DRAGÓ Y EL
GATO
Es de noche. Pero siempre es
de noche en el plató de Telemadrid donde se graba Las
Noches Blancas. Incluso en un soleado día de verano
a las dos de mediodía seguiría siendo de noche.
Doble noche. Porque la muerte nos acompaña. Una muerte
pequeña. Una muerte tigre. Una muerte gato. Una muerte
Soseki. Soseki era el nombre del gato. Estamos convocados
Gonzalo Torrente Malvido, Carlos Salem, Román Piña,
Rafa Sarmentero, Luis Alberto de Cuenca, y yo. Las Noches
Blancas; se emitirá en enero y Dragó ha estado
a punto de suspender la grabación de su programa favorito
(no hay más que ver como lo mima desde su web). Dragó
llega el último. Llega triste y de luto y con el cerebro
suspendido en Tranquimazim. Su gato ha muerto. Y algo de él
ha muerto con el gato. Pero Dragó no se resigna. Es
un guerrero. Un hombre de poder. Capaz de proezas o milagros.
Está resucitando o intentando resucitar al gato Soseki.
Su nombre se repite como un mantra a lo largo del programa.
Ese mismo día ha publicado Mortal y tigre en El Mundo.
No es simple casualidad que yo esté allí para
defender a otro Tigre. Manjatan. Tigre Manjatan. Y no es casualidad
porque yo también me creo capaz -de algún modo
loco o mágico o paralelo a la realidad- de resucitar
a los muertos. Dragó hace dos cosas, dos actos o pasos
rituales para resucitar a Soseki. A Sosiego. En primer lugar
no le deja irse. Repite su nombre ante miles y miles de oyentes
entregados y así consigue que el espíritu del
gato siga entre nosotros, pegado a la piel de la realidad.
Es su magia maestra. El dominio en el que nadie podría
osar desafiarlo: escribir sobre la piel de la realidad. Lleva
una vida dibujando a un personaje sobre la piel de la realidad,
a su personaje, a Dragó (mientras permanece tranquilo
e invisible en la sombra, Fernando). Y ahora utiliza la magia
con el gato.
Pero si ello no fuera suficiente Dragó vuelve a invocar
a los dioses o al poder o a la magia y afirma que, según
los egipcios, los espíritus vuelven a encarnarse a
los 48 días. Que le avisen si alguien identifica o
encuentra a su gato tigre. Su gato hijo. Su gato amigo. El
gato ante quien podía ser a la vez Dragó y Fernando
sin ser mirado con extrañeza; ante no debía
actuar pero podía hacerlo, y en quien había
depositado una parte de sí mismo. Como se deposita
en un hijo, pero también en una casa, una joya, un
coche o una camisa. El afecto y la energía pueden almacenarse
de maneras muy variadas. Cuando acaba el programa veo en la
calle a Naoko al volante del Jaguar oscuro que ya arranca
con Dragó a su lado y Arancha detrás. El elegante
vehículo parece una limusina egipcia y funeraria. Noto
a Soseki, su espíritu, flotando dentro y fuera; alrededor
y en la cabina. La magia continúa y yo no voy a ser
tan mezquino como para no hacer cuanto pueda para ayudar a
mi amigo Fernando. Así que me beso en la punta de los
dedos y les lanzo mi afecto y lo mejor de mi energía
a todos ellos. Naoko me sonríe. Dragó quizá
ni siquiera me ve. Soseki maúlla desde el más
allá hasta el más acá, y me quedo solo
en la calle. Solo. Con Sosiego; y el corazón helado.