No
sucede irremisiblemente, apenas de vez en cuando: los zapatos
crecen durante la noche y mis pies se pierden en un baile humillante
y molesto cuando los introduzco en su interior al despertar.
Volteo los zapatos, les aprieto la nariz y los hombros, odiando
que hayan crecido aprovechando mi sueño. ¿Y si
me vuelvo a la cama?
Pero me quedo quieto sentado en la silla con los pies colgando
hasta que se hinchan o crecen, y entonces vuelvo a los zapatos.
¿Me apretarán ahora? No, apenas es la laxitud
de un abrazo hasta la indiferencia repetido. Podría parecer
un final feliz, pero si continúa sucediendo, ese crecimiento
caprichoso de mis zapatos mientras duermo, la respuesta airada
de mis pies aún antes de que haya ingerido mi desayuno,
¿qué pasará?, ¿qué tamaño
alcanzarán mis pasos? Me convertiré en un monstruo,
pisaré -aunque no lo quiera- a todos aquellos que intenten
caminar a mi lado, a mi ritmo. Les haré daño.
Y nadie me querrá. Pasearé solo, ya siempre solo,
torpe y desmadejado. Como la caricatura de un pato.
NUEVOS
RELATOS PARA SER IMPRESOS EN TARJETA DE VISITA |