“Vivir sin
leer es peligroso, obliga a conformarse con la vida y
uno puede sentir la tentación de correr riesgos”.
M.H.
PLATAFORMA
Estuve ayer -ayer es ayer,
da igual el día concreto- en la presentación
de un libro de Jorge Herralde, el primer
editor en Spain de Houellebecq, su descubridor, y Javier
Pradera hablaba del dolor de los editores al
pedir a sus autores favoritos. Entiendo que se refería
sobre todo a los autores en la propia lengua que un editor
“apadrina”, y que en particular se refería
a Vila-Matas. Con toda franqueza a mí
no me da ninguna pena que Vila-Matas se haya ido de Anagrama,
pero si me dio pena que se fuese Houellebecq. De facto,
y aplicando una máxima de Gracián,
esa de “ni querer ni odiar para siempre” empieza
a darme lo mismo donde publique quien sea y no vacilo
en dejar en la página siete o treinta y tres una
novela o libro de alguno de mis autores/editores favoritos
si por cualquier razón (puede ser culpa mía,
desde luego), no me interese. Michel Houellbecq me sigue
interesando. Estoy deseando que saque novela, es más,
si la ha sacado ya en francés, luego lo miraré
en internet, la compraré y la miré leyendo.
No llega a ser tan subrayable como Montaigne, pero tiene
perlas por un tubo, y por eso he decidido recuperar la
columna de más abajo, modificándole leve
o gravemente (los magos nunca descubren sus trucos; sobre
todo si no saben hacer trucos, como es mi caso).
Javier Puebla
Nov, 2009
Houellebecq, El Alegre cabrón
francés
“El día
que se suicidó mi hijo me hice unos huevos con
tomate”.
¿Se imaginan a un escritor español escribiendo
una frase así? No, claro. Si un escritor español
se permitiese una frase así, y luego la apostillase,
tras citar el Eclesiastés (más vale perro
vivo que león muerto), con un “nunca quise
a ese niño: era tan idiota como su madre y tan
malo como su padre. Su desaparición estaba lejos
de ser una catástrofe; podemos apañárnoslas
sin seres humanos como él”, no publicaría
sus libros nadie en nuestro país; tampoco Herralde,
y mucho menos el responsable -quien sea ahora mismo, de
Alfaguara. Probablemente ni siquiera publicaría
algo así ningún editor americano, inglés
o alemán. Pero, señoras, señores,
el autor de esa frase se llama Michel Houellebecq y es
francés, y en Francia más
que respetar la libertad de expresión (eso se la
pela, como en cualquier otro sitio) se venera a los “enfants
terribles”, a aquellos capaces de epatar a los lectores,
televidentes u oyentes de un programa de radio. En Francia,
la decadente Francia, se permiten esas vueltas de tuerca
porque están tan de vuelta de todo hace muchos
años: desde que jugaron a decapitar a su estúpida
nobleza y realeza (aquí estamos pensando en cambiar
la constitución para que también las niñas
lleguen a ser reyes, quiero decir reinas, y poder mirarlas
como si fuesen concursantes de Gran Hermano versión
Gran Lux).
La última novela de Michel Houellebecq, titulada
LA POSIBILIDAD DE UNA ISLA, es consecuencia natural, monetariamente
natural, de su muy brillante y exitosa obra anterior:
LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES, pero ahora Michel (permítanme
que le llame por su nombre de pila, le leo en su idioma
original y tiene mi misma edad; es de los míos)
es rico, asquerosamente rico (presume de ello en la novela)
y puede permitirse ser el tipo más cínico,
descarnado y vacilón de la Europa Babel en la que
nos está tocando vivir. Y es una delicia que en
estos tiempos -blanditos, amariconadillos, políticamente
correctísimos en que ni siquiera se nos permite
ya fumar cigarrillos mientras nos emborrachamos- alguien
se descojone de todo, se ría de los árabes,
los palestinos, los judíos, la literatura (“Nabokov,
ese poetucho mediocre”, “Releo algunos párrafos
de Agatha Crhistie y lloro”), la religión,
la familia y hasta -oh, lo más sagrado entre lo
sagrado- los animales de compañía.
No les voy a contar la novela, ni explicarles la técnica
de intercalados que utiliza para hacer digerible la parte
más aburrida de la misma, pero sí les confesaré
que he subrayado (y copiado) más de cuarenta frases
completas, y voy a utilizar otra de ellas para cerrar
esta columna sobre la novela que más me ha divertido
e interesado en los últimos cinco años,
una novela que -nadie es perfecto- acaba renqueando (el
autor no puede más) y que para los españoles
tiene el aliciente añadido de que transcurre en
Almería, Madrid, e incluso Murcia y Albacete. “Durante
toda mi vida no me había interesado más
que por mi polla o por nada; ahora mi polla estaba muerta
y yo la seguía en su funesta decadencia”.
Nada más. Lean a Houellebecq y déjense escandalizar
a placer. O si no son lectores, prueben con la película
del mismo título que la última novela que
sacó en Spain el enfant terrible gabacho. También
está bien. Bastante bien. (Gracias, mister Antoine
Pacios por pasármela; la disfruté).