JAVIER PUEBLA

                     

Luis Alberto de Cuenca,
poesía negra

Alvaro Bermejo, foto bajada de internet modificada por Jack The Monjas para Cambio16 y esta página web.

 



Es de noche. Ciudad de Getafe. He dejado el Volvo aparcado encima de una acera. La cercanía compensa el riesgo. Camino deprisa. Vengo de Mad Madrid donde el tiempo gusta -burlón- de echarse encima de quienes allí vivimos. Llego en un minuto a mi destino. Un teatro que conozco y me parece apolillado, pero la noche hace su magia y hoy es un lugar vivo. Perfecto. Perfecto para el acto que se va a celebrar. Un poeta, mi predilecto, va a ofrecer una lectura o recital o performance en el marco del festival de novela policíaca Getafe Negro. Me siento en la primera fila. A Luis Alberto, LAC como le suelen llamar en la prensa y que es un acrónimo precioso para utilizar en un libro negro, le presenta Tacha, que es la nieta de José Hierro. Pero enseguida se queda solo. Solo en el escenario negro. Más blanco su rostro que el cuervo blanco gigantesco que decora el telón de fondo. Solo con sus libros y poemas. Acompañado de sus libros y poemas; y de esa memoria extraña que le permite olvidar acontecimientos pero jamás uno de sus versos. Es tarde para él. He oído que antaño fue animal nocturno pero ahora es voluntaria y decididamente diurno. Su cara blanca está cansada. Hasta que empieza a hablar. El alma no sabe de cansancios. Cuenta una historia o trama novelesca que le servirá para ensartar como un hilo las cuentas negras con las que formará el collar de las Lolas negras. Una beca que no le fue concedida cuando era casi un niño. Un hombre muy joven para no escribirlo de modo paternalista. La idea era adaptar textos en prosa. Convertir prosas en poemas. Las prosas eran las Lolas negras. Los poemas son las Lolas negras. Nueve. Si le hubiesen concedido la beca habría cincuenta o sesenta Lolas negras, pero sólo hay nueve. Nueve milímetros parabellum. Perfecto de nuevo. Negro y perfecto. Creo que detrás de mí no hay demasiado público. Peor para quien no estuvo. Tanto peor para ellos, que diría un francés. Filmo -sin levantarme del asiento- la liturgia. Negra liturgia. Luis Alberto de Cuenca improvisa. Ya no está cansado. Parece solo, en su biblioteca de poder de la calle Don Ramón de la Cruz. Un creador solo pensando en voz alta. El público es un voyeur que asiste a un crimen. Ya no es de noche pero tampoco es de día. Las Lolas negras disparan y sangran y bailan y se dejan acariciar por ropa interior verde. Suenan aplausos. Tanto Lorenzo Silva como yo jugamos a público feliz y curioso. Hacemos preguntas. Pocas. Luis Alberto vuelve a estar cansado. Estoy allí porque he prometido llevarle a casa. Porque sabía que estaría fatigado y no hay mejor guía y protector en la noche de cualquier ciudad que el jamás modesto escritor Javier Puebla. Por eso he aparcado sobre una acera. Para que Luis Alberto no tuviese que andar. Viajamos hasta Mad Madrid en el vetusto Volvo que me ha cedido mi padre. La conversación es inolvidable. No tengo espacio para escribirla. Ni espacio de voluntad de hacerlo. Lo dejo en su casa. Una llave entrando en la cerradura de un portal negro. Arranco y con el sabor de una velada irrepetible, acelero y me pierdo.

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos