BICHOS
¡No pienso abrir los ojos! Si me estoy quieto y no les
hago caso seguro que se van o por lo menos, no me hacen nada,
como pasó ayer, y antes de ayer, y el otro, pero si
me pillan mirando seguro que se me echan encima. No consigo
dormirme. Y me escuecen mucho los ojos de tanto apretarlos.
No aguanto más… ¡Lo sabía, aquí
están! ¡Y cuántos hay! ¡Fuera, fuera
de aquí! ¡Mamá, mamá!...
-¿Qué pasa Pablo? ¿Has
tenido una pesadilla?
-No, mamá, están aquí de verdad, ¿no
los ves?
-¿A quienes? No estamos más que tú y
yo, cariño, ¡y deja de dar esos manotazos!
-Es que hay bichos. Hay un montón y de todas clases,
pero sobre todo, moscas. ¿Los ves ahora? Aquí,
sobre mi cama. Por favor, no dejes que me piquen.
De repente, mamá ha encendido la lámpara y la
veo a ella, entre manchitas de luz, hasta que se me acostumbran
los ojos.
- No son bichos, hijo, son palabras. Palabras de colores que
adornan la sábana. No hay ningún bicho.
Y es verdad. Ahora, a la luz, se ven las palabras. Reconozco
algunas letras de las que me enseñan en el cole, aunque
no entiendo lo que pone. Pero en la oscuridad se convierten
en bichos.
-¿Y qué dicen, mamá?
-Te quiero. En muchos idiomas. Y de muchos colores.
-Pues cuando está oscuro se transforman en bichos.
Y no consigo que se vayan. Aunque se lo pido cuando cierro
los ojos fuerte, fuerte. Yo creo que no me hacen caso porque
saben que me dan miedo…
Mamá me sonríe.
-Está bien, mañana cambiaré esa sábana.
Anda, vente a mi cama. Pero sólo porque papá
está hoy de viaje.
¡Por fin¡ ¡Creía que
no lo iba a decir nunca! Mamá me da la mano y apaga
la luz. Ya no tengo miedo. Y ya no están. Los bichos
se han ido. Sólo hay letras en mi cama. Lo sabía,
ahora sí me han hecho caso. Como ya no les tengo miedo…
ÁLVARO
Hemos estado jugando toda la mañana en mi habitación,
a los soldados. Él, los de color verde y marrón,
con casco. Yo, los rojos y negros, con boina. El vencedor
Álvaro, como siempre. Pero yo soy mejor a las chapas,
a ver si le gano luego, que hemos quedado en echar una partida.
Aunque es domingo, esta tarde se queda Paquita
para ayudar a mamá, porque después de la misa
viene gente a merendar a casa, como todos los años,
aunque yo sólo me acuerdo del último y dice
papá que es normal, que antes era muy pequeño.
En la iglesia me he portado muy bien y no he
hablado con nadie, ni siquiera con Álvaro que estaba
también muy formal a mi lado, aunque a veces nos mirábamos
y nos entraba la risa de lo puro serios, pero nos la aguantábamos.
La merienda, ¡qué buena ha estado!,
lo que más la tarta de chocolate de Paquita. De un
soplido he apagado las seis velas y después nos hemos
puesto las botas, sobre todo mis primos Raúl, Lola
y Ana. También han venido mis amigos Lucas, Quique
y Mateo, y hemos jugado al escondite en el jardín.
Nos hemos divertido, la verdad. Y me han traído regalos.
Pero los mayores han estado serios, sobre todo papá;
y mamá un poco triste, aunque disimulaba y de vez en
cuando, me sonreía, me preguntaba si lo estaba pasando
bien en mi cumple y me daba besos muy, muy fuerte.
Ahora ya se han ido todos, menos Álvaro,
a ver si podemos echar esa partida de chapas.
Mamá me estruja, me espachurra casi
del abrazo.
Y me voy por fin a mi cuarto y le gano a Álvaro. Me
da el tiempo justo, porque se tiene que ir ya. -Quédate-
le pido, pero me dice que no puede, aunque volverá
el año que viene y nos despedimos, y me entran ganas
de llorar, como a mamá, y entiendo que ella se ponga
triste, aunque lo disimule, porque a mí también
me pasa, y por lo menos yo lo veo una vez al año, el
día de mi cumpleaños, bueno, de nuestro cumpleaños,
pero ella sólo lo vio el día que nacimos y después
no lo ha vuelto a ver nunca y le debe echar muchísimo
de menos, aunque no sé si tanto como yo, porque además
de mi hermano, Álvaro es mi mejor amigo y aunque no
esté con nosotros sino en el cielo, siempre lo será.
DON AURELIANO
De vez en cuando le miro con el rabillo del
ojo. Muchas veces está liando cigarrillos con sus dedos
largos, arrugados, huesudos y amarillentos, casi naranjas,
de lo flaco y lo viejo que es y de todo lo que fuma. Alisa
los papeles, los llena de tabaco y luego los chupa un poco
para pegarlos. Los dientes también los tiene amarillos.
Y el pelo. Bueno, el pelo es más blanco que amarillo,
al revés que los dientes. La cara, con muchas arrugas
y muy alargada, como la de Don Quijote, pero sin barba.
Todos los martes y jueves por la tarde doy clase con él,
no me da tiempo a jugar al fútbol a la salida del cole.
Tengo que merendar, lavarme y sacar los libros corriendo,
porque Don Aureliano es súper puntual. A las seis clavadas
toca al timbre y mamá comprueba si su reloj va bien
y si no, lo pone en hora. A veces llega antes y se queda en
la escalera del descansillo, fumándose un cigarro de
los que se hace luego.
A su lápiz le saca siempre punta con
una cuchilla y le queda perfecta. A mí, en cambio,
se me rompe siempre y se me queda dentro del sacapuntas ese
bueno, el de metal con dos agujeros.
Mamá le tiene muchísimo cariño. Dice
que es el mejor profesor particular que existe, que le dio
clase a ella cuando era pequeña y a mi tío,
que ahora es ingeniero, y se ha empeñado en que me
de a mí también, pero a mi me parece un antiguo
y un cascarrabias y bastante raro, como las notas que pone.
Las buenas: pasable, bien, muy bien, excelente y óptimo.
Las malas: mal, muy mal, horroroso, pésimo y pésimamente
horroroso. ¡Huy! ¡Por cierto!, debe estar a punto
de llegar…
-No viene Don Aureliano, Pablo.
-¡Qué bien mamá!
-No te creas, hijo, porque ya no va a venir nunca más.
Está llorando y a mí se me hace un nudo mientras
me cuenta que se ha ido al cielo y me siento mal, muy mal,
pésimamente horroroso.
TAN A GUSTO
¡Qué bien me encuentro! La verdad
es que estoy tan a gusto que no me apetece volver. Me quedaré
un rato más, descansando del lío que se montó
ayer…
Aunque en realidad todo empezó el viernes,
cuando salía del cole con Mateo y allí estaba
ella en el kiosco de las chuches con su amiga Rosario, que
le encanta a mi compañero de pupitre, y por eso me
dio un codazo y me empujó para que nos acercásemos
a las niñas, con la vergüenza que me daba, porque
a mí la que me gusta es Lucía, que no es rubia,
pero que hace las mejores pompas de chicle que he visto en
mi vida.
Mateo le regaló a Rosario una barrita de regaliz rojo
y yo, claro, no tuve más remedio que comprarle algo
a Lucía, porque si no iba a quedar fatal, y elegí
un chicle de fresa Bazoca Joe, que hace muy buenos globos
y sabía que le iba a gustar. A cambio, muy educadas,
nos dieron unos pictolines, que estaban buenos, pero no tanto
como ellas que son guapísimas, y por eso nosotros íbamos
tan contentos por la calle presumiendo delante de Pedro, Quique
y Lucas, que los dejamos colgados para el partido de fútbol
y nos miraban que no se lo creían.
Dimos un paseo por el parque y se nos estaba pasando el tiempo
en un santiamén, ya casi era hora de volver a casa,
cuando el listillo de mi amigo empezó a presumir de
lo bien que nadaba, y era verdad, por eso me daba tanta rabia,
que las tenía a las dos con la boca abierta. Algo me
empezó a entrar por dentro y de repente solté
que él era más rápido, pero yo aguantaba
más, que era capaz de hacer cincuenta largos en la
balsa del cortijo del cura, a la que íbamos los sábados
cuando hacía buen tiempo.
Como no se lo creían, ni siquiera Mateo,
quedamos en que se lo iba a demostrar a todos al día
siguiente, en la balsa, a las doce. Y nos despedimos.
-¿Dónde vas Mateo?
Acababa de desayunar leche con Cola Cao y churros, llevaba
el traje de baño debajo de los pantalones y había
preparado ya la bolsa de deportes con la toalla.
- Al cortijo del cura, he quedado con Mateo y los demás
amigos para jugar al fútbol. Tuve que mentir, no nos
dejaban ir a bañarnos si no iba algún mayor.
-Cuidado con las caídas y las patadas, hijo y no llegues
tarde a comer.
Cuando llegué, ya estaban todos esperándome.
Yo estaba nerviosísimo pero muy decidido a demostrar
lo que sabía hacer, sobre todo delante de Lucía,
así que empecé a nadar despacito, para no cansarme.
Notaba las miradas clavadas en mí, como alfileres que
pinchaban más que el agua, helada. Ya llevaba diez
largos, luego veinte, treinta, notaba el cuerpo como de corcho,
ya no tenía frío, estaba a punto de terminar
el número treinta y nueve cuando perdí la cuenta,
pero sabía que me quedaban todavía, tenía
que llegar a cincuenta, no podía parar después
de haber hecho ya tantos, un poco más…la verdad
es que no me dolía nada, en realidad estaba como si
me meciesen en el agua, tan a gusto…hasta que de repente
noté un pinchazo fuerte, pero no de frío, en
el pecho y vomité, y temblaba y ya no estaba en el
agua sino en el suelo, creo. A mi alrededor Lucía,
Rosario, Mateo y unas personas más que no conocía
y me levantaron y me metieron en un coche que olía
fuerte y me mareaba. Y me encontraba mejor así, como
borrachuzo y me sentía flotar, y subía, como
si volase…
¡Qué a gusto! Llevo así desde entonces,
aunque no entiendo muy bien porque desde aquí arriba
también me veo tumbado en una cama, que no es la mía
pero parezco yo, muy quieto y muy blanco, enchufado a una
botella. Y es mamá la que está cogiéndome
de la mano llorando, mientras papá habla con un señor
que va de médico, aunque no oigo lo que dicen. Pero
no me duele nada y ¡estoy tan bien aquí arriba!
Bueno, me empieza a molestar el brazo y un poco el pecho.
También parece que oigo voces aunque muy bajitas, ¿qué
dicen? Deben estar hablando de mí, porque me miran
siempre; al que está tumbado que se parece a mí,
digo. Y mamá está tan triste… me da pena.
¡Estoy bien, mami! ¡Estoy aquí!...
Ahora me duele todo pero consigo abrir los
ojos y veo y oigo. Ya no estoy flotando en lo alto, sino en
la cama y mamá se me abalanza y me besa y me habla,
y también mi padre. Yo empiezo a encontrarme mejor
porque he vuelto y estoy con ellos pero no mejor que antes,
¡estaba tan a gusto!
HÉROE
-¡Y aquí están las preguntas!
Mis amigos me miraban con la boca abierta.
-¡Jo tío, eres la leche!
Ayer me sentía como un héroe. Les acababa de
contar cómo la tarde antes me había colado en
el despacho de Don Francisco sin que nadie me viera y después
de rebuscar en su cartera y encontrar el tesoro, o sea, el
examen final de sociales, lo había copiado de pe a
pa.
-¡Vaya huevos le has echado!
Me daban palmadas en la espalda.
Ahora sólo espero que el profe no haya
cambiado las preguntas en el último momento. Desde
el pupitre de mi derecha, Quique me mira de reojo y noto una
patada en la espinilla de Mateo, detrás mía.
A ver, la primera…perfecto; la segunda…también;
la tercera y la cuarta las ha cambiado un poco, pero algo
se puede hacer y la quinta está exacta. ¡De pe
eme!
El tiempo pasa despacio. He terminado súper rápido,
claro. Le saco punta al lápiz para disimular ¡cinco
veces, cómo siempre se me rompe!
El timbre ¡Por fin!
-Me ha salido dabuten - dice Lucas –Gracias
a ti, tío.
-Aprobamos todos, seguro y podremos ir al campamento de los
scouts en julio. Nos lo vamos a pasar que te cagas.
-¡Un hurra por Pablo!
-Pablete, Pablete, Pablete es cojonudo, cóoomo Pablete,
no hay ninguno.
Sí, soy un héroe. Se lo han tragado
todo. Claro que es más fácil creerse la bola
que la verdad. Si les cuento que ayer después de la
merienda cerré los ojos y mientras mi cuerpo descansaba
tranquilamente en el sofá de casa, mi otro yo echó
a volar y atravesó las paredes del cole hasta llegar
al despacho de Don Francisco y allí esperó hasta
que le vio terminar de poner el examen y que luego volví
con pereza a mi cuerpo, el del sofá, y copié
las preguntas sin que se me olvidase ni una…si les cuento
eso sí que no se lo creen o me toman por loco o alo
mejor les doy miedo, cómo me pasó a mí
mismo las primeras veces. Prefiero que sigan pensando que
soy un héroe de los de verdad.
HIJO ÚNICO
Ser hijo único es una putada. Tienes a tus padres siempre
detrás. Si te portas bien están todo el rato
dándote besos y abrazos, muy pegajosos, sobre todo
mi madre o diciéndote lo orgullosos que se sienten
de ti, sobre todo mi padre. Si te portas mal las regañinas
son interminablemente largas porque no hay nadie más
a quien regañar y los castigos son el doble de aburridos,
porque estás solo en tu habitación, solo como
la una. Aunque en esos momentos muchas veces practico mi habilidad.
Cierro los ojos y viajo, aunque mi cuerpo se queda tranquilamente
sentado o tumbado en la cama. Aprendí a hacer esto
el mismo día que descubrí que no me gustaba
nadar. Lo mío era volar o lo que sea esto que hago.
Al principio me daba miedo, pero ahora que le voy cogiendo
el truco me empieza a gustar. Lo único que no me gusta
es que creo que a los demás niños no les pasa,
que alo mejor es que no soy normal, pero menos en eso yo creo
que sí lo soy, por lo menos nadie me ha notado nada
raro hasta ahora.
Claro que hay algo en lo que me preocuparía
no ser normal y es en lo del sexo, vaya, en lo de sí
realmente a mí me van las chicas o no, aunque yo creo
que sí, porque a mí me gusta Lucía desde
hace tiempo. Eso creo que lo tengo claro, me da más
miedo que no me funcione bien el rabo cuando sea mayor. Desde
luego, no lo tengo ni la mitad que el de Quique, pero creo
que es que lo de él no es normal, porque mis otros
amigos lo tienen más o menos como yo. A lo mejor es
que él tiene una habilidad especial, como la mía
pero distinta, porque cuando se concentra mucho mucho y se
lo toca un poco se le pone como una porra dura y por eso le
hemos puesto de mote Quicón. Los demás hemos
quedado en que practicaremos todas las noches y la verdad
es que vamos todos mejorando con los días en rapidez
de concentración y tamaño, pero no creo que
lleguemos nunca a lo de Quique.
Ayer me pilló mi madre practicando en
el cuarto de baño. Se me había olvidado echar
el pestillo. Por supuesto puso el grito en el cielo y se fue
hablando y haciendo aspavientos al salón donde estaba
mi padre: que si yo era muy pequeño aún, que
si él como hombre debía hablar conmigo de esas
cosas… Y lo hizo. Sonriendo, cariñoso y yo diría
que hasta orgulloso, mi padre me explicó que poco a
poco iría conociendo mi propio cuerpo y que lo mío
era de lo más normal y me tranquilizó con que
el tamaño no importa y que no hacía falta ser
un Quicón. Por último unas palmaditas cariñosas
en la mejilla y un “y ya sabes machote, cuando tengas
alguna duda me preguntas a mí, de hombre a hombre”.
Por la noche, como no me podía dormir y vi por la puerta
de mi habitación que salía luz del fondo del
pasillo, donde estaba el despacho de papá, pero que
no nos deja entrar cuando está cerrado, porque está
trabajando, me concentré fuerte y subí volando
despacio hasta que llegué a su lado. Estaba leyendo
unas revistas. ¡Y que revistas más supercojonudas!
¡Menudo cabrón estaba hecho mi padre! Todo eran
tías buenísimas en bolas o casi. Y mi padre
practicaba como nosotros y se le ponía casi tan grande
como a Quicón. Sentí una sacudida y volví
rápidamente a mi cuerpo, demasiado rápidamente.
Me dolía la cabeza y estaba algo mareado, nunca había
vuelto de modo tan brusco. Miré dentro del pantalón
de mi pijama y decidí contento que no era mi padre
ni Quicón, pero que no estaba mal. Y en ese momento
me alegré de ser normal en eso y de estar en mi cuerpo
de siempre y no en mi otro yo que volaba.
MAMMA MÍA
Me hice amigo de Marco el primer día que llegó
al colegio el curso pasado, en enero, después de las
vacaciones de Navidad. Y hasta hoy.
Sus padres son italianos, de Sicilia, aunque
el ya nació en España, en Madrid, que no les
gustaba nada porque en invierno hace frío y no tiene
mar y por eso en cuanto han podido se han venido a vivir aquí
y han puesto una tienda de ropa muy bonita que se llama Mamma
Mía! Mi padre dice que seguro que le han puesto así
por la hermana mayor de Marco, que… ¡mamma mía
cómo está! Pero mi madre cree que más
bien será por los precios, que la gente cuando lee
las etiquetas exclama ¡mamma mía que caro es!
Pero lo mejor que tiene Marco es su abuela
Gabriella, porque es divertida, hace unos dibujos cojonudos
y sobre todo porque me entiendo con ella con solo mirarnos,
pero con sólo mirarnos de verdad, sin hablar con la
garganta, sino nada más con el pensamiento, como me
pasa con mi hermano Álvaro, cuando viene a verme cada
año, el día de nuestro cumple.
Y yo sé que el nombre de la tienda es
por ella. Me lo contó silenciosamente mientras me miraba
sonriendo el otro día, cuando me quedé a dormir
con Marco porque a la mañana siguiente nos íbamos
temprano a pescar al espigón que hay cerca de su casa:
aquel pequeño restaurante donde se enamoraron…
ella era cocinera y también atendía las mesas…
Sus tortellone mamma mía alimentaron el estómago
y conquistaron el corazón del joven comerciante español,
de vacaciones en Sicilia. Y allí se quedó. Y
vino la primera tienda de ropa ahí mismo, y luego otra
en Roma y otra, y otra más en Madrid… pero él
nunca llegó volver aquí, junto a su mar, como
le hubiese gustado. Un invierno frío de Madrid lo mato
un año antes. Y desde entonces, la nonna Gabriella
se había quedado muda. Sólo dibujaba y dibujaba.
Ella era especial. Como yo. Y como sus dibujos.
Aquella noche que me quedé a dormir en casa de Marco,
porque al día siguiente salíamos de pesca, me
regaló uno. Del tamaño de una cuartilla. Retrato
de Pablo ponía y se me veía a mí, sentado
en un sofá, con los ojos cerrados y mi otro yo flotando
por encima con los ojos bien abiertos, vivaracho y sonriente.
Y había además una sombra que sujetaba como
un hilo que unía mis dos yo…una sombra que se
parecía a mí pero que yo sabía que no,
que era mi hermano Álvaro.
Sí, lo mejor que tenía Marco
era la nonna Gabriella. Era muy especial. ¡Mamma mía
que lo era! – Gracias- le dije. Y le di un beso. Un
beso de verdad.
LA MEJOR MAMÁ DEL MUNDO
Mi madre es muy guapa. Y muy buena. La mejor
mamá del mundo.
Pasado mañana es el día de la madre y tengo
para ella un regalo que le he hecho en clase de trabajos manuales:
un mosaico de teselas dibujando una flor, con unos ganchos
para colgar llaves. Es una sorpresa. Lo he escondido en la
cartera para que no lo vea cuando llegue a casa. Me queda
sólo envolverlo y ponerle por detrás una dedicatoria.
Tengo tiempo hasta el domingo.
Hoy me han dado permiso para irme del entrenamiento de fútbol
antes de que termine, porque el bruto de Quique me ha hecho
una entrada tan marrullera que he aterrizado de golpetazo
en el suelo y no paraba de salirme sangre por las dos rodillas,
y aunque me han curado con agua oxigenada y mercromina, me
escuecen que te cagas, y no estaba yo para seguir jugando.
Por eso vuelvo a casa hoy más pronto que otros viernes,
aunque no tanto, porque como me duelen las heridas voy despacio
y además me pesa la cartera, que llevo dentro el mosaico.
Estoy deseando llegar para contarle a mamá lo que me
ha pasado y que me ponga unas tiritas, que no me gusta luego
que se me vean las costras. Además, seguro que si me
pongo mimoso, consigo que me deje dormir hoy con ella, como
cuando era muy pequeño, porque papá no está,
se ha ido de viaje de trabajo, como siempre.
Mi padre nunca está. Y es mejor así. Últimamente
anda de de muy mal humor y discute por todo con mamá.
Justo ahora que por fin ella está más contenta
y aunque se sigue poniendo triste el día de mi cumple,
porque se acuerda de Álvaro, el resto del año
está simpática, cada vez más. Me achucha
continuamente, se ríe, canta en la ducha y mientras
cocina, y hace planes divertidos para que yo me lo pase bien
como ir al circo o a patinar sobre hielo, o dejar que vengan
mis amigos a casa a merendar su tarta de manzana que es de
chuparse los dedos y que luego juguemos a las tinieblas de
la noche en pleno salón.
Ya he llegado a casa. Hace unos minutos, pero no he tocado
el timbre. No se ven luces en las ventanas. Bueno, todavía
es de día. Y sé que Paqui no está, he
oído esta mañana que tenía la tarde libre.
Espero que esté mamá, aunque a lo mejor no ha
llegado todavía y tengo que esperarla un poco, como
siempre llego a las seis y hoy es más pronto…Pero
seguro que sí. Porque siempre está, pero no
sólo por eso sino porque lo noto, lo presiento…
cierro los ojos y los aprieto fuerte, sin sentarme siquiera,
ya voy cogiendo práctica… y me elevo, llego a
la puerta de su cuarto pero no avanzo más. Escucho…
se oyen voces, pero no lo que dicen; risas… distingo
la de mamá, la que tiene últimamente, está
contenta. Hay alguien más, parece un hombre, pero no
reconozco su voz, ni sus risas, aunque sé que no es
papá, está de viaje y además hace mucho
que no se ríe...Más risas, muchas… Mamá
está contenta, eso está bien, no voy a entrar
para no molestarla. Volveré a mi cuerpo y esperaré
en el jardín, detrás del laurel que hay junto
a la puerta de la entrada. Así nadie se dará
cuenta que estoy, pero yo sí podré ver a la
persona que está haciendo tan feliz a mamá cuando
salga de casa. Siento curiosidad… Seguro que se va antes
de las seis. Mientras, iré poniendo la dedicatoria
en mi regalo, me esmeraré en hacer la letra bonita,
que yo soy poco mañoso: De tu hijo Pablo para ti, mamá,
la mejor mamá del mundo…
UN MILAGRO
-¡Estate quieto, Pablo!
