De la vulnerabilidad de los
ángeles
Raúl Guerra Garrido
es un escritor que no necesita de presentaciones, premio Nacional
de las letras españolas el año pasado y Nadal
en el 76 con “Lectura insólita de El Capital”.
Un hombre que ha ido tejiendo a lo largo de su carrera o su
vida (en su caso ambas palabras podrían utilizarse
como sinónimo) un mundo propio. Su último libro,
publicado por Alianza, es una piedra más en el camino
que con amor, pasión y trabajo, mucho trabajo, sigue
construyendo Guerra Garrido para deleite de sus muy numerosos
lectores. El título de su nueva obra suena a la vez
a nuevo y a clásico: La soledad del ángel
de la guarda. Ya la portada, firmada por quien quizá
sea en el momento actual el mejor portadista de nuestro país:
Ángel Uriarte, es ya una maravilla,
unos pies que también son alas (fotografía de
Pedro Cosano) sobre un fondo color fuego;
suave fuego. Pero si la portada es excelente las tripas (como
las llamamos en el argot profesional) no le van a la zaga.
La novela narra, en primera persona, la historia de un guardaespaldas,
un ángel de la guarda, en un lugar que no se especifica
pero que para cualquier lector resulta evidente en que ciudad
del norte de España está inspirado. Un gorila
que debe cuidar a un viejo profesor. ¿Y de qué
hablan un gorila y un viejo profesor? ¿Puede el gorila,
el hombre fuerte que cuida al débil, al físicamente
más débil pero intelectualmente infinitamente
más fuerte, contarnos la historia de esa peculiar relación?
Puede. Sí, puede. Y ahí está la maestría
de Guerra Garrido en la voz del escudo humano, del gorila,
del protector ángel de la guarda. Resulta tan creíble
que el lector tiene la sensación, yo la tuve, que se
introduce en la cabeza de ese hombre con un trabajo tan peligroso
como sutil, que protegiendo otra vida descuida necesaria e
imprescindiblemente en determinados momentos el cuidado de
la suya. Hay datos sorprendentes: los guardaespaldas privados
no tienen ningún tipo de respaldo oficial y se ven
obligados a comprar chapas de poli falsas en el mercado negro,
frases brillantes: no estoy infectado, yo soy la infección,
y otros muchos hallazgos, pero lo mejor, sin duda, es la historia
en su conjunto.
Confieso que cuando el libro llegó a mis manos mi intención
era apenas echarle un vistazo y seguir con mister Nick
Flynn y Otra noche de mierda en esta puta
ciudad (Anagrama), pero la soledad del ángel
que habla mi idioma pudo más que la traducción
impecable de la obra, enmarcable en la llamada “pain
fiction”, del largamente desdichado autor americano,
que durante un par de días tuvo que aguardar en mi
mesilla. Mi intención, ay las intenciones, era también
acudir al desayuno de prensa organizado por la editorial para
así conocer a Raúl Guerra Garrido, pues su libro
me estaba gustando tanto como sorprendiendo, pero sucedió
que me lo encontré la tarde anterior, en un plató
de Telemadrid donde grabábamos una nueva entrega de
esa tertulia literaria viva comandada por Dragó que
es Las Noches Blancas. Y sucedió también que,
por puro azar una vez más ya que a Dragó le
había llegado la noche anterior, el único tribuno
presente que había leído La soledad del ángel
de la guarda era yo, así que me tocó, de algún
modo, apadrinarlo. Y lo hice encantado. Observando mientras
hablaba el aura tranquila, de hombre en paz consigo mismo,
de ángel de la guarda -vulnerable aunque no frágil-
de Raúl Guerra Garrido.