LUA CHEA
LOLITA O EL JUEGO DE LA SEDUCCIÓN
Rosales era el centro de operaciones
de Lúa y sus amigas. Hacia unos meses que habían
conocido a unos chicos del barrio y poco a poco tomaron como
costumbre reunirse en los mismos bancos. Cada vez se juntaban
más amigas de ellas y más amigos de ellos, llegando
así a formar una gran pandilla, o como se llamaban
a sí mismos, “la mara”, porque tantos juntos
resultaban por fuerza bullangueros.
Se acercaba la fecha de los carnavales, y aprovechando la
ausencia de los padres de uno de los chicos, organizaron una
fiesta de disfraces en su casa, iniciando así la época
de los guateques.
Para que su madre no pusiera demasiadas objeciones, el plan
era dormir en casa de su amiga Sara y juntas salir disfrazadas
desde allí. Su amiga se lió una sabana y dijo
que iba de romana, Lúa ideó algo entre cabaretera
y vampiresa, y aunque probablemente el premio al ‘más
divertido’ se lo llevo la que iba de ‘La Tonta
del Bote’, a ella le adjudicaron sin duda el del ‘más
atrevido’.
Aquel día descubrió que detrás de un
disfraz se puede dejar de ser una misma para asumir el papel
de quien se va vestida. Lúa se metió de lleno
en su personaje. Los primeros tragos del brebaje que le dieron
(supuestamente aderezado con algo llamado ‘yumbina’)
le sabían a matarratas, pero pronto empezó a
tragarlo como si fuese solo coca-cola. Su osadía y
desparpajo sorprendió a todos, a ella la primera. Era
grato dejar atrás a la niña responsable y tímida.
- Estás bebiendo mucho- le dijo su amigo Yesus
- ¿Me das fuego?- fue la respuesta de Lúa.
- Te lo cambio por ese vaso.
Sin ni siquiera saber que seducir era el objetivo y desconociendo
hasta sus propias armas se lanzó a ello. Disfrazada
para la conquista la afronto con descaro.
- ¿Sabes que los ojos azules, como los tuyos, son ‘mentireiros’?
- Y los tuyos ¿qué son?- preguntó él.
- Verdes
- Ya. ¿Y no mienten?
- Ah, no. Son traidores.
Hechizada por ella misma, se manejaba con desenvoltura. Bailó
con todos como si estuviese sola y perdió por completo
el sentido del ridículo. Más tarde le abandonaron
también los otros sentidos y al final, cómo
no, hasta el del equilibrio. Su amiga tuvo que pedir ayuda
a Yesus para, entre los dos, llevarla a casa.
Al día siguiente solo quedaban unos pocos recuerdos
borrosos en la mente de Lúa, pero algo se le debió
de impregnar por fuera. Extrañamente su cuñado
empezó a llamarla ‘Lolita’, nombre que
al principio confundió con el diminutivo del suyo,
Lunita. Desconocía la existencia de Nabokov o Kubrick,
y por supuesto el uso del término. En cualquier caso
le gusto.
CUANDO EL BESO ERA AMOR
Él era de los mayores
del grupo. La primera vez que le vio fue en el Copo; un chiringuito
de la playa al que a veces iban a bailar. Se acercó
a ellos e invitó a una ronda. Se fijó en ella
cuando pidió una copa de triple seco. Al brindar con
su gintonic, los hielos sonaron como campanillas y fue cuando
Lúa se fijo en él. Tenía los ojos verdes,
el pelo muy negro y una sonrisa maravillosa.
Volvieron a verse cada día. Ellas quedaban con los
chicos al atardecer, y aunque en verano los días son
largos, y tenían permiso para volver tarde a casa,
a Lúa la noche se le hacía muy corta. Algunas
veces el grupo entero se citaba en la playa, luego se iban
haciendo grupitos. Ellos dos hacían el suyo aparte.
Siempre había una excusa para acabar rodando por la
arena en una pelea fingida que permitiera el contacto físico.
Otras quedaban en el Copo y no necesitan excusas para abrazarse.
Al principio hablaban mucho y mantenían cierta distancia,
pero ya hacía tiempo que cuando bailaban las manos
de él no estaban quietas en su cintura, sino que se
movían despacio por la espalda. En aquellos momentos
a Lúa le daba igual lo que él estuviese diciendo,
solo le apetecía apoyar la cabeza en su hombro y sentir
como el calor le subía y bajaba por el cuerpo. Cuando
él se separaba repitiendo alguna pregunta que no había
sido respondida, porque tampoco escuchada, ella le miraba
y él le decía que sus ojos brillaban como estrellas,
que seguro había hecho un pacto con ellas para que
bajasen a ocupar el lugar de sus pupilas.
Durante unos días los chicos acamparon en un extremo
de la playa. Ella no había estado nunca en el interior
de una tienda de campaña y él le dijo que se
la enseñaría por dentro, como si fuese el guía
de un museo. Lúa entró a gatas en la tienda,
riendo cuando al querer girar se topo con él. Aseguraba
que allí dormían tres, ella no le creía.
Se tumbó y pidió que hiciese lo mismo para demostrarle
que aun podía tumbarse otro, e incluso otro más.
Ella comento que quizás quitando todas esas cosas del
fondo, aun entraba un quinto; y mientras las empujaba tropezó
con un machete. Le fascinaban las armas blancas. Lo blandió
ante el, motivo suficiente para empezar una pelea. Él
le sujetó las manos por encima de su cabeza contra
el suelo, ella se revolvía hasta que sintió
su aliento en la boca. Se quedó muy quieta, él
se acercó más y sus labios se rozaron. Se estremeció
entera, el aflojo la presión de las muñecas
y ella fingiendo que seguía el juego de antes, apoyo
el filo del machete en su espalda abrazándole levemente.
La beso de nuevo hasta que la laxitud de sus manos hizo que
la hoja se clavase levemente en su piel.
Esa noche en la cama, oyendo a lo lejos la música del
Copo, buscaba una vez y otra las sensaciones vividas. Pasaba
el dorso de su mano por la boca recordando aquel otro roce.
No conocía tan suave caricia como la de los labios.
Cuando se lo contó a su hermana, ésta le pidió
detalles, luego le aclaró que un beso no es un verdadero
beso si no te meten la lengua. Eso no podía entenderlo
¿para qué iba nadie querer meter la lengua en
la boca de otro…?
Viendo que el verano se acababa, estuvieron varios días
despidiéndose. Prometieron escribirse. Lúa volvió
a Madrid. Cada tarde le escribía un rato contándole
todo lo que había hecho y pensado ese día, cuando
reunía unos cuantos folios se los enviaba. Todas las
semanas recibía una carta de él. Pasó
el otoño. Algunas veces la llamaba por teléfono
y pasaban horas hablando, hasta que después de cientos
de ‘¡cuelga ya!’ de su madre, acababan la
eterna despedida.
El invierno se hizo muy largo y aún quedaba la primavera.
Casi todas sus amigas tenían ‘más o menos
pareja’. Lúa se sentía sola y a la vez
muy solicitada por otros chicos. El suyo vivía en un
pueblecito pesquero a seiscientos kilómetros y no podría
verle hasta el verano. Un año es mucho tiempo, así
que un día decidió que un amor por carta no
es posible mantener, que había muchos otros chicos
donde elegir y estaban mas cerca.
EL MONSTRUO DE LOS OJOS VERDES
Aquel guateque en el que Nacho
se lanzó al ataque quedó borroso en la memoria
de Lúa, como tantos otros momentos de esa época.
En su sopor etílico se dejo besar mientras bailaban
y luego acompañar a casa, aunque al despedirse, despejada
por el paseo, le resultó un poco pulpo. A los pocos
días, mientras se depilaban en grupo en casa de Paloma,
entre todas y por mayoría, se llego a la conclusión
de que el chico no estaba mal, tenía cara de Nacho
y aunque ese no era su nombre se quedo con él, y Lúa
acepto darle una oportunidad. En esas estaba cuando Maria,
la cotilla del grupo, la que no callaba la boca ni debajo
del agua, le dijo aquella tarde:
- Ayer no bajaste a Rosales.
- Pues no. Tuve que ir a hacerme la foto de familia numerosa.
- Pues Nacho si fue.
- Ya, ya me lo dijo.
- ¿Y te dijo también que estuvo en el parque
con Pili?
- ¿Con Pili?, ¿con la gilipollas de Mari Pili?
- ¡Ah! ¿No lo sabías? Creí que
os lo contabais todo…
A Lúa le subió un calor a la cara y unas ganas
de abofetear a esa estúpida de falsa sonrisa, con sus
gafas de culo de botella… ¡¿Y él?!
¿Qué se había creído? O sea, que
en cuanto ella le quitaba la vista de encima, se iba al parque
con otra a ‘ya sabemos que’. Sentía una
quemazón por todo el cuerpo, algo se le retorcía
por dentro. Si le llega a tener delante, le araña.
En cuanto llego a casa le llamo preguntándole, como
quien no quiere la cosa, qué tal le fue la tarde que
no se vieron. Él contestó con evasivas hasta
que las preguntas de Lúa le dejaron sin escapatoria.
Propuso pasar a buscarla. Ella aceptó dispuesta a cantarle
las cuarenta, pero cuando le vio llegar en la vespa, con ese
pelo tan largo tan rubio y tan liso, la fiera que tenía
dentro comenzó a aplacarse. Él no perdió
tiempo y ante la puesta de sol en el Templo de Debot comenzó
a decirle que lo sentía mucho, que a ver que le habían
contado pero que no pasó nada, que la había
echado mucho de menos, que en todos los ojos que miraban veía
los suyos. Y mientras decía todo eso acercaba su boca,
rozándola con el aliento de todas esas palabras tan
bonitas.
La semana siguiente llegaron dos nuevas chicas a la pandilla;
una de ellas acaparó la atención de todos, también
la de Nacho, un baboso más entre todos los babosos.
Según iba avanzando la tarde, la sensación aquella
del monstruo devorándola por dentro se iba acrecentando.
Eso no era bailar, se estaban restregando. Era más
de lo que Lúa podía soportar. Se acercó
y agarrando a la arpía del brazo, los separó.
- Mira bonita, ya esta bien, eh
- ¿Qué dices?
- Qué te refresques un poco, toma- y le lanzo el cubata
a las tetas
La otra no tardo en reaccionar dándole un fuerte empujón.
Los tacones resbalaron sobre el suelo mojado y Lúa
acabo en él. El ridículo, no por estar allí
tirada, sino por haber sacado su lado más oscuro, peleándose
por un individuo al que ni siquiera llamaba por su verdadero
nombre, la devolvió a la realidad. Recogió como
pudo los cachitos de sí misma y se pasó tres
días sin salir de casa. Lloró todo lo que tuvo
que llorar. Nacho llamó varias veces pero ella no se
puso al teléfono.
Por fin una tarde, vistiendo su falda más corta, Lúa
se presentó en el guateque. Nada más entrar,
sintió como los ojos de él se clavaban como
puñales desde el otro extremo de la habitación.
Poniendo su sonrisa más encantadora fue saludando a
unos y otros, más simpática que nunca, más
Lolita que nunca. Ahora iba a ser él quien mirase a
la cara al temible monstruo de los ojos verdes.
¿BORRACHA YO? TURURÚ
Después de dejarlo con
Nacho había salido con Pedro-Juan, al que para abreviar
llamaban Perico, con el que duró unas tres semanas.
Un buen chico, cariñoso, atento, pero… le aburría.
Luego Mario, Javi, Tomy,… con la mayoría no duraba
más que un par de semanas, con alguno incluso solo
días. Fueron pasando los meses y entre cubata y cubata,
se iba dejando meter mano cada vez un poco más allá,
pasando por aquellos trances en lucha con la educación
recibida, replanteándose su concepto de pecado y saliendo
airosa de todo ello. Cada viernes por la tarde después
del frío y el atracón de pipas en los bancos,
se metían en el kiosco de la esquina y para entrar
en calor y se echaba “pal’cuerpo” dos o
tres cubatas. Volver a casa cada noche a su hora era complicado
pero más le valía hacerlo, pues inventar una
buena excusa en esas condiciones era impensable. Sabía
andar muy derecha, solo tenía que concentrarse en un
punto más allá de sus pies; como cuando aprendía
a montar en bici, no había que mirar la rueda, sino
más allá, pero no mucho, el punto justo, eso
era lo que mantenía el equilibrio. Al llegar decía
un ‘buenas noches’, se ponía el pijama,
se lavaba la cara y se sentaba un momento en el salón
mirando muy fijamente la televisión, hasta que las
625 líneas de la pantalla la sumían en la semiinconsciencia.
Entonces se ponía en pie muy lentamente, y volvía
a pronunciar otro ‘buenas noches’ esta vez acompañado
de un ‘me voy a la cama’. A veces la habitación
no dejaba de dar vueltas pero no podía ir al baño
a devolver porque el ruido alertaría, así que
asomaba medio cuerpo por la ventana y desde las alturas, esperando
no pillar a nadie abajo, echaba de su estomago hasta la primera
papilla.
El chocolate llego a ‘La mara’. Algunos se ponían
hasta al culo, vivían como en trance, con la mirada
perdida; daba un poco de miedo, por eso Lúa aún
no lo había probado. Pero el dragón que habitaba
dentro aceptaba cualquier desafío, y llegó la
ocasión.
Reunidas en aquelarre iniciaron el ritual. Bea, iba explicando
los pasos.
- Se deshace un cigarro. La mejor manera es con un lametón,
así se abre muy bien
- Sí, el caso es lamer… Oye, ¿y tiene
que ser rubio? A mi solo me gusta negro.
- Te gustan rubios, morenos y pelirrojos… no mientas
–Carcajadas un poco histéricas.
- Luego se calienta la china…
- ¡Joder, tía! ¿y no te quemas?
Terminado el proceso de liarlo, siguieron las instrucciones
precisas para fumarlo. Mejor mantenerlo un rato dentro; si
se ahuecaban las manos en torno a él al aspirar, mejor
todavía.
- Pues a mí no me hace efecto –decía Lúa–
Además no sabe nada bien y huele fatal… ¡Yo
no sé que le encontráis a esto¡ Voy a
por agua.
Pero cuando intentó ponerse en pie, cayo sobre la silla
como un fardo. Todas se movían a la vez que se difuminaban,
intentaba hablar pero no articulaba palabra. La nube de humo
se instaló en su cabeza haciendo de su cerebro una
esponja. Alguien le estaba dando cachetes pero si abría
los ojos todo era distorsión. La dejaron como un pelele
sobre la cama, oía risas a su alrededor pero no podía
mover un músculo. O se durmió o se hizo un viaje,
pero por un rato recupero a su tocaya y sus amigas las estrellas.
Ya no le hacían guiños, ya no brillaban con
la misma fuerza. Caminó a la sombra de la luna y descubrió
que en su cara oculta no había nada, absolutamente
nada. Ya no se podía confiar en nadie. Si acaso en
la propia mente. Racionalismo. Y materialismo, no había
otra. Bueno, o tal vez sí, aquello del nihilismo le
iba más. Sentía una claridad mental absoluta,
era la reina del razonamiento lógico…y del analógico…
- Lúa, Lúa, despierta que nos tenemos que ir,
que va a llegar mi madre…
- Voy a devolver… ¡aahhggg!
Voces de alarma: “Toma, el cenicero”. “Hay
no cabe nada”. “Aquí, en la papelera”
“Venga, joder, antes de que lo manche todo”. Cuando
le situaron la papelera a su alcance, Lúa no se contuvo
más. “Joder, para, para” “¡Qué
asco¡ “¿Qué pasa?” “¡Coño!
que se esta saliendo todo, ¿no ves que es de rejillas?”.
Lúa veía salir a la altura de sus rodillas,
entre los rombos de alambre de la papelera, su vomito. El
ataque de risa que tenían todas hacia imposible mantener
la papela quieta, pero ella seguía vomitando dentro
poniendo todo el tino posible.
Con la vomitona se le fue el sopor. Se fueron al bar de los
bocatas y se comió con verdadera ansia uno de calamares
que le supo buenísimo, realmente aquello alteraba la
percepción. Pero no era para ella, el alcohol se controlaba
mejor, sabía cuando se estaba acercado a la línea
y como no traspasarla para seguir manteniendo el precario
equilibrio en el que se manejaba. Recordó la canción
de Los Brincos: “…Yo quiero estar borracho otra
vez, otra vez, a ver si así dejo de beber de una vez…”
y a Lúa le pareció de lo más apropiado
como lema para ese año.
LA BOLA DE CRISTAL
Cuando estaba atenta, despejada
y a la vez un poco ausente, Lúa poseía la capacidad
de saber como iba a terminar su interlocutor la frase que
estaba diciendo. Si se concentraba mucho incluso podía
expresar el pensamiento completo antes de que lo articulara.
En casa, con la familia, nunca le había pasado, quizás
porque todos podían hacerlo; sería algo genético.
La cosa empezó con las amigas. Cuando alguna estaba
hablando y se quedaba en suspenso, con la frase en el aire,
Lúa la recogía, la terminaba y generosamente
se la devolvía. La otra la aceptaba con un: ‘sí,
eso’, y la charla continuaba con naturalidad. Más
tarde, cuando le empezó a ocurrir lo mismo con los
chicos, el asunto se complicó. A ellos no les hacía
ninguna gracia que les completaran las frases. Comprendía,
hasta cierto punto, que podía resultar un ‘pelín
listilla’, y que alguien no muy seguro de sí
mismo, se podía sentir un poco tonto. Pero ¡ese
era su problema! A ella le salía tan natural que debía
morderse la lengua para no adelantarse. Y no era una cuestión
de lentitud en el otro y de rapidez en ella, porque la idea
que llegaba a su mente antes de ser expresada, venía
acompañada de todo lo demás: los gestos, la
postura, el tono,…todo el conjunto. Y es que Lúa
no miraba con lo ojos, sino a través de ellos. Captaba
cosas que para los demás pasaban desapercibidas. La
tristeza, la preocupación o cualquier otro sentimiento
fuerte, se propagaba por el aire como una corriente y lo captaba
con nitidez, lo percibía en las capas más superficiales
de la piel y le llegaba al entendimiento, allá donde
se encuentre, transformado de intuición en certeza.
No era que adivinase, sino que leía los signos que
para otros eran invisibles. A veces podía encontrase
con alguien aposta, solo con ir por la calle adecuada, torcer
en la esquina justa, y…se topaban. Otras podía
también eludir encuentros no deseados. Ella pensaba
que tenía conexión con las energías cósmicas,
quizás por reflejo de su tocaya, La Luna.
La primavera llegó desaforada. Los chicos andaban más
salidos que el pico de una plancha. Proponían paseíto
por el parque a cualquiera, lo mismo les daba con tal que
fuese fémina. Incluso a Mari Pili le llovían
propuestas. Lo que esta no sabía era la cantidad de
burlas que se hacían luego a su costa. La ponían
de vuelta y media, sus groserías no tenían límite.
A Lúa nunca le había caído muy bien,
le parecía una lerda. No es que ‘fuese de buena’,
es que lo era, pero una de ‘esas’ que ya son tontas
de puro buenas; como si no conociese la maldad propia ni ajena.
Eso la hacía el blanco de las burlas. Aceptaba el paseo
por lo oscuro sin percatarse de las sonrisas que se cruzaban
entre ellos. Nunca hacía ningún comentario a
su vuelta, solo traía los ojos mucho más abiertos.
Lúa prefería no mirárselos pues leía
en ellos como en un libro. Llevaba unas semanas sin aparecer
por Rosales, pero las bromas a su costa cada día iban
en aumento. Una tarde los comentarios llegaron a ser tan soeces
que Lúa no pudo aguantar más y arremetió
a cara descubierta contra ellos, con toda su mala ostia.
-Pues no sé que tienes tú que decir, Javi. A
la hora de la verdad te sudan las manos y hasta te tiemblan
las piernas.
A Javi, le subieron los colores y le atacó la tartamudez
de golpe.
-¿Así, Tomy, que anoche cuando Isa se marchó,
te diste una vuelta con Pili, no?
Este se atragantó con una pipa mientras se deshacía
en explicaciones que no convencían a nadie.
Luego se volvió hacia Toño diciéndole
en voz baja, pero no lo suficiente
-¿Te quedaste sin chicles? toma, te doy el ultimo que
te hace más falta que a mi.
Todas las miradas se volvieron hacia él interrogantes.
Lo bueno de todo esto, es que realmente Lúa no podía
saber que a Javi le sudaban las manos, ni que Tomy engañaba
a Isa, ni que la afición de Toño por los chicles
era un problema con su aliento. De alguna manera llegó
esa información a su cerebro. Solo tuvo que concentrarse,
dejar su mente en blanco y los pensamientos fueron llegando
como jirones de niebla. Luego expresarlos con mucha convicción,
como una verdad absoluta, de tal forma, que incluso si el
destinatario de su frase no lo tenía muy claro, aceptaba
convencido en ese momento la verdad que se le ponía
ante los ojos.
Y por ultimo, dijo al grupo:
-Ah, por cierto. Creo que Pili no viene porque está
muy enferma. Cáncer. A lo mejor si vamos a verla…
Con un gran sentido de culpa generalizado, acordaron un día
para pasar por su casa. No hubo tiempo, la ingresaron en el
hospital de urgencia y murió quince días más
tarde.
A partir de entonces se acercaban a Lúa con distintas
excusas para tratar de averiguar cosas tontas, cotidianas.
Al principio ella lo llevaba muy mal, haber visto tan de cerca
la muerte le asustaba un poco, pero con el tiempo pudo relativizarlo
y asumir su don; cada vez que alguien venía con esa
intención le decía: “Espera, que saco
mi bola de cristal” o “¡Vaya!, otra vez
olvidé el turbante”. Aceptaba su condición
de bruja.
ATADA A TIERRA O PURGATORIO
Después de cada cita
con él, se quedaba como si le hubiesen robado, como
si le estuviesen escatimando algo, y pensaba: ‘la vida
no está para tantos lujos’. Ya no le hacía
preguntas pues cuando las respuestas no le encajaban, él
acababa bromeando: ¿A quien vas a creer, a mí
o a tus propios ojos? Así era Dante. La apabullaba.
Le hacía reír y olvidaba.
Era bastante mayor; segurata en una sala de fiestas a la que
Lúa y sus amigos acudían en la época
de más desmadre. Últimamente se había
alejado mucho de ‘la mara’; cada vez que él
podía, quedaban en algún garito oscuro donde
se iban calentado. Luego la llevaba en coche hasta la esquina
de su casa, pasando casi siempre por la cuesta de la Rosaleda,
donde aparcaban un rato para apagar el fuego. A veces patrullaban
por allí policías, guardianes de la moral, esos
que echaban del parque a las parejas que se besaban. Pero
él no se mostraba temeroso, contrariamente a todo lo
que se respiraba alrededor. Recién muerto Franco se
decía: ‘muerto el perro, se acabó la rabia’;
pero aun había muchos perros rabiosos. En una ocasión
salió del coche para hablar con ellos mientras Lúa
se recomponía. Les enseñó unas fotos.
Intercambiaron algo. Cuando volvió a entrar sonreía.
Había algo en su cara, en su mirada que Lúa
no quería interpretar, harta ya de saber más
de la gente de lo que la gente quiere contar. Le daba igual.
Si la vida eran cuatro días, serían para vivirlos
al margen de estrictos principios. Con Dante la vivía
a tope, tomaba de todo lo que caía en sus manos. Acababa
de empezar COU por no ponerse a trabajar, pues eran las dos
opciones que su madre le había dado. O estudias o trabajas.
No trabajaba y tampoco estudiaba mucho. Su vida era un paisaje
gris, seguramente podía estar peor pero no lo pensaba.
Aceptaba el desafío de vivir por pura inercia.
Sus sueños mágicos se habían evaporado.
Si acaso quedaban jirones, retazos entre las alucinaciones.
Había abierto la caja de los truenos, oía reír
a Pandora.
Una vez que hubo sacado a la luz su lado oscuro ya no era
posible disfrazarlo. Los dioses exigen su pago, no dan nada
gratis y a veces el precio no está al alcance de los
simples mortales. Lúa no era un héroe –“¿existen
heroínas en la vasta mitología?-¿por
qué llaman al caballo heroína?”-Desbarraba.
Se había endeudado con ellos hasta las cejas, y total
¿por qué? ¿para qué? Su vida seguía
siendo gris, un desconsolado paisaje gris. Hubiese pagado
prima extra por dejar atrás al tal Mister Hyde ¿o
era al Doctor Jekyll a quien realmente abandonaría
si pudiese?
Al echar las cuentas los números no mienten.
- Tía, llevo 13 días de retraso
- ¿Qué dices?
- Que llevo 13 días…
- Ya. Ya te he oído, pero ¿estas segura?
- ¿De qué? ¿de qué los llevo o
de que son trece? Bueno, igual son 14, o 12… ¡joder!
¿y eso que más da?
- Pero bueno… ¿cuándo…? ¿con
quién…? ¡cuéntame!
No contó nada más. Tenía que dejarle,
pero no hizo falta tomar la decisión. Una tarde él
no llamo, la siguiente tampoco, ni las sucesivas. Desapareció
de su vida como había entrado, rodeado de secretos
y a oscuras. Como un taimado ‘Don Juan’.
Un día vio su coche aparcado cerca de la sala de fiestas.
Esperó un rato. No tenía intención de
hablar con él, solo quería verle. Salió.
No iba solo. Como un caballero le abrió la puerta a
su acompañante. Cuando por fin pudo volver a moverse
ya sabía que dirección debía tomar en
aquel cruce de caminos.
El viaje a Londres fue agotador; rápido como el rayo
e inacabable como una pesadilla. Aquellas mujeres a las que
apenas conoció, pero con las que compartió experiencia,
se grabaron para siempre en su memoria. La canaria, agobiada
con sus 6 hijos e incapaz de aceptar uno más; la catalana,
más joven que ella y que tuvo la enorme suerte de tener
la mano de su madre al despertar; o aquella estúpida
que preguntaba si era niño o niña. Lúa
estaba sola. Saliendo de la anestesia repetía una vez
y otra en su mente la misma frase: ‘Seguro que en ‘Samoa’
esto no hubiese pasado’; como si Samoa fuese el paraíso.
Pero si al menos podía pensar en algo parecido a un
paraíso no estaba todo perdido.
Después de tomar una decisión como esa se requería
una coraza, pero no una de tortuga-para eso, mejor irse a
Las Bermudas y desaparecer en su ‘Triangulo’-.
Un resistente caparazón. Una armadura anti-engaños
y dedicarse a desenmascarar a todos aquellos falaces, falsos
y farsantes.
DE VUELTA DE LOS INFIERNOS
Andaba como sombra errante a
la espera de Caronte en su barca. La posibilidad de tener
que enfrentarse con Cerbero, el terrible monstruo de tres
cabezas, en las puertas del Infierno, ya no la asustaba. Había
desafiado a los dioses, por eso ya nunca le sonreirían,
no les hacia ninguna gracia. Tampoco esperaba compasión
de ellos. Ya no esperaba nada. No confiaba en nadie, ni en
ella misma.
Desde que volvió de Londres no había vuelto
a meterse nada. Nada. Ni drogas ni nada. Solo humo.
Aquel tipo no dejaba de observarla. Le devolvió una
mirada insolente. Debía ser miope porque aun así,
se acercó.
- Perdona, ¿nos conocemos?
- A ti en tu casa, a la hora de comer seguramente.
- ¡Que borde, chica! No, veras,… ¿tu no
ibas con el segurata aquel…? ¿Cómo se
llamaba…? Dante. Siii, estoy seguro. Nos presentó
¿no te acuerdas? Por cierto, que hace tiempo que no
le veo… ¿sigues con él? Bueno, quiero
decir… No sé, no hacíais muy buena pareja…
- Vale. Sí. Puede que sí. ¿Qué
quieres? No estoy sola ¿sabes? y además ¡que
coño! ¡Molestas!
Con el estallido de rabia y los aspavientos se tiró
medio vaso encima. La blusa empapada, el sujetador también.
Restregarse una servilleta solo ayudó a marcar más
su pezón. ¡Lo que le faltaba al tío! Pretendió
ayudarla. ¡Todo manos! Hasta que le apagó el
cigarro en una de ellas. Y se disculpaba. Encima se disculpaba
como si lo hubiese derramado él. Porque ella lloraba
sin disimulo. Mansamente. Después insistió en
acompañarla a casa. Era de aquellos tipos que piensan
que cuando una tía dice ‘no’ está
diciendo ‘sí’. No se enteraba. No quería
enterarse. Al final le mandó a tomar por culo y echó
a correr calle abajo. ¡Mierda de coraza hecha añicos!
¡Puta mierda de domingo!
Luego, otro lunes sin sentido. Otro mes de abril robado. No
pensaba presentarse a Selectividad, pero lo mismo tenía
que seguir con las clases. La ruta del autobús la dejaba
de las últimas. Un rato para cerrar los ojos y desconectar,…o
no: “¿Los recuerdos son algo que tenemos o algo
que ya no tenemos?”
Merche se sentó a su lado. Ni la pila de libros que
Lúa había dejado caer de cualquier manera en
ese asiento, para indicar claramente que estaba ‘ocupado’
por su acompañante la Sra. Soledad, la desanimo. Los
amontonó encima de su falda de pija-a juego con sus
zapatos de pija, el bolso de cubo y el lodén, todo
de pija- y empezó a contarle las hazañas de
su ‘momio’, como decía ella. Una chica
con pretensiones elevadas y un talento muy limitado. De familia
pija, claro, de los que habían llorado la muerte de
Carrero Blanco y llevaban de luto el ultimo año, por
la muerte del otro. Pero Lúa escribía en la
arena las faltas de sus amigos, como aconsejaba un sabio.
- Estamos fenomenal ¿sabes? Es todo un caballero. Y
lo nuestro es pura química ¿sabes? Encajamos
en todo. O sea…Mental y físicamente ¿sabes?
Es total. O sea…Es atracción total. ...Por cierto
¿Por qué un cuerpo atrae a otro?
- ¡Qué sé yo, Merche! Será la fuerza
de gravedad ¿no?
Le aburría. Aquella conversación la aburría
mortalmente. Hasta que Merche sacó la foto. Seguía
hablando, la oía con distorsión, como un LP
a 45 revoluciones. ¡Era él! ¡Aquel mamón!
¡Aquel farsante!
Despertó el Dragón Rojo que llevaba dentro.
No podía decirle nada ¿Debería decírselo?
Toda la furia acumulada durante meses quería escapar,
aquel fuego deseaba arrasar. Tenía que hacer algo.
Como diría su madre: “Hija, ten un poco de ‘amorpropio’”.
Se acabó el desahucio. Resurgiría de sus cenizas.
Ahora ella tendría dos caras también. Sería
la vengadora de Merche y de todas las otras. Puede que la
realidad sea un pozo de enigmas, pero los iba a resolver,
uno a uno. Echaría mano de su tótem, su animal
espiritual, la pantera negra. Se iba a comer el mundo.
Lo que nos hace vulnerables son los secretos y aquel cabrón
tenía unos cuantos. Armada con una cámara con
teleobjetivo, y montada en su ‘mobilette’, dedicó
varios días a la semana, todas las semanas durante
varios meses a perseguirle. Le retrataba saliendo de las salas
de fiesta, del cine, de los bares, incluso de los hoteles,
con una mujer distinta cada vez, pocas veces repetía.
Más de una tarde le siguió hasta los caminos
oscuros donde aparcan las parejas. En aquellas ocasiones tenia
que disparar rápido, cuatro, cinco veces, con la moto
en marcha -para que a él no le diese tiempo a reaccionar
al sentir el resplandor- y escapar a velocidad felina. Pero
las más arriesgadas eran las más valiosas. Aun
no sabía que haría con aquellas fotos. Podía
mandárselas a su mujer, o a la amante de turno. O mejor
aun. A cada una de las chicas a las que el se acercaba. En
cuanto iniciase su asedio, ella le haría llegar una
muestra de cómo se las gastaba aquel tipo. Así
sus victimas podrían ser su verdugo.
DINERO OSCURO
Por fin había dejado
de llorar por las esquinas. Acabado COU no le quedó
más remedio que matricularse en una academia de mecanografía
y taquigrafía con la idea de ponerse a trabajar en
cualquier sitio, sacarse unas pesetas y hacerse independiente.
Simple. Pero los días se le hacían demasiado
monótonos. A veces pensaba que le gustaría estudiar
algo como Parapsicología, o ‘Fantasmalogía’,
algo que la conectase con el aspecto más intangible
del mundo. Sé daba cuenta de que cuando una tiene miedo
al fracaso dedica su tiempo a cosas que no importan.
Una tarde saliendo de casa de un amigo, vio un cartel de una
agencia de detectives privados, y siguiendo su instinto, entró
a ofrecer su colaboración. El hombre sentado detrás
de la mesa la miro con sorpresa y aventuró un ‘pero
eres muy joven’, a lo que Lúa respondió
que no tanto, que depende para qué, y que en cualquier
caso, era mayor de edad. Le habló de sus pesquisas
con el ‘segurata’, las fotos estupendas que había
conseguido, y algunas otras que había sacado en zonas
donde se trapicheaba con casi de todo, no las llevaba encima
pero podía traérselas para que valorase su trabajo.
Tanta seguridad convenció al detective, que decidió
ponerla a prueba encargándole un ‘trabajito’:
Disfrazada de ‘putita’ (como dijo él) tenia
que dejarse abordar por un hombre, del que mostró una
foto, un tío mayor, canoso, con muy buena presencia.
Convencerle para que la llevase a un hotel determinado y una
vez allí, cuando el hombre empezara a animarse, salir
con alguna excusa. Del resto ya se encargaba él.
A Lúa no le costó mucho encontrar en su armario
ropa adecuada para la ocasión; volvería a tener
bronca con su madre si la veía salir así, pero
por lo demás no había problema. El detective
la acompañó a la zona donde permanecería
hasta que el individuo la abordase. Puso al tanto a las eventuales
‘compañeras de trabajo’ de Lúa para
que no le pusiesen pegas. Las caras de estas no eran amistosas
precisamente. Y se largó.
Comenzó la aventura. A las dos horas Lúa estaba
hasta las narices, pero no quería abandonar, se estaba
jugando la posibilidad de trabajar con un verdadero profesional,
tenía que demostrarle que valía para aquello.
Por fin una de las colegas le hizo un gesto. Se acercó
hasta el coche parado a su lado. Hablaba con dos hombres dentro
del vehiculo. A Lúa le entró un principio de
ataque de pánico; allí estaba su objetivo. Pero
no sabía que iba a hacer con el otro. La chica le dijo
que no se preocupase, irían los cuatro juntos hasta
el hotel. Por suerte la lumi estaba en el ajo, se iba a llevar
una buena propina por sus servicios, por eso se mostraba tan
colaboradora.
Desde la entrada del hotel hasta la habitación le lanzaron
varios guiños de ojo, lo que le dio mucha seguridad,
por lo menos su apariencia era adecuada, convencía
a todos los machos. En cuanto se cerró la puerta tras
ellos, al hombre le dio un subidón; enseguida echó
mano a todo lo que Lúa mostraba y a lo que no. Babeaba
literalmente encima de ella cuando con una sonrisa se disculpó,
‘tenia que ir al baño’. Pero ¿cómo
haría para encontrar una que le permitiese salir del
cuarto?
Allí estaba, mirándose detenidamente en el espejo
esperando que su imagen le diese una respuesta, cuando escuchó
voces fuera. Habían entrado varios tipos a la habitación
y discutían acaloradamente. Lúa no podía
moverse. El asunto se complicaba demasiado, se estaba arrepintiendo
de todo aquello. Miro a su alrededor buscando una salida,
una feliz idea. Abrió cada uno de los cajones y armarios
como si allí pudiese encontrar la entrada a la gruta
mágica, el pasadizo secreto que le alejase de aquel
sórdido asunto. Al cerrar uno de ellos una bolsa se
quedó atascada, abrió, empujó,…nada,
no entraba, la sacudió… y de repente se esparcieron
billetes por todas partes. Muchos. Cientos. Fuera se hizo
el silencio. Espero todavía un rato. Poco a poco abrió
la puerta del baño. La habitación estaba vacía.
Todo revuelto, los cajones volcados. Era su oportunidad. Cogió
su bolso, lo rellenó con todos los billetes que pudo
y echó a correr. No había andado tres pasos
cuando el detective se materializó ante ella.
- ¿Dónde vas?
- Pues…yo… ya me iba. No sé que ha pasado.
Oí voces, luego todos se fueron… y bueno, ya
no tenía nada que hacer aquí, así que…-
Estaba demasiado nerviosa para inventar una buena historia.
- Ya. Me parece bien. ¿Y que llevas en el bolso?
No parecía extrañado, ni sorprendido, ni siquiera
enfadado. Lúa no sabía a qué atenerse.
Al fin, con el gesto más sumiso que pudo encontrar,
le tendió el bolso. El dinero asomando por el cierre.
- Bueno, estaba allí… había mucho más,
solo cogí un poco,…por mi trabajo.
- ¿Tu trabajo?- Aquel hombre se estaba riendo de ella
sin ningún disimulo- Creo que no has cumplido con lo
acordado.
Ese comentario la cabreó. Sacó su mala leche.
- Yo hice lo que me encargó. Y lo estaba haciendo bien,
casi jugándome el pellejo. Creo que he demostrado de
lo que soy capaz- Y estaba convencida de lo que decía.
A veces si una no se vende, parece que los demás son
incapaces de ver lo que vale. Además, aquel tipo escondía
algo. Lúa lo sabía.
- Está bien. Vamos a tomar un café y charlaremos
un rato. Tú invitas-dijo con sorna. Y señalando
el dinero, soltó otra carcajada.
Ya en el bar, abandonó su aire de superioridad. Continuaba
riendo pero en tono afable. Le explicó que la había
puesto a prueba para ver hasta donde podía llegar.
Que aquel dinero, era dinero oscuro, sucio. Pero quien roba
a un ladrón… Es más, que se lo podía
quedar…de recuerdo, pero que no intentase colarlo-y
volvía a reír-, era más falso que su
disfraz. Y que a partir de ahora le iría encargando
algún que otro trabajito de pequeña envergadura,
para que se fuese soltando.
Lúa volvió a su casa meneando el bolso con alegría.
Había debutado como detective; confirmaba que practicando,
y con su intuición innata, podía llegar lejos.
Aquel año la vida iba ir viento en popa, a toda vela,
cual velero bergantín.
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