JAVIER PUEBLA

                     
La incomparable Julia Uceda, apoyada en el caballeroso brazo de Diego Valverde

SALEM:
CAMINO DE IDA

Lo lleva tatuado en el brazo. El título de su novela. De su novela traducida al francés. Favorita para el premio más importante de novela negra en el país galo. Camino de ida. Aller simple. Suena mejor en francés que en español, aunque no sepas ni comprendas demasiado bien el francés. Solo ida. Como la vida, al menos el trecho o fragmento de vida que yo conozco, del autor de “Aller simple” de “Camino de ida”, Carlos Salem, el escritor nacido en Argentina no sé cuando y afincado en España desde tampoco sé cuando.
Salem se consiguió colar en el cerradísimo mundo de la literatura española a través de un hueco que abrió desde IMPAR, una revista para solteros y divorciados que prácticamente hacía él entera y que tenía nada menos que ocho páginas en cada número dedicadas a los libros. Ocho páginas que dependían de la voluntad de Salem. Trató con generosidad e inteligencia (sólo hablaba de autores buenos) a muchos; pero estábamos en España y la generosidad suele pagarla el español hinchándose como un globo y convenciéndose a sí mismo que la merece por méritos propios, que sólo le dicen la verdad que merece su genio.
Salem no estaba dentro pero había abierto un hueco, un pequeño agujero, como los de las zapatillas transpirables Geox. Y luego abrió otro. Otro agujero. Y sus Geox, sus zapatos, sus libros, comenzaron a respirar. El Bukowski Club, un pub en Malasaña en la que se hacían “jam sessions” de poesía, relatos cortos o lo que fuese. Un lugar en el que tantos escritores alcohólicos podían tomarse alguna copa más de las que pagaba. De la mano de uno de los habituales, Gonzalo Torrente Malvido llegó al programa Las Noches Blancas de Fernando Sánchez Dragó; pero antes había conseguido lo más importante: una editorial dispuesta a apostar por él. No se trataba Planeta, ni Alfagura, ni siquiera de Maeva o Roca. Era una editorial más pequeña, pero de una eficacia y voluntad perturbadoras: SALTO DE PÁGINA. Y Salem saltó. Saltó al ruedo pequeño y cerradísimo de la literatura española. Quizá se podría haber ahogado allí, pero le salvó el ser argentino de origen, la capacidad de comprender Europa como una unidad. Se salvó del mismo modo que a los escritores españoles de postguerra les salvó la censura de Franco. Viajó a Francia. Encontró a una editora, cuyo nombre ahora mismo no recuerdo, y fue traducido al francés. Entonces sí. Entonces los ojos de críticos y lectores y editores se abrieron fascinados, como sucede siempre en España cuando algo viene refrendado desde fuera; a veces de Inglaterra o Alemania, pero casi siempre desde Francia. Y ahora ahí está. Ahora Carlos Salem ya existe. Y no sólo existe, sino que su cabeza siempre cubierta por un pañuelo, preferiblemente negro, ha sido vista en televisiones, revistas y periódicos. Su cabeza cubierta y su brazo tatuado. Ojalá gane el prestigioso concurso francés. Aunque casi da igual. Porque ya lo ha conseguido. Está dentro. Y ha luchado tanto y tanto que no va a dejar que le echen. Matar y guardar la ropa, otro de sus títulos. Y Pero sigo siendo el rey. Larga vida a Salem. Larga vida al rey.

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

Javier Puebla-La inutilidad de un beso. Segunda entrega de LA TRILOGIA DE EL TIGRE. Kafkiana, rara y -quizá- hasta genial.

Javier Puebla

Javier Puebla firmó la primera obra de mister Frederic Traum. Al parecer tiene amigos bastante poco recomendables

   
   
       
Carpe diem, visitante nº Que los hados guíen tus pasos