Fernando Pessoa se sentía tan tremendamente
inspirado aquella suave mañana de primavera lisboeta
que habría sido capaz de componer una novela completa
a su nombre o el de alguno de sus numerosos heterónimos.
Pero la propia inspiración convocaba la pereza, todo
era tan fácil, la tendencia al disfrute y la indolencia.
Por lo que se vistió con esmero y sin prisas y decidió
que pasaría el día entero perdiendo el tiempo,
sin escribir ni una palabra paseando por Lisboa en busca
de resonancias desconocidas. Ya escribiría cuando
la inspiración le faltase, y el hacerlo fuese una
hazaña tan insensata como escalar el Monte Rosso
sin víveres y con una mano fuertemente atada a la
espalda.
GRUPO DE RELATOS MUY BREVES CON FIGURA DE ESCRITOR EN EL
CENTRO O UNA ESQUINA