Tendría que pasar
menos tiempo a solas, escribiendo, y soñando despierto,
y más tiempo, más horas, con mi familia.
A mi padre hace poco le dio un mareo y tuve que bajar
corriendo desde mi cueva de la sierra norte hasta la ciudad,
para comprobar que sólo había sido un susto.
Para, al verle, recordar que se hace mayor y no lo aprovecho
cuanto puedo y debo. Que si yo estoy vivo el día
en que él falte le echaré muchísimo
de menos, y que incluso ahora mismo, que lo tengo a unos
minutos de coche o a un golpe de teléfono, ya le
echo de menos.
Tendría que ir a buscar todos los días al
colegio a mi hijo, y no sólo cuando me conviene
y puedo. Cambia tan rápido que cada minuto que
no estoy con él me pierdo algo importante.
Tendría que cuidar mejor de mi mujer, y de mi hermano,
y de mis sobrinos y de mis amigos. ¿Cuánto
tiempo hace que no charlo con Fernando Camarero
o con Achero Mañas o con Carlos
de la Peña? (entre otros muchos, en los
que pienso pero no soy capaz de hacer el esfuerzo de intentar
localizarlos y quedar con ellos).
Tendría que ser más práctico y utilizar
mi energía para ganar dinero, garantizarme una
pensión decente si llego a ello y me jubilo.
Tendría que mirarme la tensión con más
frecuencia, mi médico se aburre de repetirme que
debo de mantener la guardia alta, que tanto mi padre como
mi padre son hipertensos.
Tendría que escribir algo sobre el libro que ha
publicado Enrique Vila-Matas en Seix
Barral (pero eso me lo voy a perdonar, y de momento no
voy a hacerlo).
Tendría que haber ido a la presentación
del nuevo libro de Marta Sanz, Black,
Black, Black que ha editado Anagrama.
Tendría que saber preocuparme siempre más
por los demás que por mí mismo (a veces,
raras veces, lo consigo).
Tendría que comprarme un sombrero nuevo; pero no
siento que lo merezco.
Tendría que dejar de castigarme a mí mismo
al menor pretexto, y aprender a darme premios sin que
mi voluntad se sintiese forzada por ello.
Tendría que regresar al ministerio que dejé
hace diez años y dejar de creer que es posible
vivir de escribir libros, o más exactamente -y
ese era ni sueño- de las rentas de los libros que
ya he escrito.
Tendría que aprender a controlar mi imaginación,
a prohibirla que me seduzca cada diez minutos con sueños
y proyectos nuevos.
Tendría que aceptar que soy pequeño (small)
y que lo más inteligente es esforzarse en seguir
siendo pequeño (small); como Robert Walser.
Tendría que dejar de considerar mi impaciencia
natural como un don y admitir que también puede
ser un defecto.
Tendría que aprender a venderme mejor.
Tendría que aprender a no venderme cuando no lo
necesito ni quiero.
Tendría que hacer más ejercicio y dejar
de fumar por completo (siempre me miento a mí mismo
respecto al número de cigarrillos que consumo cada
día).
Tendría que hacer tres comidas diarias, y a la
misma hora, y no olvidarme porque estoy perdido en el
interior de una novela en la que sólo yo confío
y creo.
Tendría que dejar de alimentar buenos propósitos
y ponerme a realizarlos.
Tendría que terminar de escribir esta oración.
El espacio que tengo no es infinito, ni eterno.
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos