Laura Gismera escribe maravillosamente, como prueba el delicioso relato que puede leerse más abajo. Queda mucho viaje, pero tengo grandes esperanzas en ella. Me gustan sus cuentos.
JAVIER PUEBLA


Huevos estrellados


Teresa y Lola se aburrían, se aburrían mucho. Ya llevaban casi dos meses de vacaciones y habían agotado sus recursos veraniegos: el pantano, el río, la recolecta de manzanilla, la cestería, la merienda de tortitas, las siestas en la tienda de campaña, acabar con el rabo de las lagartijas en el porche de la iglesia…apoyaron sus cabezas en la pared del frontón y cerraron los ojos, ya anochecía pero todavía hacía calor. Su relación era simbiótica, como esos bichillos que se aportan el uno al otro constantemente y sin pedir, siempre dando y recibiendo.

-Lola- quiero reirme, dijo Teresa

-Ya, y yo

Ahhhhh, ya lo tengo. La abuela María me ha dado una docena de huevos para que los deje en casa, pero como quería verte los he dejado escondidos en el recodo del puente. ¿Vamos a por ellos y los explotamos en alguna pared o en algún sitio?

-Sí, claro, ¿y si te los piden en casa?, ¿qué vas a decir?, dijo Lola.

-Qué tontería, la abuela María nunca pensará que yo no se los he dado a mi madre y mi madre no sabrá de los huevos porque la abuela María nunca da ná.

Cogieron los huevos de su escondite, allí guardaban sus tesoros; gomas de pelo, lapiceros, botones que se encontraban…Seis cada una y los llevaron al albergue. Los lanzaron entre risas a las paredes blancas, de tal forma que las manchitas amarillas se quedaron pegadas. La risa de Teresa tenía algo especial para Lola, hacía que la suya saliera instantáneamente. No todo el mundo puede presumir de risa contagiosa.

Agotadas por los nervios y la risa se sentaron bajo el árbol del preventorio. La abuela María subía la cuesta y las vio. Pero antes de decirles nada se quedó quieta mirando los doce puntos amarillos de la pared. Frunció el entrecejo, inmóvil, callada, se fue.

-¿Se habrá dando cuenta?, preguntó Lola.

-Pues no, pero me extraña que no nos haya dicho hola. Subía cansada, seguro.

Lola se quedó en casa de Teresa a dormir y a la hora de la cena llamaron a la puerta. Era la abuela María. Carmen, ¿qué tienes de cena?, hace mucho que no haces tortilla de patatas, con lo rica que te sale… Carmen, la madre de Teresa, dijo, abuela, es que somos muchos, necesitaría por lo menos diez…

Lástima, me han dicho que hoy en el albergue alguien estrelló una docena en la pared. Teresa pálida, Lola más.

¡Santo Dios!, dijo Carmen.

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Queridos Reyes Magos


Su papá le dijo que el país se estaba quedando sin dinero y sin juguetes y que los Reyes Magos tendrían dificultades para entregar regalos. Lola era una de esas niñas caprichosas a corto plazo, pero condescendientes cuando la impresión del primer momento se había enfriado. Muy bien, se dijo, no voy a pedirles nada que cueste dinero. Y comenzó a escribir su carta: Queridos Reyes Magos: quiero una caja llena de besitos y de abrazos. Cuando los reyes entren en casa me dejarán un paquete envuelto muy bonito y dentro habrán dejado sus besos y sus abrazos y así cuando lo abra notaré un aire fresco lleno de su cariño; cariño en blanco, cariño en amarillo y cariño en negro. Será estupendo, pensó.

La imaginación de Lola era ancha, muy ancha. Durante las vacaciones pensó en las mil y una maneras en que podría recibir su regalo, y también en la tristeza de los otros niños cuando vieran que sus paquetes no habían llegado.

-Papa, les tenemos que decir a los demás que el mundo se está quedando sin juguetes, es urgente, papá-, le dijo Lola a su padre.

-Cariño, los papas del mundo ya lo saben-

Llegó el día 5 por la noche, nunca Lola se había puesto tan nerviosa. Por la mañana despertó y fue a buscar su regalo debajo del árbol. Se encontró tres cajas con su nombre escrito y las abrió: una Nancy, una barbie con sus complementos y una cocinita llena de cacharros. Lola se quedó un poco desconcertada, le gustaban esos regalos, pero ella había pedido otra cosa. Se puso seria aunque se divirtió con sus juguetes. Lola no dijo nada de la desilusión que sentía. Cuando se fue a la cama pensó: bueno, tengo suerte: el poco dinero que quedaba en el mundo los reyes se lo han gastado en mí.

Alfombra roja


Su madre llevaba una época de lo más histérica. Lola, que te comas los cereales, Lola, que hagas los deberes. Lola que… Lola: siento que no me escuchas nunca…

-Mamá, que sí te escucho…

-Lola, te pasas todo el día por ahí y me creas una angustia que no te puedes imaginar.

-Mamá, todo tiene una explicación…

-Sí, la tiene, te la voy a dar: con tal de no hacer lo que te digo, con tal de escaquearte de las tareas de casa, con tal de no llamar a tu padre todos los días pues vas y te dedicas a coger esas cosas pequeñas que no paran de moverse. ¡Ay, qué manía las tengo!

Desde que le dieron las vacaciones no paró de disfrutar del aire libre ni un solo momento. A Lola le encantaba el campo, subirse a los árboles, hablar con los pájaros…era una más entre tanto verde, salvaje y viva, muy viva. Un día cogió una mariquita y después otra y se las llevaba a la cuadra en desuso convertida ya en viejo almacén, antiguo hogar de las vacas. Todavía olía un poco a boñiga, y eso que ya habían pasado muchos años desde que la abuela murió y vendió los animales.

-Mamá, hoy quiero que te vistas de rojo

-¿Para qué?

-Te he preparado una fiesta, ponte bonita

Lola se fue hacia la cuadra y regresó llevando una lechera en cada brazo, a penas avanzaba por el peso de los recipientes, que parecían llenos de algo.

Lola llegó casi sin fuerzas al pórtico de entrada donde esperaba su madre con una falda roja, una blusa blanca y unas esparteñas igualmente coloradas. Dejó caer al suelo las dos lecheras y empezaron a salir caóticamente cientos, no, miles de mariquitas formando una alfombra roja que se extendía poco a poco por el jardín. Julia miraba sorprendida el suelo poblado de mariquitas, fruncido el ceño.

-Mamá, esto me lo has enseñado tú: con poquito a poco se avanza, de uno en uno se forma un mucho…

Julia esbozó una sonrisa entre complacida y orgullosa, se quedó unos segundos mirando a su hija. Lola guardó el momento como los animales las huellas del hierro forjado, para siempre.

Una serpiente en el cuello


Llevaba un tiempo de lo más solitaria, diríamos que como las ratas de biblioteca, a su aire. Se encerraba en su cuarto a leer horas y horas, bueno, a leer o a lo que fuera con tal de no compartir las dependencias comunes. Les evitaba constantemente, a todos. Si su madre decía algo que a Lola le importunara soltaba un “joder” con los decibelios por las nubes al compás del portazo de su habitación para subrayar la situación. Cuando se iba al colegio gritaba de vez en cuando: ¡no os aguanto a ninguno, parecéis niños pequeños, todo el día discutiendo!.

Lola nunca había sido una niña especialmente crítica o contestataria, sólo ejercía de alumna, amiga y hermana, empollona y reflexiva, sumisa a los valores y creencias de su hogar. Fácil. Pero ya eran varios los meses en los que su afabilidad había dado paso a una inoportuna agresividad que les dejaba a todos con muy mal sabor de boca, impotentes. A la edad de quince años su padre le dio un bofetón en la cara que le dejó los dedos marcados. No lloró, se encerró en su cuarto, altiva y tranquila dejando a su padre absolutamente desgarrado. Un día de enero, de esos en los que hace mucho mucho frío, Lola se sentó en la mesa del desayuno con una camiseta de manga corta, un short y unas medias de rayas de colores. Lola, vas a pasar frío así, ponte un jersey, le dijo su madre.

-Que me dejes, joder.

Julia se giró hacia la niña con una cara de furia que ni un gladiador romano hubiera podido mejorar, cuando fue consciente de la existencia de una mancha en forma de serpiente que le asomaba por la camiseta y le subía por el cuello.

-Ay, Dios bendito, Lola, ¿qué es eso?

-Mamá, pues un tatuaje, ¿es que no lo ves?- El tono de voz de Lola displicente y huraño, vaya, el único que utilizaba últimamente.

Julia llamó a su marido para contarle de la serpiente en el cuello de su hija.

-¡Serpiente!, ay, joder, ¿qué serpiente?, Julia, ¿qué serpiente?

-Nada...tranquilo...un tatuaje de henna en el cuello de Lola, que la niña está creciendo, que todo pasa.



 

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