EL PRINCIPIO DE TODO ESTO
Al principio no había nada. Ni agua.
Ni cielo. Ni tierra. Ni supermercados. Ni padres. Ni calles.
Ni bicicletas. Ni perros. Ni hospitales. Ni bolsas de plásticos.
Ni camiones de la basura. Ni flores. Ni pinzas para el pelo.
Ni gominolas de peseta. Ni latas de Fanta o CocaCola. Nada
de nada. Tampoco colegio. Y quién diga que esto es
mentira hace pecado.
Al principio del mundo no existían
los niños y todo estaba a oscuras. Pero ahora ya
sí que tenemos luz porque nos la manda el sol por
las mañanas.
La hermana Rocío nos ha aprendido que Dios hizo el
mundo en una semana.
Hoy ha sido mi primer día en el colegio de los mayores.
La verdad es que a mi esto de ser grande me parece que va
a ser un lío enorme. Los libros de primero llevan
muchas hojas llenas de letras y los cuadernos tienen cuadraditos
para escribir dentro y no las rayas que venían antes.
El año pasado las clases estaban chupadísimas.
Como estábamos en parvulitos la profesora nos leía
cuentos y aprendíamos las canciones de Dónde
están las llaves matarilé rile rile y Tengo
una muñeca vestida de azul y que Llueva que llueva
la virgen de la cueva y también a sumar números
sin contar con los dedos y a pintar con las plastidecor
sin salirse fuera de los redondeles.
La hermana Rocío nos ha dicho que la
primera cosa que Dios acabó fue el sol y después
la luna. Y con el día y la noche guardados en la
mano debajo del cielo puso el mar y lo llenó con
pescados y tortugas. Y luego para no matarse ahogado se
sentó en el caparazón de una que pasaba cerca
y colocó tierra a lo lejos porque quería andar
un poco con los pies.
Y paseando por la orilla le pareció que la tierra
sin nada estaba muy fea. Así que dijo unas palabras
mágicas y de repente crecieron las montañas
y los árboles y los ríos y todas las carreteras
con las señales de conducir.
Los fines de semana como papá no tiene
que ir al banco a trabajar me lleva en el coche al pueblo.
Allí tiene una casa la abuela. Pero ella ya no vive
allí.
En verano me gusta sacar la cabeza por la ventilla de atrás
y que el aire me de fuerte en la cara y me cierre los ojos
y no me deje ver.
En el pueblo hay muchas montañas. Antes pensaba que
eran dinosaurios que se habían quedado dormidos y
que los árboles eran los sueños que se le
salían por la espalda. Y cuando yo subía alguna
un poco empezaba a correr de puntillas porque tenía
miedo de despertarlo y que me mordiera el pie.
Una vez me picó una avispa en el brazo y dolía
un montón. Así que si te da un bocado un dinosaurio
ni te cuento.
Pero ahora al ser grande piso fuerte y además ya
no me asusto porque sé que los dinosaurios no viven
más en el mundo porque hace invierno.
La hermana Rocío nos ha contado que
el jueves o el viernes Dios tuvo una idea ingeniosa y quiso
llenar la tierra con los animales. Y para lo último
del todo dejó a las personas. Y con una bola de barro
fabricó a un hombre desnudo que se parecía
a él y le puso de nombre Adán. Que si lo lees
muy despacio al revés sin marearte dice nada. Y después
le sacó una costilla y se echó llorar pero
ya al rato al ver que Dios le había hecho a una mujer
desnuda para que no estuviera tan solo se cambió
para alegre y entonces le pidió a Dios que le diera
también globos y confettis y así hacían
fiesta. Pero él se enfadó mucho y les dijo
que no y que tampoco comieran manzanas porque estaba prohibido.
¡Menuda tontería! ¡Con lo buena que es
la fruta!
Quise levantar la mano para preguntar una
cosa pero me dio vergüenza.
Es que no entiendo muy bien por qué le quitó
un cacho de hueso a Adán. Si era porque no le quedaba
más barro o porque del barro sólo se pueden
sacar hombres.
Yo creo que Dios podía haber hecho antes la plastilina
con sus superpoderes y hubiera sido más fácil
y más mejor también.
La hermana Rocío dijo que el último día
Dios estaba tan cansado que se fue a echar la siesta. ¡Esto
si que es una mentira bien gorda!
Me parece a mí que la hermana Rocío es una
espía del enemigo disfrazada de monja que quiere
engañarnos.
Mis amigas Jill y Kelly tampoco se lo han creído.
Las tres sabemos de sobra que Dios es el jefe de todo esto
pero que su nombre de verdad es Charlie. Y el domingo no
se fue a dormir sino que le dijo a unos obreros que levantaran
las casas y después él tranquilamente en su
castillo inventó la televisión para contactar
con nosotras.
Ya somos más grandes. Pero me parece
que ahora mismo aún es demasiado pronto para que
los demás niñas de la clase se enteren que
estamos metidas en el colegio en una misión superespecial
para salvar al mundo.
NO TENDRÉ MIEDO PORQUE YA ME HE VISTO HACIÉNDOLO
-¡Vamos súbete! Ya verás
como no es complicado.
Éste que habla es papá y estamos en la calle
para que me aprenda a andar en la bicicleta sin los patines.
-Pero tú no me sueltas ¿Verdad que no?
-No te preocupes. Confía en mí.
Le creo porque él no me falla nunca.
Cuando yo sea más mayor voy a saber conducir helicópteros
y camiones para perseguir a los que tienen que ir a la cárcel.
Y va estar muy fácil porque ya he visto antes cómo
se hace.
Ahora papá está parado a mi lado. Con una
mano agarra el asiento y con la otra el manillar.
-Lo más importante es no quedarse nunca quieta. Si
pedaleas despacio es más difícil mantener
el equilibrio y entonces es cuando te vas al suelo. ¿Lo
has entendido?
Menuda cosa. Claro que lo entiendo. Ya tengo seis años
y no soy tonta.
Empezamos a andar y después le digo:
-Estoy tranquila porque vienes conmigo y sé que no
me vas a soltar.
- ¡Verónica haz el favor de no cerrar los ojos
porque no ves el camino!
No me gusta nada que mis padres me digan Verónica.
Mi verdadero nombre es Sabrina Duncan.
Ellos no lo saben pero soy una de los Ángeles de
Charlie.
Jill Munroe y Kelly Garrett son las otras dos. Pero a ellas
en sus casas las llaman Rebeca y Natalia. Así que
hemos pensado que cuando hagamos el instituto vamos a cambiarnos
los nombres para que nadie se haga más líos
y nos llame cómo tiene que ser.
-Endereza un poco el manillar porque si sigues yendo así
de torcida nos salimos de la acera.
Charlie habla con nosotras los viernes por la noche. Bueno
más bien sólo conmigo y con Kelly. A Jill
no le dejan ver la serie porque los de la tele le ponen
dos rombos y además ella se tiene que ir a dormir
después del vamos a la cama que hay que descansar.
Pero los lunes en el colegio le enseñamos las fotografías
de la revista para que se pueda ver de más mayor
y le contamos todo lo que ha salido haciendo en el capítulo.
-¡Verónica, parece que estás en las
nubes! ¡Trata de poner más atención!
El jefe siempre empieza explicando lo mismo:
"Había una vez tres muchachitas que fueron a
la academia de policía…blablablablá.
Y mientras habla va sonando la musiquita chula y entonces
ya salimos las tres juntas dando saltitos y disparando tiros
al aire con las pistolas.
-Vas muy bien, pequeña. Cuando lleguemos a esa farola
damos la vuelta.
A Charlie nunca le hemos visto la cara. Aunque sabemos que
existe porque oímos su voz a través de una
radio que sale en la televisión.
En cada capitulo él nos enseña el futuro y
lo que tenemos aprender.
Ahora ya conozco al hombre con bigote y barbas al que debo
quitarle la maleta negra antes de que suba al avión
porque sino explota en el cielo y mueren muchos.
-Para girar es mejor que te bajes del sillín y que
te ayudes con los pies.
Voy a luchar haciendo kárate y aprender a pegar puñetazos
de boxeo en el cuello.
-Para salir, te colocas recta, subes y coges impulso con
el pedal de arriba.
Dentro de años saltaré de trenes prendidos
de fuego y no pienso tener miedo.
-Podemos acelerar un poquito si tú quieres.
Pienso tirar cuchillos de tres en tres haciendo volteretas
en el aire y acertar siempre en el blanco.
-Y si de repente notas que vas muy deprisa, primero aprietas
el freno de atrás y luego el delantero. Nunca al
revés. Recuerda esto porque es muy importante.
Sé que no voy a llorar nunca si me caigo al suelo
o me pega un hombre malo.
-En realidad andar en bicicleta es igual que cuando empiezas
a caminar. Un día lo estás haciendo tú
sola y no sabes cómo lo…
Estoy tranquila porque los viernes Charlie me enseña
los trucos en la tele y veo que las cosas me salen bien.
Y además mi padre me ayuda siempre y ahora está
a mi lado sujetándome. Así que le digo:
-¿Papá… tú que crees que mañana
puedes ayudarme a quitarle el miedo a los payasos?
Pero él no me contesta.
Y vuelvo a preguntárselo y tampoco me habla.
Entonces miro por el espejo del manillar y veo que se levanta
del suelo.
Está sacudiéndose las rodillas y un perro
le ladra cerca.
El pobrecito se ha caído y yo ni me he enterado.
No sé si podré hacerlo sola. Pero creo que
cuando llegue a la farola de la esquina será mejor
que me dé la vuelta para acercarme a mirar si se
ha hecho sangre.
EL CAMIÓN DE LA BASURA
Lo vi todo desde la ventana. Estaba escondida
detrás de las cortinas. Y de verdad que me dio tanta
pena y tanta rabia que me puse a llorar.
A lo primero había menos gente. Pero luego llegaron
más. Y otros más. Y todavía otros más.
Y así hasta que casi no dejaron nada.
Odio a mamá. Y también más
aún odio el orden y arreglar la casa. Ella siempre
quiere tenerla tan limpia y tan guay que de tanto darle
al suelo con la fregona y la lejía un día
lo desaparecerá y al final vamos a tener que vivir
colgados del aire. Ya verás. Esto es algo que no
sólo lo pienso yo. La abuela Nisa también
se lo dice cuando se enfadan.
Los domingos en casa toca hacer limpieza general. Así
que papá y yo nos vestimos para salir pitando a misa
de doce.
Cuando volvemos nunca me olvido de traerle algo a mamá.
Cualquier cosa. Sé que le gustan las sorpresas. Algunos
días le cojo flores del parque y otros le compro
caramelos toffee en el quiosco con el duro que me da la
abuela para gastarme el domingo.
Ayer al final le había llevado tres cosas:
Un paquete de diez caramelos. Una margarita. Y un trébol
de cuatro hojas.
En verdad tenía tres. Pero le rompí una por
la mitad para que así fueran las cuatro de la buena
suerte.
Aunque si descubro antes la faena que me había hecho
a lo mejor no le hubiera llevado nada.
¡Menudo desastre! ¡No podía creérmelo!
¡Mamá había recogido mi habitación
y me había colocado el armario empotrado!
Pero eso no era lo malo. El orden y la limpieza que ya dije
antes. No. Por lo que casi me da un patatús fue cuando
vi que faltaban juguetes.
No uno. Ni dos. Sino muchos juguetes.
Corrí a preguntarle dónde los había
puesto. Me contó que estaban tan viejos y rotos y
que los había metido en bolsas para tirarlos a la
basura. Después me apartó con la mano para
sacar una lata de tomate de la nevera y me mandó
al salón a ver los dibujos porque ella aún
tenía que acabar de preparar los macarrones de la
comida.
Me pasé la tarde llorando metida en
mi habitación.
Aunque lo peor vino por la noche. Yo ya estaba
acostada cuando oí llegar el camión de la
basura. Lo conocí porque al pararse los frenos hacen
el mismo ruido que los muelles de la cama de la abuela pero
más a lo bestia. Y además una luz naranja
entra por la ventana y se pone a dar vueltas en el techo.
Me asomé corriendo a la ventana para verlo. A lo
mejor ocurría algo de magia y los basureros pasaban
por delante de nuestro portal y se olvidaban de coger las
bolsas. Pero no pasó nada de eso. Uno de los hombres
agarró tres bolsas con una mano y al ir a tirarlas
dentro del camión se le cayeron y todas las cosas
se salieron por el suelo.
¡Y él no hizo nada por recogerlas!
En vez de sacar una escoba para barrerlas empezó
a correr detrás del camión.
Allí abajo se quedaron mis juguetes rotos y los restos
de comida en una montañita.
Y yo quieta. Mirando detrás de la cortina.
Al rato los coches empezaron a pasar por encima desparramándolo
todo. Iban tan deprisa que la calle entera estaba llena
de juguetes y desperdicios. Parecía que se hubieran
chocado la furgoneta de un supermercado y el coche de mi
padre cuando salimos de vacaciones a la playa.
El viento hacía volar los cromos y las cartas de
las barajas entre la gente.
Al principio las personas se paraban mirando al suelo. No
eran muchos. Pero después llegaron más y más
y se fueron juntando en un grupo y ya no sólo miraban
sino que se pusieron a hablar entre ellos y a tocar mis
cosas y a cogerlas de la carretera para llevárselas.
Mamá decía que eran viejas y
rotas pero a ellos parecía que eso tampoco les importaba
y me las robaban.
Vi cómo una señora le quitó de encima
una cáscara de plátano a la guitarra sin cuerdas.
Y cómo un niño tiraba del brazo de su padre
para agacharse a recoger el reloj de TopoGigio. Y también
vi a un chaval darle una patada al Señor Potato como
si fuera un balón de fútbol y mandarlo por
encima de la farola. Y cómo aquella mujer del abrigo
rojo se guardaba en el bolso el teléfono al que le
faltaban las teclas del tres y del ocho. Y cómo un
hombre con gorra se llevó el elefante de peluche
que me había regalado el tío Ángel
cuando hice los cuatro y que no tenía ojos porque
se le habían caído de viejo y ya lo había
visto todo en la vida.
Su nombre era tigre. El del elefante quiero decir. El del
hombre no lo sé. Pero rata asquerosa podría
servirle.
Por dentro yo sentía rabia y vergüenza a la
vez. Era bastante peor que aquella vez que el tonto de Jaime
me levantó la falda a la salida de catequesis y se
me vieron las bragas.
Hoy ya no quedaba nada en la calle cuando
he salido. Aunque antes de subirme al bus del cole me he
encontrado una carta de la baraja del circo. Estaba justo
debajo de mi pie. Era la del as de tréboles. Tiene
tres hojas pero yo me la he guardado en la mochila por si
acaso.
La semana que viene es mi cumple y voy a necesitar toda
la suerte del mundo para que al soplar las siete velas se
me cumpla el deseo.
No quiero juguetes nuevos y aunque odio a mamá sé
que ella en el fondo no tiene toda la culpa.
Este año cuando cierre los ojos delante de la tarta
me voy a poner a pensar muy concentrada en el camión
de la basura pisándole la cabeza con las ruedas al
hombre que dejó mis cosas tiradas en medio de la
calle. Para que ocurra de verdad y así se entere
bien y le duela un poco por haberme hecho llorar tanto.
EN EL FINAL DEL PASILLO A LA IZQUIERDA
E…U…T…A...N…A…S…I…A.
Todo seguido se lee EUTANASIA.
Eso es.
Lo pongo en mayúsculas hasta siete veces en rectángulos
de cartulina.
Para escribirlo siempre uso una plantilla. De esas que traen
letras huecas y luego sólo las tienes que rellenar
con rotulador.
Así nadie puede reconocer que yo lo haya escrito.
Esta tarde vamos a visitar a la abuela. ¡Tengo
unas ganas enormes de verla!
Ella antes estaba en el pueblo. Pero ahora ya no. Hace casi
tres años que papá la cogió y se la
llevó a las monjitas para que la cuidaran. Yo pienso
que allí con ellas está mejor. Al menos le
hacen compañía. Y además el sitio mola
cantidad. Para ir casi es mejor llevar coche porque queda
un rato lejos. Está fuera de la ciudad. Justo pasando
el campo de futbol. En la entrada se ve un cartel muy feo
que pone residencia de ancianos. Pues ahí es donde
vive mi abuela. Sigues conduciendo por una carretera delgadita
con árboles a los lados y al final encontrarás
una mansión de tres pisos que tiene forma de cruz.
Lo que más me gusta es la escalera. ¡De verdad
que es para verla! ¡Los peldaños son los más
grandes del mundo y además suben haciendo redondel!
Antes en navidad ponían en el hueco un nacimiento
con unas figuras del tamaño de personas de verdad.
Pero este diciembre después de lo que pasó
el año pasado lo han cambiado al salón. Me
da pena porque era una chulada ver desde arriba como el
niño Jesús no paraba de sonreír mientras
miraba al techo.
Mi abuela tiene la habitación en el
tercer piso. En las puertas del pasillo pone el nombre de
la gente que duerme dentro.
Me los sé de memoria.
Hay semanas que aparece un nombre distinto. Depende si alguien
se ha ido. Espero que hoy sigan los mismos. Me he hecho
muy amiga de ellos y hasta les he cogido cariño.
A la derecha están: Amparo. Narciso. Eulalia. Rafael.
Nicanor. Candela. Saturno. Begoña. Adela. Eustaquio.
En la parte izquierda: Isidro. Encarnación. Angustias.
Bernardo. Magdalena. Nieves. Álvaro. Isabel. Jaime.
Y la última Eutanasia. Que es el nuevo nombre que
se ha puesto mi abuela.
Si haces bien la cuenta verás que son veinte. A cuatro
pasillos por piso nos da ochenta. Y por tres hace un total
de doscientos cuarenta abuelos y abuelas mezclados. No conozco
a todos. Pero cuando entro en la mansión yo le sonrió
a cualquiera que me encuentre.
Mi preferido…después de la abuela por supuesto…es
Narciso. Me parece el más gracioso. Dice que tiene
una enfermedad que le hace olvidar las cosas. El nombre
es muy raro. Como si fuera en alemán. Se llama…
¿cómo era?...¡jopélas!...bueno
ahora no me acuerdo. Espero que no sea que me la haya pegado.
Cuando llegas a la puerta de la abuela solamente
hay que llamar y después abrir. Nunca está
cerrada con llave porque no se puede levantar de la cama
desde que aquella mula en el pueblo le arreó una
patada en la espalda.
Fue la abuela la que me pidió que le hiciera las
tarjetas. También me dijo que nadie debía
enterarse. Yo sólo se las traigo y me encargo de
esconderlas. Lo que ya no sé es quién le ayuda
a colgarlas.
A papá y a las monjitas parece que no les hace gracia
que quiera llamarse Eutanasia. Siempre que ven uno de los
carteles se enfadan y lo quitan enseguida y después
lo tiran a la basura. Por eso le llevo siete para que tenga
repuesto durante la semana.
Narciso entra en el ascensor y al verse en
el espejo se dice a si mismo las buenas tardes porque piensa
que el de enfrente es otra persona. Yo me parto la barriga
cada vez que le pasa. El pobrecito al darse cuenta se encoge
de hombros y después se echa a reír conmigo.
A mi abuela también le entra alegría cuando
me ve llegar. Aunque yo sé que en el fondo no es
feliz. A ella lo que le gustaría es seguir trabajando
en su huertita. Plantado las fresas y lechugas. Y ordeñar
las vacas y cuidar del rebaño. Y poder mover las
piernas para pasear y los brazos para abrazarme. Igual que
hacía antes.
El otro día le pregunté como prefería
que le dijera si Euta o le gustaba más Nasia. Ella
giró la cabeza en la almohada y casi llorando me
contestó que yo era la única que podía
seguir llamándola Matilde.
Las monjas este año no pusieron el
nacimiento en la escalera porque la navidad pasada un abuelo
se tiró desde arriba y calló encima del pesebre
del niño Jesús. Se lo encontraron espachurrado
con el pijama puesto entre el San José y la Virgen
María.
Me parece que lo hizo porque nadie de su familia venía
nunca visitarlo. Y lo más triste es que no es el
único. Aquí hay otros abuelos a los que le
pasa parecido.
Yo no quiero algo así para mi abuela. Por eso ya
me ocupo de decirle a papá cada domingo que me traiga
en el coche para verla.
Es muy curioso pero desde el momento que pone Eutanasia
en vez de Matilde en la puerta no deja de picar gente.
Esta tarde cuando papá vaya a hablar con la madre
superiora de no sé qué asunto yo aprovecharé
para encontrarme con Narciso. Espero que se acuerde de que
habíamos quedado en el patio. Aunque con esa memoria
que me tiene lo mismo se le ha pasado y tengo que ir a buscarlo
al salón.
Al bajar al sótano le repetiré cincuenta veces
que no se le olvide que he dejado las tarjetas escondidas
debajo del azulejo que anda flojo detrás del lavabo.
Lo haré por si acaso fuera él quién
ayuda a la abuela. Después cogeremos los botes de
pintura que guardan las monjitas y saldremos afuera a pintar
el cartel de la entrada.
Creo que el problema de que los coches pasen tanto de largo
es porque leen lo de residencia de ancianos y se piensan
que ahí dentro están todos viejos y enfermos.
Y eso no es verdad. Bueno… lo primero puede que sí
pero con lo segundo sólo hay unos pocos. Así
que para que nadie más se confunda creo que tenemos
que pintar encima con letras bien grandes algo así
como:
¡¡¡Entra a vernos leches.
En esta mansión sobramos abuelos y sin embargo nos
faltan nietos!!!
SI ES LARGA ENTONCES DOS VECES MEJOR
Jill y Kelly se han echado novios casi al mismo tiempo.
Como nuestro colegio es de monjas y no dejan que vengan
chicos si queremos tenerlos no nos queda más remedio
que salir a buscarlos fuera.
Jill encontró al suyo en la academia de idiomas y
Kelly lo pilló en el conservatorio donde toca el
violín.
Yo le dije a mamá que también me apetecía
ir a clases particulares para aprender igual que hacían
mis amigas. Pero lo del novio me lo callé por si
acaso no fuera a darme dos guantazos bien dados en la cara.
Al principio quería mandarme a solfeo o inglés
o a gimnasia rítmica. Pero a mí esa idea no
me hacía ninguna gracia.
¡El novio que yo tuviera tenía que hacer algo
que molara cantidad y no una chorrada cualquiera!
Al final fue papá quien la convenció para
que me dejara apuntarme a la escuela de judo.
El primer día llegué tarde.
El maestro tuvo que ayudarme con el kimono y el cinturón
porque yo no sabía cómo ponérmelos.
Cuando ya estaba vestida entré al dojo. Que es una
habitación grande con el suelo acolchado y las paredes
llenas de espejos. Los compañeros hacían katas
de calentamiento. Me puse a mirarlos en silencio sentada
en un rincón. Había niños y niñas.
Grandes y más pequeños mezclados. Entonces
le vi. Con su cinturón amarillo atado a la cintura.
¡Tenía que ser él! Me pareció
el chico más rubio y más guapo del universo.
Luego en el descanso me enteré de que se llamaba
Álvaro. Una compañera-cinturón verde
me dijo cuál era su nombre.
El martes pasado acompañé a
Kelly al conservatorio. Su novio Miguel la estaba esperando
en la puerta. A mi no me gusta. Tiene la cabeza y la frente
enormes y es muy bajito. Si lo miras bien se parece más
a Maxwell Smart el superagente 86 que al novio de un Ángel
de Charlie.
Nada más vernos lo primero que soltó fue:
-Hola chicas ¿Os apetece ver mi flauta?
Kelly le contestó que sí muy rápido
con la cabeza.
-Mejor os la enseño dentro. En la calle no me gusta
sacarla.
Yo me asusté un poco pero aún así les
seguí. Me da vergüenza decirlo…al oír
flauta me creí que se refería a su cosa. Cuando
digo cosa en realidad quiero decir pene. Yo nunca he visto
uno al natural. Lo que pasa es que en el libro de naturales
vienen unas hojas con unos dibujos de los aparatos reproductores
masculinos y femeninos.
Por eso sé que la cosa que les cuelga a los niños
se llama pene.
Las monjas se han saltado esa lección. Dicen que
nos la explicarán más adelante en séptimo
porque todavía es pronto y no estamos preparadas
y que además algunas cosas que hizo Dios no es necesario
que las veamos de momento ya que basta con creer en ellas.
En los dibujos también pone que a lo nuestro de las
niñas se le conoce por el nombre de vagina.
Al final Roberto no se sacó el pene como yo me pensaba.
En vez de bajarse la cremallera abrió un estuche
negro que tenía en la mano y cogió una flauta
muy rara de color plata que se silba por un lado. Cuando
se puso tocar el himno de la alegría yo me sentí
como una verdadera idiota.
En judo siempre salen dos a pelear al tatami
mientras el resto mira.
Da igual si es un chico contra una chica.
Lo que importa es que el cinturón que tengas sea
de un color parecido.
No sí llevas la cosa colgando o no.
Jill nos jura por su familia que ayer mismo
ha besado su novio con la boca abierta y que se dieron las
lenguas y todo.
Le pregunté a la muy marrana cómo había
sido. Se encogió de hombros y me contestó:
- Es parecido a pasarle la lengua a una trucha que has conseguido
sacar del río.
No quise decirle nada. Pero me parece que mentía.
Yo no creo que Jill haya probado nunca a darle lengüetazos
por encima a un pez que se está muriendo.
Esta misma tarde he tenido mi primer revolcón
con Álvaro. ¡Y ha sido maravilloso!
El maestro nos eligió a los dos.
Gritó tú y tú señalándonos
con el dedo.
Así que teníamos que salir a pelear.
Uno contra otro.
Estaba tan nerviosa que al levantarme me temblaban las piernas
y sentía como si un ciempiés me caminara por
detrás de las rodillas.
Era una cosa muy rara. Nunca me había pasado antes.
Álvaro se puso enfrente. Nos hicimos el saludo con
la cabeza antes de agarrarnos. Él me pilló
del cuello del kimono y yo le agarré del cinturón.
En un momento de la pelea aproveché para acercar
la nariz a su pelo. Olía a champú de frutas.
Así que me imaginé que su lengua debía
saber a más o menos igual que los yogures de macedonia
que compra mamá.
Estuvimos varios minutos dando vueltas sin dejar de intentar
que el otro perdiera el equilibrio. Él respiraba
muy rápido y yo no dejaba de mirarle embobada sus
lindos ojos azules. De repente me coló la pierna
derecha entre las mías y entonces aproveché
para pegar mi cabeza a la suya. Nuestro sudor se mezclaba.
Yo le metí la lengua en una oreja. Después
de hacerle eso noté cómo su cosa empezaba
a crecer por debajo del pantalón.
Cuando digo cosa me estoy refiriendo otra vez al pene.
Como bien explican las monjas algunas cosas no hay que verlas
para saber que están ahí.
Entonces a mí me entraron unas ganas tremendas de
ir corriendo al baño a hacer pis. Parecía
que el ciempiés que antes paseaba por detrás
de mis rodillas se me había subido a la vagina a
bailar la jenka.
Al final dejé que Álvaro me
ganara el combate.
Le hubiera podido derribar enseguida con la Tai Otoshi que
aprendí el viernes pasado.
Pero habría sido una lástima que nuestro primer
abrazo hubiese durado solamente un rato.
Si una pelea es larga…entonces dos veces mejor.
Además tampoco creo que le hiciera demasiada gracia
haber perdido contra una chica.
Aunque ésta sea su novia y él no aún
lo sepa o todavía no haya querido darse cuenta.
NO HAY UN CORAZÓN MEJOR QUE EL MÍO
¡Por fin ha llegado mi gran día!
Hoy se van a enterar de quién es Sabrina Duncan.
Llevo tres semanas esperando este momento. Yo misma había
preparado el baile y lo que decía la canción.
La idea del traje también fue mía. Mamá
me ayudó a terminarlo para la prueba. La forma de
corazón la conseguimos rellenando un mallot rojo
de goma-espuma. Y después con pegamento imedio le
pusimos lazos colgando por todos los lados. Los de color
granate eran arterias y los azules las venas.
¡Casi dos meses me pasé ensayando delante del
espejo del salón!
A lo primero de mi número empiezo en el suelo. Con
la cabeza guardada entre las rodillas. Y ya cuando suena
la música me levanto muy despacio. Como una flor
naciendo en la tierra.
- ?????????Yo soy el corazón…grande igual que
un puño ??????????
Las manos se ponen agarradas a la cintura:
- ????????????…pero a la vez blandito como el algodón…
????
Me doy golpecitos en el pecho con dos dedos:
- ???????????…Trabajo más que nadie…mandando
sangre al cuerpo… ??????????
Coloco los brazos en forma de equis por delante de la cara:
- ????…Y si un día yo me paro…nos iremos
al cuerno… ????????
Ahora toca dar muchas vueltas seguidas sin caerse. Esto
mola un montón porque los lazos se disparan y pareces
una bengala loca de colorinchis. Luego me paro en seco y
sigo con la letra:
- ?????…Si tú me cuidas bien… yo siempre
te diré…lab dap…lab dap…lab dap…??????
Hago el movimiento de un robot con pocas pilas.
- ?????… al médico pregunta que oye si me escucha
con el aparatejo….????????
Cierro los ojos y meneo la cabeza dando palmas.
- ?????????…Que bien seguro que contesta… lab
dap…lab dap…lab dap…lab dap…???
Y me voy corriendo hacía el público para animarles
y que también den palmas conmigo.
- ????????…Venga todo el mundo a cantar la canción
del corazón…lab dap…lab dap…lab
dap…lab dap???????????
Y así se terminaba el número que yo solita
me inventé sin ayuda de nadie.
Aplausos. Aplausos. Muchos aplausos. Por favor.
Bueno…pues según la hermana Ignacia
este baile mío era demasiado atrevido para meterlo
en la obra de “Un viaje por dentro del cuerpo humano”
que esta tarde hacemos las niñas de cuarto. Así
que el papel de corazón al final se lo dieron a Lucinda
Echegarcía. Que es la empollona de la clase y la
preferida de las monjas porque la muy repelente escribe
las redacciones y las poesías mejor que ninguna en
el cole.
Jill que hace de hígado al enterarse que no me habían
dado a mí el papel me dijo que mi corazón
era mil veces por lo menos mejor que el suyo y que además
creía que era el padre de Lucinda el que le escribe
las cosas que ella siempre trae para leer en clase.
En fín…¡Me podían haber puesto
de páncreas! ¡De cerebro! ¡O de intestino
grueso! ¡Hasta el papel de virus del catarro lo hubiera
preferido antes que el de glóbulo rojo que me ha
tocado! Es muy pequeño. Salgo con otras cinco niñas
más al escenario. Bailamos un rato el corro de la
patata alrededor de Lucinda mientras ella dice una poesía
en voz alta y de seguido nos vamos por el otro lado sin
hablar ni una palabra.
¡Pero no importa! ¡Hoy va a ser mi gran día!
La obra ya está en marcha. Kelly vestida de oreja
acaba de terminar su canción tocando el violín.
Ha estado genial.
Ahora es cuando los glóbulos rojos estamos a punto
de entrar.
La hermana Ignacia me ha preguntado si estoy preparada.
Le he dicho que sí con la cabeza.
No puedo abrir la boca porque se me caerían las bombas
fétidas que llevo escondidas debajo de la lengua.
Sólo tengo que escupirlas en el escenario y luego
pisarlas. Muy fácil.
Por mi bien espero que ninguna de las dichosas botellitas
se me rompa antes de tiempo.
Ya veremos entonces si cuando huela a huevos podridos la
empollona de Lucinda es capaz de terminar su estúpida
poesía sobre ventrículos y aurículas
sin ponerse a llorar o a devolverse encima la merienda.
¡Nos hacen la señal para que entremos!
Me agarro a mis compañeras. A Macarena le sudan un
poco las manos. ¡Uff que asquito!
Este es mi gran momento. El salón de actos está
lleno. La gente va a ver en vivo y en directo el gran desastre
que está a punto de hacer Lucinda.
Me siento enorme y eso es porque a pesar de todo oigo a
mi corazón cantar conmigo:
- .?????????…lab dap…lab dap…lab dap…lab
dap…??????
LA INFLACIÓN Y LOS CUERPOS FLAQUITOS
La gente no es tan generosa cómo me esperaba. Hay
quien tiene mucho y sin embargo no quiere dar ni un poquito
de lo que le sobra. Está bien. No importa. Para solucionar
grandes problemas lo mejor es usar ideas ingeniosas. Se
me acaba de ocurrir algo subiendo la escalera. Lo que ya
no sé es por qué nadie lo había pensado
antes.
En fin…suena feo decirlo pero soy una genia.
Cuando entro en casa lo primero que hago es preguntarle
a mi papá sí sería posible mandar una
carta urgente a los bancos pidiéndoles que por favor
hagan más billetes para regalarlos y de ese modo
todo el mundo seríamos millonarios. Él trabaja
en una Caja de Ahorros y por tanto entiende de estas cosas.
Papá deja de leer el periódico y mirando por
encima de los papeles me contesta que no.
-¡Pues no lo entiendo! Eso será porque les
importa un pimiento que existan los pobres.
-Verónica, lo que pides es imposible de llevar a
cabo. Si de repente se imprimieran más billetes,
la inflación se dispararía y con ella subirían
también los precios y esto a su vez generaría
una sobreoferta monetaria. Me explico, jamás puede
haber en circulación una cantidad dinero superior
a la que pudieran respaldar los fondos de reserva nacional.
¡Toma ya! Ahora si que me he perdido. De hecho creo
que papá quiere liarme con tanta cháchara
bancaria.
Yo le he preguntado una cosa y él me contesta con
otra diferente.
- Bueno- dice sonriendo -A tú edad es complicado
que entiendas el argot económico.
Se queda en silencio con una mano en la barbilla y a continuación
añade:
-Espérame aquí un minuto que voy a buscar
una cosa para tratar de explicártelo mejor.
El miércoles en el colegio nos pusieron
unas filminas de unos niños negritos con las cabezas
enormes y los cuerpos tan pequeños y tan flacos que
los huesos se les marcaban por debajo de la piel. Eran de
un país africano. También vimos las casas
en las que viven. No se parecían a las nuestras.
Las suyas están hechas de barro y paja.
Casi al final aparecía una mujer dando de mamar a
su bebé. A mi me dio la impresión de que de
allí no podría salirle mucha leche. La teta
tenía la misma pinta que la pudiera tener un globo
después de una fiesta que fue hace dos días.
La hermana superiora no explicó que en los países
del tercer mundo cada día se mueren miles de personas
por culpa del hambre y de las enfermedades y la única
forma de poder ayudarles es a través de nuestros
donativos.
Apagó el cacharro de las diapositivas y dijo al tiempo
que encendía la luz:
- Por ejemplo, debéis saber que con tan sólo
cien pesetas se puede dar de comer a una familia entera
durante una semana.
Luego nos dividió en grupos de cinco. A mi me tocó
con Jill y Kelly y otras dos más. ¡Bien! Y
nos entregó una hucha y unas hojas con pegatinas
para que este domingo que es el día mundial del Domund
saliéramos a la calle a postular.
Y cualquiera le dice que no. Mas aún después
de haber visto proyectado en la pared cómo los negritos
no tienen nada para llevarse a la boca y mientras tanto
las moscas africanas se ponen las botas comiéndoles
a ellos los ojos y las heridas.
Papá ha vuelto y trae en la mano un
plato con aceitunas rellenas. Lo deja encima de la mesa
y me pide que me acerque. No tengo ni idea de qué
piensa hacer.
- Verónica, los billetes y las monedas no son más
que papeles y círculos de metal. Quiero decir, que
por sí solos no tienen valor alguno. Sin embargo,
todo ese dinero junto representa la riqueza en oro que guarda
un país y no se puede hacer más ¿De
acuerdo?
Asiento con la cabeza. Pero la verdad es que no le pillo
ni un poquito.
- Imagina que cada aceituna de este plato fuera un lingote
de oro y a su vez, cada lingote valiera un billete. Si tenemos
cincuenta aceitunas…
-Cuarenta y nueve- digo cogiendo una y metiéndomela
en la boca -Lo siento…sabes que me encantan.
-No importa. Pues a cuarenta y nueve aceitunas le corresponden
cuarenta y nueve billetes. ¿Sabes lo qué ocurre
si de repente fabricamos el doble de billetes?
-No tengo ni idea. Mejor dímelo tú.
-Pues que en la calle habría más dinero, cierto.
Pero entonces esos billetes también valdrían
menos porque la cantidad de aceitunas seguiría siendo
la misma. Lo cual significa, que si ahora quisieras conseguir
una aceituna deberías entregar dos billetes en vez
de uno como era antes.
-Yo alucino. ¿Me estás diciendo que nosotros
nos intercambiamos papelitos de colores que no sirven y
el banco se queda con nuestras aceitunas? Para mí
que son unos listos de cuidado y nos están engañando
a base de bien.
Papá suelta una carcajada pero yo no sé dónde
está la gracia en lo que acabo de decir.
- Tienes razón, hija. Jamás has dicho una
verdad tan grande.
Pues vaya rollo. Me siento engañada y triste a la
vez. Mi plan B no ha funcionado así que tengo que
volver de inmediato al plan A ideado por las monjas.
Para ello agito la hucha en el aire delante de papá
haciendo sonar las monedas.
-¿Te gustaría aportar una pequeña donación
y ayudar así a la gente pobre del tercer mundo?
-Claro que sí, pequeña.
Saca la cartera de cuero que le regalé en su cumpleaños.
La abre. Coge un billete de cien pesetas y lo mete por la
ranura.
-¡Acabas de llenarle la despensa a una familia durante
una semana!
-Me alegro. Pero ya sabes lo que toca a cambio- me dice
señalándose la mejilla con el dedo.
Se agacha un poco y me acercó para darle un beso.
-¿Uno nada más?
-Si. Tengo prisa- contesto caminando hacia la puerta -Subo
a ver al tío tal vez él también quiera
colaborar.
-¡Desde luego, menuda hija tan poco cariñosa
que me ha tocado!
Me quedo quieta. No me gusta nada lo que acabo de oír.
Respiro despacio. Pienso deprisa. Cuento hasta tres. Y antes
de salir del salón me doy la vuelta y le suelto:
-Papá…
-Dime.
-No te enfades. ¿Pero sabes una cosa? Me parece que
cuantos más besos ande yo repartiendo por ahí…también
todo mi cariño menos vale.
YO SÓLO SALÍ A BUSCAR UN TESORO
Se acabaron los Ángeles de Charlie.
Para siempre. No sólo en la tele que ya hace mucho
tiempo que no ponen más capítulos. Se nos
terminaron también los Ángeles en la vida
de verdad. A mí y a mis dos amigas. Nosotras no quisimos
hacer nada malo. Lo juro. Esa tarde sólo habíamos
salido a buscar un tesoro.
Me gustaría poder volver para atrás.
Cerrar los ojos fuerte y no marearme al pensar en las cosas
al revés. Una detrás de otra. Muy deprisa.
A la velocidad de un cohete. Viajar en el tiempo como aquellos
chicos de la película que se largaron a ver a los
hombres de las cavernas metidos un cacharro con forma de
cafetera gigante que no paraba de echar humo y chispas amarillas
por las alas.
Yo no necesito irme tan lejos. Ni tampoco
tantos años. Me sirve con llegar a la cocina de mi
casa justo en la mitad del verano. La misma tarde que mamá
me había comprado por la mañana los libros
de sexto y la mochila nueva.
Tiraría de la palanca en mi nave para despegar del
patio de este colegio nuevo y pasar volando por encima de
la cárcel. Todo el rato hacía atrás.
Antes. Antes. Antes. Con los ojos cerrados siempre hacía
antes. Y oír otra vez la escandalera en la calle
con la sirena de la policía y después la de
ambulancia. Pero sonando al contrario: Oniiiiin. Oniiiiin.
Oniiiiin. Oniiiiin. Y ver a Lucas corriendo de culo. Más
pronto que fue eso. Y la zapatilla metiéndose sola
en mi pie. Y a Kelly sin las manchas de sangre agarrada
a mi mano. Y las dos persiguiendo a Lucas de espaldas. Y
Jill hacía nosotras también de espaldas. Y
los agujeros que hicimos en el suelo tapados con tierra.
Igual que al principio porque era el principio. Y el redondel
y el mapa escondidos dentro del reloj. En su sitio. Dónde
los encontré. De este manera que digo. Muy deprisa.
Todo muy seguido hasta llegar a la gotera. Entonces me quedaría
al lado del caldero viendo como cae el agua del techo: Una
gota; cloc. Dos gotas; cloc. Tres gotas; cloc. Contando
los ruidos hasta quedarme dormida. Quieta. Sin salir detrás
de mamá cuando se ponga a bajar las escaleras. Así
entonces no hubiera pasado nunca esto. O ahora mismo que
lo estoy hablando solamente sería una pesadilla que
desaparece si cierro muy fuerte los ojos.
Ya lo he probado muy repetido. Durante los
recreos y en clase de matemáticas y en el bus y cada
noche al irme a la cama. Cierro los ojos y me pongo a pensar
que esto no ha pasado o que consigo por fin viajar hacía
atrás y arreglarlo sin que nadie se entere. Pero
algo tengo que estar haciendo mal porque el truco no me
sale y lo veo todo muy despacio hacía adelante.
Vuelvo a estar otra vez en el piso del tío.
Y el grifo sigue medio abierto y el fregadero lleno de cacharros
sucios. De allí vino el agua que caía a nuestra
cocina.
El tío no estaba en casa porque vende joyas en las
tiendas y casi siempre anda de viaje de un lado a otro con
el coche. Me parece que esa semana se había ido a
Galicia y como la abuela tiene guardadas unas llaves de
repuesto por si acaso mamá bajó al primero
a pedírselas. Yo quería enterarme de qué
pasaba y me fui detrás de ella.
Cuando subimos a la casa del tío había un
charco muy grande que llegaba hasta el pasillo. Mamá
cerró el grifo enseguida y cogió la fregona
para secar el suelo. Yo como no quería molestarla
la deje sola y me fui al salón. Allí me puse
a jugar con el reloj que llega desde el suelo hasta el alto
de la puerta. Está roto y no anda. Pero si por dentro
le tiras de las cadenas consigues hacerlo sonar igual que
el que sale en la tele el día que se comen las uvas:
Dong. Dong. Dong. A la tercera campanada mamá gritó
que me estuviera quieta. Le hice caso y cerré la
puerta cristal para dejar el reloj en silencio. Entonces
me fije que en el fondo se veía un cacho de papel
o algo parecido. Pensé que a lo mejor al tío
se le había caído un billete sin darse cuenta.
Así que metí la mano con cuidado y levanté
una madera que estaba floja. Saqué el papel. Pero
no era ningún billete. Sino una hoja de cuaderno
con un dibujo hecho a boli negro y en el medio un círculo
en color rojo. La doblé dos veces y me la guardé
antes de marcharnos.
En mi poder tenía un mapa. ¿Pero
de dónde? No me di cuenta hasta que al terminar de
comer me fui al servicio y después de abrir la ventana
para que saliera el mal olor. Saqué rápidamente
la hoja del bolsillo y la extendí sobre el alfeizar.
Comprobé que allí estaban perfectamente dibujados
los cinco bidones en fila y también la higuera y
el camino de tierra que va desde la puerta hasta la caseta
donde guardamos las bicis y la leña. Parecía
increíble. Según el círculo rojo en
el patio de mi casa era el lugar en el que yo debía
ponerme a buscar el tesoro.
A eso de las cinco Jill y Kelly llamaron al
timbre del portal. Esa tarde habíamos quedado para
ir a coger moras. Pero cuando les enseñé el
papel que me había encontrado y les dije que salíamos
en busca de un tesoro dieron saltos de contentas.
¡Los Ángeles de Charlie por fin teníamos
una misión de verdad!
Bajamos al patio sin decirle nada a mamá. Al entrar
nos encontramos a Lucas tumbado debajo de la higuera. Fue
vernos y venir corriendo a saludarnos.
Él también estaba tan feliz…
No sé el tiempo que pasamos sacando
tierra con la pala. Pero fue bastante. Ya habíamos
hecho dos agujeros y lo único que veíamos
eran piedras y lombrices muertas. Kelly y Jill se enfadaron
conmigo. Dijeron que parecía que estábamos
jugando a los entierros y no a buscar un tesoro. Luego cogieron
una pelota y se pusieron a divertirse con Lucas dándome
la espalda.
Aquel mapa tenía que ser bueno. Así que yo
seguí intentándolo.
Al rato toqué algo duro con el pico de la pala. Llamé
enseguida a mis amigas para que vinieran a verlo y que me
ayudaran a quitar tierra. Tirando de un asa conseguimos
sacar afuera una bolsa de deporte azul. Jill fue la que
abrió la cremallera. Nosotras esperábamos
encontrar monedas de oro y collares de diamantes y esmeraldas.
Pero de eso nada de nada. Dentro solamente había
una pistola y una caja de metal con dos paquetes cruzados
por una cinta marrón.
Quizás Charlie había dejado eso allí
guardado para nosotras. Una cosa para cada una. La pistola
para mí y lo otro para ellas. Fue lo que pensé.
Jill cogió uno de los paquetes y al querer abrirlo
se le cayó al suelo y se le rompió. Los pies
se nos pusieron llenos de polvos blancos. Parecía
pica-pica de ese que viene en las bolsas de los fresquito.
Íbamos a agacharnos para probar una pizca con el
dedo a ver a qué gustaba. Pero no nos dio tiempo
porque Lucas metió el morro entero dentro de la bolsa
rota. Y se puso a estornudar como un loco dando cabezazos
al aire. De repente se dio la vuelta y empezó a ladrarnos
enseñándonos los dientes. No sé qué
le pasó. Ni por qué lo hacía. El perro
de mi tío era muy bueno. Lo juro. Lo mismo me dejaba
tirarle de las orejas como rascarle la barriga. Y nunca
se quejaba. Pero en ese momento estaba muy raro. Tenía
los ojos rojos y una espuma gris le salía por la
boca.
Nos entró tanto miedo que las tres echamos a correr
para escaparnos de allí. Jill iba la primera por
delante. Y yo después agarrando a Kelly de la mano.
Estábamos a punto casi de llegar a la entrada de
las escaleras cuando Kelly me pisó la zapatilla por
detrás y me dejó el pie descalzo. Las dos
tropezamos y nos caímos. Lucas llegó y le
pegó un mordisco en la mano. Kelly no paraba de dar
gritos. Muchos. Y de llorar también. Conseguí
que la dejase en paz al tirarle con la zapatilla a la cabeza.
No le acerté pero él se revolvió a
cogerla y yo aproveché ese momento para pillar a
Kelly del brazo con todas mis fuerzas y llevármela
hacía adentro.
Cuando cerramos la puerta Lucas no paraba de gruñir
y de arañar la madera con las patas. Le dije a Jill
que fuera rápido a buscar a mamá. No hizo
falta porque ya venía ella corriendo por las escaleras.
Kelly tenía la ropa llena de sangre y estaba como
muerta. Cuando le miré la mano conté que sólo
tenía tres dedos.
Me gustaría cerrar los ojos fuerte
y poder volver para atrás muy deprisa.
Me pongo a contar las gotas cayendo en el caldero.
Una. Dos. Tres.
Tengo que quedarme dormida de pie y despertarme seis meses
antes.
Aquella tarde los Ángeles teníamos que habernos
ido a coger moras y nada de esto hubiera pasado. El tío
ahora no estaría en la cárcel. Y a Lucas no
se lo hubieran llevado nunca a la perrera. Y la abuela Nisa
no seguiría llorando de pena. Y no habría
más gritos entre papá y mamá. Y el
bus me seguiría trayendo por el camino de siempre
al colegio de antes. Y Kelly tendría otra vez los
cinco dedos en la mano. Y lo que es más importante:
sus padres y los de Jill me dejarían verlas y jugar
con ellas otra vez. Igual que siempre.
Aprieto los ojos y me concentro.
Deprisa. Deprisa. Deprisa. Deprisa. Deprisa.
Pero no soy capaz de moverme del sitio.
Algo tengo que estar haciendo mal.
Ellas eran mis amigas.
Yo solamente quería que las tres juntas hubiéramos
encontrado un tesoro.
VAMPIROS
No tengo ni idea de cuándo llegaron
los murciélagos al patio. Sólo recuerdo que
siendo yo muy pequeña ya andaban dando vueltas por
allí.
Normalmente, salen al caer el sol de una grieta que hay
debajo de la chimenea. Entonces se ponen a volar en círculos.
Muy rápido. Y aquello parece una fiesta de vampiros
locos chillando y haciendo piruetas en el aire. Nunca se
chocan entre ellos porque se orientan mediante el eco de
unas ondas de sonido que han lanzado antes.
Puede que sean ciegos pero a cambio Dios le ha regalado
un par de orejas estupendas. Aunque no todo son cosas buenas.
Por ejemplo, si un murciélago mordiera a una persona,
a través de la saliva, puede contagiarle la rabia.
Lo mucho que sé sobre estos bichos, lo aprendí
en la tele viendo los documentales de la dos.
La movida ocurrió una madrugada que
yo no me podía dormir.
Antes, si tenía pesadillas, papá me dejaba
meterme en su cama. Acostada entre él y mamá
sabía que nada malo me iba a pasar. Recuerdo que
nos despertaron unos ruidos de cosas cayéndose. Al
principio pensamos que alguien había entrado en casa
para robar. Así que papa corrió a coger el
cuchillo jamonero y fue al encuentro del caco en plan espadachín.
Cuando salimos al pasillo y encendimos la luz encontramos
los portarretratos tirados, el jarrón de Sargadelos
hecho añicos y a un murciélago chiquitito
dándose cabezazos contra las paredes.
Aquel bebé vampiro estaba más asustado que
nosotros tres juntos, Con tanto golpe el pobre se había
rajado las dos alas. No hizo falta usar el cuchillo. Bastó
un manotazo de papá para dejarlo en el suelo medio
ko.
Por lo visto se había colado por la ventana del servicio.
Me parece que fui yo la que se la dejó abierta después
de sacudir el mantel de la cena.
Papá lo agarró con los dedos de una pata y
se lo llevó al baño. Yo me imaginé
que lo soltaría por la ventana para que volviera
a reunirse con los suyos. Pero en vez de eso levantó
la tapa del váter y dijo:
-En el pueblo cuando algún animal estaba herido lo
ahogábamos en el río para que no sufriera
más.
Lo dejó caer y a continuación tiró
de la cadena.
Se había vaciado la cisterna entera pero el murciélago
no se iba. Seguía allí pegado a la taza tratando
de escapar haciendo fuerza para subir. Se me ocurrió
algo para intentar salvarlo.
-¡Podemos recortarle las alas y lo dejamos vivir tranquilo
en la bodega como si fuera un ratón normal!
Razonamiento tan desperado no fue suficiente para convencerle.
Ya que metió la escobilla tratando de empujarlo hacía
el fondo y volvió a tirar de la cadena una vez más.
Tas la cuarta descarga de agua la cañería
terminó tragándoselo.
A partir de esa noche, cada vez que yo necesitaba
hacer un pis, lo hacía en el bidet.
Tenía miedo a que el vampiro volviera, en plan venganza,
para darme un mordisco. En los documentales también
habían dicho que algunos murciélagos son capaces
de matar a un ternero clavándoles los colmillos en
la nuca.
¡De acuerdo! Puede parecer exagerado y que eso sólo
ocurra en países sudamericanos y con especies bastantes
más grandes. Pero teniendo en cuenta que yo entonces
sólo tendría unos seis años más
o menos, aquel murciélago podría haberme dejado
seca en menos tiempo de lo que dura un desayuno y nadie
en la cocina se habría dado cuenta.
Ahora me río de la estupidez. Pero si entraba al
servicio para hacer algo más duro, antes de sentarme
en el váter me pintaba una cruz en el culo con un
rotulador y mientras hacía fuerza no dejaba de mirar
hacía abajo entre las piernas por si acaso.
El murciélago nunca volvió y
supongo que yo terminé olvidándome del asunto
con el tiempo.
Esta mañana parecía un día como otro
cualquiera. Y sin embargo ha sido distinto.
Al ir a limpiarme la gotita con papel higiénico he
visto un reguero de color rojo cayendo por la taza. Sabía
de sobra que no tenía nada que ver con la mordedura
de un vampiro. No soy tonta. Pero era la primera vez que
me bajaba la regla. Y la sangre flotando en el agua me ha
recordado toda esta historia de cuando era cría.
Afortunadamente, mamá aún no había
salido a la compra y pude llamarla para que viniera.
¡Ya ves! Con mis doce años soy una experta
en murciélagos. Estoy preparada para cualquier tipo
de ataque sorpresa y en cambio, en ese momento, no tenía
ni puñetera idea de qué hacer con el recién
llegado y dichoso periodo.
Mamá me ayudo a limpiarme en la bañera. Después
se lavó las manos y me llevó hasta el cajón
donde guardaba sus paquetes de compresas y la caja de las
Saldeva y dijo sonriendo:
- Señorita, me parece que a partir de ahora, usted
y yo, deberemos compartir estas cositas.
Entonces la miré a los ojos y tuve una sensación
muy extraña. No ya por el hecho de estar notando
como si alguien dentro de mí me estuviera retorciendo
los ovarios igual que el que escurre un trapo de cocina.
No, me sentía rara porque era la primera vez que
no veía a mi madre como a una simple madre sino también
igual que a una amiga.
Tal vez la mejor amiga.
Me alegro de corazón de que fuera ella con su delicadeza,
y no el bruto de papá, quien estuviera a mi lado
en el momento justo que me he convertido en mujer.
ROTUNDAMENTE MAMÁ
Hoy es sábado y la cosa sigue igual. O al menos,
yo todavía no he notado ningún cambio. Salvo
la intermitente y molesta salida de sangre, quizás
que mis pechos se hayan puestos duros. No más grandes.
Ojalá. Los toco y parecen dos globos de peseta hinchados
con agua caliente. Me duelen un poquito.
Mamá, en cambio sí que está distinta.
Se ha pasado la mañana entera en plan cariñoso.
Muy pendiente, preocupándose de mí a cada
rato. No ha parado de darme abrazos y de decirme lo mucho
que me quiere y lo deprisa que corre el tiempo. Que parece
que fue ayer cuando empecé a gatear en el pasillo
o pronuncié mi primera palabra. Bla,bla,bla. Seguramente,
estas tres anteriores fueron las que soltó ella de
carrerilla después del típico papá
o mamá.
Al principio me tenía hartita. Pero como sabía
que no iba a dejarme en paz, he aprovechado el arranque
amoroso que le ha entrado para preguntarle unas dudas.
Y es que a mí, me habían contado que en los
día que te visita la dichosa comunista, las mujeres
no podemos, regar las plantas, por ejemplo, ni lavarnos
el pelo, ni comer limones, ni tampoco, aunque parezca increíble,
intentar hacer mayonesa porque se te corta seguro.
La mayonesa me refiero, no la regla.
A las cuatro preguntas mamá me ha contestado: No.
No. No. Y no.
O sea que no eran más que rumores absurdos y chismes
para asustar a las crías.
En el fondo me he quedado aliviada al escuchar de su boca
esos noes tan rotundos y a la vez tan grandes como cuatro
soles en Mercurio. Y no es que me hubiera dado a mí
de repente por encargarme del cuidado de los ficus y los
geranios que hay en casa. O de ponerme a preparar limonada
y ensaladilla rusa para cenar. Pero sí que me interesaba
saber si eso era cierto, principalmente lo del pelo, ya
que después de comer quería darme una ducha.
Y tal y como tenía pensado, así
acabo de hacer.
Desafiando al segundo de los cuatro cuentos chinos, he usado
el acondicionador, no una sino dos veces, y no ha ocurrido
nada extraño.
¡El Johnson & Jonson me ha dejado la melena tan
brillante y suave como siempre!
Antes de salir del cuarto de baño me
seco bien y luego cuelgo la toalla detrás de la puerta.
Mamá me está llamando así que voy a
ver qué quiere. Cuando llego, la encuentro en el
salón junto a una pila de ropa seca. Se me acerca
con una colcha en las manos y me pide que por favor le ayude
a doblarla.
-Mamá…- le digo mientras agarro un extremo.
-Dime, hija.
- Nada, pero supongo que ahora que ya soy mujer y cómo
seguramente también vaya a tener más gastos…
Junto las dos puntas, ella hace lo mismo, y después
añado:
-Tal vez deberíamos hablar de una subida en la paga
semanal.
Las dos estiramos la colcha al mismo tiempo.
-Verónica, creo que con el dinero que te damos tienes
más que suficiente para tus cosas.
-Está bien. No más dinero, de acuerdo. ¿Pero
entonces me dejaréis salir por las noches?
Vuelvo a doblar por la mitad, punta con punta.
-Me temo que no. Te quiero a las nueve en casa como antes.
¡Y ay de ti el día que se te ocurra llegar
más tarde de la hora!
Estiramos de nuevo juntas.
-¡Jobar! Pues ya lo de quedarme algún día
a dormir fuera mejor ni te lo pregunto.
Doy unos pasos hacía ella para entregarle la colcha
perfectamente doblada.
Mamá se ha quedado quieta. Me mira pero no dice nada.
Está apretando los labios y torciendo la boca hacía
la derecha. Los agujeros de la nariz le aletean. Conozco
bien estos gestos. Sólo hace eso cuando algo le cabrea.
Sé que estoy a punto de llevarme un bofetón.
Pero aún así, me atrevo y le digo:
-Vale, se supone que esto de la menstruación debería
de ser un momento de cambios en la vida, aparte de tener
que usar compresas, quiero decir. Sino es así, no
entiendo que sentido tiene que Julio Iglesias le cantara
“De niña a mujer” a su hija Chabeli ¿Acaso
no va a haber ninguna diferencia entre antes y ahora mismo?
Mamá deja la colcha despacio sobre la tabla de la
plancha. Luego coge una sábana del montón
y me pasa un extremo.
- Mira, Verónica, si te digo la verdad, como bien
dices, prácticamente ninguna…
Da unos pasos hacía atrás y sacudiendo la
sábana un par de veces con fuerza, añade tajante:
-…sólo que, cada veintiocho días más
o menos, aparte de los fuertes dolores abdominales que tengas,
deberás estar bien atenta si no quieres manchar las
braguitas.
UNA DOBLE VIDA
Siempre me ha gustado leer. Empecé
a devorar libros cuando tenía seis años. Es
algo que le debo a mi padre. Desde muy pequeña fue
él quien quiso transmitirme su pasión por
lectura.
Una tarde me colocó frente a la biblioteca que tenemos
en el salón y luego dijo:
-Verónica, lo que a diario te enseñan en el
colegio está muy bien, pero es importante que comiences
pronto a interesarte tú solita por los libros. Ya
que todo lo que leas por tu cuenta, te ayudará a
crecer como persona.
Yo, que por aquel entonces era una personita bastante bajita,
aún no sabía que semejante afirmación
debía, nunca mejor dicho, tomármela al pie
de la letra.
-¿Ves la estantería?
Asentí con la cabeza.
-Si te acercas, comprobarás que con tu estatura sólo
tocas la repisa de abajo. Por lo tanto, esos son los primeros
libros a los que tienes que echar un vistazo. A medida que
vayas creciendo podrás coger otros de arriba y así
sucesivamente hasta llegar a los que quedan en lo más
alto.
-¿Y si pruebo a subirme a una silla y pillo desde
el principio el que me dé la gana?
-No, eso sería trampa. Aunque no te lo creas, ellos
-dijo señalando el mueble- son muy inteligentes.
Piensan por sí mismos y después de haberlos
leído nos hacen también pensar y reflexionar
a nosotros. No hay que forzarlos, únicamente dejar
que lleguen a ti de manera natural.
Yo no entendía nada. Él en cambio sonreía.
-Leer mucho es vivir dos veces. Recuérdalo, Verónica.
Quizás hoy no te des cuenta. Pero en el futuro seguramente
me agradecerás el regalo que acabo de hacerte.
No se equivocaba. De esta manera tan original, consiguió
meterme en el cuerpo el gusanillo de la lectura. Para mí
leer se convirtió en un juego. Y por increíble
que parezca, la ecuación mágica de altura
igual a acierto con el libro escogido, funcionaba a la perfección.
Muchas veces al ir a dejar en la estantería uno ya
terminado, me ponía de puntillas y trataba de acariciar
con los dedos alguno de los que estuvieran fuera de mi alcance.
Una desesperada manera de soñar.
Por suerte a los nueve pegué un estirón tan
grande que pasé de “los clásicos de
Walt Disney”, de las series naranja y azul del “Barco
de Vapor” y del “El Principito” a plantarme
de golpe, casi sin darme cuenta, en las aventuras de Julio
Verne, Emilio Salgari y Stevenson. Ante mis ojos aparecieron
nuevos universos fantásticos, tigres de Bengala y
piratas contra los que luchar surcando los mares del sur.
Acabo de cumplir quince años y, se supone que según
mi crecimiento, debería alcanzar la quinta y última
repisa, más o menos, al acabar el instituto o cuando
esté a punto de matricularme en la universidad.
Hace mucho tiempo que terminé con Herman Hesse y
Salinger y los demás autores correspondientes a mi
altura. Es cierto que bien podría volver sobre mis
pasos a releerlos, pero la tentación de descubrir
a otros nuevos sigue estando a escasos centímetros
por encima de lo que mido en este momento.
Así que no he podido resistirme y la semana pasada
rompí el pacto o la promesa o lo que fuera, y agarré
una silla. Me subí y me puse a repasar los lomos
uno a uno:
“Trópico de cáncer”, “El
extranjero”, “Una temporada en el infierno”,
“Crimen y castigo”, “Escupiré sobre
vuestra tumba”, ¿“La Biblia”?,
“El almuerzo desnudo”, “La senda del perdedor”…
Al final me decanté por “La metamorfosis”
de Kafka. Ingenua de mí pensé que tendría
que ver con mariposas.
No creo que este libro me haya llegado en el momento adecuado.
Aunque, después de haberlo acabado, he sacado algo
importante en claro:
Sé que a medida que me haga mayor, los libros se
van a volver cada vez más duros. Y que los colores
desaparecerán para dar paso únicamente al
gris.
Puede que sólo se trate de una coincidencia. Pero,
creo que al mundo real le pasará algo parecido.
Parece ser que mi padre tiene tres vidas:
La de casa. La de la lectura. Y otra que se busca fuera.
En el barrio andan diciendo que va con otras.
Que tiene una querida. Que alguna noche lo han visto salir
de sitios en los que nunca debería entrar un padre
y mucho menos un marido.
La gente habla demasiado, pero debe ser cierto lo que comentan
porque mis padres se van a separar.
Me he enterado hoy.
Cuando se ha ido de casa y nos ha abandonado.
A mi madre y a mí.
No se lo perdonaré nunca.
Nosotras dos éramos su familia.
La única que necesitaba.
Para mí, hoy mi padre ha dejado de ser papá,
y como le pasó a Gregor Samsa, se ha convertido en
una repugnante cucaracha.
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