La carrera literaria
Dakar, noche, hace aproximadamente
ocho años. Este humilde cronista, por aquel entonces
no tan humilde, y un negro senegalés de casi dos metros
e impecable traje gris perla de corte inglés llamado
Sarr y jefe de protocolo del ministerio de
asuntos exteriores senegalés, corrían como dos
balas sudorosas desde el salón de honor del aeropuerto
hacia el edificio de llegadas pues un presidente autonómico
se nos había despistado y si no llegábamos a
tiempo no era imposible que acabase en calzoncillos ante un
aduanero incapaz de articular una sola palabra de español
que quizá se empeñase en volver a vacunarle
contra la fiebre amarilla, el tifus o la diarrea vacíaintestinos.
El calor era húmedo como un millón de
manos pegajosas tratando de impedir nuestro paso, pero aún
así Sarr y yo, hombres responsables, orgullosos de
hacer nuestro trabajo tan bien o mejor que ningún otro,
corríamos y corríamos, hasta que uno
de nosotros, no importa quien, se volvió hacia el otro
y con un brillo irónico en los ojos que también
sudaba dijo en voz alta y exquisito francés:
-Por fin he comprendido lo que significaba eso de
“la carrera diplomática”.
Pues bien, ocho años después ya empiezo a comprender
también lo que significa la carrera literaria. Cierto
que algunos llegan a embajadores por mor de un dedo poderoso
o un azar siempre oscuro, pero en general los demás
tenemos que correr, correr y correr, salvar obstáculos,
coronar etapas y si algún día logramos alcanzar
el objetivo es previsible que estaremos ya tan agotados que
ni siquiera seremos peligrosos y hasta nos harán una
estatua en algún parque para que puedan cagar sobre
mármol los alegres pájaros. La carrera
literaria. ¿Por donde se empieza? ¿Competiciones
de barrio? ¿Concursitos de biblioteca? ¿Vender
los propios libros por los bares? Hasta ahora cuando
alguien me preguntaba como se empieza la carrera, como puede
un aspirante a escritor inmortal (después de que le
haya matado el cansancio) no sabía como responderle,
pero en los últimos meses he descubierto que en España
sí hay un camino, un posible principio: el
premio Ateneo Joven de Sevilla. El premio se le concede
a un autor menor de 35 años y a los organizadores igual
les daría endilgárselo a Antonio Panizo que
a Silvia Salgado por lo que se esfuerzan, ha quedado demostrado,
en que se haga con el galardón la mejor novela posible.
Ganar el Ateneo Joven de Sevilla no es garantía de
nada, excepto de que si se corre con inteligencia y ganas
quizá puedas volver a subir al podio y seguir corriendo.
Este año, los últimos meses, han visto nada
menos que cuatro Ateneos jóvenes subiendo a pódiums.
Marta Ribera de la Cruz (Pódium Planeta), Blanca
Riestra (Pódium Alianza literaria), Care Santos (Pódium
Primavera) y Carmen Amoraga (Pódium Nadal).
Amén de felicitar a todas ellas y congratularme de
haber descubierto una posible entrada en nuestro estrecho
mundillo literario -el premio Ateneo Joven- espero que las
citadas autoras hayan tenido a bien recordar de donde vienen
y dado a su honesto y valiente primer editor las correspondientes
gracias.
De nada