No Me Importa
Morir Esta Noche
Hace apenas, hace unos días,
hace solo...
Hace solo seis años, día más día
menos, falleció el excelente escritor chileno,
aunque llevaba cuatro lustros años afincado en
la Costa Brava, Roberto Bolaño.
No me importa morir esta noche.
Bolaño pasará a la historia de la literatura
por su obra, no me atrevo a calificarla como novela ya
que sobrepasa con creces el término, Los
Detectives Salvajes, galardonada con los premios
Herralde y Rómulo Gallegos.
No me importa morir esta noche.
Tardé cuatro meses en leer Los Detectives Salvajes,
a pesar de que soy un lector voraz y estaba en África;
en Europa quizá no habría podido con ella.
El libro de Roberto Bolaño me acompañó
por seis países. Necesité tanto tiempo,
más tiempo en realidad, para leer Los Detectives
Salvajes como el que habría empleado en escribir
una novela de doscientas páginas. Pero aprendí
mucho de ese libro. Y me sentí muy cerca de su
autor; es Bolaño más o menos camuflado,
el protagonista de la obra. Los Detectives Salvajes,
años después, fue el único libro
que tuve en consideración, el único en el
que me miré, cuando decidí emprender
mi obra más ambiciosa hasta la fecha, El
Año del Cazador, un cuento al día
durante los trescientos sesenta y cinco que dura un año,
trescientos sesenta y cinco cuentos que forman un todo,
como forman un todo, un mundo -el mundo de la literatura
hispanoamericana- las infinitas historias que se entretejen
y cruzan en Los Detectives Salvajes.
No me importa morir esta noche.
Leí que había declarado Roberto Bolaño,
cuando ya sabía de la gravedad de su dolencia,
que los escritores no sabemos cuidarnos, que nos damos
cuenta demasiado tarde de lo que estamos haciendo, de
lo que nos estamos haciendo. Y es verdad y yo puedo decirlo
porque he escrito un libro de algún modo cercano
al suyo, a los escritores no nos importa morir esta noche.
Y fumamos, bebemos, nos subalimentamos y dejamos -literalmente-
de existir para conseguir crear, para conseguir que exista,
otro mundo que levantamos de la nada con lo que le hemos
robado a nuestra imaginación y a nuestra propia
vida.
Estoy seguro que Bolaño, a quien no llegué
a conocer personalmente y ya no tendré la suerte
de hacerlo, escribía también así,
a tumba abierta, sin importarle el precio, sin importarle
que esa noche fallase el corazón o unos años
después el hígado. Y aunque hoy le recuerdo
y le canto y le traigo al presente porque merece estar
en él, lo cierto es que no siento pena por Roberto
Bolaño, como tampoco sentiría pena por mí
mismo si me muriera esta noche, pero sí la siento,
la sentí en su momento y el sentimiento atraviesa
las horas los días y los años, por su familia,
la sentiría por la mía, por sus amigos,
por su editor Jorge Herralde, por los
que sufrirán su ausencia. Pero no siento pena por
Bolaño -cincuenta es una buena edad para acabar
con todo y escapar de una vez- porque sé lo que
sentía, la grandeza de su apuesta, lo impresionante
de su obra. Una obra de gigante que sólo puede
construirse así, guiado por un pensamiento tan
generoso como suicida: al máximo, siempre al máximo
y al límite cada vez, cueste lo que cueste, porque
no me importa... no me importa morir esta noche.