RAMÓN PERNAS,
EL ARTISTA DE SÍ MISMO
Había escuchado su
nombre algunas veces, no demasiadas, antes de ver por
primera vez su cara. Fue en Lhardy, el restaurante de
la carrera de San Jerónimo, el lugar donde mejor
se comía en Europa a mediados del siglo XIX, según
“mi amigo” José de Salamanca
y Mayol. El grupo Anaya ofrecía un “cocido
de prensa” con motivo del Premio Ateneo de Sevilla
y alguien, supongo que Miguel Ángel Rodríguez
Matellanes, me dijo: mira, ese es Ramón
Pernas. Vi a un hombre con barba, mirada larga
e impaciente. Me presenté y no me hizo el menor
caso, a pesar de que pronuncié el nombre del más
poderoso de mis valedores; carta que rara vez uso y que
ahora una vez más voy a dejar tapada sobre el tapete.
Sabía ya de él que era escritor y también
el director de Ámbito Cultural del Corte Inglés.
Él no sabía nada de mí y tampoco
mostró ningún interés en saberlo.
Después me lo crucé varias veces, pero me
limitaba a saludarlo, de lejos y por pura cortesía,
porque me pareció un hombre inaccesible. Y hasta
tres o cuatro años después no hablé
largo y desarmadamente con él. Era uno de los días
más tristes de mi vida, me había fallado
un amigo en quien siempre he confiado sin fisuras, y quizá
Pernas notó mi tristeza o desamparo, y se acercó
a mí y me cuidó. No entendí su amabilidad
inesperada, pero la acepté y agradecí. Estábamos
en Sevilla. Apenas una semana después volví
a encontrármelo en la fiesta anual de Planeta en
el palacete que la editorial posee en el Paseo de Recoletos.
Otra vez fue amable, y yo también lo fui con él.
Y vi que aquel tipo no era cualquiera, que se amparaba
bajo el apellido postizo de “el del Corte Inglés”,
para preservar su invisibilidad. Me interesé por
lo que había escrito y pedí a su editor
-uno de ellos- que me mandase alguno de sus libros. Me
dijeron que sí, pero hasta hoy... Los libros que
no son novedades duermen en los almacenes y a los editores
les importa un bledo que desee leerlos un crítico
o periodista.
Sin embargo hace apenas
una semana volví a encontrarme con Pernas; iba
vestido como si le hubiesen dibujado, como si fuera un
personaje de La Colmena que escribió Cela
y filmó Camus. Esa misma noche
alguien me dijo que tocaba el piano. Y que, en efecto,
había salido en la película de Camus. Y
también que su nombre aparecía -como homenaje-
en novelas de Vargas Llosa o Arturo
Pérez Reverte. En ese encuentro hasta
me ofreció trabajo. ¿Estas de coña?
Yo nunca estoy de coña. Entonces me permití
apuntar que, como buen gallego, subía y bajaba
sin que nadie pudiera asegurarlo a ciencia cierta. Yo
no subo y bajo; o subo; o bajo. Y poco después
me confesó su edad: cien años. Entonces
comprendí -en ese momento o quizá más
tarde, en la soledad de mi larga noche, pensando en él-
a qué se dedicaba Pernas, quien era Pernas, Ramón
Pernas. Alguien que se escribe y esculpe y dibuja a sí
mismo sobre la realidad antes que en piedra o papel. Un
artista de sí mismo. Que se transforma en quien,
intuye y quiere y ha nacido para ser. Pianista, escritor,
actor; u hombre invisible protegido por un mantra que
él llama Corte Inglés.