No sabía que el primer
ganador, en la modalidad de Narrativa, de los premios
CULTURA VIVA, fue Miguel Delibes.
No lo supe hasta que, subido o aupado al escenario del
Teatro del Bosque, en Móstoles, el presidente de
Cultura Viva, Ángel Lozano, mencionó
su nombre. Me sorprendió y gratificó descubrir
que el premio que me iba a recibir me emparentaba con
Delibes, con su luz limpia. Y se lo agradecí. A
Delibes. Como agradezco me nominase Luis Alberto
de Cuenca, quien jamás falla como amigo,
y además es mi poeta favorito: le tengo siempre
-junto a Baltasar Gracián- en
mi mesilla de noche.
Es la segunda vez -y lo que voy a escribir sonará
extraño- que recibo una señal de Miguel
Delibes después de su muerte. La primera me llegó
cuando estaba en La Herrería de El Escorial y me
llamaron de la agencia Colpisa para preguntarme cual era
mi opinión sobre la obra de Delibes. Opiné,
claro. Pero cuando lo hice aún no sabía
que Delibes había muerto. Como no sabía
que Delibes había ganado el Premio de Narrativa
Cultura Viva hasta que estaba en el escenario y a punto
de recibir el premio Cultura Viva de Narrativa yo mismo.
En La Herrería, cuando Delibes murió, estaba
recogiendo leña para mi chimenea, y después
de recibir la llamada me encontré una planta en
un tiestito: planta que conservo, e intentaré seguir
conservando: era una margarita de la variedad "crisantemo".
En Móstoles no hubo
planta, no en un tiestito, pero sí una escultura
y -sobre todo- la alegría y el orgullo de mi familia
(dichas que pocas veces puedo proporcionarles desde la
difícil situación en la que me he colocado
al convertirme en escritor profesional). Y por la noche,
ya solo y a eso de las tres o las cuatro, noche cerrada,
me pregunté que podía querer Miguel Delibes
de mí, ¿por qué me mandaba señales?
Miguel Delibes se apartó voluntariamente de la
vida literaria. La vida literaria...
Veo mucho sufrimiento en
la pequeña vida literaria española. Sufrimiento
y falta de lealtad. Hablo con mi editora, en Algaida,
Grupo Anaya, la divina Charo Cuevas -se
merece una columna para ella sola- y me cuenta como le
duele el hombro y el brazo derecho a causa de las horas
pasadas ante el ordenador; noto en su voz que no le llega
apenas la energía para cuidar a todos sus autores.
Pero también veo el sufrimiento de escritores como
Pedro de Paz, a quienes cuesta comprender
-a mí también me cuesta- la falta de lealtad
que arrasa y envilece el mundillo literario.
En mi mesa de novedades,
los libros que me van llegando de autores y editoriales,
veo ahora mismo El menor espectáculo del mundo,
de Félix J Palma, y no puedo leerlo,
me asalta una especie de arcada, al ver que lo ha editado
con “otro editor” y no con Algaida, con Matellanes.
Félix J Palma no existiría sin Miguel
Ángel Matellanes. Félix me simpatiza,
me gusta como escritor, pero -repito- no existiría
sin Matellanes. Como Vila Matas no existiría
sin Herralde. Aunque la falta de lealtad
va en doble sentido: también los editores abandonan
a sus autores.
A Delibes, no le sucedió; al menos que yo sepa.
Ni abandonó ni fue abandonado. Quizá esa
sea una de las grandes lecciones que nos dejó el
maestro: ni abandonar ni permitir que nos abandonen. No
sé como era en su época, pero es algo muy
difícil de lograr en estos tiempos. Aunque no por
ello pienso dejar de emplear lo mejor de mi energía
para intentar lograrlo.
POST SCRIPTUM: He vuelto
a encontrarme con Delibes; con su espíritu. En
el número 50 de CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO
está Miguel Delibes en la portada. Pero dentro
del número 50... estamos los dos juntos. No sólo
hay una entrevista de seis páginas y muchas fotos,
que me hizo Elena Sánchez Rosillo, sino que además
aparece mi foto en otro artículo sobre el Ateneo
de Valladolid. Y ya se me ha ocurrido una idea de lo que
podría querer Delibes de mí; si acierto
pienso hacerlo genial: ha elegido al hombre perfecto para
la misión. Un toque en el ala del sombrero desde
este mundo asfaltado tan alegre como triste, don Miguel.
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos