Hace sólo un año,
el pasado verano, era raro ver en la piscina o en la playa
leyendo un libro, y que ese libro no fuese uno de los
tres que componen la trilogía Millenium
firmada por Stieg Larsson. Yo no era
ninguno de esos lectores. Los escritores profesionales
desconfiamos de los best-seller, los lectores avezados
desconfiamos de cualquier autor vivo que venda más
de cien mil ejemplares. Pero vi muchas cosas alrededor
de Larsson -por cierto ¿quién le mató?
Hay que ser muy ingenuo para creer en la historia del
infarto accidental- y se me quedó la espinita clavada
en el cerebelo.
Un profesional juzga un
libro sin necesidad de leerlo, le basta con las opiniones
ajenas, hacerle un barrido y sopesarlo con las manos;
los profesionales nos creemos con “poderes”,
seres capaces de juzgar una obra ajena sólo por
su apariencia y peso. A Larsson lo pusieron a bajar de
una mula con calcetines de seda varios de mis colegas,
entre ellos algunos a los que respeto y defiendo -por
principio- siempre. Pero yo había visto...
Había visto muchas cosas, escuchado muchas cosas,
pero sobre todo me impresionó como una chica llamada
Lucía, socorrista del club Canoe donde voy a nadar
a diario, devoraba la obra; fascinada, enganchada, atrapada.
Fue Lucía, el modo en que la vi leyendo, lo que
hizo que la espinita de la curiosidad por Larsson se me
clavase en el cerebelo. Tenía que leerlo yo mismo,
no fiarme de opiniones ajenas por mucho respeto que me
mereciesen quienes las firmaban. Pero esperé. Esperé
a que pasara la tormenta mediática. El entusiasmo
colectivo. Esperé, exactamente, hasta hace cuatro
días. Hace cuatro días le cogí a
mi madre su ejemplar de Los hombres que no amaban
a las mujeres, y hace unos minutos, son las dos y
diez de la noche de un domingo, acabo de terminarlo
Hace cuatro días
ya me impresionó el triple gancho o anzuelo con
el que Larsson atrapa al lector. Un comienzo inteligentísimo
y deslumbrante. El resto era cuestión de ritmo.
Es un clásico que un profesional deje un libro
que ha comenzado bien a las pocas páginas: lo adivina
previamente y deja de interesarle. No ha sido el caso.
La primera novela de Millenium es una sinfonía
fantástica; excelente. Es más, en cuanto
pase por casa de mi madre cogeré el segundo volumen
y el tercero. Eso supondrá postergar nada menos
que al genial Ricardo Piglia, Blanco
Nocturno, en mis placenteras lecturas de verano.
Pero Larsson se lo merece. Por la ambigüedad impresionista
con la que pinta a todos sus personajes importantes, por
su capacidad para mantener el ritmo durante más
de seiscientas páginas, porque me ha hecho disfrutar
como cuando era adolescente y leía en la casa donde
nací, con un flexo y la ventana abierta, las novelas
de Marlowe escritas por Raymond Chandler,
hasta que comenzaba a clarear y me iba a la cama para
que mis padres no me descubrieran. He vivido en Estocolmo,
sentido frío mientras leía tumbado en el
jardín a treinta y cinco grados de temperatura,
y tomado muchas notas. Pero ya afirmo que Larsson es un
escritor espectacular; y nadie va a convencerme de lo
contrario.
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos