TALGO MADRID- IRÚN
Sin embargo, no todo en aquellos años era dramático.
Aunque mi asistencia al colegio no era tan regular como la
de los demás chicos de mi edad, aún tuve tiempo
de compartir con ellos algunas experiencias de las del tipo
íntimo... Seamos sinceros, experiencias pocas pero
deseos, sueños... incontables.
Durante los veranos el pueblo recibía forasteros. Entre
ellos una hermana de mi madre que tenía dos hijas de
mi edad, una un año más y la otra un año
menos. A mí me gustaban las dos, sobre todo la pequeña,
Teresina, porque se reía de mí un poquitín
menos que su hermana, pero la que de verdad me interesaba
era la mayor, Rosita.
Como la casa de mis padres era pequeña, los mayores
nos amontonaban a los niños en un dormitorio grande.
Allí, en dos enormes camas, mis dos primas y yo jugábamos,
dormíamos, charlábamos y nos hacíamos
confidencias.
Rosita llevaba, desde luego, la voz cantante. Mi mérito
principal consistía en ser el único varón
en esos tres metros cuadrados a la redonda. Mi hermana nos
acompañaba pero al ser bastante menor que nosotros
decía que la aburríamos y se dormía de
verdad. Entonces era cuando empezaba lo más excitante.
Rosita desplegaba casi totalmente la persiana con la excusa
de que mi hermana quería dormir, de forma que la alcoba
quedaba en penumbra. Con la misma excusa la dejábamos
sola en una de las camas y a mí me ordenaba acostarme
entre ella y mi prima Teresina. Nos tumbábamos muy
cerca unos de otros para poder hablar sin despertar a la durmiente.
Rosita se arrimaba a mí tanto como podía lo
que ya me ponía bastante nervioso y luego comenzaba
a susurrar junto a mi oreja cualquier tontería. No
importaba lo que dijera, mi oreja tomaba temperatura y hasta
creo que se movía sola, mientras yo empezaba a sufrir
un estado febril que me encendía desde la cabeza a
la punta de los piés, pasando por... por donde tenía
que pasar. Y no sólo pasando sino quedándose
allí porque esa pequeña presencia, habitualmente
discreta, adquiría prestancia, tamaño, importancia,
¡exigencia! Y yo no estaba preparado para ello. Con
mis manos intentaba hacer desaparecer ese nuevo tirano que
mi prima conjuraba con solo hablarme al oído pero era
inútil. Rosita estudiaba el color de mi oreja y así
sabía lo que se desarrollaba más abajo. Cuando
lo creía oportuno me ordenaba volverme hacia ella y
arrimarme bien para jugar al tren TALGO Madrid-Irún.
Yo me agarraba a su cintura y pedía a Dios que me permitiera
llegar al menos a la primera estación sin sobresaltos.
A cambio le ofrecía mi vida, sin reservas.
Pero Rosita no dejaba ningún cabo suelto. Continuando
con su impostura mandaba a Teresina que se agarrase a su vez
a mí porque aseguraba con mucha autoridad que un Madrid-Irún
jamás se mueve con menos de tres vagones. Entonces
anunciaba la salida del tren y los tres al unísono
debíamos ponernos en marcha, moviéndonos hacia
atrás y hacia delante rítmica y suavemente.
Durante el trayecto ninguno emitía más sonidos
que los inevitables en este tipo de viaje y tras un rato de
marcha llegábamos a nuestro destino. Lo sabíamos
porque Rosita, que no sólo era locomotora sino también
jefa de estación, emitía un largo y quejumbroso
suspiro.
Y yo creo que aquel verano me porté muy bien porque
sólo en una ocasión, sólo en una, descarrilé.
LA RUFINA
Todos decían que la Rufina estaba loca, aventá,
decían todos, que es como dicen en mi pueblo a los
que no están bien en sus cabales, y no digo yo que
de joven no se lo notaran todos porque en el pueblo había
mucha gente y cuando hay mucho de algo en cualquier sitio
es muy necesario que todos se respeten unos a otros por lo
menos en lo principal para que no se anden chocando como coches
de feria, pero ahora, la verdad sea dicha, nadie puede decir
quién está aventao en el pueblo y quién
no porque al ser tan pocos cada cual obra como mejor le parece
y días pasamos y no pocos que uno no se encuentra un
alma y te vas a la cama sin haber cruzado una palabra con
un cristiano que también da pena, la verdad, pero que
no tiene remedio porque la vida se ha puesto de esta manera
y no hay quien la cambie, si uno quisiera cambiarla que tampoco
está tan claro que la de antes fuera mejor aunque,
como decía, todos estábamos obligados a ser
normales.
La Rufina normal no fue nunca, dicen los que
la conocieron de moza, aunque moza sigue porque después
de lo que le pasó no encontró marido aunque
era bien guapa, la que más, cuentan, incluso alguno
que anduvo hablando con ella pero les dio miedo y quién
sabe si hasta asco por haberle pasado eso tan feo que no se
le hace a una mujer ni vieja ni joven y la Rufina era una
crieja entonces, de 17, fuerte y respingona, que por eso se
les vino a las mientes aquella mala idea a esos dos desalmados
de buscarla por el monte donde andaba con el ganado del padre,
porque de las hermanas, que cuatro hembras eran en la casa
del padre, la que más valía era la Rufina y
por eso ella era la que de amanecida subía ligera a
soltar el rebaño para que se templara bien en las tierras
comunes y en los mansos antes de que los otros pastores soltaran
los suyos que para entonces la Rufina ya las había
cerrado y bajaba al pueblo a almorzar con un gavillón
de leña a la espalda.
Si estaba loca o no antes de lo que le pasó
ya nadie va a saberlo fijo pero ella cumplía con todo
y si alguno hasta pensaba en casarse con ella muy aventá
no estaría y que una cosa así a una mujer no
se le hace aunque luego los llevaran a la cárcel y
estuvieran siete años porque la que pasa eso ya nunca
deja que un hombre se le acerque aunque sea de buenas porque
se le representa la cara de los que la atacaron aquella mañana
en el hueco del acirate para su desgracia porque dicen que
uno de los que la hizo eso la quería de verdad pero
no se atrevía nunca a decirle nada porque la Rufina
tenía una cara y un natural de niña todavía,
aunque gastara un cuerpo de mujerona, y las palabras se les
quedaban atascadas en el gaznate a los mozos y eso le debió
de pasar al Valentín hasta que algo se le pudrió
dentro y luego todo era mala sangre con ella hasta que reventó,
que a lo mejor ni aún por eso fue, porque siendo como
era ella, de los que mejor iban en el pueblo, los había
que no podían ver a la familia de ella, aunque más
hubiera movido a lástima por la mala suerte que se
había cebado con esa familia en los últimos
tiempos, pero cuando los corazones se cierran a cal y canto
ya no se encuentra la forma de volver a abrirlos y sólo
gozan con el mal ajeno pero ya digo que la razón no
la supimos ni nos la contaron nunca que al ser en el pueblo
casi todos familiares no se podía ni comentar sin que
alguno saliera a defender a unos o a otra.
Y dicen que la Rufina también lo quería
al Valentín antes de que la hiciera aquel crimen porque
era un buen mozo, que tampoco nadie entiende que echara a
perder su vida por unos amores, sobre todo que la Rufina lo
miraba bien y lo hubiera escuchado si el Valentín hubiera
dado en hablar cabalmente pero parece que el muchacho no se
veía con prendas para casarse con ella pero sí
para hacerle aquella faena, porque se ve que se había
desesperado por no tenerla, y su tío el Prudencio que
era mayor no le dio buenos consejos sino al contrario le calentaba
la sangre con que aquella moza se la iba a llevar otro del
pueblo y él, el Valentín, bien tonto era respetándola
tanto para que la gozara otro.
Porque la ocurrencia de hacerle aquello no fue
cosa de repente de como quien dice verla pasar y cegarse sino
que lo planearon bien aunque luego todo les saliera mal, porque
demasiado sabían ellos que la Rufina salía aún
de noche de su casa que a veces hasta el padre, el tío
Florencio, la acompañaba un trecho de oscuro que estaba,
y con las primeras luces del día que aún ni
el sol había aparecido ya se oían las zumbas
desde el pueblo y era la Rufina que llevaba sus ovejas a las
suertes antes que los demás se habían ni levantado
porque ella miedo no tuvo nunca pero más le hubiera
valido tener un poco aunque si el Valentín y el Prudencio
la iban a buscar las vueltas igual lo iban a hacer de día
que de noche, en el monte o en el río,
Y por eso pasó que los vió llegar y se extrañó,
pero más pensó que había pasado algo
en su casa, que la madre llevaba años en cama y venían
a darle un recado, que a hacerle lo que le hicieron que eso
no se lo podía ni esperar del Valentín y del
Prudencio que la conocían desde niña y hasta
eran medio parientes, y como digo, los dejó acercarse
y aún se arrimó ella para que le dieran el recado
antes y poder bajar enseguida al pueblo, pero estando ya cerca
le extrañaba que ellos no la contestaran ni parecían
oírla cuando les preguntaba qué les traía
por allí, y ellos parecía que no la veían
ni la oían, y eso a la Rufina la extrañó
y se quedó parada mirándolos subir la cuesta
bien decididos sin levantar la cabeza de la senda hasta que
llegaron a ella, y el Prudencio sin mirarla la tiró
al suelo y se echó encima de ella pero como no se estaba
quieta porque la Rufina tenía mucha fuerza de trabajar
desde chica luchaba con el Prudencio para zafarse de él
y mientras rodaban los dos por el suelo la Rufina miraba al
Valentín que tenía los ojos extraviados y no
los apartaba de ellos, pero como el Prudencio era más
alto se impuso y la sujetó las piernas de ella con
sus rodillas para que las tuviera abiertas, que le debía
de hacer mucho daño porque la había tirado encima
de las piedras, y con los brazos el Prudencio sujetaba los
de ella, y como ella se vió perdida empezó a
llorar y a decirle al Valentín que la ayudara pero
el Prudencio también empezó a decirle a su sobrino
que venga, que venga, que ahí la tenía, que
si era hombre o no, pero el Valentín estaba como alobado
y no se meneaba ni miraba para otro lado ni nada sólo
la miraba a ella y a su tío pero cuando el Lanas que
era el perrillo de la Rufina empezó a ladrarle y él
se agachó como si fuera a coger una piedra para tirársela,
el Lanas escapó aunque el Valentín ni lo había
mirado siquiera.
Entonces el Prudencio que se estaba cansando
y miraba hacia el pueblo por si subía alguno le dijo
que se acercara de una vez y por lo menos le sujetara los
brazos y cuando el Valentín le preguntó que
para qué, para qué, pero se los sujetó,
el Prudencio cogió el garrote que llevaba siempre la
Rufina y que había caído junto a ella y con
una mano le movió a un lado las bragas blancas y con
la otra le metió el palo.
Cuando bajó la Rufina al pueblo ya subían
algunos a buscarla porque era ya tarde y el Lanas había
bajado sólo y lloraba, que algo malo se había
barruntado el animalito.
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