El genial Rafael Reig
Rafael Reig es nuestro. Es “el escritor
de los escritores”, el que ninguno deseamos compartir
con el lector común, con el lector sólo lector
o escritor aficionado que jamás alcanzará la
triunfal y dolorosa y ridícula categoría de
escritor profesional. Rafael Reig es un genio. Un genio absoluto.
Y por eso lo queremos sólo para nosotros. No, se equivoca
quien esté leyendo estas palabras, no lo queremos sólo
para nosotros por disfrutar en exclusividad de su talento,
sino porque le tenemos miedo: lo último que querríamos
sería que el mundo descubriera nuestras miserias, los
secretos del mundillo ridículo y doloroso en el que
nos movemos con la cabeza alta y los pulmones siempre escasos
de aire. No hay nada tan peligroso como un genio, porque el
genio ve lo que está vedado al común de los
mortales, y si lo sabe escribir, y si lo cuenta, y si lo que
mira somos nosotros... ¿Comprende ahora quien lee?
¿va comprendiendo porque los escritores queremos al
genial Rafael Reig sólo para nosotros? Le adoramos,
todos: hasta los que dicen detestarlo, porque habla sobre
nosotros; y lo hace con tal brillantez, mezcla de desapego
y afecto, que es imposible evitar la carcajada cuando encontramos
el nombre de un colega al que ha atravesado el ego con un
adjetivo, o nos sonrojamos cuando hallamos el propio acogotado
contra un verbo.
Rafael Reig debería vender más libros que botes
rojos la empresa Cocacola. SANGRE A BORBOTONES
podría ser la más famosa novela negra firmada
por un autor español. Su rostro, su nombre, son continuamente
publicitados: sale en la tele con gran frecuencia (yo le conocí
en el rodaje de una de las “blancas noches” de
Dragó) y es el hombre que responde
a las cartas en el diario Público, amén de ser
colaborador habitual de la SER, la “ESTAR” y muchos
otros medios. ¿Cómo alguien así aún
no ha ganado el Planeta, el Torrevieja y el Alfaguara? La
respuesta ha sido dicha. Porque es nuestro, y tenemos buen
cuidado en aplaudirle -o criticarle- los libros en los que
nosotros somos protagonistas, su fantástico MANUAL
DE LITERATURA PARA CANÍBALES o el JUZGADO
literario que tenía en El Mundo y que luego publicó
el grupo Mondadori. En este último, y después
de afirmar que detesta o desprecia los cuentos hay un cuento
genial: EL CAPÍTULO TREINTA Y UNO;
quizá el relato más bonito que he leído
nunca aunque Rafael Reig lo estropea un poquito y ex profeso
al citar al principio a una señora ministra que, por
supuesto, ni siquiera recuerdo. Y ahí está la
clave: un genio delimita sus dominios, decide donde y cómo
reinar. Y Rafael Reig reina entre nosotros, como prueba que
Pérez Reverte -siempre sediento de
gloria- le respondiese a un artículo donde le dejaba
en calzoncillos, o Javier Marías hable
de él en su columna de El País poniendo el máximo
cuidado en no mencionarle, en no escribir las diez letras
que conforman su nombre. Porque no hace falta, entre nosotros,
escribirlo. Todos los escritores sabemos quien es con sólo
ver la sombra de su bigote. El pistolero que más admiramos
y tememos. El más divertido, y astuto, de todos nuestros
genios.
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