No llevo demasiados años
de “periodista literario”, unos seis. En este
tiempo me he encontrado con gente maravillosa y gente
asquerosa, empresas eficacísimas, mediocres y nulas.
Entre las últimas se lleva la palma, el globo de
oro a la ineficacia, la mala educación y la peor
gestión, una llamada TIPSA. Tipsa, es una mensajería,
cuyo s.a. viene de sociedad anónima y el Tip parece
venir de un chiste de la pareja de Coll (los genialísimos
Tip y Coll). La peor mensajería
que jamás he visto, repito. Con los empleados más
maleducados con los que nunca he tratado. La que consigue
irritar a quienes deben de recibir sus paquetes y la que
probablemente ostente el mayor número de libros
perdidos y no entregados. A mí, en Tipsa, me han
colgado el teléfono. Me han dicho que sólo
reparten hasta las dos y que debo darles un margen como
mínimo de dos horas para que me entreguen los paquetes
que me envían grupos editoriales como Anaya y Mondadori.
Cuando he intentado explicarles que somos una pareja sola
y con un hijo, sin servicio y sin portero en el inmueble
en que vivimos, pero que siempre hay alguien a partir
de las seis de la tarde, me han respondido que me comprendían
perfectamente, que a la telefonista con la que hablaba
le pasaba lo mismo cuando tenía que recibir un
paquete, y que si quería podía pasarme por
Torrejón de Ardoz a recogerlos. Francamente ni
quería ni quiero pasarme por Torrejón de
Ardoz, aunque no tengo nada en contra de esa localidad,
ni a recoger paquetes ni a bailar la muñeira. Hoy,
llego de mi “cueva” en la sierra norte madrileña,
donde estoy enclaustrado trabajando en una novela, y me
encuentro que en el buzón han dejado un trocito
de folio mal cortado en el que ni siquiera figura ningún
teléfono al que se pueda llamar. De hecho ni siquiera
figura el nombre de la empresa, pero sé que es
la empresa -absurda como un chiste de mi amado Tip, ya
digo- porque en mi dirección figura un interrogante
después del número del piso. Marca de Tipsa.
La última vez que hablé con ellos, y logré
tras suplicar y pedirlo como un favor personal que me
enviasen el paquete después de las seis, me dijeron
que no sabían a mi letra. Aunque -y esto les va
a encantar- “en el ordenador sí que tenemos
su letra. Es la C ¿verdad?”. Verdad. Me pregunto
¿Quién contrata a semejantes inútiles
que hacen se pierda el esfuerzo de autores, editores y
jefes de prensa? ¿Será por el precio, o
por desprecio a sus subordinados? ¿Acaso admiran
la ineficacia absoluta, ejemplar, patética y novelesca,
de Tipsa? Les contaba antes que, tras suplicar, conseguí
que se comprometiesen a enviarme un paquete de libros
después de las seis. El mensajero llegó
a las cuatro y treinta y cinco. Así es Tipsa. Se
ha intentando desmontar el servicio oficial de correos
en beneficio de mensajerías privadas. Pero, desmontado
y deteriorado, Correos es cien veces mejor que empresas
como Tipsa; hay otras mensajerías excelentes, MRW
o SEUR, por ejemplo. En Roma los emperadores solían
matar al mensajero. Si yo fuera emperador, o Pepe
Blanco, y esto fuese Roma, Tipsa ya habría
muerto.
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos