Acabo de cerrar la más
reciente novela de Lorenzo Silva, La
estrategia del agua. No he querido escribir, como habría
sido más sencillo y habitual, “la última
novela de Lorenzo Silva”, porque estoy convencido,
y así lo deseo como lector y como amigo, que después
de esta vendrán muchas más. Aún estoy
bajo la impresión del magistral capítulo
con el que cierra el libro. Magistral o ejemplar son dos
calificativos que también se pueden aplicar al
conjunto.
La historia que nos cuenta Lorenzo Silva en La
estrategia del agua es absolutamente actual y tan verosímil
que se podría pensar se ha inspirado en un caso
real. El brigada de la guardia civil Rubén Bevilacqua,
desencantado del mundo en general y de las grietas por
las que a la justicia se les escapa el agua sucia, se
ve obligado a enfrentarse a un caso de asesinato que,
en un principio, le interesa menos que cero. ¿Para
qué atrapar asesinos si luego abogados astutos
y jueces que no están a la altura de su responsabilidad
los dejan de nuevo en la calle? Sucede, sin embargo, que
Bevilacqua descubre un paralelismo inquietante entre la
vida de la víctima y la suya propia. E intuye que
si desvela la trama que ha acabado con la existencia de
su mellizo moral de algún modo quien podrá
resucitar, volver al mundo, será él.
La novela, entretenidísima, fácil de leer,
como el agua que aparece en su título, es una película
minuciosa y dinámica de nuestra realidad de ahora
mismo: las mafias europeas, las leyes de protección
de la mujer que permiten a las que no tienen escrúpulos
utilizarlas como armas en lugar de como escudos, la velocidad
de las comunicaciones, y la lentitud y profundidad de
los sentimientos. En apariencia todo ha cambiado en nuestro
mundo, en esencia los valores siguen siendo los mismos;
y como siempre ha sucedido son muy pocos quienes los respetan
o defienden.
Nada me extrañaría que La estrategia del
agua acabara aupándose al número uno de
las listas de los libros más vendidos. En ella
se encuentran todos los componentes que pueden convertir
a un libro en un gran éxito comercial: diálogos
chispeantes, una trama que no suelta al lector en ningún
momento, y una galería de secundarios perfectamente
dibujados y animados por una prosa ágil y mágica.
Pero el libro es mucho más. Cierto que puede leerse
superficialmente, pero no menos cierto que aún
así a quien lo lea le quedará un poso, y
un peso, que le obligará a pensar al menos un instante,
a replantearse algunas cosas sobre su propia vida o sobre
como juzga las existencias de quienes trata y conoce.
Esa es una virtud que sólo poseen los libros, las
obras de creación, verdaderamente buenos. Desde
El Quijote hasta El largo adiós, pasando por El
poder y la gloria, Moby Dick y algunos otros. Magistral
es lo que es capaz de enseñarnos algo. Ejemplar
es aquello que nos muestra una vía o camino a seguir.
Y ambas cosas, por eso he titulado así esta columna,
las materializa la novela más reciente de Lorenzo
Silva. Pero también él. Estratega impecable,
capaz de ser duro como el hielo o sutil como las lágrimas.
Pureza de agua.
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos