Antonio Pacios es un regalo, un lujo, como amigo y como persona. Y un escritor que este año está creciendo espectacularmente. Y si alguien no me cree... que siga leyendo esta página, EL PRINCIPIO DE TODO ESTO, por favor. JAVIER PUEBLA

EL PRINCIPIO DE TODO ESTO

Al principio no había nada. Ni agua. Ni cielo. Ni tierra. Ni supermercados. Ni padres. Ni calles. Ni bicicletas. Ni perros. Ni hospitales. Ni bolsas de plásticos. Ni camiones de la basura. Ni flores. Ni pinzas para el pelo. Ni gominolas de peseta. Ni latas de Fanta o CocaCola. Nada de nada. Tampoco colegio. Y quién diga que esto es mentira hace pecado.

Al principio del mundo no existían los niños y todo estaba a oscuras. Pero ahora ya sí que tenemos luz porque nos la manda el sol por las mañanas.

La hermana Rocío nos ha aprendido que Dios hizo el mundo en una semana.

Hoy ha sido mi primer día en el colegio de los mayores. La verdad es que a mi esto de ser grande me parece que va a ser un lío enorme. Los libros de primero llevan muchas hojas llenas de letras y los cuadernos tienen cuadraditos para escribir dentro y no las rayas que venían antes. El año pasado las clases estaban chupadísimas. Como estábamos en parvulitos la profesora nos leía cuentos y aprendíamos las canciones de Dónde están las llaves matarilé rile rile y Tengo una muñeca vestida de azul y que Llueva que llueva la virgen de la cueva y también a sumar números sin contar con los dedos y a pintar con las plastidecor sin salirse fuera de los redondeles.

La hermana Rocío nos ha dicho que la primera cosa que Dios acabó fue el sol y después la luna. Y con el día y la noche guardados en la mano debajo del cielo puso el mar y lo llenó con pescados y tortugas. Y luego para no matarse ahogado se sentó en el caparazón de una que pasaba cerca y colocó tierra a lo lejos porque quería andar un poco con los pies.
Y paseando por la orilla le pareció que la tierra sin nada estaba muy fea. Así que dijo unas palabras mágicas y de repente crecieron las montañas y los árboles y los ríos y todas las carreteras con las señales de conducir.

Los fines de semana como papá no tiene que ir al banco a trabajar me lleva en el coche al pueblo. Allí tiene una casa la abuela. Pero ella ya no vive allí.
En verano me gusta sacar la cabeza por la ventilla de atrás y que el aire me de fuerte en la cara y me cierre los ojos y no me deje ver.
En el pueblo hay muchas montañas. Antes pensaba que eran dinosaurios que se habían quedado dormidos y que los árboles eran los sueños que se le salían por la espalda. Y cuando yo subía alguna un poco empezaba a correr de puntillas porque tenía miedo de despertarlo y que me mordiera el pie.
Una vez me picó una avispa en el brazo y dolía un montón. Así que si te da un bocado un dinosaurio ni te cuento.
Pero ahora al ser grande piso fuerte y además ya no me asusto porque sé que los dinosaurios no viven más en el mundo porque hace invierno.

La hermana Rocío nos ha contado que el jueves o el viernes Dios tuvo una idea ingeniosa y quiso llenar la tierra con los animales. Y para lo último del todo dejó a las personas. Y con una bola de barro fabricó a un hombre desnudo que se parecía a él y le puso de nombre Adán. Que si lo lees muy despacio al revés sin marearte dice nada. Y después le sacó una costilla y se echó llorar pero ya al rato al ver que Dios le había hecho a una mujer desnuda para que no estuviera tan solo se cambió para alegre y entonces le pidió a Dios que le diera también globos y confettis y así hacían fiesta. Pero él se enfadó mucho y les dijo que no y que tampoco comieran manzanas porque estaba prohibido. ¡Menuda tontería! ¡Con lo buena que es la fruta!

Quise levantar la mano para preguntar una cosa pero me dio vergüenza.
Es que no entiendo muy bien por qué le quitó un cacho de hueso a Adán. Si era porque no le quedaba más barro o porque del barro sólo se pueden sacar hombres.
Yo creo que Dios podía haber hecho antes la plastilina con sus superpoderes y hubiera sido más fácil y más mejor también.

La hermana Rocío dijo que el último día Dios estaba tan cansado que se fue a echar la siesta. ¡Esto si que es una mentira bien gorda!
Me parece a mí que la hermana Rocío es una espía del enemigo disfrazada de monja que quiere engañarnos.
Mis amigas Jill y Kelly tampoco se lo han creído. Las tres sabemos de sobra que Dios es el jefe de todo esto pero que su nombre de verdad es Charlie. Y el domingo no se fue a dormir sino que le dijo a unos obreros que levantaran las casas y después él tranquilamente en su castillo inventó la televisión para contactar con nosotras.

Ya somos más grandes. Pero me parece que ahora mismo aún es demasiado pronto para que los demás niñas de la clase se enteren que estamos metidas en el colegio en una misión superespecial para salvar al mundo.


NO TENDRÉ MIEDO PORQUE YA ME HE VISTO HACIÉNDOLO

-¡Vamos súbete! Ya verás como no es complicado.
Éste que habla es papá y estamos en la calle para que me aprenda a andar en la bicicleta sin los patines.
-Pero tú no me sueltas ¿Verdad que no?
-No te preocupes. Confía en mí.
Le creo porque él no me falla nunca.
Cuando yo sea más mayor voy a saber conducir helicópteros y camiones para perseguir a los que tienen que ir a la cárcel. Y va estar muy fácil porque ya he visto antes cómo se hace.
Ahora papá está parado a mi lado. Con una mano agarra el asiento y con la otra el manillar.
-Lo más importante es no quedarse nunca quieta. Si pedaleas despacio es más difícil mantener el equilibrio y entonces es cuando te vas al suelo. ¿Lo has entendido?
Menuda cosa. Claro que lo entiendo. Ya tengo seis años y no soy tonta.
Empezamos a andar y después le digo:
-Estoy tranquila porque vienes conmigo y sé que no me vas a soltar.
- ¡Verónica haz el favor de no cerrar los ojos porque no ves el camino!
No me gusta nada que mis padres me digan Verónica.
Mi verdadero nombre es Sabrina Duncan.
Ellos no lo saben pero soy una de los Ángeles de Charlie.
Jill Munroe y Kelly Garrett son las otras dos. Pero a ellas en sus casas las llaman Rebeca y Natalia. Así que hemos pensado que cuando hagamos el instituto vamos a cambiarnos los nombres para que nadie se haga más líos y nos llame cómo tiene que ser.
-Endereza un poco el manillar porque si sigues yendo así de torcida nos salimos de la acera.
Charlie habla con nosotras los viernes por la noche. Bueno más bien sólo conmigo y con Kelly. A Jill no le dejan ver la serie porque los de la tele le ponen dos rombos y además ella se tiene que ir a dormir después del vamos a la cama que hay que descansar. Pero los lunes en el colegio le enseñamos las fotografías de la revista para que se pueda ver de más mayor y le contamos todo lo que ha salido haciendo en el capítulo.
-¡Verónica, parece que estás en las nubes! ¡Trata de poner más atención!
El jefe siempre empieza explicando lo mismo:
"Había una vez tres muchachitas que fueron a la academia de policía…blablablablá. Y mientras habla va sonando la musiquita chula y entonces ya salimos las tres juntas dando saltitos y disparando tiros al aire con las pistolas.
-Vas muy bien, pequeña. Cuando lleguemos a esa farola damos la vuelta.
A Charlie nunca le hemos visto la cara. Aunque sabemos que existe porque oímos su voz a través de una radio que sale en la televisión.
En cada capitulo él nos enseña el futuro y lo que tenemos aprender.
Ahora ya conozco al hombre con bigote y barbas al que debo quitarle la maleta negra antes de que suba al avión porque sino explota en el cielo y mueren muchos.
-Para girar es mejor que te bajes del sillín y que te ayudes con los pies.
Voy a luchar haciendo kárate y aprender a pegar puñetazos de boxeo en el cuello.
-Para salir, te colocas recta, subes y coges impulso con el pedal de arriba.
Dentro de años saltaré de trenes prendidos de fuego y no pienso tener miedo.
-Podemos acelerar un poquito si tú quieres.
Pienso tirar cuchillos de tres en tres haciendo volteretas en el aire y acertar siempre en el blanco.
-Y si de repente notas que vas muy deprisa, primero aprietas el freno de atrás y luego el delantero. Nunca al revés. Recuerda esto porque es muy importante.
Sé que no voy a llorar nunca si me caigo al suelo o me pega un hombre malo.
-En realidad andar en bicicleta es igual que cuando empiezas a caminar. Un día lo estás haciendo tú sola y no sabes cómo lo…
Estoy tranquila porque los viernes Charlie me enseña los trucos en la tele y veo que las cosas me salen bien. Y además mi padre me ayuda siempre y ahora está a mi lado sujetándome. Así que le digo:
-¿Papá… tú que crees que mañana puedes ayudarme a quitarle el miedo a los payasos?
Pero él no me contesta.
Y vuelvo a preguntárselo y tampoco me habla.
Entonces miro por el espejo del manillar y veo que se levanta del suelo.
Está sacudiéndose las rodillas y un perro le ladra cerca.
El pobrecito se ha caído y yo ni me he enterado.
No sé si podré hacerlo sola. Pero creo que cuando llegue a la farola de la esquina será mejor que me dé la vuelta para acercarme a mirar si se ha hecho sangre.

EL CAMIÓN DE LA BASURA

Lo vi todo desde la ventana. Estaba escondida detrás de las cortinas. Y de verdad que me dio tanta pena y tanta rabia que me puse a llorar.
A lo primero había menos gente. Pero luego llegaron más. Y otros más. Y todavía otros más. Y así hasta que casi no dejaron nada.

Odio a mamá. Y también más aún odio el orden y arreglar la casa. Ella siempre quiere tenerla tan limpia y tan guay que de tanto darle al suelo con la fregona y la lejía un día lo desaparecerá y al final vamos a tener que vivir colgados del aire. Ya verás. Esto es algo que no sólo lo pienso yo. La abuela Nisa también se lo dice cuando se enfadan.
Los domingos en casa toca hacer limpieza general. Así que papá y yo nos vestimos para salir pitando a misa de doce.
Cuando volvemos nunca me olvido de traerle algo a mamá. Cualquier cosa. Sé que le gustan las sorpresas. Algunos días le cojo flores del parque y otros le compro caramelos toffee en el quiosco con el duro que me da la abuela para gastarme el domingo.
Ayer al final le había llevado tres cosas:
Un paquete de diez caramelos. Una margarita. Y un trébol de cuatro hojas.
En verdad tenía tres. Pero le rompí una por la mitad para que así fueran las cuatro de la buena suerte.
Aunque si descubro antes la faena que me había hecho a lo mejor no le hubiera llevado nada.
¡Menudo desastre! ¡No podía creérmelo! ¡Mamá había recogido mi habitación y me había colocado el armario empotrado!
Pero eso no era lo malo. El orden y la limpieza que ya dije antes. No. Por lo que casi me da un patatús fue cuando vi que faltaban juguetes.
No uno. Ni dos. Sino muchos juguetes.
Corrí a preguntarle dónde los había puesto. Me contó que estaban tan viejos y rotos y que los había metido en bolsas para tirarlos a la basura. Después me apartó con la mano para sacar una lata de tomate de la nevera y me mandó al salón a ver los dibujos porque ella aún tenía que acabar de preparar los macarrones de la comida.

Me pasé la tarde llorando metida en mi habitación.

Aunque lo peor vino por la noche. Yo ya estaba acostada cuando oí llegar el camión de la basura. Lo conocí porque al pararse los frenos hacen el mismo ruido que los muelles de la cama de la abuela pero más a lo bestia. Y además una luz naranja entra por la ventana y se pone a dar vueltas en el techo.
Me asomé corriendo a la ventana para verlo. A lo mejor ocurría algo de magia y los basureros pasaban por delante de nuestro portal y se olvidaban de coger las bolsas. Pero no pasó nada de eso. Uno de los hombres agarró tres bolsas con una mano y al ir a tirarlas dentro del camión se le cayeron y todas las cosas se salieron por el suelo.
¡Y él no hizo nada por recogerlas!
En vez de sacar una escoba para barrerlas empezó a correr detrás del camión.
Allí abajo se quedaron mis juguetes rotos y los restos de comida en una montañita.
Y yo quieta. Mirando detrás de la cortina.
Al rato los coches empezaron a pasar por encima desparramándolo todo. Iban tan deprisa que la calle entera estaba llena de juguetes y desperdicios. Parecía que se hubieran chocado la furgoneta de un supermercado y el coche de mi padre cuando salimos de vacaciones a la playa.
El viento hacía volar los cromos y las cartas de las barajas entre la gente.
Al principio las personas se paraban mirando al suelo. No eran muchos. Pero después llegaron más y más y se fueron juntando en un grupo y ya no sólo miraban sino que se pusieron a hablar entre ellos y a tocar mis cosas y a cogerlas de la carretera para llevárselas.

Mamá decía que eran viejas y rotas pero a ellos parecía que eso tampoco les importaba y me las robaban.
Vi cómo una señora le quitó de encima una cáscara de plátano a la guitarra sin cuerdas. Y cómo un niño tiraba del brazo de su padre para agacharse a recoger el reloj de TopoGigio. Y también vi a un chaval darle una patada al Señor Potato como si fuera un balón de fútbol y mandarlo por encima de la farola. Y cómo aquella mujer del abrigo rojo se guardaba en el bolso el teléfono al que le faltaban las teclas del tres y del ocho. Y cómo un hombre con gorra se llevó el elefante de peluche que me había regalado el tío Ángel cuando hice los cuatro y que no tenía ojos porque se le habían caído de viejo y ya lo había visto todo en la vida.
Su nombre era tigre. El del elefante quiero decir. El del hombre no lo sé. Pero rata asquerosa podría servirle.
Por dentro yo sentía rabia y vergüenza a la vez. Era bastante peor que aquella vez que el tonto de Jaime me levantó la falda a la salida de catequesis y se me vieron las bragas.

Hoy ya no quedaba nada en la calle cuando he salido. Aunque antes de subirme al bus del cole me he encontrado una carta de la baraja del circo. Estaba justo debajo de mi pie. Era la del as de tréboles. Tiene tres hojas pero yo me la he guardado en la mochila por si acaso.
La semana que viene es mi cumple y voy a necesitar toda la suerte del mundo para que al soplar las siete velas se me cumpla el deseo.
No quiero juguetes nuevos y aunque odio a mamá sé que ella en el fondo no tiene toda la culpa.
Este año cuando cierre los ojos delante de la tarta me voy a poner a pensar muy concentrada en el camión de la basura pisándole la cabeza con las ruedas al hombre que dejó mis cosas tiradas en medio de la calle. Para que ocurra de verdad y así se entere bien y le duela un poco por haberme hecho llorar tanto.

EN EL FINAL DEL PASILLO A LA IZQUIERDA

E…U…T…A...N…A…S…I…A.
Todo seguido se lee EUTANASIA.
Eso es.
Lo pongo en mayúsculas hasta siete veces en rectángulos de cartulina.
Para escribirlo siempre uso una plantilla. De esas que traen letras huecas y luego sólo las tienes que rellenar con rotulador.
Así nadie puede reconocer que yo lo haya escrito.

Esta tarde vamos a visitar a la abuela. ¡Tengo unas ganas enormes de verla!
Ella antes estaba en el pueblo. Pero ahora ya no. Hace casi tres años que papá la cogió y se la llevó a las monjitas para que la cuidaran. Yo pienso que allí con ellas está mejor. Al menos le hacen compañía. Y además el sitio mola cantidad. Para ir casi es mejor llevar coche porque queda un rato lejos. Está fuera de la ciudad. Justo pasando el campo de futbol. En la entrada se ve un cartel muy feo que pone residencia de ancianos. Pues ahí es donde vive mi abuela. Sigues conduciendo por una carretera delgadita con árboles a los lados y al final encontrarás una mansión de tres pisos que tiene forma de cruz.
Lo que más me gusta es la escalera. ¡De verdad que es para verla! ¡Los peldaños son los más grandes del mundo y además suben haciendo redondel!
Antes en navidad ponían en el hueco un nacimiento con unas figuras del tamaño de personas de verdad. Pero este diciembre después de lo que pasó el año pasado lo han cambiado al salón. Me da pena porque era una chulada ver desde arriba como el niño Jesús no paraba de sonreír mientras miraba al techo.

Mi abuela tiene la habitación en el tercer piso. En las puertas del pasillo pone el nombre de la gente que duerme dentro.
Me los sé de memoria.
Hay semanas que aparece un nombre distinto. Depende si alguien se ha ido. Espero que hoy sigan los mismos. Me he hecho muy amiga de ellos y hasta les he cogido cariño.
A la derecha están: Amparo. Narciso. Eulalia. Rafael. Nicanor. Candela. Saturno. Begoña. Adela. Eustaquio.
En la parte izquierda: Isidro. Encarnación. Angustias. Bernardo. Magdalena. Nieves. Álvaro. Isabel. Jaime. Y la última Eutanasia. Que es el nuevo nombre que se ha puesto mi abuela.
Si haces bien la cuenta verás que son veinte. A cuatro pasillos por piso nos da ochenta. Y por tres hace un total de doscientos cuarenta abuelos y abuelas mezclados. No conozco a todos. Pero cuando entro en la mansión yo le sonrió a cualquiera que me encuentre.
Mi preferido…después de la abuela por supuesto…es Narciso. Me parece el más gracioso. Dice que tiene una enfermedad que le hace olvidar las cosas. El nombre es muy raro. Como si fuera en alemán. Se llama… ¿cómo era?...¡jopélas!...bueno ahora no me acuerdo. Espero que no sea que me la haya pegado.

Cuando llegas a la puerta de la abuela solamente hay que llamar y después abrir. Nunca está cerrada con llave porque no se puede levantar de la cama desde que aquella mula en el pueblo le arreó una patada en la espalda.
Fue la abuela la que me pidió que le hiciera las tarjetas. También me dijo que nadie debía enterarse. Yo sólo se las traigo y me encargo de esconderlas. Lo que ya no sé es quién le ayuda a colgarlas.
A papá y a las monjitas parece que no les hace gracia que quiera llamarse Eutanasia. Siempre que ven uno de los carteles se enfadan y lo quitan enseguida y después lo tiran a la basura. Por eso le llevo siete para que tenga repuesto durante la semana.

Narciso entra en el ascensor y al verse en el espejo se dice a si mismo las buenas tardes porque piensa que el de enfrente es otra persona. Yo me parto la barriga cada vez que le pasa. El pobrecito al darse cuenta se encoge de hombros y después se echa a reír conmigo.
A mi abuela también le entra alegría cuando me ve llegar. Aunque yo sé que en el fondo no es feliz. A ella lo que le gustaría es seguir trabajando en su huertita. Plantado las fresas y lechugas. Y ordeñar las vacas y cuidar del rebaño. Y poder mover las piernas para pasear y los brazos para abrazarme. Igual que hacía antes.
El otro día le pregunté como prefería que le dijera si Euta o le gustaba más Nasia. Ella giró la cabeza en la almohada y casi llorando me contestó que yo era la única que podía seguir llamándola Matilde.

Las monjas este año no pusieron el nacimiento en la escalera porque la navidad pasada un abuelo se tiró desde arriba y calló encima del pesebre del niño Jesús. Se lo encontraron espachurrado con el pijama puesto entre el San José y la Virgen María.
Me parece que lo hizo porque nadie de su familia venía nunca visitarlo. Y lo más triste es que no es el único. Aquí hay otros abuelos a los que le pasa parecido.
Yo no quiero algo así para mi abuela. Por eso ya me ocupo de decirle a papá cada domingo que me traiga en el coche para verla.
Es muy curioso pero desde el momento que pone Eutanasia en vez de Matilde en la puerta no deja de picar gente.
Esta tarde cuando papá vaya a hablar con la madre superiora de no sé qué asunto yo aprovecharé para encontrarme con Narciso. Espero que se acuerde de que habíamos quedado en el patio. Aunque con esa memoria que me tiene lo mismo se le ha pasado y tengo que ir a buscarlo al salón.
Al bajar al sótano le repetiré cincuenta veces que no se le olvide que he dejado las tarjetas escondidas debajo del azulejo que anda flojo detrás del lavabo. Lo haré por si acaso fuera él quién ayuda a la abuela. Después cogeremos los botes de pintura que guardan las monjitas y saldremos afuera a pintar el cartel de la entrada.
Creo que el problema de que los coches pasen tanto de largo es porque leen lo de residencia de ancianos y se piensan que ahí dentro están todos viejos y enfermos. Y eso no es verdad. Bueno… lo primero puede que sí pero con lo segundo sólo hay unos pocos. Así que para que nadie más se confunda creo que tenemos que pintar encima con letras bien grandes algo así como:

¡¡¡Entra a vernos leches. En esta mansión sobramos abuelos y sin embargo nos faltan nietos!!!

SI ES LARGA ENTONCES DOS VECES MEJOR


Jill y Kelly se han echado novios casi al mismo tiempo. Como nuestro colegio es de monjas y no dejan que vengan chicos si queremos tenerlos no nos queda más remedio que salir a buscarlos fuera.
Jill encontró al suyo en la academia de idiomas y Kelly lo pilló en el conservatorio donde toca el violín.
Yo le dije a mamá que también me apetecía ir a clases particulares para aprender igual que hacían mis amigas. Pero lo del novio me lo callé por si acaso no fuera a darme dos guantazos bien dados en la cara. Al principio quería mandarme a solfeo o inglés o a gimnasia rítmica. Pero a mí esa idea no me hacía ninguna gracia.
¡El novio que yo tuviera tenía que hacer algo que molara cantidad y no una chorrada cualquiera!
Al final fue papá quien la convenció para que me dejara apuntarme a la escuela de judo.

El primer día llegué tarde. El maestro tuvo que ayudarme con el kimono y el cinturón porque yo no sabía cómo ponérmelos. Cuando ya estaba vestida entré al dojo. Que es una habitación grande con el suelo acolchado y las paredes llenas de espejos. Los compañeros hacían katas de calentamiento. Me puse a mirarlos en silencio sentada en un rincón. Había niños y niñas. Grandes y más pequeños mezclados. Entonces le vi. Con su cinturón amarillo atado a la cintura. ¡Tenía que ser él! Me pareció el chico más rubio y más guapo del universo.
Luego en el descanso me enteré de que se llamaba Álvaro. Una compañera-cinturón verde me dijo cuál era su nombre.

El martes pasado acompañé a Kelly al conservatorio. Su novio Miguel la estaba esperando en la puerta. A mi no me gusta. Tiene la cabeza y la frente enormes y es muy bajito. Si lo miras bien se parece más a Maxwell Smart el superagente 86 que al novio de un Ángel de Charlie.
Nada más vernos lo primero que soltó fue:
-Hola chicas ¿Os apetece ver mi flauta?
Kelly le contestó que sí muy rápido con la cabeza.
-Mejor os la enseño dentro. En la calle no me gusta sacarla.
Yo me asusté un poco pero aún así les seguí. Me da vergüenza decirlo…al oír flauta me creí que se refería a su cosa. Cuando digo cosa en realidad quiero decir pene. Yo nunca he visto uno al natural. Lo que pasa es que en el libro de naturales vienen unas hojas con unos dibujos de los aparatos reproductores masculinos y femeninos.
Por eso sé que la cosa que les cuelga a los niños se llama pene.
Las monjas se han saltado esa lección. Dicen que nos la explicarán más adelante en séptimo porque todavía es pronto y no estamos preparadas y que además algunas cosas que hizo Dios no es necesario que las veamos de momento ya que basta con creer en ellas.
En los dibujos también pone que a lo nuestro de las niñas se le conoce por el nombre de vagina.
Al final Roberto no se sacó el pene como yo me pensaba. En vez de bajarse la cremallera abrió un estuche negro que tenía en la mano y cogió una flauta muy rara de color plata que se silba por un lado. Cuando se puso tocar el himno de la alegría yo me sentí como una verdadera idiota.

En judo siempre salen dos a pelear al tatami mientras el resto mira.
Da igual si es un chico contra una chica.
Lo que importa es que el cinturón que tengas sea de un color parecido.
No sí llevas la cosa colgando o no.

Jill nos jura por su familia que ayer mismo ha besado su novio con la boca abierta y que se dieron las lenguas y todo.
Le pregunté a la muy marrana cómo había sido. Se encogió de hombros y me contestó:
- Es parecido a pasarle la lengua a una trucha que has conseguido sacar del río.
No quise decirle nada. Pero me parece que mentía. Yo no creo que Jill haya probado nunca a darle lengüetazos por encima a un pez que se está muriendo.

Esta misma tarde he tenido mi primer revolcón con Álvaro. ¡Y ha sido maravilloso!
El maestro nos eligió a los dos.
Gritó tú y tú señalándonos con el dedo.
Así que teníamos que salir a pelear.
Uno contra otro.
Estaba tan nerviosa que al levantarme me temblaban las piernas y sentía como si un ciempiés me caminara por detrás de las rodillas.
Era una cosa muy rara. Nunca me había pasado antes.
Álvaro se puso enfrente. Nos hicimos el saludo con la cabeza antes de agarrarnos. Él me pilló del cuello del kimono y yo le agarré del cinturón.
En un momento de la pelea aproveché para acercar la nariz a su pelo. Olía a champú de frutas. Así que me imaginé que su lengua debía saber a más o menos igual que los yogures de macedonia que compra mamá.
Estuvimos varios minutos dando vueltas sin dejar de intentar que el otro perdiera el equilibrio. Él respiraba muy rápido y yo no dejaba de mirarle embobada sus lindos ojos azules. De repente me coló la pierna derecha entre las mías y entonces aproveché para pegar mi cabeza a la suya. Nuestro sudor se mezclaba. Yo le metí la lengua en una oreja. Después de hacerle eso noté cómo su cosa empezaba a crecer por debajo del pantalón.
Cuando digo cosa me estoy refiriendo otra vez al pene.
Como bien explican las monjas algunas cosas no hay que verlas para saber que están ahí.
Entonces a mí me entraron unas ganas tremendas de ir corriendo al baño a hacer pis. Parecía que el ciempiés que antes paseaba por detrás de mis rodillas se me había subido a la vagina a bailar la jenka.

Al final dejé que Álvaro me ganara el combate.
Le hubiera podido derribar enseguida con la Tai Otoshi que aprendí el viernes pasado.
Pero habría sido una lástima que nuestro primer abrazo hubiese durado solamente un rato.
Si una pelea es larga…entonces dos veces mejor.
Además tampoco creo que le hiciera demasiada gracia haber perdido contra una chica.
Aunque ésta sea su novia y él no aún lo sepa o todavía no haya querido darse cuenta.


NO HAY UN CORAZÓN MEJOR QUE EL MÍO

¡Por fin ha llegado mi gran día! Hoy se van a enterar de quién es Sabrina Duncan. Llevo tres semanas esperando este momento. Yo misma había preparado el baile y lo que decía la canción. La idea del traje también fue mía. Mamá me ayudó a terminarlo para la prueba. La forma de corazón la conseguimos rellenando un mallot rojo de goma-espuma. Y después con pegamento imedio le pusimos lazos colgando por todos los lados. Los de color granate eran arterias y los azules las venas.
¡Casi dos meses me pasé ensayando delante del espejo del salón!
A lo primero de mi número empiezo en el suelo. Con la cabeza guardada entre las rodillas. Y ya cuando suena la música me levanto muy despacio. Como una flor naciendo en la tierra.
- ?????????Yo soy el corazón…grande igual que un puño ??????????
Las manos se ponen agarradas a la cintura:
- ????????????…pero a la vez blandito como el algodón… ????
Me doy golpecitos en el pecho con dos dedos:
- ???????????…Trabajo más que nadie…mandando sangre al cuerpo… ??????????
Coloco los brazos en forma de equis por delante de la cara:
- ????…Y si un día yo me paro…nos iremos al cuerno… ????????
Ahora toca dar muchas vueltas seguidas sin caerse. Esto mola un montón porque los lazos se disparan y pareces una bengala loca de colorinchis. Luego me paro en seco y sigo con la letra:
- ?????…Si tú me cuidas bien… yo siempre te diré…lab dap…lab dap…lab dap…??????
Hago el movimiento de un robot con pocas pilas.
- ?????… al médico pregunta que oye si me escucha con el aparatejo….????????
Cierro los ojos y meneo la cabeza dando palmas.
- ?????????…Que bien seguro que contesta… lab dap…lab dap…lab dap…lab dap…???
Y me voy corriendo hacía el público para animarles y que también den palmas conmigo.
- ????????…Venga todo el mundo a cantar la canción del corazón…lab dap…lab dap…lab dap…lab dap???????????
Y así se terminaba el número que yo solita me inventé sin ayuda de nadie.

Aplausos. Aplausos. Muchos aplausos. Por favor.

Bueno…pues según la hermana Ignacia este baile mío era demasiado atrevido para meterlo en la obra de “Un viaje por dentro del cuerpo humano” que esta tarde hacemos las niñas de cuarto. Así que el papel de corazón al final se lo dieron a Lucinda Echegarcía. Que es la empollona de la clase y la preferida de las monjas porque la muy repelente escribe las redacciones y las poesías mejor que ninguna en el cole.
Jill que hace de hígado al enterarse que no me habían dado a mí el papel me dijo que mi corazón era mil veces por lo menos mejor que el suyo y que además creía que era el padre de Lucinda el que le escribe las cosas que ella siempre trae para leer en clase.
En fín…¡Me podían haber puesto de páncreas! ¡De cerebro! ¡O de intestino grueso! ¡Hasta el papel de virus del catarro lo hubiera preferido antes que el de glóbulo rojo que me ha tocado! Es muy pequeño. Salgo con otras cinco niñas más al escenario. Bailamos un rato el corro de la patata alrededor de Lucinda mientras ella dice una poesía en voz alta y de seguido nos vamos por el otro lado sin hablar ni una palabra.
¡Pero no importa! ¡Hoy va a ser mi gran día! La obra ya está en marcha. Kelly vestida de oreja acaba de terminar su canción tocando el violín. Ha estado genial.
Ahora es cuando los glóbulos rojos estamos a punto de entrar.
La hermana Ignacia me ha preguntado si estoy preparada.
Le he dicho que sí con la cabeza.
No puedo abrir la boca porque se me caerían las bombas fétidas que llevo escondidas debajo de la lengua.
Sólo tengo que escupirlas en el escenario y luego pisarlas. Muy fácil.
Por mi bien espero que ninguna de las dichosas botellitas se me rompa antes de tiempo.
Ya veremos entonces si cuando huela a huevos podridos la empollona de Lucinda es capaz de terminar su estúpida poesía sobre ventrículos y aurículas sin ponerse a llorar o a devolverse encima la merienda.
¡Nos hacen la señal para que entremos!
Me agarro a mis compañeras. A Macarena le sudan un poco las manos. ¡Uff que asquito!
Este es mi gran momento. El salón de actos está lleno. La gente va a ver en vivo y en directo el gran desastre que está a punto de hacer Lucinda.
Me siento enorme y eso es porque a pesar de todo oigo a mi corazón cantar conmigo:
- .?????????…lab dap…lab dap…lab dap…lab dap…??????

LA INFLACIÓN Y LOS CUERPOS FLAQUITOS


La gente no es tan generosa cómo me esperaba. Hay quien tiene mucho y sin embargo no quiere dar ni un poquito de lo que le sobra. Está bien. No importa. Para solucionar grandes problemas lo mejor es usar ideas ingeniosas. Se me acaba de ocurrir algo subiendo la escalera. Lo que ya no sé es por qué nadie lo había pensado antes.
En fin…suena feo decirlo pero soy una genia.
Cuando entro en casa lo primero que hago es preguntarle a mi papá sí sería posible mandar una carta urgente a los bancos pidiéndoles que por favor hagan más billetes para regalarlos y de ese modo todo el mundo seríamos millonarios. Él trabaja en una Caja de Ahorros y por tanto entiende de estas cosas.
Papá deja de leer el periódico y mirando por encima de los papeles me contesta que no.
-¡Pues no lo entiendo! Eso será porque les importa un pimiento que existan los pobres.
-Verónica, lo que pides es imposible de llevar a cabo. Si de repente se imprimieran más billetes, la inflación se dispararía y con ella subirían también los precios y esto a su vez generaría una sobreoferta monetaria. Me explico, jamás puede haber en circulación una cantidad dinero superior a la que pudieran respaldar los fondos de reserva nacional.
¡Toma ya! Ahora si que me he perdido. De hecho creo que papá quiere liarme con tanta cháchara bancaria.
Yo le he preguntado una cosa y él me contesta con otra diferente.
- Bueno- dice sonriendo -A tú edad es complicado que entiendas el argot económico.
Se queda en silencio con una mano en la barbilla y a continuación añade:
-Espérame aquí un minuto que voy a buscar una cosa para tratar de explicártelo mejor.

El miércoles en el colegio nos pusieron unas filminas de unos niños negritos con las cabezas enormes y los cuerpos tan pequeños y tan flacos que los huesos se les marcaban por debajo de la piel. Eran de un país africano. También vimos las casas en las que viven. No se parecían a las nuestras. Las suyas están hechas de barro y paja.
Casi al final aparecía una mujer dando de mamar a su bebé. A mi me dio la impresión de que de allí no podría salirle mucha leche. La teta tenía la misma pinta que la pudiera tener un globo después de una fiesta que fue hace dos días.
La hermana superiora no explicó que en los países del tercer mundo cada día se mueren miles de personas por culpa del hambre y de las enfermedades y la única forma de poder ayudarles es a través de nuestros donativos.
Apagó el cacharro de las diapositivas y dijo al tiempo que encendía la luz:
- Por ejemplo, debéis saber que con tan sólo cien pesetas se puede dar de comer a una familia entera durante una semana.
Luego nos dividió en grupos de cinco. A mi me tocó con Jill y Kelly y otras dos más. ¡Bien! Y nos entregó una hucha y unas hojas con pegatinas para que este domingo que es el día mundial del Domund saliéramos a la calle a postular.
Y cualquiera le dice que no. Mas aún después de haber visto proyectado en la pared cómo los negritos no tienen nada para llevarse a la boca y mientras tanto las moscas africanas se ponen las botas comiéndoles a ellos los ojos y las heridas.

Papá ha vuelto y trae en la mano un plato con aceitunas rellenas. Lo deja encima de la mesa y me pide que me acerque. No tengo ni idea de qué piensa hacer.
- Verónica, los billetes y las monedas no son más que papeles y círculos de metal. Quiero decir, que por sí solos no tienen valor alguno. Sin embargo, todo ese dinero junto representa la riqueza en oro que guarda un país y no se puede hacer más ¿De acuerdo?
Asiento con la cabeza. Pero la verdad es que no le pillo ni un poquito.
- Imagina que cada aceituna de este plato fuera un lingote de oro y a su vez, cada lingote valiera un billete. Si tenemos cincuenta aceitunas…
-Cuarenta y nueve- digo cogiendo una y metiéndomela en la boca -Lo siento…sabes que me encantan.
-No importa. Pues a cuarenta y nueve aceitunas le corresponden cuarenta y nueve billetes. ¿Sabes lo qué ocurre si de repente fabricamos el doble de billetes?
-No tengo ni idea. Mejor dímelo tú.
-Pues que en la calle habría más dinero, cierto. Pero entonces esos billetes también valdrían menos porque la cantidad de aceitunas seguiría siendo la misma. Lo cual significa, que si ahora quisieras conseguir una aceituna deberías entregar dos billetes en vez de uno como era antes.
-Yo alucino. ¿Me estás diciendo que nosotros nos intercambiamos papelitos de colores que no sirven y el banco se queda con nuestras aceitunas? Para mí que son unos listos de cuidado y nos están engañando a base de bien.
Papá suelta una carcajada pero yo no sé dónde está la gracia en lo que acabo de decir.
- Tienes razón, hija. Jamás has dicho una verdad tan grande.
Pues vaya rollo. Me siento engañada y triste a la vez. Mi plan B no ha funcionado así que tengo que volver de inmediato al plan A ideado por las monjas.
Para ello agito la hucha en el aire delante de papá haciendo sonar las monedas.
-¿Te gustaría aportar una pequeña donación y ayudar así a la gente pobre del tercer mundo?
-Claro que sí, pequeña.
Saca la cartera de cuero que le regalé en su cumpleaños. La abre. Coge un billete de cien pesetas y lo mete por la ranura.
-¡Acabas de llenarle la despensa a una familia durante una semana!
-Me alegro. Pero ya sabes lo que toca a cambio- me dice señalándose la mejilla con el dedo.
Se agacha un poco y me acercó para darle un beso.
-¿Uno nada más?
-Si. Tengo prisa- contesto caminando hacia la puerta -Subo a ver al tío tal vez él también quiera colaborar.
-¡Desde luego, menuda hija tan poco cariñosa que me ha tocado!
Me quedo quieta. No me gusta nada lo que acabo de oír. Respiro despacio. Pienso deprisa. Cuento hasta tres. Y antes de salir del salón me doy la vuelta y le suelto:
-Papá…
-Dime.
-No te enfades. ¿Pero sabes una cosa? Me parece que cuantos más besos ande yo repartiendo por ahí…también todo mi cariño menos vale.

YO SÓLO SALÍ A BUSCAR UN TESORO

Se acabaron los Ángeles de Charlie. Para siempre. No sólo en la tele que ya hace mucho tiempo que no ponen más capítulos. Se nos terminaron también los Ángeles en la vida de verdad. A mí y a mis dos amigas. Nosotras no quisimos hacer nada malo. Lo juro. Esa tarde sólo habíamos salido a buscar un tesoro.

Me gustaría poder volver para atrás. Cerrar los ojos fuerte y no marearme al pensar en las cosas al revés. Una detrás de otra. Muy deprisa. A la velocidad de un cohete. Viajar en el tiempo como aquellos chicos de la película que se largaron a ver a los hombres de las cavernas metidos un cacharro con forma de cafetera gigante que no paraba de echar humo y chispas amarillas por las alas.

Yo no necesito irme tan lejos. Ni tampoco tantos años. Me sirve con llegar a la cocina de mi casa justo en la mitad del verano. La misma tarde que mamá me había comprado por la mañana los libros de sexto y la mochila nueva.
Tiraría de la palanca en mi nave para despegar del patio de este colegio nuevo y pasar volando por encima de la cárcel. Todo el rato hacía atrás. Antes. Antes. Antes. Con los ojos cerrados siempre hacía antes. Y oír otra vez la escandalera en la calle con la sirena de la policía y después la de ambulancia. Pero sonando al contrario: Oniiiiin. Oniiiiin. Oniiiiin. Oniiiiin. Y ver a Lucas corriendo de culo. Más pronto que fue eso. Y la zapatilla metiéndose sola en mi pie. Y a Kelly sin las manchas de sangre agarrada a mi mano. Y las dos persiguiendo a Lucas de espaldas. Y Jill hacía nosotras también de espaldas. Y los agujeros que hicimos en el suelo tapados con tierra. Igual que al principio porque era el principio. Y el redondel y el mapa escondidos dentro del reloj. En su sitio. Dónde los encontré. De este manera que digo. Muy deprisa. Todo muy seguido hasta llegar a la gotera. Entonces me quedaría al lado del caldero viendo como cae el agua del techo: Una gota; cloc. Dos gotas; cloc. Tres gotas; cloc. Contando los ruidos hasta quedarme dormida. Quieta. Sin salir detrás de mamá cuando se ponga a bajar las escaleras. Así entonces no hubiera pasado nunca esto. O ahora mismo que lo estoy hablando solamente sería una pesadilla que desaparece si cierro muy fuerte los ojos.

Ya lo he probado muy repetido. Durante los recreos y en clase de matemáticas y en el bus y cada noche al irme a la cama. Cierro los ojos y me pongo a pensar que esto no ha pasado o que consigo por fin viajar hacía atrás y arreglarlo sin que nadie se entere. Pero algo tengo que estar haciendo mal porque el truco no me sale y lo veo todo muy despacio hacía adelante.

Vuelvo a estar otra vez en el piso del tío. Y el grifo sigue medio abierto y el fregadero lleno de cacharros sucios. De allí vino el agua que caía a nuestra cocina.
El tío no estaba en casa porque vende joyas en las tiendas y casi siempre anda de viaje de un lado a otro con el coche. Me parece que esa semana se había ido a Galicia y como la abuela tiene guardadas unas llaves de repuesto por si acaso mamá bajó al primero a pedírselas. Yo quería enterarme de qué pasaba y me fui detrás de ella.
Cuando subimos a la casa del tío había un charco muy grande que llegaba hasta el pasillo. Mamá cerró el grifo enseguida y cogió la fregona para secar el suelo. Yo como no quería molestarla la deje sola y me fui al salón. Allí me puse a jugar con el reloj que llega desde el suelo hasta el alto de la puerta. Está roto y no anda. Pero si por dentro le tiras de las cadenas consigues hacerlo sonar igual que el que sale en la tele el día que se comen las uvas: Dong. Dong. Dong. A la tercera campanada mamá gritó que me estuviera quieta. Le hice caso y cerré la puerta cristal para dejar el reloj en silencio. Entonces me fije que en el fondo se veía un cacho de papel o algo parecido. Pensé que a lo mejor al tío se le había caído un billete sin darse cuenta. Así que metí la mano con cuidado y levanté una madera que estaba floja. Saqué el papel. Pero no era ningún billete. Sino una hoja de cuaderno con un dibujo hecho a boli negro y en el medio un círculo en color rojo. La doblé dos veces y me la guardé antes de marcharnos.

En mi poder tenía un mapa. ¿Pero de dónde? No me di cuenta hasta que al terminar de comer me fui al servicio y después de abrir la ventana para que saliera el mal olor. Saqué rápidamente la hoja del bolsillo y la extendí sobre el alfeizar. Comprobé que allí estaban perfectamente dibujados los cinco bidones en fila y también la higuera y el camino de tierra que va desde la puerta hasta la caseta donde guardamos las bicis y la leña. Parecía increíble. Según el círculo rojo en el patio de mi casa era el lugar en el que yo debía ponerme a buscar el tesoro.

A eso de las cinco Jill y Kelly llamaron al timbre del portal. Esa tarde habíamos quedado para ir a coger moras. Pero cuando les enseñé el papel que me había encontrado y les dije que salíamos en busca de un tesoro dieron saltos de contentas.
¡Los Ángeles de Charlie por fin teníamos una misión de verdad!
Bajamos al patio sin decirle nada a mamá. Al entrar nos encontramos a Lucas tumbado debajo de la higuera. Fue vernos y venir corriendo a saludarnos.
Él también estaba tan feliz…

No sé el tiempo que pasamos sacando tierra con la pala. Pero fue bastante. Ya habíamos hecho dos agujeros y lo único que veíamos eran piedras y lombrices muertas. Kelly y Jill se enfadaron conmigo. Dijeron que parecía que estábamos jugando a los entierros y no a buscar un tesoro. Luego cogieron una pelota y se pusieron a divertirse con Lucas dándome la espalda.
Aquel mapa tenía que ser bueno. Así que yo seguí intentándolo.
Al rato toqué algo duro con el pico de la pala. Llamé enseguida a mis amigas para que vinieran a verlo y que me ayudaran a quitar tierra. Tirando de un asa conseguimos sacar afuera una bolsa de deporte azul. Jill fue la que abrió la cremallera. Nosotras esperábamos encontrar monedas de oro y collares de diamantes y esmeraldas. Pero de eso nada de nada. Dentro solamente había una pistola y una caja de metal con dos paquetes cruzados por una cinta marrón.
Quizás Charlie había dejado eso allí guardado para nosotras. Una cosa para cada una. La pistola para mí y lo otro para ellas. Fue lo que pensé.
Jill cogió uno de los paquetes y al querer abrirlo se le cayó al suelo y se le rompió. Los pies se nos pusieron llenos de polvos blancos. Parecía pica-pica de ese que viene en las bolsas de los fresquito. Íbamos a agacharnos para probar una pizca con el dedo a ver a qué gustaba. Pero no nos dio tiempo porque Lucas metió el morro entero dentro de la bolsa rota. Y se puso a estornudar como un loco dando cabezazos al aire. De repente se dio la vuelta y empezó a ladrarnos enseñándonos los dientes. No sé qué le pasó. Ni por qué lo hacía. El perro de mi tío era muy bueno. Lo juro. Lo mismo me dejaba tirarle de las orejas como rascarle la barriga. Y nunca se quejaba. Pero en ese momento estaba muy raro. Tenía los ojos rojos y una espuma gris le salía por la boca.
Nos entró tanto miedo que las tres echamos a correr para escaparnos de allí. Jill iba la primera por delante. Y yo después agarrando a Kelly de la mano. Estábamos a punto casi de llegar a la entrada de las escaleras cuando Kelly me pisó la zapatilla por detrás y me dejó el pie descalzo. Las dos tropezamos y nos caímos. Lucas llegó y le pegó un mordisco en la mano. Kelly no paraba de dar gritos. Muchos. Y de llorar también. Conseguí que la dejase en paz al tirarle con la zapatilla a la cabeza. No le acerté pero él se revolvió a cogerla y yo aproveché ese momento para pillar a Kelly del brazo con todas mis fuerzas y llevármela hacía adentro.
Cuando cerramos la puerta Lucas no paraba de gruñir y de arañar la madera con las patas. Le dije a Jill que fuera rápido a buscar a mamá. No hizo falta porque ya venía ella corriendo por las escaleras.
Kelly tenía la ropa llena de sangre y estaba como muerta. Cuando le miré la mano conté que sólo tenía tres dedos.

Me gustaría cerrar los ojos fuerte y poder volver para atrás muy deprisa.
Me pongo a contar las gotas cayendo en el caldero.
Una. Dos. Tres.
Tengo que quedarme dormida de pie y despertarme seis meses antes.
Aquella tarde los Ángeles teníamos que habernos ido a coger moras y nada de esto hubiera pasado. El tío ahora no estaría en la cárcel. Y a Lucas no se lo hubieran llevado nunca a la perrera. Y la abuela Nisa no seguiría llorando de pena. Y no habría más gritos entre papá y mamá. Y el bus me seguiría trayendo por el camino de siempre al colegio de antes. Y Kelly tendría otra vez los cinco dedos en la mano. Y lo que es más importante: sus padres y los de Jill me dejarían verlas y jugar con ellas otra vez. Igual que siempre.
Aprieto los ojos y me concentro.
Deprisa. Deprisa. Deprisa. Deprisa. Deprisa.
Pero no soy capaz de moverme del sitio.
Algo tengo que estar haciendo mal.
Ellas eran mis amigas.
Yo solamente quería que las tres juntas hubiéramos encontrado un tesoro.


VAMPIROS

No tengo ni idea de cuándo llegaron los murciélagos al patio. Sólo recuerdo que siendo yo muy pequeña ya andaban dando vueltas por allí.
Normalmente, salen al caer el sol de una grieta que hay debajo de la chimenea. Entonces se ponen a volar en círculos. Muy rápido. Y aquello parece una fiesta de vampiros locos chillando y haciendo piruetas en el aire. Nunca se chocan entre ellos porque se orientan mediante el eco de unas ondas de sonido que han lanzado antes.
Puede que sean ciegos pero a cambio Dios le ha regalado un par de orejas estupendas. Aunque no todo son cosas buenas.
Por ejemplo, si un murciélago mordiera a una persona, a través de la saliva, puede contagiarle la rabia.
Lo mucho que sé sobre estos bichos, lo aprendí en la tele viendo los documentales de la dos.

La movida ocurrió una madrugada que yo no me podía dormir.
Antes, si tenía pesadillas, papá me dejaba meterme en su cama. Acostada entre él y mamá sabía que nada malo me iba a pasar. Recuerdo que nos despertaron unos ruidos de cosas cayéndose. Al principio pensamos que alguien había entrado en casa para robar. Así que papa corrió a coger el cuchillo jamonero y fue al encuentro del caco en plan espadachín.
Cuando salimos al pasillo y encendimos la luz encontramos los portarretratos tirados, el jarrón de Sargadelos hecho añicos y a un murciélago chiquitito dándose cabezazos contra las paredes.
Aquel bebé vampiro estaba más asustado que nosotros tres juntos, Con tanto golpe el pobre se había rajado las dos alas. No hizo falta usar el cuchillo. Bastó un manotazo de papá para dejarlo en el suelo medio ko.
Por lo visto se había colado por la ventana del servicio. Me parece que fui yo la que se la dejó abierta después de sacudir el mantel de la cena.
Papá lo agarró con los dedos de una pata y se lo llevó al baño. Yo me imaginé que lo soltaría por la ventana para que volviera a reunirse con los suyos. Pero en vez de eso levantó la tapa del váter y dijo:
-En el pueblo cuando algún animal estaba herido lo ahogábamos en el río para que no sufriera más.
Lo dejó caer y a continuación tiró de la cadena.
Se había vaciado la cisterna entera pero el murciélago no se iba. Seguía allí pegado a la taza tratando de escapar haciendo fuerza para subir. Se me ocurrió algo para intentar salvarlo.
-¡Podemos recortarle las alas y lo dejamos vivir tranquilo en la bodega como si fuera un ratón normal!
Razonamiento tan desperado no fue suficiente para convencerle. Ya que metió la escobilla tratando de empujarlo hacía el fondo y volvió a tirar de la cadena una vez más.
Tas la cuarta descarga de agua la cañería terminó tragándoselo.

A partir de esa noche, cada vez que yo necesitaba hacer un pis, lo hacía en el bidet.
Tenía miedo a que el vampiro volviera, en plan venganza, para darme un mordisco. En los documentales también habían dicho que algunos murciélagos son capaces de matar a un ternero clavándoles los colmillos en la nuca.
¡De acuerdo! Puede parecer exagerado y que eso sólo ocurra en países sudamericanos y con especies bastantes más grandes. Pero teniendo en cuenta que yo entonces sólo tendría unos seis años más o menos, aquel murciélago podría haberme dejado seca en menos tiempo de lo que dura un desayuno y nadie en la cocina se habría dado cuenta.
Ahora me río de la estupidez. Pero si entraba al servicio para hacer algo más duro, antes de sentarme en el váter me pintaba una cruz en el culo con un rotulador y mientras hacía fuerza no dejaba de mirar hacía abajo entre las piernas por si acaso.

El murciélago nunca volvió y supongo que yo terminé olvidándome del asunto con el tiempo.
Esta mañana parecía un día como otro cualquiera. Y sin embargo ha sido distinto.
Al ir a limpiarme la gotita con papel higiénico he visto un reguero de color rojo cayendo por la taza. Sabía de sobra que no tenía nada que ver con la mordedura de un vampiro. No soy tonta. Pero era la primera vez que me bajaba la regla. Y la sangre flotando en el agua me ha recordado toda esta historia de cuando era cría.
Afortunadamente, mamá aún no había salido a la compra y pude llamarla para que viniera.
¡Ya ves! Con mis doce años soy una experta en murciélagos. Estoy preparada para cualquier tipo de ataque sorpresa y en cambio, en ese momento, no tenía ni puñetera idea de qué hacer con el recién llegado y dichoso periodo.
Mamá me ayudo a limpiarme en la bañera. Después se lavó las manos y me llevó hasta el cajón donde guardaba sus paquetes de compresas y la caja de las Saldeva y dijo sonriendo:
- Señorita, me parece que a partir de ahora, usted y yo, deberemos compartir estas cositas.
Entonces la miré a los ojos y tuve una sensación muy extraña. No ya por el hecho de estar notando como si alguien dentro de mí me estuviera retorciendo los ovarios igual que el que escurre un trapo de cocina. No, me sentía rara porque era la primera vez que no veía a mi madre como a una simple madre sino también igual que a una amiga.
Tal vez la mejor amiga.
Me alegro de corazón de que fuera ella con su delicadeza, y no el bruto de papá, quien estuviera a mi lado en el momento justo que me he convertido en mujer.

ROTUNDAMENTE MAMÁ


Hoy es sábado y la cosa sigue igual. O al menos, yo todavía no he notado ningún cambio. Salvo la intermitente y molesta salida de sangre, quizás que mis pechos se hayan puestos duros. No más grandes. Ojalá. Los toco y parecen dos globos de peseta hinchados con agua caliente. Me duelen un poquito.
Mamá, en cambio sí que está distinta. Se ha pasado la mañana entera en plan cariñoso. Muy pendiente, preocupándose de mí a cada rato. No ha parado de darme abrazos y de decirme lo mucho que me quiere y lo deprisa que corre el tiempo. Que parece que fue ayer cuando empecé a gatear en el pasillo o pronuncié mi primera palabra. Bla,bla,bla. Seguramente, estas tres anteriores fueron las que soltó ella de carrerilla después del típico papá o mamá.
Al principio me tenía hartita. Pero como sabía que no iba a dejarme en paz, he aprovechado el arranque amoroso que le ha entrado para preguntarle unas dudas.
Y es que a mí, me habían contado que en los día que te visita la dichosa comunista, las mujeres no podemos, regar las plantas, por ejemplo, ni lavarnos el pelo, ni comer limones, ni tampoco, aunque parezca increíble, intentar hacer mayonesa porque se te corta seguro.
La mayonesa me refiero, no la regla.
A las cuatro preguntas mamá me ha contestado: No. No. No. Y no.
O sea que no eran más que rumores absurdos y chismes para asustar a las crías.
En el fondo me he quedado aliviada al escuchar de su boca esos noes tan rotundos y a la vez tan grandes como cuatro soles en Mercurio. Y no es que me hubiera dado a mí de repente por encargarme del cuidado de los ficus y los geranios que hay en casa. O de ponerme a preparar limonada y ensaladilla rusa para cenar. Pero sí que me interesaba saber si eso era cierto, principalmente lo del pelo, ya que después de comer quería darme una ducha.

Y tal y como tenía pensado, así acabo de hacer.
Desafiando al segundo de los cuatro cuentos chinos, he usado el acondicionador, no una sino dos veces, y no ha ocurrido nada extraño.
¡El Johnson & Jonson me ha dejado la melena tan brillante y suave como siempre!

Antes de salir del cuarto de baño me seco bien y luego cuelgo la toalla detrás de la puerta. Mamá me está llamando así que voy a ver qué quiere. Cuando llego, la encuentro en el salón junto a una pila de ropa seca. Se me acerca con una colcha en las manos y me pide que por favor le ayude a doblarla.
-Mamá…- le digo mientras agarro un extremo.
-Dime, hija.
- Nada, pero supongo que ahora que ya soy mujer y cómo seguramente también vaya a tener más gastos…
Junto las dos puntas, ella hace lo mismo, y después añado:
-Tal vez deberíamos hablar de una subida en la paga semanal.
Las dos estiramos la colcha al mismo tiempo.
-Verónica, creo que con el dinero que te damos tienes más que suficiente para tus cosas.
-Está bien. No más dinero, de acuerdo. ¿Pero entonces me dejaréis salir por las noches?
Vuelvo a doblar por la mitad, punta con punta.
-Me temo que no. Te quiero a las nueve en casa como antes. ¡Y ay de ti el día que se te ocurra llegar más tarde de la hora!
Estiramos de nuevo juntas.
-¡Jobar! Pues ya lo de quedarme algún día a dormir fuera mejor ni te lo pregunto.
Doy unos pasos hacía ella para entregarle la colcha perfectamente doblada.
Mamá se ha quedado quieta. Me mira pero no dice nada. Está apretando los labios y torciendo la boca hacía la derecha. Los agujeros de la nariz le aletean. Conozco bien estos gestos. Sólo hace eso cuando algo le cabrea.
Sé que estoy a punto de llevarme un bofetón. Pero aún así, me atrevo y le digo:
-Vale, se supone que esto de la menstruación debería de ser un momento de cambios en la vida, aparte de tener que usar compresas, quiero decir. Sino es así, no entiendo que sentido tiene que Julio Iglesias le cantara “De niña a mujer” a su hija Chabeli ¿Acaso no va a haber ninguna diferencia entre antes y ahora mismo?
Mamá deja la colcha despacio sobre la tabla de la plancha. Luego coge una sábana del montón y me pasa un extremo.
- Mira, Verónica, si te digo la verdad, como bien dices, prácticamente ninguna…
Da unos pasos hacía atrás y sacudiendo la sábana un par de veces con fuerza, añade tajante:
-…sólo que, cada veintiocho días más o menos, aparte de los fuertes dolores abdominales que tengas, deberás estar bien atenta si no quieres manchar las braguitas.

UNA DOBLE VIDA

Siempre me ha gustado leer. Empecé a devorar libros cuando tenía seis años. Es algo que le debo a mi padre. Desde muy pequeña fue él quien quiso transmitirme su pasión por lectura.
Una tarde me colocó frente a la biblioteca que tenemos en el salón y luego dijo:
-Verónica, lo que a diario te enseñan en el colegio está muy bien, pero es importante que comiences pronto a interesarte tú solita por los libros. Ya que todo lo que leas por tu cuenta, te ayudará a crecer como persona.
Yo, que por aquel entonces era una personita bastante bajita, aún no sabía que semejante afirmación debía, nunca mejor dicho, tomármela al pie de la letra.
-¿Ves la estantería?
Asentí con la cabeza.
-Si te acercas, comprobarás que con tu estatura sólo tocas la repisa de abajo. Por lo tanto, esos son los primeros libros a los que tienes que echar un vistazo. A medida que vayas creciendo podrás coger otros de arriba y así sucesivamente hasta llegar a los que quedan en lo más alto.
-¿Y si pruebo a subirme a una silla y pillo desde el principio el que me dé la gana?
-No, eso sería trampa. Aunque no te lo creas, ellos -dijo señalando el mueble- son muy inteligentes. Piensan por sí mismos y después de haberlos leído nos hacen también pensar y reflexionar a nosotros. No hay que forzarlos, únicamente dejar que lleguen a ti de manera natural.
Yo no entendía nada. Él en cambio sonreía.
-Leer mucho es vivir dos veces. Recuérdalo, Verónica. Quizás hoy no te des cuenta. Pero en el futuro seguramente me agradecerás el regalo que acabo de hacerte.
No se equivocaba. De esta manera tan original, consiguió meterme en el cuerpo el gusanillo de la lectura. Para mí leer se convirtió en un juego. Y por increíble que parezca, la ecuación mágica de altura igual a acierto con el libro escogido, funcionaba a la perfección.
Muchas veces al ir a dejar en la estantería uno ya terminado, me ponía de puntillas y trataba de acariciar con los dedos alguno de los que estuvieran fuera de mi alcance.
Una desesperada manera de soñar.
Por suerte a los nueve pegué un estirón tan grande que pasé de “los clásicos de Walt Disney”, de las series naranja y azul del “Barco de Vapor” y del “El Principito” a plantarme de golpe, casi sin darme cuenta, en las aventuras de Julio Verne, Emilio Salgari y Stevenson. Ante mis ojos aparecieron nuevos universos fantásticos, tigres de Bengala y piratas contra los que luchar surcando los mares del sur.
Acabo de cumplir quince años y, se supone que según mi crecimiento, debería alcanzar la quinta y última repisa, más o menos, al acabar el instituto o cuando esté a punto de matricularme en la universidad.
Hace mucho tiempo que terminé con Herman Hesse y Salinger y los demás autores correspondientes a mi altura. Es cierto que bien podría volver sobre mis pasos a releerlos, pero la tentación de descubrir a otros nuevos sigue estando a escasos centímetros por encima de lo que mido en este momento.
Así que no he podido resistirme y la semana pasada rompí el pacto o la promesa o lo que fuera, y agarré una silla. Me subí y me puse a repasar los lomos uno a uno:
“Trópico de cáncer”, “El extranjero”, “Una temporada en el infierno”, “Crimen y castigo”, “Escupiré sobre vuestra tumba”, ¿“La Biblia”?, “El almuerzo desnudo”, “La senda del perdedor”…
Al final me decanté por “La metamorfosis” de Kafka. Ingenua de mí pensé que tendría que ver con mariposas.
No creo que este libro me haya llegado en el momento adecuado.
Aunque, después de haberlo acabado, he sacado algo importante en claro:
Sé que a medida que me haga mayor, los libros se van a volver cada vez más duros. Y que los colores desaparecerán para dar paso únicamente al gris.
Puede que sólo se trate de una coincidencia. Pero, creo que al mundo real le pasará algo parecido.

Parece ser que mi padre tiene tres vidas: La de casa. La de la lectura. Y otra que se busca fuera.

En el barrio andan diciendo que va con otras. Que tiene una querida. Que alguna noche lo han visto salir de sitios en los que nunca debería entrar un padre y mucho menos un marido.
La gente habla demasiado, pero debe ser cierto lo que comentan porque mis padres se van a separar.
Me he enterado hoy.
Cuando se ha ido de casa y nos ha abandonado.
A mi madre y a mí.
No se lo perdonaré nunca.
Nosotras dos éramos su familia.
La única que necesitaba.
Para mí, hoy mi padre ha dejado de ser papá, y como le pasó a Gregor Samsa, se ha convertido en una repugnante cucaracha.


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