LA CHICA DE ORANGE
En general me encantan los
tiempos modernos, la época en la que me ha tocado
vivir; pero hay un matiz que me resulta desagradable y
tristísimo, torpe aunque haya sido creado por la
astucia: el intento de las grandes empresas por suprimir
el factor humano. Sin duda la idea de suprimir el factor
humano, de que cuando queremos algo de la compañía
telefónica o de seguros o de cualquier otra, nos
atienda cada vez una persona diferente, que además
suele negar su pertenencia a la compañía
(y con razón, pues trabaja para una sub-contrata),
se inspira en una frase tan famosa y aceptada como estúpida:
nadie es imprescindible. Mentira.
Cualquiera es imprescindible,
y al cambiar a cualquiera se produce siempre una alteración
en el todo, en el conjunto de la máquina. En cualquier
caso el hecho es que ya resulta imposible contactar con
Luisa, Rodolfo, María Rosa o Alejandra cuando llamamos
a un teléfono para intentar que nos expliquen algo
o -qué risa les debe de dar- pretendemos hacer
una reclamación. El teléfono lo atiende
primero una máquina, lo que nos sitúa en
condición de desigualdad a no ser que quien llame
sea un usuario muy avanzado de la informática y
haga a su vez que sea una máquina que llame a la
compañía de turno; no suele ser el caso.
En la medida de mis pequeñas, humildísimas,
posibilidades lucho contra esa tendencia maquinista y
tramposa, e intento establecer el contacto humano incluso
con los controladores de la hora en la ciudad donde vivo,
a los que cambian cada semana para que no entablen una
relación personal con los usuarios, clientes, del
servicio de aparcamiento pagado. Sé que son batallas
perdidas, que normalmente no volveré a ver a la
señora con cara de cansada que está vigilando
los tickets situados tras los cristales de los automóviles;
aunque me aprenda su nombre, y escuche sus problemas personales.
Pero aunque son batallas perdidas las libro en cada ocasión
con lo mejor de mi energía, por una sencillísima
razón: me mantienen en forma, listo para la lucha.
Hace poco cambié de compañía telefónica.
Lo he cambiado todo: teléfono fijo, terminales
móviles... Y para hacerlo he elegido como nueva
compañía a Orange; pero no he elegido a
Orange porque piense vaya a ser mejor que otra. Lo he
hecho por el factor humano. Por Cristina, la chica de
la sucursal de la Avenida del Mediterráneo. La
conocí hace meses, para preguntarle sobre la conexión
a internet a través de un “pincho”
(se llama así al aparatito que se conecta al ordenador
enchufándolo a una ranura rectangular denominada
puerto USB). Me pareció amable, me pareció
que hacía su trabajo lo mejor posible, lo más
humanamente posible a pesar de estar imbricada en una
estructura por definición deshumanizada. Semanas
después, no había olvidado su nombre, pasé
a saludarla y le regalé una de mis novelas. Y hace
días la visité para realizar los cambios.
No voy a enfadarme con Cristina si Orange funciona mal
o me hace “picias”. No quiero que me resuelva
los problemas. Me basta con saber que existe. Que puedo
ponerle a Orange una cara. La cara de Cristina. La chica
de Orange.