-¡Es que me pica la barba! ¡Y la túnica
también!
-¡Pues te aguantas, como todo el mundo!
Hay que joderse con la cursi de doña Josefina. ¡Menudo
carácter! Pero más vale que me muerda la lengua
y que no se me ocurra moverme más, no vaya a ser que
me cargue la física…
¡Joder cómo pica esto coño! Es que ha
sido mala suerte, o si no, que se lo pregunten a Quicón,
que le ha tocado hacer de la Virgen María. Lo han sentado,
para que no se le vea más alto que a San José,
o sea, que a mí. Da risa verlo, mejor procuro no fijarme
en él, pero es que si miro al niño Jesús,
o sea al pobre Mateo, es peor todavía. Está
acurrucado entre los dos, en la cuna esa de cartón,
con las piernas dobladas para fingir que es pequeño,
como el niño Jesús, pero no se le parece en
nada, aunque a lo mejor, el día de la función,
cuando se quite las gafas… Dentro de lo que cabe, el
que tiene un papel menos ridículo es Lucas, de pastorcillo,
porque lo que es Marco…menos mal que no le veo, está
detrás de mí, con su peluca rubia de rizos y
sus alitas de algodón blanco y purpurina dorada, y
encima tiene que cantar; como es italiano y tiene un acento
muy particular en latín según la profe…interpreta
Adeste fideles; cuando empiece no se si voy a poder aguantar
la risa, que no le veo, pero le oigo.
Todo por lo de aquel día, hace cosa
de un mes, culpa de Mateo, como siempre, que es “don
ideas”, que a quien se le ocurre, aunque todos le ayudamos,
ponerle pegamento a la de física en la silla, que se
rasgó toda la falda y se le veían las bragas,
y todos desternillados de risa, no sólo nosotros, los
culpables. Y como mis amigos y yo somos más valientes
que el capitán Trueno y el Jabato juntos, confesamos,
para que no castigasen a los que no habían sido, aunque
bien que se rieron a nuestra costa. La Fina nos hizo copiar
20 veces a cada uno y con buena letra, la cursilada esa de
“Margarita, está linda la mar...” Y encima
esto, la supervenganza, por lo de las bragas, supongo. Me
acuerdo perfectamente cuando lo anunció en clase…
-Este año, para la función de Navidad vamos
a desarrollar con lo alumnos de 5º de E.G.B. una idea
fantástica, que estoy segura que os va a encantar a
todos, en especial a los elegidos-
-Ni que decir tiene quienes fuimos.
Pues mañana será el gran día
y hoy estamos en el tercer y último ensayo de nuestro
Belén viviente, que ya está terminando, y he
conseguido quedarme casi quieto del todo, a pesar de los picores,
y no reírme, gracias a Dios. Parece que ya podemos
recoger los bártulos e irnos a casa.
-Jo macho, estoy deseando que pase ya todo.
-¡Toma, y yo!
-Pues yo no sé si voy a ser capaz de pegar un ojo esta
noche pensando en la vergüenza que vamos a pasar.
-Mira, Mateo, mejor no pienses más, tío, que
cada vez que lo haces nos metes en un lío.
Pero Mateo tenía razón, no consigo
dormir bien, se me hace interminable la noche, tengo sueños
raros, pesadillas…el público, o sea, los padres
y los compañeros de clase que no han tenido “la
suerte” de ser elegidos, descojonándose en sus
asientos; y las niñas del Sagrado Corazón, que
siempre vienen a ver la función de Navidad -y entre
ellas está Lucía, y esto es lo peor de todo-,
a mandíbula batiente.
Por fin ha llegado el momento. Me muero de
sueño y de vergüenza. Se abre el telón
y se oyen aplausos. Luego los focos… Parece que hoy
me pica menos el traje, menos mal. Y la barba. Me estoy quieto
y observo. Mateo se ha quitado las gafas y resulta que está
bastante conseguido como niño Jesús, parece
como si de repente hubiese encogido, lo mismo que Quique,
que está hasta “guapa” y todo en su papel
de Virgen María. En cuanto a Lucas, le queda muy creíble
el borreguito de peluche que lleva en los brazos, de su hermana
pequeña, de propaganda del Norit… Ya empieza
a cantar Marco ¡y no desafina! ¡Es un milagro,
realmente es un milagro! La gente no se ríe, sonríe,
y a alguno hasta se le escapa una lagrimilla silenciosa. El
espíritu de la navidad flota por todo el salón
de actos. Yo no, estoy a gusto en mi cuerpo, no quiero irme.
El traje ya no me pica en absoluto. Ni la barba. Y yo también
sonrío, como los demás; es como una corriente
eléctrica que nos hace sentir bien a todos; Adeste
fideles es una canción de Navidad preciosa. Mis padres
se dan la mano y se miran a los ojos. Están en primera
fila y los veo claramente. Parecen felices. Bendita doña
Josefina y su Belén viviente. Me alegro que a Mateo
se le ocurriese ponerle pegamento en la silla. Me alegro de
lo de las bragas. Porque todo es un milagro, un verdadero
milagro.
CUENTO DE NAVIDAD
Me imagino un cuento de Navidad.
Un niño más o menos de mi edad pasea por la
calle, entre su padre y su madre, de la mano de los dos. Van
muy abrigados, con chaquetón, gorro y bufanda. Nieva.
No es una imagen en blanco y negro, todo alrededor de ellos
tiene infinidad de colores: los escaparates de las tiendas,
los árboles, los adornos, las otras personas que abarrotan
la calle…rojo, verde, amarillo…pero ellos no,
ellos sólo son luminosos y resplandecientes, casi hirientes
de tanta luz que irradian; muy clara; si tuviese que pintarlos
de algún color sería con blanco, el de las estrellas
recién nacidas, antes de que el tiempo pase por ellas,
antes de amarillear o enrojecer.
Tengo los ojos cerrados y los aprieto fuerte.
Me atrevo a abrirlos. Ya no tengo que imaginar un cuento de
Navidad. Mis padres y yo somos el cuento de Navidad. Hemos
venido a Madrid, a pasar las fiestas en casa de los abuelos,
y está nevando. Hace muchísimo frío y
nos hemos abrigado a tope. La calle Preciados está
de bote en bote y en la puerta del Sol hay un árbol
inmenso, con muchas luces de colores.
-¿Te gusta esta bici, Pablo?
Es una BH roja.
-¡Claro, papá, es justo la que le he pedido a
los Reyes!
Mamá sonríe y me achucha, como siempre que está
contenta. Está muy guapa, como siempre, aunque no esté
contenta. Pero no lleva colores, ni papá ni yo tampoco,
sólo somos muy claros y tenemos luz, muy brillante,
cegadora, la luz de la felicidad, la de las estrellas, la
de la Navidad, mi Navidad, los tres juntos de la mano, como
en un cuento, el de mi sueño, mi cuento de Navidad.
TODO UN HOMBRE
Se lo he pedido mil veces al Cristo de la capilla del cole,
esperando que me cogiera y me llevara a alguna parte, como
a Marcelino pan y vino, como a mi hermano Álvaro; esperando
que me explicara como yo, con mis superpoderes no podía
hacer nada, no podía conseguir lo único que
realmente deseaba en el mundo. ¿De qué me servía,
eh? ¿De qué me servía poder hacer viajes
astrales? ¿De qué me servía poder escaparme
un rato si tenía que volver después a la realidad,
a la tristeza permanente de mi padre? Tristeza de derrota,
de impotencia, de no saber ya que hacer para agradar a mi
madre, que se desvivía por ella el pobre y mamá
se lo agradecía sonriendo, siempre sonriendo, pero
de distinta manera que cuando me sonreía a mí,
como sin alma, hueca, sin poder hacer nada ella tampoco…
Y ahora por fin ocurre lo que tanto he temido.
Papá me sienta en el sofá a su lado y quiere
hablarme de hombre a hombre.
Me dice que adora a mamá, -¿¡quien no!?-,
que es maravillosa -ya lo sabemos- pero que hace ahora diez
años, ocho meses y tres días, cuando mi hermano
se murió… que como él es médico
y estaba allí, hizo cuanto pudo pero… tú
lo conseguiste y Álvaro no, y desde entonces mamá
es como si me culpase sin culparme, como si el verme le recordase
siempre al hijo que vivió tan poco… para que
tu madre pueda olvidar del todo y ser feliz, es mejor que
me vaya de casa, Pablo, pero estaré en otra aquí
muy cerca y nos veremos todos los días… estoy
seguro que tú lo entiendes, siempre tan maduro y tan
fuerte, así es mi hijo…- y me revuelve el pelo
con la mano, como hace siempre; y me mira muy profundo y fijo…
-Sí papá lo entiendo, pero me duele…
-¿Lo ves?- sonríe. -Ya eres todo un hombre,
un hombre de verdad
Lo dice con orgullo, pero a mí no me gusta, no me gusta
nada.
BELLA SIN ALMA
-Le he mangado a mi padre una botella de Larios nueva, sin
abrir. Y una de ron Negrita, que está empezada pero
poco.
-Yo una de JB y otra de Cacique, pero las dos están
a medias.
-Pues yo, como mi padre está de viaje, no he podido
rebuscar en su casa, así que tíos, lo siento,
por mi parte nada de alcohol, pero traigo una tortilla de
patatas que ha hecho mi madre, para empapar.
-¡Jo, Pablo, tío, qué pringao!
-Yo traigo un cartón de Habanos y otro de Fortuna,
del estanco de mi tío.
Todos mis amigos traen tesoros similares, en general mucha
bebida y poca comida, excepto mi aportación y las empanadillas
de Lucas, de la confitería de su abuelo.
-Sólo falta comprar las Coca-Colas, las Fantas y las
Tónicas, con el fondo común. Y algo de patatas
y frutos secos.
-¿Y la música?
-De eso se encarga Juanito.
-¡Qué fiestorro colegas! ¿A qué
hora les habéis dicho a las niñas?
-A las nueve.
Quicón se frota las manos y bromea sacando la lengua,
como relamiéndose: -Hoy pillamos, seguro; y el que
no, es que es marica.
A las ocho y media ya estamos todos los amigos
en la bombonera, la bodega de los padres de Mateo, que nos
la han dejado para hacer la fiesta, nuestra primera gran fiesta
guateque, con alcohol y todo, aunque esto no lo saben los
padres de Mateo.
A las nueve en punto empiezan a llegar las tías. A
cual más buena, la verdad, que hay que hacer honor
al nombre de nuestro pequeño local guatequero y sólo
podemos llevar “bombones”.
Rosa y su hermana Luli que son rubias y altísimas.
Rosario, Carmina, Loles, Isa y todas las demás, están
para hacerles un favor. Pero la que a mí me gusta más
de todas o mejor, la única que me gusta de verdad,
es Lucía.
Llega con el conjunto de falda corta y polo de Lacoste amarillo
que le queda tan bien. La saludo y me contesta simpática,
como siempre, sin más. Yo tampoco soy muy expresivo
con ella, lo reconozco, aunque le ofrezco un gin-tonic que
acepta, encantada. No es ninguna mojigata, pero no sale con
nadie, está… enamorada, desde hace meses, de
Ricardo, y todos lo saben, pero él sólo tiene
ojos para “su” Rosario. Joder, qué suerte
el tío, con la cara de “apollardao” que
tiene.
La música es un éxito. Por supuesto, todas lentas,
a ver si pillamos, como dice Quique: California dreaming,
Staying alive, Acuarela, Yesterday, Every time you go away…y,
por supuesto, Bella sin alma.
Lucía avanza hacía mí,
no puedo creérmelo, sonriente, con el vaso en la mano,
con las mejillas más rojas de la cuenta…ahora
o nunca, Pablo, sácala a bailar, hazla reír
o… algo, lo que sea, menos quedarte ahí parado
como un pasmarote…
-¿Me preparas otro, por favor? Estaba buenísimo.
Mientras bailo con mi primo…
Le digo que sí claro, y de paso yo me hago otro que
hace el quinto, y me esmero, que uno es para ella, mientras
me cago en su primito Mario que siempre está por ahí
en medio, como el perro del hortelano, ¡qué es
su primo, joder, y sólo viene en vacaciones, dándoselas
de pijo y a dar un poco por el saco…!
-¡Gracias Pablo! Por cierto, te presento a mi amiga
Angelines, estaba deseando conocerte.
La tía está buena, la verdad, y con unas tetas
estupendas. ¡Vaya!, justo ahora pone Juanito Bella sin
alma, hubiese dado algo por bailarla con Lucía, muy
juntos, acariciarle el pelo, el cuello… susurrarle algo
bonito al oído…, pero ella me hace un guiño
cómplice, y se va a bailar con su primo, con el pijo
ese de Madrid, que me toca las narices, por muy primo suyo
que sea…Y yo claro, no me queda otra que sacar a la
amiga y la achucho, cabreado; y me arrimo todo lo que puedo,
y ella se deja, encantada, y se pega más a mí
todavía. Quique me da un codazo, está bailando
a mi lado, con Rosa, mientras se pegan el lote, y yo le imito
y beso a Angelines en la boca, le meto mano por el escote
y voy bajando, y ella se deja hacer… me la llevo al
sofá del rincón, a lo oscuro, Marco está
en la otra esquina, creo que con Isa, pero que más
da, cada uno a lo suyo. Me pienso poner morado, está
claro qué he pillado, como decía Quique.
Ha terminado Bella sin Alma, me da igual la que pongan ahora;
yo a lo mío, ¡que le den a la estrecha de Lucía!
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