La felicidad de los otros , se publica en muy diferentes versiones, por motivos de espacio y filosofía, en La Opinión de Murcia y Cambio16, y en esta web; mes de diciembre.

La felicidad de los otros


Soy un tipo egoísta: por eso me interesa más la felicidad de los otros, de quienes quiero o aprecio o estimo, que la mía. No es una frase para epatar, simplemente es verdad. La propia felicidad tiene algo de borrachera y por lo tanto de pérdida de la objetividad, mientras que la ajena, la que se disfruta vicariamente, produce un disfrute mucho más sereno, reconforta de un modo más profundo y quizá también más duradero. Cuando era más joven, claro, no pensaba así, pero ahora...
Hace unos meses decidí hacerme editor y me asocié, provisionalmente, con Enigma Editores para publicar los mejores libros de mis alumnos. Y esos libros ya se han convertido en una realidad: han comenzado a llegar a mi casa perfectamente embalados y perfectamente terminados, un aplauso para mi imprenta: Publidisa, y los autores van pasando por mi domicilio para recoger los treinta ejemplares que les corresponden. Sus caras son un espectáculo; y yo esto sentado en la primerísima fila para contemplarlo. Al verlos me acuerdo de mí mismo cuando tenía veinte años y publiqué mi primer libro, escrito a los dieciocho (Aullidos de Anti-realidad, se titulaba, nada más y nada menos). Estuve horas y horas recorriendo Madrid, repartiéndolos, vendiéndolos, regalándolos, ebrio de alegría como un padre cuando nace su primer hijo. Publicar un libro siempre es así: parece que el mundo va a cambiar a partir de ese día (y a veces sucede, el mundo cambia a partir de ese día).
Me ha costado, confieso, un esfuerzo infinito, lograr que los seis retoños de mis Tripulantes (son más que alumnos) viesen la luz, pero ahora pienso que aunque el esfuerzo hubiese sido doble o triple habría seguido mereciendo la pena. Javier Vassallo, Juana Márquez, Cecilia Denis, Caridad Casanova, Lorena Liaño y Victoria Sánchez-Ayllón ya son autores, escritores que existen, cuyos libros podrán encontrar sus nietos o biznietos en el archivo de la Biblioteca Nacional, que -en tiempo presente- podrá leer amigos y desconocidos. Y están contentos, como es natural, ebrios de esa felicidad algo fetichista que proporciona tener entre las manos un objeto que es fruto del propio ingenio y trabajo; un objeto -un buen libro siempre lo es- mágico.


Su felicidad es mi felicidad, como lo es la sonrisa de mi hijo, cuando está alegre.


Editar libros es en estos tiempos, y tal vez en todos, un negocio, pero es algo más. Es darle alas a personas en quienes el editor tiene fe; alas que al principio se agitan más nerviosa que eficazmente pero que enseguida hacen que la persona a quienes se les otorgan comience su propio vuelo. Hasta a Dios, el Dios de los cristianos, el Dios en el que fui educado, le debió de parecer un espectáculo maravilloso como prueba que antes que a los humanos, y según ese libro -otro libro- maravilloso que es la Biblia, creó a sus seres alados, los ángeles, sus ángeles. Largo y feliz vuelo para todos ellos. Larga y duradera la felicidad que a veces alcanzan los humildes habitantes que depositados en este valle de lágrimas a veces tienen la suerte y la energía de levantar el vuelo, su propio vuelo.

 

 

 

Diario

Portada

Narrativa

Columnas