Desde que me dedico, en
cojones y alma, a la literatura y su estratosfera: la
vida literaria, ya no leo igual. Demasiados amigos o editores
-alguna vez coinciden ambas condiciones- me pasan obras
para que hable o, más precisamente, escriba sobre
ellas, y al final son más de las que puedo leer,
y sobre todo son más de las que puedo disfrutar.
He decidido cambiar esa situación. Excepto a Anagrama
le he prohibido a todas las editoriales que me manden
cuanto editan, aunque yo no tengo ningún empacho
en tirar libros a la basura, y ya sólo me envían
ejemplares cuando los pido de modo inequívoco y
concreto. Aún así, y a pesar de la ineficacia
de alguna mensajería cuyo nombre no merece la pena
mencionar, siguen llegando demasiados libros a mi agradable
despacho. Soy un hombre amable -no necesito ponerme guantes
de seda para que el tacto de mis dedos sea suave- y cuando
un joven autor, de cualquier edad, me pide que lo lea...
yo lo leo. Pero sería estúpido descontentarme
a mí mismo para siempre y sin remedio para contentar
a otros durante un pequeño momento. Por lo tanto
a partir de ahora volveré a visitar librerías,
hablaré de libros por los que haya pagado o estaría
dispuesto a pagar. Recuperaré el placer de leer.
Por fortuna, la ingenuidad como lector no la he perdido
nunca; tampoco la ingenuidad como persona a pesar de que
ya llevo más de medio siglo bailando con dioses
y diablos sobre la faz de la tierra.
Ishiguro, uno de mis autores favoritos antes de que me
convirtiese en escritor profesional, me ha ayudado a dar
el primer paso para recuperar al lector -pasional- que
fui y quiero volver a ser. Ishiguro sólo escribe
novelas; esta es la primera vez que se desmarca y se marca
un libro de relatos. Un libro magnífico, como todos
los suyos, titulado Nocturnos, y subtitulado : Cinco historias
de música y crepúsculo. Lo he disfrutado
muchísimo. No es tan brillante, tampoco lo esperaba,
como Las sobras del día (The remains of the day),
pero es Ishiguro, que escribe con la misma facilidad natural
con la que bailaba Fred Astaire. Para quienes no lean
cuentos diré que, en realidad, lo que ha escrito
Kazuo -uso su nombre de pila para no repetir más
su apellido (la manía tonta de los escritores de
no machacar una misma palabra)- no son sólo cinco
cuentos. Es una novela. Quizá los “remains”
de una novela, las sobras de una novela que por algún
motivo -que intuyo- no ha querido terminar como tal. En
todos los capítulos o relatos subyace el conflicto
moral de un hombre que se siente joven y quiere una nueva
mujer, más joven que la que tiene, con él.
A todos los creadores les sucede, y cuando les sucede
producen una obra especial, diferente a las anteriores,
y normalmente superior a las que vayan a venir después.
Se puede constatar perfectamente en la obra de Georges
Remi, que creó Tintín en el Tibet tras separarse
de su legítima para mezclarse con su sueño
de juventud. Si mi intuición es certera deseo suerte
a Kazuo, y me atrevo a sugerir a sus lectores que buceen
en estos Nocturnos con la inteligencia en guardia y relajado
el corazón.
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos