El lado oscuro de una sonrisa

Evidentemente sufría por la exigencia futura que las palabras, subrayadas por la sonrisa rectilínea del catedrático, implicaban. Sufría Panizo, Javier Panizo. Sufría sudorosa y torpemente. De la peor manera. Fatal. Que el titular de la cátedra en persona hubiese afirmado que sus modestos ensayos cada vez poseían mayor profundidad, inteligencia y enjundia, y ante el resto de los profesores no numerarios, era peor que una bofetada. Habría querido responderle pero las palabras se le ahogaban en saliva y el pensamiento perdía el hilván. ¿Cómo estar en el futuro a la altura de semejante halago? Tendría que emigrar, cambiar de ciudad, de país, de lengua en la que expresarse. Recuperar a cualquier precio su posición de aspirante. Pues la maestría era algo que Panizo, Javier Panizo, como es lógico, consideraba deseable y admirable, para los demás. Sólo para los demás.
Sí, se iría, abandonaría para siempre su patria, sus amigos, la facultad. A no ser qué...
-¿Se encuentra usted bien?
-Genial, señor, genial. Estaba pensado en que voy a dejar de escribir. Hay que conocer otras cosas, otros mundos. Dígame, señor catedrático, ¿a usted le gusta jugar al mus? ¿No? ¿Y pescar? No me joda conque tampoco le gusta pescar.

 

LA JAVIER PANIZO COLLECTION
(relatos primavera-verano)


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