VALENTINA
Bajo La Mesa
Fue quizá la primera vez que Valentina
probó la miel agridulce del triunfo inmerecido y la
emoción temerosa de mentir. Sucedió así.
Se acercaba la hora de la salida. Desde su puesto
en la mesa yellow Valentina echó una ojeada alrededor
del salón. La mayoría de los niñitos
parecían super concentrados en la labor de pintar con
los dedos el papel que tenían enfrente, tras sumergirlos
en alguno de los botes de pintura de colores que había
en cada mesa. Valentina bajó la mirada a sus manos
que parecían un par de garras de monstruo, suspendidas
rígidamente en el aire cerca de su regazo. ¿Qué
hacer con ellas? ¿Cómo pintar un sol amarillo
con ese revoltijo de pintura acumulado en cada uno de sus
deditos? se preguntó incomoda, haciéndolos bailar
nerviosamente. La respuesta se la dieron sus manos que, sin
que ella se los pidiera, aprovecharon el momento en que sus
tres compañeros de mesa dirigieron la mirada a atender
un llamado de Miss Betty, para meterse bajo la mesa y restregarse
contra la madera hasta que se sintieron agradablemente más
limpias. ¡Ahhhhh!. Algo parecido debía sentir
Candy cuando se revolcaba en el pasto, jadeando y moviendo
la cola, para secarse después de algún chapuzón
en la piscina de casa de los abuelos en Cuernavaca, pensó
divertida.
Sintiéndose más cómoda,
pudo concentrarse en lo que estaba diciendo Miss Betty : ¨…
así que en unos minutos Martita y yo vamos a pasar
a revisar cada mesa y van a irse con una estrellita en la
frente los niños de la mesa que haya quedado más
limpia. Recuerden que si necesitan papel para limpiarse las
manos pueden, ordenadamente, levantar la mano para que Martita
pase a sus lugares a darles.¨ Oh ¡no! pensó
Valentina con el corazón latiéndole rápido
contra las costillas. Seguro que Martita pone la mesa yellow
patas pa´rriba y todo el mundo va a ver lo que hice.
Además seguro que Victoria Nieto me da uno de esos
pellizcos horribles cuando por mi culpa perdamos la estrellita.
Agggg. Y Toño Junco me va a echar una de sus miraditas
insoportables, pensó rechinando los dientes y arrugando
la nariz. Olvidándose del cuidado que había
puesto antes de no mancharse la batita rosada que cubría
su uniforme, se tocó con las dos manos la barriga que
de pronto le dolía.
Con esa actividad ruidosa y angustiada en su
interior perdió la noción de lo que pasaba en
el salón de clases, y de repente, como despertando
de un sueño, se dio cuenta que, increíblemente,
la mesa yellow había ganado en limpieza! Miss Betty
le pegó una estrellita en la frente acariciándole
el pelo y Martita, esa nana tan exigente y por la que Valentina
sentía verdadera adoración, le dio un abrazo
de felicitación diciéndole con su voz ronca
¨muy bien muchachita, ¡felicidades!¨ Una ola
de alivio y orgullo, mezclada con otras cosas menos agradables
inundó a Valentina. Entre el griterío de la
salida de la clase decidió no pensar en lo que quedaba
bajo la mesa.
Pero la cosa no acabó ahí. Valentina
no se iba a casa al terminar las clases como la mayoría
de sus compañeros. Se quedaba una hora más esperando
la salida del cole de sus hermanos mayores y de mamá,
que era maestra en el cole de los grandes, para juntos hacer
la larga travesía de vuelta a casa en medio del tráfico
de la gran ciudad. Estaba jugando en el patio con otros niños
cuando apareció Martita con cara muy seria y le dijo,
¨ven, quiero enseñarte algo¨. Valentina la
siguió al salón de kinder uno, en donde Martita
le señaló la mesa yellow que estaba voltead
encima de otra mesa exponiendo unas rayas multicolores y le
preguntó ¨¿Quién hizo eso?¨ ¨Yo
no fui¨ dijo Valentina moviendo la cabeza de un lado a
otro y escondiendo las manitas en la espalda. Sentía
el corazón latirle en la garganta. Martita se la quedó
mirando fijamente, seria, casi triste. Valentina bajo la vista
a sus zapatos negros.
De animales y roces con la muerte
La tía Lorenza regaló a Valentina y sus hermanos
tres conejos. El de la hermana era negro, el del hermano blanco,
y marrón con manchas blancas el de Valentina. Los llamaron,
respectiva y obviamente (¿cómo, si no?), La
Negrita, La Blanquita y Café con Leche. La mamá
les instaló unas jaulas en el patio junto a la cocina
y advirtió a todo el mundo sobre la importancia de
mantener cerrada la puerta para evitar a los conejos el peligroso
contacto con Candy, la perra dorada, con fino olfato de cazadora,
que se movía a sus anchas por el resto de la casa.
A pesar de la advertencia, con cierta frecuencia se organizaban
dramáticas persecuciones en las que Candy iba tras
un conejo que se había aventurado en sus dominios y
varios miembros de la casa gritaban y corrían intentando
detenerla. Durante las corretizas, los hermanos de Valentina
lloraban angustiados. Seguramente comprendían que se
trataba de un asunto de vida o muerte. Valentina, que era
la menor y aun no sabía correr lo suficientemente bien
como para participar activamente, gritaba también y
el corazón le daba golpes rápidos en las costillas.
Pero, ajena a las posibles consecuencias, sentía la
excitación ancestral del espectador de un emocionante
evento deportivo y las ganas de que hubiera más eventos
semejantes en el futuro (sobretodo si en ellos no participaba
Café con Leche).
Candy tuvo muchas camadas de hijos, pero sólo
la primera fue planeada por los padres de Valentina, con un
perro de su misma raza, y dio como resultado una docena de
hermosos cachorros dorados. El resto de sus cachorros, producto
de apasionados encuentros callejeros, fueron negros. Unos
lindos, otros no tanto, algunos con el pelo lacio, otros con
el pelo rizado... Uno de éstos últimos, llamado
Terry, acabó viviendo en la casa de la familia en Tepoztlán.
Era feo, grande, tosco y muy energético. Corría,
brincaba, ponía sus patas pesadas sobre el pecho de
la gente, mordisqueaba brazos con sus enormes colmillos, no
se estaba quieto. Era agotador. Una mañana los niños
lo encontraron muy tieso, acostado en una jardinera, con los
ojos abiertos. ¡Terry esta muerto! dijo el hermano de
Valentina. Ella lo quedó mirando largo rato sin comprender.
Y es que esa masa negra, peluda e inmóvil que tenía
enfrente, simplemente, no era Terry.
Candy fue una perra muy longeva. La trajo la
abuela Regina cuando Valentina era apenas un bebé y
murió cuando Valentina estaba cerca de terminar el
colegio. Una tarde que Valentina estaba sola en casa, Gloria
la empleada le pidió con cara preocupada que bajara
a ver a Candy. La perra, ya más canosa que dorada,
tenía un aspecto fatal: jadeaba, le costaba respirar,
se quejaba, daba vueltas sobre sí misma. Con un nudo
en la garganta, y dedos temblorosos y desconsolados, Valentina
llamó al veterinario, que amablemente vino tan pronto
pudo. Tras auscultarla determinó que se trataba de
una pulmonía. Más tranquila pero con el miedo
aun apachurrándole el corazón Valentina dio
el antibiótico a Candy y le puso unas mantas extra
en su casita. Al día siguiente bajó temprano
con su madre a verla y la encontraron jadeando orgullosa,
sonriendo con la lengua de fuera y con dos cachorritos negros
placidamente dormidos al calor del su vientre. ¡A vejez
viruelas!
La Época del Terror
Un escalofrío recorrió a Valentina
poniéndole la piel de gallina. Con los hombros encorvados
y los brazos muy pegados al cuerpo, se mordía el pulgar
de la mano izquierda. Respiraba rápidamente y un millar
de hormigas caminaban por sus intestinos dándole cosquillas
y dolor en el vientre. ¨… al levantar la cara hacia
el espejo vio reflejada detrás suyo… ¡la
cara fantasmagórica y ávida de venganza de aquella
mujer a quien había asesinado!¨ La maestra Cristina
bajó salvajemente la voz en la última frase,
a la vez que se acercaba a un niño sentado en la primera
fila, mirándolo con sus ojos saltones y amenazantes.
Valentina y otros niños gritaron a coro ante el giro
aterrador que había dado el cuento que, como premio
al buen comportamiento, les narraba su maestra de español.
¨ Si hacen ruido al bajar al recreo se quedan
sin historia ¿eh?¨ era el tipo de amenazas que,
con mirada feroz y un movimiento rítmico e involuntario
de cabeza, hacía a diario la maestra Cristina a su
clase de quinto de primaria. A Valentina le fascinaban las
historias de terror sobrenatural y le parecía genial
tener una maestra que las usara para guiarlos hacia el buen
camino. O al menos eso pensaba durante el día. De noche
todo era diferente. Abrazando algún muñeco de
peluche y con la puerta de su habitación abierta para
recibir sonidos y luz del resto de la casa, lograba dormirse.
Pero invariablemente se despertaba unas horas más tarde
con el corazón latiéndole tan rápida
y ruidosamente contra los oídos, que tardaba varios
minutos en calmarse lo suficiente como para escuchar lo que
sucedía afuera. Lanzaba entonces una mirada discreta
hacia la formidable casita de muñecas, regalo de su
padre, que sin lugar a dudas estaba embrujada, para luego
contar hasta tres y correr a pedir asilo nocturno en la cama
de su madre. Si la madre se lo negaba, corría a la
cama del hermano que siempre la recibía, porque comprendía
la angustia de Valentina, si bien sus propios miedos eran
más mundanos (ladrones, y ese tipo de cosas). El mundo
nocturno de Valentina estaba poblado de fantasmas, muertos
que regresan a cobrar venganza, muñecos diabólicos
y casas embrujadas, que le impedían despertar en su
propia cama.
Cuando la madre le preguntaba a qué le
tenía miedo, Valentina respondía con evasivas.
En parte porque era de día, pero sobretodo porque sentía
que, de nombrar sus temores en voz alta, se tendría
que atener a las consecuencias. Por ejemplo, si la casita
de muñecas se daba cuenta de que Valentina sabía
que estaba embrujada, ¿qué o quién iba
entonces a impedir que le hiciera daño a la niña?
Harta de su huésped nocturno, la madre
decidió tomar cartas en el asunto. Quizá por
no hurgar en sus propias heridas, no pareció detenerse
mucho a pensar qué relación podían tener
los miedos de la niña con los recientes cambios en
la familia (el divorcio, la mudanza, el tratamiento que mantenía
a la hija mayor lejos de casa). Siendo una mujer práctica,
telefoneó a la directora de primaria para pedir que
reprendieran a la maestra Cristina por llenar de telarañas
la cabeza de sus alumnos. Valentina la escuchó desde
atrás de la puerta y se quedó un buen rato apretando
los dientes, pensando en la mirada asesina que seguramente
le dirigiría la maestra Cristina al día siguiente.
Pero eso no era lo peor, lo peor era que estaba oscureciendo
y podía claramente oír a la mamá arreglándose
para salir de fiesta…
La Doble Vida de Valentina
¨Pues yo en Semana Santa voy a ir a Carolina
del Norte. Mi hermana está tomando unos cursos en la
Universidad de Duke y voy a ir con mi papá a visitarla.¨
le cuenta Valentina a sus amigas en el recreo, con un cierto
aire de superioridad, mirándolas a todas pero sin detenerse
mucho en los ojos de ninguna. ¨¿Y se fue sin terminar
el curso?¨ Le pregunta una de ellas que sabe que la hermana
aún no ha terminado el bachillerato. ¨Lo que pasa
es que por buenas calificaciones no tiene que presentar ningún
examen final y, como premio, la mandaron. ¿A dónde
vas ir tu de Semana Santa, Cristina?¨ pregunta Valentina
a otra para desviar la atención y evitar más
preguntas.
Es cierto que la hermana está en Carolina
del Norte, y que por buenas calificaciones ha podido irse
antes del fin de curso sin perder el año. Pero realmente
ha ido para someterse a un tratamiento para adelgazar. Y eso
de que el viaje sea un premio, Valentina no está tan
segura. La hermana llora siempre que habla con ellos por teléfono
y a la mamá a veces se le llenan los ojos de lágrimas
y se le corta la voz cuando habla de su hija mayor.
Si Valentina siente algún remordimiento
por no decir a sus amigas toda la verdad, no es consciente
de ello. No es la primera mentira que les cuenta y seguramente
no será la última. Las cosas en su familia son
demasiado complicadas, piensa Valentina, como para que alguna
de estas niñas normales, con familias y vidas envidiablemente
normales, las pueda entender. Ninguna de ellas tiene padres
divorciados, una madre que trabaja tanto, que está
a veces tan triste, que sale con amigos por la noche. Ninguna
tiene un padre recientemente separado, que ya vive con una
¨nueva¨ mujer, en una casa que sospechosamente tiene
las mismas colecciones de libros educativos y enciclopedias
que le ha regalado a sus hijos en los últimos varios
años. Ninguna tiene hermanas que escapan comiendo.
Ninguna… la lista podría seguir. Y Valentina
simplemente no va a permitir que nadie la vea a ella o su
familia como bichos raros, o peor, que les tengan lástima
o desprecio. Claramente no hay otra opción que maquillar
los hechos, punto.
No es consciente de ello, pero invierte mucha
energía en defender su mundo secreto, en estar alerta
a desviar conversaciones, en ser siempre fuerte. Lo que si
le incomoda a veces es la sensación de ser un poco
impostora, de reírse solo de dientes para afuera, de
no poder mirar por mucho tiempo a los ojos de nadie. Sólo
baja la guardia en su cuarto, cuando escribe o lee. Sobre
todo al leer y perderse en el universo de un libro, ¡aahhhh,
que paz!. Porque cuando escribe no puede evitar guardar un
poquito las apariencia para la posteridad. Por ejemplo, en
general suena mucho más alegre y segura de lo que se
siente. Y más aún, escribe su diario en inglés
por que le parece más elegante (aún cuando tiene
en la lengua de Shakespeare una gramática como la de
Tarzán).
Perdida en el Lejano Oeste
¨¿Mamá, puedo ir a ver la
tienda que está enfrente mientras acaban de comer?
¿Ma? ¿Mamá…?, ¿Mamáaa…?
Di que sí Ma, ánda, di que sí. ¿Sí?
¿Puedo?¨ insistía apresurada Valentina,
casi sin respirar, mientras daba jalones intermitentes a la
manga de la camisa de su madre que fumaba y conversaba con
otras mamás del equipo. ¨No¨ le contestó,
la madre mirándola molesta, mientras arrancaba su brazo
de las garritas de su hija. ¨Ay mama, por favor…¨
insistió frunciendo el seño y cruzando los brazos.
¨¡Que no!¨. ¨Pero ¿porqué
Mamá? Ánda, déjame ir…¨ ¨Ajjjj,
¿Sabes que? ¡Haz lo que quieras!¨ contestó
la mamá desesperada, con ese tono medio amenazante
que significaba algo cercano a ¨atrévete y verás…¨
Mientras la mamá regresaba su atención a las
amigas, Valentina decidió ignorar la amenaza velada
y seguir adelante con su proyecto.
Estaban en Los Ángeles, de viaje con
el equipo de natación, en un parque de atracciones
inspirado en la conquista del Oeste. La tienda que quería
visitar Valentina resultó interesantísima. Había
muñecos de peluche, lápices de colores, chocolates,
brújulas, pepitas de oro metidas en unos botes transparentes
llenos de agua, mapas… En fin, una colección
de objetos hipnotizantes. Cuando logró salir del trance,
se preguntó cuanto tiempo llevaría en la tienda
y sintió que el corazón le daba un vuelquito.
Regresó a paso rápido a la cafetería,
sintiendo pinchazos en la boca del estómago y casi
no le sorprendió el no ver a nadie del grupo por ningún
lado. Salio del café y miró alrededor. ¡Nadie!
Volvió a entrar. La pesadilla era real, se habían
ido. ¡La mamá la había abandonado!
Las piernas se le volvieron como de gelatina,
miles de hormigas le invadieron los hombros, Sentía
rápidos golpes del corazón en la garganta, que
se le había vuelto de piedra. Jalaba aire por la boca
pero no lograba respirar. Tampoco lograba tragar la saliva
que de repente le inundaba la boca. Olas en la cabeza le hacían
imposible pensar. Iba a vomitar ahí, en plena cafetería,
cuando sintió una mano tranquilizadora en el hombro
y pudo respirar, ¨Mamá¨. Pero al voltear se
encontró con una mujer desconocida, con uniforme del
parque, que le preguntaba ¨Are you lost?¨ Valentina,
con puchero y seño fruncido, asintió, estaba
perdida. ¨Come with me…¨ La llevo de la mano
a una oficina en la que un policía con aspecto de charro
mexicano le hizo muchas preguntas en un espanglish que, en
otras circunstancias, hubiera encontrado muy divertido. Pero
no ahí. El susto inicial había dado paso a la
tristeza. Sentía un puño empujándole
la boca del estómago y una mano estrujándole
el corazón. Toda su fuerza de voluntad era apenas suficiente
para no llorar. Una vez terminaron las preguntas, se quedó
sentadita en una silla, a la espera de que regresara el policía.
Vivirán más felices sin mí,
pensaba Valentina mientras daba sorbitos a la Coca Cola que
le había dado el policía. Al fin y al cabo mi
hermana es más buena que yo y todo el mundo quiere
más a mi hermano que a mí, se torturaba. Empezó
entonces a imaginarse lo que sería su vida sola en
ese país del norte y curiosamente se sintió
mejor. Ya no tendría que nadar nunca más. Quizá
se convertiría en una escritora famosa y algún
día vendría su familia a pedirle perdón
por abandonarla… ¨Mamᨠgritó
sorprendida al verla entrar con el policía bigotón,
sintiendo una mezcla de alivio y decepción. ¨Me
dejaste¨ le dijo mas bajito, con seño fruncido,
acusadora. ¨Pero tú, como de costumbre, te las
arreglaste muy bien para encontrarme¨ contestó
la madre sonriéndole. Al salir de la oficina la mamá
le tendió una mano aliviada que Valentina la recibió
todavía ofendida. Sin embargo, unos pasos más
adelante la niña se llevó la mano de la mamá
a la mejilla.
Sexo y Política
No se estaba divirtiendo demasiado. Pasaba el
fin de semana en casa de una amiga de la natación,
que más que amiga de Valentina, era hija de una amiga
de la mamá. Echaba de menos su casa y estaba muerta
de ganas de llamar a pedir que vinieran a buscarla, pero la
detenía el que su anfitriona era mayor que ella y se
pasaba todo el rato recordándoselo. Iba a quedar como
un bebe llorón. Quizá notando el malestar de
Valentina, la amiga propuso un juego secreto para animarla.
¨¿Tu sabes cómo se hacen los niños?¨
le preguntó bajando la voz y mirándola intensamente,
a la vez que cerraba con llave la puerta de su habitación.
¨Seguro que no, porque eres muy chica. Pero yo te podría
enseñar, ¿te gustaría intentarlo?¨
continuó, sonriéndole con aire un poco condescendiente.
¨Eso sí, no le puedes contar a nadie ¿eh?...
¨ agregó poniéndose seria antes de que Valentina
pudiera responder. Y enseguida, ante la mirada curiosa y reticente
de Valentina, le aclaró ¨no te preocupes que no
vas a tener un niño, tontis, eres demasiado chiquita
para eso. ¨ Y con aire ejecutivo continuó, ¨mira,
es muy fácil, quítate los pantalones y los calzones¨,
Mientras se quitaba la ropa para quedar desnuda de la cintura
para abajo, Valentina no sabía si seguirle la corriente
o no. Tenía curiosidad, pero se sentía incomoda
de involucrarse en una actividad secreta, misteriosa, adulta,
sin ropa… ¨Anda… ¿o acaso te da miedo?¨
Sintiéndose un poco acorralada, Valentina se quitó
la ropa con dedos temblorosos. ¨Ahora ven…dame la
mano… pongámonos aquí con la espalda hacia
el sillón… ven más cerca… ahora,
cuando cuente hasta tres vamos a saltar para atrás,
una, dos tres…¨ Las dos brincaron hacia atrás
y cayeron sentadas en el sillón. ¨Ahora sigue brincando
sentada sobre el sillón… Si quieres suéltame
para que te puedas impulsar bien con las dos manos…
ves?¨
¨ ¿Y quién te dijo que así
se hacen los niños?¨ preguntó Valentina
después de un rato de rebotar en el sillón.
¨Mi vecina Anita vió a sus papás haciéndolo.
Para tu información esto que estamos haciendo se llama
botar¨ le dijo con voz de profesora ¨¿votar?¨
preguntó Valentina que había oído esa
palabra en las sobremesas en casa. ¨Si, botar. Se puede
botar en el sillón o en la cama, sola o acompañada
pero, para quedar embarazada, tienes que botar con un hombre…anda,
inténtalo otra vez…¨
En el país de Valentina las elecciones
no contaban mucho, porque el mismo partido gobernaba desde
hacía más de sesenta años y el tema del
nulo valor del voto era relativamente frecuente en las conversaciones
en casa de los abuelos, que no en balde eran exiliados políticos.
El hecho es que después de aquella experiencia ¨sexual¨,
pasó mucho tiempo antes de que Valentina pudiera oír
la palabra votar sin que el corazón le latiera un poco
más rápido y sintiera como el calor y el color
le trepaban por la cara.
La Amiga Más Antigua
Valentina se despierta agitada. No recuerda
los detalles de lo que soñaba, pero siente un agujero
en la barriga y ganas de llorar de rabia, de golpear la almohada.
En el sueño Amelie hizo algo que enfureció a
Valentina. Tarda en darse cuenta que todo fue un producto
de su propia imaginación, quizá porque no le
es tan raro sentir, en la vida real, éste tipo de cosas
hacia Amelie.
Amelie es la amiga más antigua que tiene
Valentina y, según le ha contado en alguna ocasión
a su diario, la mejor. Les gusta decir que eran amigas antes
de nacer, porque sus madres se frecuentaban mientras estaban
embarazadas y ellas nacieron con sólo 20 días
de diferencia. Sin embargo, Valentina muchas veces se pregunta
qué es lo que le gusta de Amelie.. Con frecuencia Amelie
la exaspera tanto que Valentina quisiera pellizcarla o no
verla nunca más.
Un poco más calmada se pone a pensar
en su amiga. El problema es que a Amelie le gusta demasiado
llamar la atención. Grita mucho, se ríe de cosas
que no tienen gracia sólo por agradar a otros, llora
por cualquier bobería, miente, cambia las historias,
se apropia de frases y opiniones de Valentina como si fueran
suyas, en fin. A veces, cuando están en casa de Amelie,
no deja que Valentina juegue con sus juguetes, o decide ignorar
a Valentina y ponerse a ver la tele, o a hablar por teléfono
con alguna de sus amigas del colegio. Y lo que es peor, tiene
completamente engatusada a la hermana de Valentina. A Valentina
no le gustan los mimos de su hermana, que es siempre tan cariñosa,
pero la bruja de Amelie, en cambio, los recibe feliz de la
vida. Y aún más, Amelie es super cariñosa
con el hermano de Valentina y ¡él se deja! Cuando
Valentina piensa todo esto, le vuelve a latir el corazón
muy rápido contra las costillas y se le sube el calor
a la cara. ¡Que rabia!
Quizá Amelie es su mejor amiga sólo
por el hecho de ser la más antigua, reflexiona Valentina
intentando calmarse otra vez. A Amelie no hay que explicarle
nunca nada y hay pocas cosas que esconderle porque es prácticamente
como de la familia y porque las cosas en la familia de Amelie
son tanto o más enredadas que en la de Valentina.
Bueno, hay que reconocer que también
ayuda eso de ser náufragos en una isla desierta o prostitutas
en Marte juntas… A Amelie le gusta tanto como a Valentina
inventar juegos en los que se transforman en personajes peculiares,
aun sin entender realmente lo que son esos personajes. Y esta
también lo del teatro, Celine siempre se involucra
de lleno en la creación, producción, ensayos
y representación de las obras de teatro que escribe
Valentina para presentar a los adultos. Y también es
furibunda admiradora del mismo guapérrimo cantante,
que desvela a Valentina, pero que en el colegio debe adorar
en secreto, porque las amigas lo consideran horrendo. Mmm,
la verdad es que ya se antoja que llegue el fin de semana
para jugar con Amelie en la casa de los abuelos, piensa respirando
hondo. Se da la vuelta, se arropa un poquito y vuelve a dormirse.
Mamahhhh
Valentina esta sudando, siente el cosquilleo
de las gotas que le resbalan por el cuello y tiene el pelo
pegado a la frente. El corazón le da golpes muy rápidos
en las costillas, respira agitada. Ve claramente como se acerca
una masa de insectos, pero sus piernas y brazos parecen de
piedra, ¡no los puede mover! Vienen hormigas, de las
rojas, arañas y lo peor, alacranes, con la cola levantada.
“!No! Mama, mama, mamaaaa…”
Sus gritos rompen el agradable ronroneo nocturno
de las cigarras y despiertan a sus padres y hermanos, seguramente
también a los tíos que duermen en los cuartos
vecinos. “Mamaaaa…” Valentina no puede parar
de gritar, esta bañada en sudor y restriega violentamente
sus brazos y piernas contra las sabanas, porque solo la alivia
un poco el saber que ya se puede mover.
El padre se le acerca y le toca el brazo pero
ella sigue aullando y moviéndose asustada.“Que
horror!, pero que es lo que le pasa a esta niña?”
pregunta malhumorado, quizá sintiéndose rechazado.
“Otra vez esta haciendo un berrinche a la mitad de la
noche. Francamente creo que la consientes demasiado, deberíamos
disciplinarla un poco mas.” Afirma volviendo a su cama
y dándose la vuelta. La madre se acerca a Valentina
y ella deja de gritar y levanta los brazos para que la mama
la cargue, sollozando bajito. “Pobrecita, es aun muy
pequeña. Debe tener una pesadilla, le pasa con frecuencia
la primera noche que dormimos en Cuernavaca. Ya gordita, no
pasa nada” le dice a Valentina acariciándole
el pelo mientras intenta acostarla de nuevo. Pero Valentina
se lanza otra vez a gritar como si las sabanas le quemaran.
Con la experiencia de otras noches como esta, y quizá
porque es la tercera hija, su bebe, la madre no intenta volver
a acostar a Valentina en su camita, sino que se la lleva a
la cama matrimonial con ella. “Ajjj” suspira el
padre exasperado. En cuento se acuestan Valentina vuelve a
gemir porque se acuerda de los insectos que caminan por las
sabanas, los alacranes en especial… La madre se voltea
hacia ella y le dice “ pero ¿que pasa?”
Valentina se le acerca, le prensa el cuello con los dos bracitos
y la cintura con una pierna, a la vez que con la otra se impulsa
para que la madre quede acostada bocarriba, con ella bocabajo
encima. Otras noches como esta la madre ha luchado inútilmente
para que Valentina duerma a su lado, hoy directamente le permite
acostarse encima de ella. Con tal de que se calme y los deje
dormir un poco, cualquier cosa.
Valentina acomoda la cabeza en el hueco del
cuello de la madre, y aspira profundo ese olor inconfundible,
tranquilizador. Hace demasiado calor, pero que importa. Ahhhh,
se relaja. Y rápidamente se duerme al ritmo del bum
bum, bum bum, del corazón de mama.
Cuando Seas Grande
Los grandes dormían aún. Valentina
y Amelie estaban en el jardín, acostadas en la hamaca,
intentando reconstruir los hechos de la noche anterior. Estuvieron
de acuerdo en que había venido más gente de
la que solía celebrar la nochevieja en casa de los
abuelos de Valentina. Amelie asegura que en cierto momento,
entre la cena y las uvas, mientras Valentina dormía
en el sillón, ella vio a casi todos los grandes bailando
como changos, y que fue al baño y en el pasillo encontró
a la esposa del tío de Valentina abofeteándolo.
Valentina le cuenta que, probablemente después de las
uvas, vio gente en fila india, tirándose a nadar en
la piscina con ropa. Ambas creen haber escuchado una discusión
acalorada en el garaje. Y Valentina está segura de
que casi al amanecer alguien, probablemente la abuela, lloraba
dentro del cuarto en el que vive confinado su abuelo desde
que una perra enfermedad lo ha convertido en un ser inmóvil,
sin memoria, que lo único que hace es reír carcajadas
vacías a cada rato. ¨Y ¿quién será
el bello durmiente…¨ empieza a preguntar Valentina
pero no puede terminar la frase porque a las dos les entra
un ataque de risa al acordarse del desconocido que un rato
antes habían descubierto roncando sonoramente en uno
de los sofás de la sala.
Amelie, con aire de mujer de mundo, opina ¨Seguramente
comieron hongos alucinógenos o tomaron alguna droga
para divertirse. Así se divierten los grandes¨
Valentina la mira de reojo para ver si habla en serio. No
quiere parecer una ingenua, pero ¿drogas? ¿en
casa de los abuelos? ¨”Lo hacen para olvidar que
están casados. Yo no me voy a casar, tiene que ser
muy aburrido, mira a tus papas y los míos, divorciados”,
continúa Amelie ¨Yo voy a tener mil amantes, voy
ir a la disco, voy a viajar, voy a hacer cine, como mi papá¨.
Valentina no puede evitar sentir una especie de admiración
envidiosa hacia Amelie por tener tan claro lo que quiere y
una parte de ella se siente muy atraída por la vida
que describe su amiga. Pero casi inmediatamente se imagina
ganando un premio Nóbel de química por una fantástica
investigación y recibiendo la admiración y adoración
de la rama maternal de su familia, tan científica,
tan organizada. Eso la hace pensar en su hermana mayor, que
está estudiando medicina y no hace mucho le confesó
a Valentina que quizá hubiera sido más feliz
estudiando para ser actriz, pero que ni se lo planteó
de pensar en lo que iba a opinar su familia. Sin poderlo evitar,
siente la rabia entrando a su estómago de acordarse
de que su hermana le contó esto para animarla a ser
escritora, porque tras leer sus diarios (¡la desfachatez
con que le reveló que viola su privacidad!) le parece
que tiene talento. Piensa entonces en su hermano, un gran
deportista, con posibilidad de ir a las olimpiadas, que entrena
todos los días y no tontea como la mayoría de
sus amigos, que justo empiezan a salir de fiesta, porque sabe
que la cima un deportista la alcanza muy joven. ¿Qué
hará después? Se pregunta Valentina. Se imagina
poder ver en una bola de cristal el futuro. La imagen la anima
un instante, pero pronto siente una piedra apachurrándole
la boca de estómago, y hormiguitas angustiosas que
trepan por su esófago. ¨Nos vemos al rato¨,
le dice a Amelie, bajándose de la hamaca.
Al entrar a la casa se encuentra a la hermana
pequeña de Amelie jugando a las muñecas. Aunque
le da vergüenza aceptarlo, a Valentina todavía
le gusta jugar a la mamá de vez en cuando y en este
momento es justo lo que necesita, así que se sienta
con la niña y rápidamente se ponen de acuerdo
sobre lo básico: cómo se llama cada una, cuantos
hijos tienen, y a qué se dedica su marido. ¨Cuando
seas grande mi amor¨ le dice la hermanita de Amelie a
su muñeca, ¨Te vas a casar con un hombre muy bueno
y muy rico, un príncipe azul…¨ Vaya, otro
futuro posible, sonríe para sí Valentina, mientras
acuna a su bebé.
DIA DE REYES PARA NIÑOS MALOS
¨¡Los reyes no nos trajeron nada!
exclamó la hermana mayor, con voz temblorosa, mientras
observaba el reguero de legumbres bajo el árbol de
navidad. ¨Vinieron , porque como todos los años
se comieron la comidita, ¡pero no dejaron regalos! Debe
ser que este año fuimos malos¨. Los dos pequeños
la miraron asustados, ella soltó un sollozo y los abrazó,
en un gesto dramático y protector. Valentina era bien
pequeña, pero se daba cuenta de que algo andaba muy
mal.
Cuando se acercaba el fin de año, Valentina
y sus hermanos hacían dos cartas de deseos. Una que
enviaban al polo norte, a Santa Claus (Papa Noel), ese anciano
gordito y barbudo que repartía regalos en nochebuena,
viajando en un trineo tirado por renos. La otra, que Valentina
no estaba segura a donde enviaban, a los Reyes Magos, que
a caballo, camello y elefante y vistiendo ropajes exóticos,
repartían regalos en la noche del 5 de enero. Cuando
visitaban la casa de Valentina estos generosos personajes
encontraban, sin falta, turrones y vino para reponer fuerzas.
De eso se encargaban los niños. También encontraban
unas fuentes de arroz, frijoles y lentejas, sin cocer, para
alimentar a sus animales (la mamá les había
asegurado que los renos, caballos, elefantes y camellos aman
las legumbres secas).
En casa de Valentina Santa Claus solía
traer los regalos más apetitosos, muñecas, patines,
libros, en fin… En cambio los reyes traían cosas
como pijamas y calcetines. Pero aun si a veces los regalos
de reyes eran un poco aburridos, siempre existían.
¨Tal vez se ofendieron porque sus regalos
nos gustan menos que los de Santa¨ sugirió tras
una honesta exploración interior Valentina. ¨No,
tiene que ser algo más grave¨ aseguró la
hermana mayor. ¨Quizá, les parece que no hemos
compartido suficientemente lo que tenemos con los niñitos
pobres, como los hijos de Ana (la nana)¨ sugirió
el hermano. ¨Eso puede ser, y seguramente no hemos sido
buenos en otras cosas, por ejemplo Valentina tiene muy desordenado
su lado del cuarto y no se deja peinar en las mañanas,
ustedes dos pelean mucho…¨ ¨¿Pero qué
es lo que pasa?, ¿porque están mis hijos reflexionando
sobre áreas de comportamiento a mejorar en la mañana
de reyes?¨ los interrumpió el papá, que
seguramente se levantó extrañado ante el inusual
silencio matutino en día de reyes. Los tres lo miraron
un poco asustados. La mayor, avergonzada y con una nota dramática
en la voz lo puso al corriente ¨Papá, los reyes
no nos trajeron nada.¨ Los tres casi se soltaron a llorar.
¨Vaya¨ dijo el papá sentándose
junto a sus hijos en la escalera. ¨Pero si que hicieron
un reguero de arroz y frijoles sus animales. Como nunca antes
diría yo.¨ los niños asintieron. ¨ ¡Esperen
un momento, me parece que veo algo!¨ continuó animadamente
el papá. Los tres lo miraron esperanzados. ¨¿No
creen que estas habas forman un camino?¨ ¨¿Cómo
el de pulgarcito?¨ preguntó Valentina. ¨Tonta,
ese era de pan¨ dijo el hermano y la hermana los miro,
reprobatoria. ¨Vengan, sigámoslo¨ dijo el papá.
Siguieron el caminito hasta la puerta del jardín
y desde ahí pudieron ver unos flamantes columpios,
rojos y amarillos. Muertos de la risa corrieron a probarlos.
El papá ayudó a Valentina a subirse a uno y
los empujó a los tres para que se mecieran. ¨ ¡Este
es el mejor regalo de reyes que nos han dado! Que tontos fuimos
papito, y que listo eres tú¨ dijo la hermana, columpiándose
alto, locamente enamorada de papá. ¨Son los años
de experiencia, mi linda.¨ contestó complacido
¨Pero no me parece que haya que tirar en saco roto sus
reflexiones de hoy, por el contrario. Que mejor forma de agradecer
regalos que siendo más buenos y generosos.¨ Los
tres niños asintieron, columpiándose solemnemente.
