YO QUIERO SER
LA NOVIA DE CASILLAS
A mí nunca me ha
puesto el fútbol, soy un pobre diablo al que le
entretiene más una novela, incluso una novela,
que un partidazo del mundial. ¿Qué se le
va a hacer? Ni siquiera Jack Lemmon era
perfecto. Yo entiendo que sería mucho más
feliz, una persona normal, un tipo como Javier
Marías o Juan Carlos I,
que disfruta viendo a once tíos en calzoncillos
desarrollar una fascinante estrategia con la única
ayuda escénica de una porquería de balón;
perdón. Pero como aunque soy mucho menos listo
de lo que me creo tampoco llego a la categoría
de lerdo del todo, e intuyendo que me perdía algo
por culpa de alguna tara genética o similares,
cuando comencé a buscar a la mujer de mi vida -la
encontré- intuí que ella podría enseñarme,
hacerme comprender donde está la gracia, el arte,
la lección de vida que indudablemente esconde el
fútbol. En nuestro primer año de novios
se celebró un mundial, o una copa de Europa (no
sé bien), y mientras ella mi chica, mi tortolita
vaciaba cerveza tras cerveza y gritaba ¡España,
España, España! y ejecutaba danzas
modelo sioux de discoteca cada vez que España,
su selección, metía un gol, yo estaba en
la butaca de orejas de al lado sin comprender nada, con
una novela en la mano -Dios mío, que vicio, Dios
mío, ya decía mi alumno Ángel
Arteaga que leer tanto no puede ser bueno. Acabé
aceptando que yo era un bicho raro, un bípedo letra-adicto
expulsado del paraíso divino, y ya me había
dado por vencido cuando sucedió que al expatriarme
-el Gobierno de España precisamente- para darme
el mando de la Oficina Comercial de la Embajada en Dakar
comencé a sacarle el gustillo a ver a las once
en calzoncillos, porque tras la apariencia de un juego
se escondía la deliciosa posibilidad de insultar
al equipo contrario y cagarse en la madre del arbitro
hasta vaciar las entrañas: hay que ver lo que desahoga
cagarse en la madre de un tipo que no conoces de nada
y te importa un bledo. Pero, ay, al regresar de África
volví a perder la afición.
Y ahora de nuevo tengo a mi rubia futbolera con la cerveza
en la mano, gritando España, España y ejecutando
danzas sioux discotequeras con los goles... y yo con mi
novela como un gilipollas. Me entero de algunas cosas
porque ella me cuenta. Y, de lo que me ha contado, lo
que más me ha impresionado es “lo de la
novia de Casillas”. Veinticinco tacos y
cobrando un millón de euros anual por hacer comentarios
tan sosos como la merluza hervida y aparecer en pantalla
de vez en cuando. Yo a los 25 había publicado 4
libros, pero hasta los 26 no tenía ni trabajo fijo.
Los futbolistas aún ganan más pasta que
“la novia”, claro; pero a esa superpasta no
pueden aspirar porque no hay ninguna chica jugando el
mundial, y además los Raúles,
Gentos y Cruyfts se
destrozan físicamente forzando la máquina
del cuerpo y recibiendo leches por todas partes. Lo que
mola, lo que a mí me gustaría y parecería
suficiente, es cobrar ese millón al año
sin sudar ni correr ni jugarme los tobillos. En suma que,
confieso, me encantaría ser yo la afortunada chica
de provincias. La novia. La novia de Casillas.