La felicidad de los otros
Soy un tipo egoísta: por eso me interesa más
la felicidad de los otros, de quienes quiero o aprecio o estimo,
que la mía. No es una frase para epatar, simplemente
es verdad. La propia felicidad tiene algo de borrachera y
por lo tanto de pérdida de la objetividad, mientras
que la ajena, la que se disfruta vicariamente, produce un
disfrute mucho más sereno, reconforta de un modo más
profundo y quizá también más duradero.
Cuando era más joven, claro, no pensaba así,
pero ahora...
Hace unos meses decidí hacerme editor y me asocié,
provisionalmente, con Enigma Editores para publicar los mejores
libros de mis alumnos. Y esos libros ya se han convertido
en una realidad: han comenzado a llegar a mi casa perfectamente
embalados y perfectamente terminados, un aplauso para mi imprenta:
Publidisa, y los autores van pasando por mi domicilio para
recoger los treinta ejemplares que les corresponden. Sus caras
son un espectáculo; y yo esto sentado en la primerísima
fila para contemplarlo. Al verlos me acuerdo de mí
mismo cuando tenía veinte años y publiqué
mi primer libro, escrito a los dieciocho (Aullidos de Anti-realidad,
se titulaba, nada más y nada menos). Estuve horas y
horas recorriendo Madrid, repartiéndolos, vendiéndolos,
regalándolos, ebrio de alegría como un padre
cuando nace su primer hijo. Publicar un libro siempre es así:
parece que el mundo va a cambiar a partir de ese día
(y a veces sucede, el mundo cambia a partir de ese día).
Me ha costado, confieso, un esfuerzo infinito, lograr que
los seis retoños de mis Tripulantes (son más
que alumnos) viesen la luz, pero ahora pienso que aunque el
esfuerzo hubiese sido doble o triple habría seguido
mereciendo la pena. Javier Vassallo, Juana Márquez,
Cecilia Denis, Caridad Casanova, Lorena Liaño y Victoria
Sánchez-Ayllón ya son autores, escritores que
existen, cuyos libros podrán encontrar sus nietos o
biznietos en el archivo de la Biblioteca Nacional,
que -en tiempo presente- podrá leer amigos y desconocidos.
Y están contentos, como es natural, ebrios de esa felicidad
algo fetichista que proporciona tener entre las manos un objeto
que es fruto del propio ingenio y trabajo; un objeto -un buen
libro siempre lo es- mágico.
Su felicidad es mi felicidad, como lo es la sonrisa de mi
hijo, cuando está alegre.
Editar libros es en estos tiempos, y tal vez en todos, un
negocio, pero es algo más. Es darle alas a personas
en quienes el editor tiene fe; alas que al principio se agitan
más nerviosa que eficazmente pero que enseguida hacen
que la persona a quienes se les otorgan comience su propio
vuelo. Hasta a Dios, el Dios de los cristianos, el Dios en
el que fui educado, le debió de parecer un espectáculo
maravilloso como prueba que antes que a los humanos, y según
ese libro -otro libro- maravilloso que es la Biblia, creó
a sus seres alados, los ángeles, sus ángeles.
Largo y feliz vuelo para todos ellos. Larga y duradera la
felicidad que a veces alcanzan los humildes habitantes que
depositados en este valle de lágrimas a veces tienen
la suerte y la energía de levantar el vuelo, su propio
vuelo.