JESÚS MARCHAMALO,
EXQUISITO
Era
por la mañana. Al menos para mí era por
la mañana, pero no es imposible que para el resto
del mundo fuese mediodía o muy cerca de mediodía.
De lo que no cabe duda es que sucedió en Cuenca.
Y que estábamos en un restaurante donde se servía
una cena o una comida; otra vez esa imprecisión
sobre la que navega constantemente mi vida. Era una mesa
redonda, sin ningún rey Arturo concreto y tampoco
ningún otro rostro concreto. Conversación
amable, hasta que algo o -con más exactitud- alguien,
me obligó a despertarme del todo; insisto en que
para mí era por la mañana. Y ese alguien
tocado de algo insólito que me hizo despertarme
obligándome a echar todas las neuronas a la conversación
para empezar hablaba tan rápido como yo, o quizá
incluso más rápido que yo (algo que jamás
me sucede). Para cubrirme utilicé un recurso diplomático
y apelé a la menor veteranía o experiencia
vital del hombre de palabra veloz, ojos chispeantes y
sonrisa de navaja.
-Sin duda tú eres más joven.
-Bueno, eso está por ver.
Pero sí, era más joven que yo. Marchamalo,
Jesús Marchamalo, es dos o tres años más
joven que yo, quizá cuatro o hasta cinco en los
momentos que me siento muy mayor. En mi diario de bolsillo
sólo un apunte: “He conocido a Jesús
Marchamalo”.
Acordamos voluntad de seguir viéndonos. Y lo hemos
conseguido. He comido en su casa y él en la mía,
hemos forzado citas al cruce para poder charlar unos minutos
y siempre le he sentido, y siento, más como un
hermano o un primo hermano, que como un simple amigo.
En Marchamalo todo es detalle, cuidado, primor y mimo.
Los cuadros que invisibilizan las paredes de su casa,
el modo en que se deslizan los cajones en los armarios
diseñados por él mismo, los ex-libris con
los que marca los sobres en cuyo interior viajan sus libros
y no-libros por correo. Hasta la cafetera o sus gafas
de nadar rematadas en dos cristales para ahuyentar la
miopía hasta debajo o dentro del agua.
Excelente conferenciante prepara sus peroratas con el
rigor y la magia de un monólogo teatral; a pesar
de su innata capacidad para improvisar sobre casi cualquier
tema. En especial si el tema es literario. En especial
si el tema es la vida de los escritores. Podría
pensarse que Marchamalo busca el supuesto secreto de la
inmortalidad literaria. En Siruela publicó 39 ESCRITORES
Y MEDIO, autores españoles y latinoamericanos.
Y
ahora esa primera obra ha sido ampliada en un segundo
volumen; un bellísimo objeto de deseo que ningún
escritor o amante de la literatura se privará de
poseer, y lo comprará, o conseguirá que
se lo regalen, o lo regalará tantas veces que acabará
haciéndolo suyo. Se titula 44 ESCRITORES DE LA
LITERATURA UNIVERSAL. Las ilustraciones, a la altura de
los textos, son de Damián Flores. Y entre sus páginas
los mejores retratos que jamás he leído
sobre literatos. Tengo el libro sobre las piernas mientras
escribo. Acabar diciendo que mi existencia sería
un poco más triste si tuviese que vivir sin él,
sin Marchamalo, sin su libro maravilloso, sin esos 44
retratos de Hesse, Hemingway, Capote, Hugo, Rimbaud, Pessoa...
hay tantos.