JAVIER PUEBLA

                     

RAMÓN PERNAS, EL ARTISTA DE SÍ MISMO

Alvaro Bermejo, foto bajada de internet modificada por Jack The Monjas para Cambio16 y esta página web.

 

Había escuchado su nombre algunas veces, no demasiadas, antes de ver por primera vez su cara. Fue en Lhardy, el restaurante de la carrera de San Jerónimo, el lugar donde mejor se comía en Europa a mediados del siglo XIX, según “mi amigo” José de Salamanca y Mayol. El grupo Anaya ofrecía un “cocido de prensa” con motivo del Premio Ateneo de Sevilla y alguien, supongo que Miguel Ángel Rodríguez Matellanes, me dijo: mira, ese es Ramón Pernas. Vi a un hombre con barba, mirada larga e impaciente. Me presenté y no me hizo el menor caso, a pesar de que pronuncié el nombre del más poderoso de mis valedores; carta que rara vez uso y que ahora una vez más voy a dejar tapada sobre el tapete. Sabía ya de él que era escritor y también el director de Ámbito Cultural del Corte Inglés. Él no sabía nada de mí y tampoco mostró ningún interés en saberlo. Después me lo crucé varias veces, pero me limitaba a saludarlo, de lejos y por pura cortesía, porque me pareció un hombre inaccesible. Y hasta tres o cuatro años después no hablé largo y desarmadamente con él. Era uno de los días más tristes de mi vida, me había fallado un amigo en quien siempre he confiado sin fisuras, y quizá Pernas notó mi tristeza o desamparo, y se acercó a mí y me cuidó. No entendí su amabilidad inesperada, pero la acepté y agradecí. Estábamos en Sevilla. Apenas una semana después volví a encontrármelo en la fiesta anual de Planeta en el palacete que la editorial posee en el Paseo de Recoletos. Otra vez fue amable, y yo también lo fui con él. Y vi que aquel tipo no era cualquiera, que se amparaba bajo el apellido postizo de “el del Corte Inglés”, para preservar su invisibilidad. Me interesé por lo que había escrito y pedí a su editor -uno de ellos- que me mandase alguno de sus libros. Me dijeron que sí, pero hasta hoy... Los libros que no son novedades duermen en los almacenes y a los editores les importa un bledo que desee leerlos un crítico o periodista.

Sin embargo hace apenas una semana volví a encontrarme con Pernas; iba vestido como si le hubiesen dibujado, como si fuera un personaje de La Colmena que escribió Cela y filmó Camus. Esa misma noche alguien me dijo que tocaba el piano. Y que, en efecto, había salido en la película de Camus. Y también que su nombre aparecía -como homenaje- en novelas de Vargas Llosa o Arturo Pérez Reverte. En ese encuentro hasta me ofreció trabajo. ¿Estas de coña? Yo nunca estoy de coña. Entonces me permití apuntar que, como buen gallego, subía y bajaba sin que nadie pudiera asegurarlo a ciencia cierta. Yo no subo y bajo; o subo; o bajo. Y poco después me confesó su edad: cien años. Entonces comprendí -en ese momento o quizá más tarde, en la soledad de mi larga noche, pensando en él- a qué se dedicaba Pernas, quien era Pernas, Ramón Pernas. Alguien que se escribe y esculpe y dibuja a sí mismo sobre la realidad antes que en piedra o papel. Un artista de sí mismo. Que se transforma en quien, intuye y quiere y ha nacido para ser. Pianista, escritor, actor; u hombre invisible protegido por un mantra que él llama Corte Inglés.

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos