Tiene algo de personaje de ficción. No, tiene “mucho”
de personaje de ficción, Paco Balbuena.
Nadie conoce su edad exacta, ni su ocupación exacta,
ni su filosofía exacta. Aparece y desaparece como
si tuviese la capacidad de hacerse invisible a voluntad.
Pero en el mundillo literario patrio nadie duda de que
Paco escribe mucho, muchísimo. Se presenta a todos
los concursos de novela habidos y por haber, que a veces
gana, y otras veces se queda a un milímetro del
ganador. Es capaz de escribirse un novelón de mil
páginas en un año, y a pesar de que su obra
publicada es numerosa aún más nutrida -cuenta
la leyenda- es la inédita. Lo conocí gracias
a mi amigo el periodista de La Voz de Madrid, Arturo
Briz, en la librería Estudio en escarlata,
donde mi viejo colega Art presentaba un libro oscuro y
nervioso sobre la ciudad que ambos llamamos Mad
Madrid. Iba en compañía de
su ángel de la guarda más habitual, Javier
Vázquez, y tuve que mirarlo -a Balbuena-
varias veces, para decidir si era así o iba disfrazado.
Decidí que iba disfrazado, que el bigote era postizo,
los gestos y la sonrisa algo mesiánica eran un
trabajo de actor; y lo guardé como una bala en
la recámara de mi memoria. No muchos días
después apareció ante mí, y desapareció
segundos después, en la fiesta anual que con motivo
de la Fiera del Libro se celebra en el palacete
del grupo Planeta. Esta vez lo fotografié, y puse
nombre y apellidos a la imagen al pasarla a los desvanes
del ordenador. Le escuché leer un discurso, que
era pura novela, cuando ganó el premio Río
Manzanares con El jardín de ajenjo. No
me leí el libro entero, porque allí no estaba
el Balbuena que yo había visto disfrazado de Paco
Balbuena en un bar esquinero el día que nos conocimos.
Pero cuando ganó el siguiente premio, el Ciudad
de Getafe de novela negra, con una obra que estaba escrita
al modo de twiter -ninguna entrada supera los 140 caracteres-
y que tenía un título brillantísimo,
Ningún perro vive tanto, esperé
un ejemplar con impaciencia, me lo llevé a mi cueva
de El Escorial y lo devoré hasta repelar los huesos.
El ritmo, tan pegadizo como el de los poemas de su camarada
Javier Vázquez, y sobre todo las cosas que se atrevía,
se atreve, a decir, me obligó a quitarme el sombrero.
¿Por qué a los negros los alimenta todo?
¿Echó más polvos Simenon que novelas
escribió? ... son sólo un par de muestras
que recuerdo y cito sin exactitud ninguna mientras escribo
esta columna; y son de las más suaves. El libro
lo ha editado Edaf, y se lo recomiendo a los amantes de
la literatura -dicen los entendidos que en España
hay unos setecientos, pero probablemente exageran. Se
lo recomiendo también a las personas que gustan
de hacerse pasar por entendidos en literatura, cuya cifra
multiplica por diez -de nuevo exagerando- la anterior.
Y no se lo recomiendo a cualquiera, porque el brillo de
Balbuena no es para cualquiera. Y aunque quizá
“ningún perro viva tanto” es evidente
que Balbuena, real o personaje, vivirá en la historia
de la literatura para siempre siempre siempre. Guau.
Carpe
diem, visitante nº
Que los hados guíen tus pasos