(para mi amigo Santiago de Mora-Figueroa, Marqués
de Tamarón)
Mallarmé fumaba. Fumaba sin cesar. Un puro tras
otro. Un cigarrillo tras otro. Tumbado en un diván
-el tabaco ingrávido en el aire y sólido en
la mano- cuando recibía a sus alumnos. Pretendía
así interponer entre él y la realidad una
continua cortina de humo. Que existiese siempre una tenue
cortina de humo entre él y la realidad. Al menos
una cortina de humo. Entre él y sus alumnos. Con
cierta displicencia y sin abandonar del todo su soledad
tumbado en su diván cuando recibía a sus alumnos.
Sin cesar fumaba. Fumaba Mallarmé.
GRUPO DE RELATOS MUY BREVES CON FIGURA DE ESCRITOR EN EL
CENTRO O UNA ESQUINA