con los acordes del primer
tema, un acústico, sólo estábamos
cinco personas escuchándolos. Veinte minutos después,
claro, no cabía ni un anoréxico en el local
de la cantidad que gente; pero ese primer momento fue...
“la classe”, qu´on dit les françaises.
Podrían haber esperado, pero no; un profesional
si tiene que dar un concierto, hacer un espectáculo,
cantar una conferencia, lo hace aunque todas las sillas
del patio estén vacías excepto una. Y como
ese gesto profesional me ganó y conmovió
e impresionó, saqué una cámara de
video del bolsillo, para multiplicar por dos, al menos
por dos, la cantidad de personas que allí estábamos;
porque una cámara encendida es un espejo (y en
mis manos dos espejos). Supongo que el padrino y protector
del grupo, el dj y excelente ilustrador Montxo
Dixie, subirá los archivos con los temas
a la claud, la nube virtual que cualquier día
estallará y nos ahogará a todos en pixels.
Fue un concierto magnífico; había MUCHO
grupo allí, mucho con mayúsculas (por eso
lo he escrito así), se notaban los años
de trabajo, la profesionalidad y la inteligencia, pero
lo mejor en mi opinión es que no era un montaje
zombi y comercial, sino arte, el intento de poner o exhibir
ante el público una verdad, la de alma de los músicos,
y en particular la del cantante, Rubén, y la del
burbujeante guitarrista, El Niño. Me encanta, y
pasa pocas veces, con muy pocas personas, en muy señalados
momentos, cuando algo o alguien me saca del tiempo, me
deja “colgado en plena pausa” como lo decía
Will More a Eusebio Poncela
en la película Arrebato
de Iván Zulueta. No sé
que hora era cuando regresé a casa, lo hice caminando
tras asistir a una boda estilo las Vegas, Elvis
era el casador, entre dos dibujos de Montxo Dixie que
se habían convertido en realidad para mí;
pero eso fue en otro local, y sería otra historia,
otra columna o crónica, que ahora, empiezo a estar
levemente cansado o aburrido de teclear, no voy a escribir.
Y dudo mucho que llegue a escribirla jamás. Prefiero
utilizar esta frase alegre, solitaria y final
para desear larga vida y éxito a Duro Peyote, agradecerles
su concierto; para mí ya han triunfado: su sonrisa
me hizo bailar.