TODO LO QUE QUIERAS
¨En Nueva York conocí a X, mi papá
me la presentó¨ Valentina soltó la bomba
que cargaba, tratando de sonar casual, cuando se quedó
a solas con su madre y hermana. El silencio que se hizo se
podía cortar con cuchillo. Sintiéndose aliviada
y, sin entender bien porqué, también poderosa
y culpable a la vez, se aventuró a mirar a sus dos
interlocutoras. Lo que vio en sus caras le produjo una invasión
de hormiguitas ansiosas en el pecho y estómago. Tras
una pausa, la hermana disparó, ¿Dónde
la vieron? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué
te dijo mi papá? ¿Con quién viajaba ella?
¿Cuánto tiempo pasaron con ella? ¿Cómo
te trató?... Con cada pregunta, la hermana tenía
la voz más ronca y el seño más fruncido.
La madre, aunque se mantenía en silencio, parecía
también, a ojos de Valentina, cada vez más molesta,
más dolida. A paso veloz, como para escapar de los
proyectiles galopando, Valentina contestó, intentando
un tono neutral y pellizcándose los dedos de la mano
izquierda con la derecha. Por fin la hermana dejó el
interrogatorio y concluyó, furiosa, casi llorando ¨
¡mi papá es el colmo!¨ y mirando a la mamá
agregó ¨¿Cómo pudo hacerle eso a
Valentina?¨ La mamá entrecerró los ojos
y movió la cabeza de un lado a otro. Valentina contuvo
la respiración y una garra estrujó su esponjoso
corazón.
Decidió no preguntar qué era exactamente
lo que le había hecho su padre, en gran medida para
no hacer evidente que su termómetro emocional parecía
no funcionar bien. Este era un sentimiento frecuente, ante
lo que Valentina consideraba una perfecta claridad y sintonía
emocional entre su madre y hermana. Su mente se fue a repasar
el viaje con papá. Nueva York y las Cataratas del Niagara.
Un viaje muy prometido, que se había ido aplazando
hasta que por fin sucedió. Valentina, que ya era casi
mayor, según su padre, iba acompañarlo en un
viaje de negocios. El se iba a tomar una pequeña vacación
para dedicarse a su hija menor, con la que menos tiempo en
exclusiva había pasado. Primero, dos días en
las Cataratas. Cascadas monumentales rodeadas de todo tipo
de ¨atracciones turísticas¨ a la americana:
paseos en barco, fotomontajes de turistas cayéndose
de las cataratas en un barril, el museo de cera, el museo
de los records, tiendas de souvenires, hamburguesas y papas
fritas. Pasó por todo ello de la mano del papá,
que le tomaba fotos y le decía ¨mi chula¨ por
aquí, ¨mi chula¨ por allá. Al despertar
la primera mañana en NY, el viaje dio un giro inesperado.
Mientras Valentina dormía, le contó el papá,
él se había encontrado con unos amigos para
tomar un trago. ¨Me gustaría que los conocieras,
¿te parece si comemos hoy con ellos?¨ Valentina
asintió mientras su estómago se llenaba de hormiguitas
inquietas. A la comida llegó X con otra gente. El resto
del viaje X, a quien el papá llamaba ¨cielo¨,
no se separó de Valentina. Mientras papá trabajaba,
X la llevó a comprar ropa. ¨Tu papi te quiere consentir
mhija, y me dijo que te comprara todo lo que quisieras, ándale,
¡aprovechate!¨ Cuando, más tarde, se encontraron
con el papá, fueron a una juguetería de varios
pisos, una especie de paraíso infantil, y el papá
le insistió ¨nos llevamos todo lo quieras chula,
de verdad, lo que quieras. Dame gusto, que en este momento
de mi vida, el dinero no es ningún problema.¨ Más
tarde fueron a cenar y a ver un musical. Los siguientes tres
días fueron parecidos, incluyendo paseos a la estatua
de la libertad, y a la cima del Empire State y las Torres
Gemelas. Papá llevaba a X de una mano y a Valentina
de la otra. Del viaje salió con más regalos
que juntando tres navidades. Pronto relajó su reticencia
a dejarse regalar cosas y en medio del empacho adquisitivo
y turístico, no se acuerda bien en qué momento,
Valentina se olvidó también de la incomodidad
que sintió cuando se les unió X y de la altivez
con que inicialmente trató a la novia del papá.
Con un ¨ven, te acompaño a desempacar
gordita¨ la madre trajo la consciencia de Valentina al
presente. Se dio cuenta que se había perdido la conversación
entre su madre y hermana referente al papá, pero una
mirada a la hermana le bastó para entender que el reproche
seguía siendo la voz cantante. La verdad es que no
le apetecía mostrar a su mamá los nuevos tesoros,
pero ¿qué podía decir? ¨Vaya, cuanta
ropa nueva, cuantos juguetes¨ comentaba la madre neutral,
mientras sacaban las cosas de la maleta. Parecía que,
con su mirada y palabras, la mamá le robaba lo apetecible
a los regalitos paternos. Valentina guardaba silencio y pensaba
confundida, mi papá me ofreció todo, TODO. pero,
¿qué era lo que yo quería?
.
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