VICENTE BAOS,
ALGO MÁS QUE UN BUEN MÉDICO
Hace unos días en
uno de esos programas de televisión que nunca sigo,
porque no me interesa el griterío en colorines,
apareció mi viejo e impecable amigo Vicente
Baos. Creo que el programa era La Noria, de Tele5.
Pero esto no trata ni de norias, de burros o motores eléctricos
que las hagan girar, ni de que al lado de Vicente estuviese
sentado uno de mis primeros, y más queridos mentores:
Alfonso Rojo. Esto trata, intentaré,
de la amistad.
Conocí a Baos, Vicente Baos, cuando tenía
dieciocho años. Mis padres habían comprado
un apartamento en una zona pija de la sierra madrileña
y yo juré que jamás pondría los pies
allí; desde entonces es el lugar en el que más
días de mi vida he pasado después de mi
ciudad natal (lo cual me enseña el valor de mis
buenos propósitos y juramentos). Enseguida encontré
un punto de conexión con él: Vicente improvisaba
ritmos con la guitarra y yo improvisaba letras de canciones.
Y nos salía genial, porque -siempre se me ha dado
mal la falsa modestia- eramos buenísimos.
Estudiaba ya derecho, y él medicina, cuando se
me ocurrió junto a un colega de la facultad, montar
un grupo de rock. Tupadre. No, querido lector, no estoy
haciendo referencia a tu progenitor, ese era el nombre
del grupo: Tupadre (de momento no
hay link a uno de mis primeros grupos de rock, pero todo
se andará). Visto con perspectiva eramos el
clásico grupito de la Nueva Ola; la movida es una
expresión inventada a posteriori por los vampiros
mediáticos, encabezados por Francisco Umbral.
Vicente Baos era un compositor buenísimo. Se encargó
del bajo en el grupo. Y yo me apañaba como podía
pegando berridos, y atendiendo al siempre bien nutrido
de “grupis” que tiene cualquier grupo de rock.
Luego estuve años sin verle. Vicente acabó
medicina y yo leyes. Él aprobó el Mir y
obtuvo una plaza en la Seguridad Social, se casó,
tuvo hijos, yo hice una oposición, enredé
cuanto pude en cuantos lugares del mundo me fue posible,
me casé también... Pero no voy a enrollarme
contando su vida y mucho menos la mía, de la que
-indefectiblemente- me veo obligado a hablar demasiado.
Resumiendo, para no aburrir a nadie ni alimentar a los
cotillas: que de un modo natural nos alejamos, y no volvimos
a hacer nada juntos hasta que me dio por rodar una película
-Extraterrestres- en la zona pija de la sierra donde mis
padres habían comprado un apartamento cuando yo
tenía 18 años y le pedí a Vic que
compusiera la música. Fue tan delicioso como siempre.
Tan divertido y -para mí- genial como siempre.
No sé si después de aquella aventura volveremos
a encontrarnos como artistas; ojalá. Porque amén
de los resultados de nuestras creaciones a cuatro manos
lo que sí puedo asegurar de Vicente Baos es que
jamás me ha fallado. Como amigo. Jamás.
Sé y quiero contar
aquí en quien se ha convertido. En un doctor excelente,
un teórico de la medicina y el creador de uno de
los blogs más visitados sobre enfermedades y sus
alrededores. “El supositorio” es su web. Tecleen
las dos palabras en Google y disfruten. Comprenderán
enseguida porque estoy tan orgulloso de mi viejo amigo,
porque le estoy dedicando esta columna. Y porque le llaman
de radios y teles para escucharle opinar. Ah, y también
aprenderán cual es la forma correcta de “calzarse”
un humilde supositorio.