Una escritora deliciosa , se publica en diferentes versiones, por motivos de espacio y filosofía, en La Opinión de Murcia y Cambio16, y en esta web; enero 007.

Una escritora deliciosa

 

Confieso, y ahora lo siento y casi me averguenzo, que no había leído nunca a Esther Tusquets. Desconfiaba, supongo, de su nombre demasiado conocido como editora, y temía que la publicasen más por ser quien era que por lo que escribiese o pudiese escribir; todo ello a pesar de haber oído hablar muy elogiosamente a diversos amigos de varias de sus obras, y sobre todo de una titulada El mismo mar de todos los veranos. Pero hasta antes de ayer nunca me había decidido a abrir una de sus obras. ¡Bingo! Sí, fue un bingo, pero además la novela se titulaba así: Bingo.

La recogí por la mañana, a eso de la una, y comencé a leer en el autobús, en el metro, en la barra de un bar, mientras comía en casa. Iba bien, iba muy bien, me había atrapado desde el principio, una lectura deliciosa, una historia deliciosa. En condiciones normales la habría despachado de un tirón, pues tiene sólo ciento cincuenta páginas (como debe ser, los libros gordos acabarán tan pasados de moda como los señores y señoras gordos; sólo aceptables como excepción). Sí, en condiciones normales la novela me habría durado menos de dos horas, pero las condiciones nunca son normales. El día se complicó, la tarde se complicó, la noche se complicó. Y tuve que dejarla, a mi pesar, hasta el día siguiente. Tanto como la trama me seducían los continuos giros de muñeca de la escritora: como un tenista experimentado cuyo juego en ningún momento puedes predecir, que igual deja caer la bola junto a la red que la coloca al final de la pista, pegado al ángulo y con precisión absoluta. Y eso me preocupaba. Como preocupa cuando se está viendo un partido de tenis de alto nivel y uno de los contrincantes juega con tal perfección que parece imposible, que el espectador teme que antes o después se rompa la racha.

Y así leía yo, ¡Bingo! de Esther Tusquets, temiendo que perdiese nivel, que dejase de sorprenderme y engatusarme, que llegase un momento en que las pelotas se le escaparían al jugador de tenis de la pista y su juego se tornase vulgar, fácil y previsible. ¿Por qué? La respuesta probablemente se halla en el prejuicio previo, en ese presuponer que alguien que no conocemos es de tal o cual manera, que si es editora -con lo duro que es editar- no tendría tiempo ni energía para crear una buena novela. Pero seguía avanzando, miraba el número de página crecer, encantado, aliviado, una pizca incrédulo, y en ningún momento decaía el interés, la historia -tan masculinista que en estos tiempos sólo una mujer se atrevería a escribirla- de un hombre que lo ha conseguido todo y a sus sesenta años parece condenado al aburrimiento. Pero no. El hombre, así llama todo el tiempo a su protagonista, tuvo la suerte de caer en las manos de una escritora excepcional, alguien con un talento -oso afirmar- innato. Y el hombre, ayudado por la imaginación de su creadora es capaz de hallar magia hasta en un bingo, de encontrar nuevos motivos para vivir al mismo tiempo que los encuentra el lector de esta novela exquisita hasta alcanzar, con una sonrisa complacida, la última de sus ciento cincuenta y ocho páginas.


 

 

 

 

 

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