Presentaciones
Aún mi alma está en la arrebatadora
ciudad de Hong Kong cuando mi cuerpo empieza a moverse por
la Villa y Corte de sarao en sarao, de presentación
en presentación, de la italiana Elisabetta
Rasy al madrileño-granadino Ernesto
Pérez-Zuñiga pasando por el acto, insólito,
de desvelar los nombres del jurado de lo que será,
si los hados son propicios y ninguna catástrofe lo
impide, el Primer Premio de Novela Ciudad de Logroño.
Pero empecemos por el principio. Elisabetta Rasy, la autora
de La ciencia del adiós, una de las novelas más
románticas y hermosas que he leído en los últimos
tiempos (y leo mucho, señoras y señores, en
los últimos tiempos). Elisabeta, delgada, alta, gesticulante
(como buena italiana), rápida y apasionada presentó
sus libros en esa salita deliciosa situada al fondo del vestíbulo
de un hotel que a primera vista no tiene nada de literario
(pero ¿quién sabe?): el H10 Villa de la Reina
sito en el número 22 de la pequeña pero
altiva Gran Vía madrileña. La novela
cuenta la historia de una mujer apasionada y de un poeta huraño,
Ósip Mandelstam, a quien Stalin
pretende borrar de la faz de Rusia (pero siempre nos quedará
el gulag siberiano) y ordena que no se publiquen y hasta destruyan
todos sus poemas, que solo gracias a esa mujer -enamoradísima,
en mi particular opinión- no llegan a perderse pues
se los aprende de memoria, todos y cada uno de los poemas,
y se convierte en un libro humano como en la preciosa canción
camuflada de novela escrita por Ray Bradbury:
Farenheit.
Aún con jet-lag el día siguiente me encuentro
sentado en el salón de actos (un poco pequeño
para mi gusto) de la sede del Instituto Cervantes donde me
entero que para el primer premio Ciudad de Logroño
el jurado estará compuesto, al loro que ningún
nombre es menor, por Jorge Edwards, Martínez
de Pisón, Prada, Mateo Díez y Luis Alberto de
Cuenca; siento envidia anticipada de aquel que se
alce con el galardón, no por el premio, sustancioso,
sino por el respaldo de cinco creadores tan incontestables.
Larga vida al Ciudad de Logroño.
Pero no tengo tiempo de refocilarme en mis pequeñeces,
sueños y envidias, porque en Lhardy, al día
siguiente, Ernesto Pérez Zuñiga -flanqueado
por el profesor Carlos García Gual
y el enfant-terrible (por su cráneo rapado no pasan
los años) Jesús Ferrero- sobrevuela
el cocido de rigor con El segundo círculo, y una vez
más aunque la envidia es un pecado que normalmente
desconozco vuelve a pincharme en el estómago porque
ya quisiera yo que Ferrero dijese de una obra mía lo
que afirmó de la Ernesto Pérez Zúñiga.
Lo que dijo, que era una novela sobre como tres generaciones:
viejos, adultos y niños enfrentan la muerte en nuestros
tiempos, y sobre todo como lo dijo, con una pasión
que habría merecido una cámara para que el mundo
entero hubiese podido disfrutarlo.
Aún el viernes, ya se me había pasado el jet-lag,
mi alma había llegado de Hong Kong a Madrid, Kiko
Amat presentaba Cosas que hacen BUM; pero me permití
no acudir, a pesar de que la novela resucita la inolvidable
colección Contraseñas de Anagrama, para no ser
yo quien hiciese BUM; y estallase.