Dragó
El último milagro de Dragó ha sido convertir
el telediario en literatura. Algo tan aséptico, utilitarista
y esquemático como un telediario ¿transformado
en literatura? Semejante logro, que podría parecer
un imposible, no ha sido, parece, difícil, para Dragó.
Y no lo ha sido porque Dragó es literatura y del mismo
modo que un imán convierte en magnéticas las
limaduras de hierro que inevitablemente se le acercan Dragó
convierte cuanto toca en literatura. Para comprenderlo basta
observarle con cierta atención, detenerse en alguna
de sus peculiares características: Dragó no
se cansa, siempre tiene la palabra exacta en los labios, es
permanentemente imprevisible, ingenioso e incluso heroico,
como si nada le pudiese pasar jamás en realidad. Y
es cierto, nada le puede pasar jamás en realidad porque
Dragó es el equivalente a Don Quijote, aunque un Quijote
triunfador. Dragó -el Dragó que el público
conoce- es un personaje literario, una creación continua
y cada día más perfeccionada de un conocido
escritor, aunque no tan conocido como su personaje, Fernando
Sánchez-Dragó. Porque Fernado Sánchez-Dragó
no es Dragó, porque es más que Dragó,
es... su autor. El demiurgo que se esconde atrás, detrás,
manejando los hilos, pero que también se exhibe delante,
en primera línea de fuego: prestando manos, modales
y voz a su personaje; autor y actor de su propia obra en el
gran teatro del mundo lo cual equivale, en mi opinión,
al máximo logro al que puede aspirar un creador: a
ser capaz de escribir sobre la piel de la realidad, intercalar
las propias palabras, frases, párrafos en la crónica
de una historia de la que religiosos, políticos y negociantes
pretenden ser autores sin advertir que es el azar quien finalmente
dicta siempre los mejores capítulos. Por eso resulta
tan espléndido que alguien sea capaz de rotular sus
propias líneas, de colar entre los personajes reales
uno de su propia invención: es una burla al azar, al
destino. Nadie, excepto yo, decide lo que le sucederá
a mi personaje. Es algo tan difícil como parece. Fernando
Sánchez-Dragó, el escritor, lleva trabajando
en ello toda su vida: no en vano ha tenido la osadía
de tratarse a sí mismo como personaje desde sus primeros
hasta sus últimos libros. Desde Gargoris y Habidis
hasta Muertes Paralelas, sus dos obras mayores, hasta alcanzar
la meta consciente o inconsciente: separarse del personaje
y ser al mismo tiempo ese personaje. “Soy Dragó”
puede leerse en una de sus famosas camisetas negras rotuladas
en el pecho. Yo podría ponerme esa camiseta, el lector
de esta columna podría ponerse esa camiseta, pero seríamos
impostores, porque sólo él tiene derecho a llevarla:
el creador que ha empeñado lo mejor de su energía
en insuflar vida al personaje dibujado a su imagen y semejanza.
Por eso ahora a Fernando Sánchez-Dragó le es
tan fácil realizar algo en apariencia imposible: convertir
un telediario en literatura; y añadiría algo
más: en excelente literatura. Y le es fácil
porque lo difícil yo lo ha hecho, lo hizo y lo sigue
haciendo: crear a Dragó. Su gran obra incomparable
y genial. Me quito el sombrero.