Mariano Antolín
Rato,
lobo viejo
Tenía veinticuatro
años y estaba a punto de publicar mi tercer libro,
AQUEL ANCIANO PÁJARO, cuando conocí a Mariano
Antolín Rato. Su mujer, María
Calonge, me había encargado gracias a la
intermediación de Eduardo Haro Ibars, la confección
de uno de los célebres libros de la colección
de rock de su editorial: Júcar. Júcar, por
aquel entonces era un punto de referencia absoluto, no sólo
por la colección, buenísima, de pop-rock,
sino porque era la única que publicaba al irrepetible
William Burroughs. Pero junto al autor
de YONQUI o EL ALMUERZO DESNUDO, había un nombre,
uno solo, de un autor español; ese hombre, ese nombre,
era Mariano Antolín Rato, y su obra, tan mítica
entre los jóvenes que luego nos quemamos como turba
en el fuego de “la movida”, se llamaba CUANDO
CUANDO 900 MIL MATCH APROX. Por aquel entonces yo ya conocía
a mucha gente: escritores, pintores, cineastas y artistas
varias, seres que nada tenían que ver con el mundito
burgués en el que me había tocado nacer. Pero
me impactó conocer a Antolín Rato. En primer
lugar “parecía un escritor” (a los 24
las apariencias importan). En segundo lugar, lo era; era
un escritor. El primero que tuvo la generosidad, y el descaro,
de darme un consejo cuando le conté que en mis columnas
o críticas literarias de Diario16 (suplemento Disidencias)
a veces se colaba alguna errata porque YO (y pongo yo con
mayúsculas porque en aquella época era así
de imbécil y me creía nacido en mayúsculas)
ESCRIBÍA DIRECTAMENTE. “Yo también”,
respondió Mariano, “pero luego vuelvo a pasarlo”.
Tardé cinco años en seguir su consejo, pero
sin él no sería quien soy.
No volví a ver a Antolín Rato hasta la pasada
Fiera del Libro. Firmaba a mi lado. Ambos en la caseta de
Anaya. Le prometí leerle y una columna; y mi intención
era leer los 4 libros que ha publicado con Alianza, pero
del encargado de prensa, Raúl García
-y después de casi amenazarle (sin casi)- sólo
conseguí un libro. El último. LOBO VIEJO.
Me encantó. Me encantó como Antolín
Rato, a quien se conoce como quizá el mejor traductor
actual del inglés americano al español (sus
versiones de Richard Ford hasta mejoran
al mayor escritor vivo norteamericano), conseguía
mantenerse fiel a sí mismo, como se desdobla en el
traductor García y el escritor Rafael Lobo para contarnos
como huele y suena y arde su propia vida. Y ya de paso,
por empatía o reflejo, la mía. En la novela
subyace un largo y constante homenaje a un poeta maldito,
que entiendo no puede ser otro que Eduardo Haro
Ibars, a quien él llama David Rey, y que
fue, lo cuenta Antolín Rato y yo también lo
sé, un hombre-bala, un tipo que se disparó
a sí mismo dispuesto a reventar cuanto se cruzase
en su camino porque estaba dispuesto a pagar el precio:
consumirse o gastarse, como una bala, a sí mismo.
Antolín Rato ha sido más listo o duro que
Haro Ibars. Se ha administrado a sí mismo con inteligencia,
despacio. Y ahora, viejo como adolescente pero aún
joven como escritor, se permite hacer libros como los sólo
puede hacer él; carne de su carne y sangre de su
sangre. Aullidos de LOBO VIEJO.